lunes, 27 de abril de 2020

Crónica 47ª. El virus que provocaba fatiga en el comportamiento de las personas

Padres y hijos viven juntos en casa y juntos pasan el confinamiento. Por esta razón, que no deban salir juntos a pasear el padre y la madre, juntos, con los niños que son sus hijos, es una demostración más de la idiotez que, por el barullo del virus que no saben controlar, se ha instaurado en las meninges de los pocos expertos que asesoran al Gobierno. Abundan los testimonios de policías de paisano amonestando o advirtiendo o multando a las familias que salen, todas juntas, a la calle a pasear o a dejar que los críos vayan en bicicleta o en patinete. Al igual que el dedo acusador de las redes, ese lugar tan poco sacro donde se exhiben inmundicias tales como la envidia colectiva o el fanatismo colectivo. No tardaron ni diez minutos en aparecer también las admoniciones en vídeo de sanitarios indignados por la estampida de los críos, temerosos de que se eche por tierra su esfuerzo, un esfuerzo que lleva más de cuarenta días ensalzado por la sociedad en su conjunto hasta las alturas empíreas porque, al parecer, la satisfacción por el cumplimiento de la propia obligación no es suficiente. Me parece loable que los balcones y ventanas les aplaudan cada día a la hora señalada, pero no deja de ser un homenaje simbólico, no una concesión de autoridad.

Por descontado que a un agente de policía no se le exige adecuación (a la situación) a la hora de interpretar las órdenes: solo incondicional cumplimiento de las mismas. Prevalece la homogeneidad. En un mundo ideal, las fuerzas policiales, dependientes del poder ejecutivo del Estado, sabrían sortear con inteligencia las siempre embarazosas aplicaciones de las órdenes escritas, por cuanto lo escrito no constituye nunca un sistema autosuficiente sino limitado (limitaciones son el talento de quien escribe, la extensión de lo escrito y la claridad y tino del mensaje). No es lo mismo que discurra una familia por una plaza sin distancia física entre sus integrantes (al fin y al cabo, en su casa no la hay) que dos o tres familias, cada una de las cuales es en sí misma un foco de contagio para las restantes. Parece de cajón. Pero, por lo visto, no lo es. Hay muchas cuestiones extrañas en esto del confinamiento y todas tienen su origen en las continuas vacilaciones del Gobierno, que es quien escribe las órdenes con escasa claridad, menos talento y, en demasiadas ocasiones, insufrible gramática.

Por descontado que las escenas de gentío en los paseos costeros de las ciudades o formando corrillos en los parques son impropias. Pero no por ello los adultos que las protagonizan son irresponsables. Primero, se les puede exigir responsabilidad. Y segundo, es absurdo pensar que a estas alturas de la crisis coronavírica un adulto no esté suficientemente bien informado de lo que sucede como para no haber meditado bien las consecuencias de lo que sucede si forma un corrillo. Nuevamente sobran las admoniciones: qué afición tienen muchos por impartir doctrina y proclamar lo impío de las decisiones humanas. La gente no es irresponsable: está cansada, fatigada. El hartazgo conduce a cometer errores.

Muchos siguen viendo a la Covid-19 como la enfermedad que ha de acabar con la especie humana a la mínima ocasión que desfallezcamos y se rompa la solidez de nuestras cuarentenas. Debe de ser que, cuando se habla de la poca información médica contrastada (segura) que se conoce, el resultado invariable es que todo lo oculto esconde una realidad muchísimo peor de la que estamos viviendo. Sin importar lo que las estadísticas reflejen (parece que, total, como las metodologías de toma de datos viven en constante vaivén, todos los análisis están mal y ninguno cuenta las cosas). Pero la gente atiende a las noticias, a las homilías presidenciales y hasta a las nefastas ruedas de prensa de un médico muy inteligente y capaz y de relumbroso expediente llamado Fernando Simón (qué nefasto es dedicarse hacer algo para lo que uno no se encuentra preparado).

La ciencia del comportamiento analiza cómo toman decisiones las personas en el mundo real. Una de sus tesis es el impacto que produce la forma de presentar opciones o alternativas. La estrategia de inmunidad colectiva como respuesta a la Covid-19 trata de retrasar el riesgo de fatiga conductual con el confinamiento. Las restricciones solo se pueden implantar por un corto plazo de tiempo y desde este punto de vista es preferible el distanciamiento social. Sin embargo, la evidencia empírica sobre intervenciones conductuales en una crisis como la presente es aún muy limitada. La ciencia del comportamiento en lo que respecta a las pandemias solo se refiere de manera leve a la evidencia de que extender el bloqueo conlleva un aumento gradual del incumplimiento. Pero es suficiente: aunque la fatiga conductual sea un concepto nebuloso, las nubes del hartazgo existen y son las que hemos comprobado el primer día que se ha permitido salir a los niños.


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