viernes, 10 de abril de 2020

Crónica 22ª. El virus que se acomodó en el Parlamento

No es cierto, como dice el principal partido de la oposición en España, que el Gobierno se caracterice por no hacer nada frente a la pandemia. Más bien sucede lo contrario: hay hiperactividad en Moncloa, pero es desordenada y errabunda, en muchos casos desconcertante, lo que delata el escaso conocimiento que tienen los ministros (y el Presidente) sobre cuáles son y cómo se gestionan los recursos del Estado. Pero pretender convencer de que están tumbados a la bartola, es puro navajeo.

En realidad, ¿a quién le extraña? Desde 2015 estamos en estado comatoso en todo lo relacionado a la gobernación. No es descabellado pensar que nuestro récord mundial de muertes de coronavirus por millón de habitantes se explica en la forma descabellada que tiene el Estado de actuar y en la relación poco menos que asesina de quienes se sientan en el banquillo del Congreso detrás del Gobierno. A un lado y a otro.

Todo lo hablado en el Parlamento es mezquino, sectario, de una ceguera atroz. La sesión de ayer jueves, 9 de abril, que trataba de dirimir si se prorrogaba el Estado de Excepción (mal llamado de Alarma), se convirtió en una trifulca más de las tantas a las que estamos acostumbrados. Tanto el partido del Gobierno como el anterior partido de Gobierno ya habían declarado su apoyo a dicha prórroga, al igual que la habían negado los partidos que apoyaron la moción de censura de Sánchez (primero) y luego su designación como Presidente, junto con la extrema derecha. ¿Alguien entiende algo? El Presidente y la portavoz de su partido se dedicaron ayer a atizar sin contemplaciones al principal partido de la oposición, el mismo que había confirmado su apoyo por tercera vez consecutiva y, no contentos con ello, volvieron a la carga con uno de los mensajes más dogmáticos y pretenciosos que existe: que no hay diferencia alguna entre la principal oposición, el segundo partido de la oposición (la extrema derecha) y el tercer partido de centro, el que en estas últimas elecciones lo perdió todo. Fíjense que, en sus respectivos mensajes, el primero de ellos fue crítico, el segundo fue incendiario y el tercero fue cooperador. Da igual. Caña al mono, que es de goma. La etiqueta de "todos son la derechona" es buena, qué importa si no se ajusta a la realidad. 

Por supuesto, los portavoces del partido de Gobierno y del tercer partido de la oposición, el que también se sienta en la bancada azul, sacaron las  navajas más afiladas. Este último vociferando que el principal partido de la oposición (y que gobierna un buen número de comunidades autónomas y de ayuntamientos) está al margen de la Constitución (ver para creer), y la primera tratando de reventar las tripas de los que se sientan a la derecha del hemiciclo.

Por su parte, el principal partido de la oposición rechazó la propuesta gubernamental de un acuerdo (un tanto evanescente, todo es cierto) con un golpe seco y rápido. Parece claro que superar la crisis producida por el coronavirus no es el objetivo de este partido. Saben que si la cosa acaba en un desastre económico (porque el desastre sanitario ya ha sucedido, pero ese es igual en todos los países y su causa es por ende externa al país), la ciudadanía crecerá en furia contra el Gobierno y eso son votos en las próximas elecciones. Los demás, salvo los ejemplos antes citados, se atuvieron al papel que llevan tanto tiempo desempeñando con escrupulosa exactitud. 

Hay que admitir que, en algún momento, todos dicen algo que parece sensato, e incluso alguna que otra propuesta parece digna de interés, pero el mar de fondo es el que hay y eso es lo que convierte la política española en un barco continuamente encallado sin opciones de salir a puerto: el Presidente cree estar gobernando el buque en alta mar y resulta que continúa en el dique seco, pero no se da cuenta. 


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