viernes, 3 de diciembre de 2021

Post Crónica 12: La variante Xi

A este hijastro del coronavirus lo han venido a llamar Ómicron en lugar de Xi (decimocuarta letra del alfabeto griego), pasando con ello de la variante Un (decimotercera letra del alfabeto griego) a esta otra, por aquello de no enfadar a un chino que vive sin tribulaciones. Para mí es la variante Xi, qué quiere que les diga. Total, esta gripe (pues no otra cosa es el Covid-19, salvo para los 7.500 restantes millones de personas, que piensan que la gripe es algo que curan las abuelas) surgió en el país de la milenaria cultura tiempo ha fenecida.







sábado, 27 de noviembre de 2021

Post Crónica 11: Covidiotas y hechos probados

Real Academia Española. Diccionario histórico de la lengua española. Covidiota: persona que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la covid.

Yo pienso que un covidiota es otra cosa, pero a mí no me han preguntado. 

Veamos lo que dicen algunos expertos en respaldo del concepto:

  • Pier Luigi Lopalco (epidemiólogo italiano): "Que esta Navidad no se invite a familiares y amigos no vacunados". Pero el año pasado sí tuvimos trato con quienes no estaban vacunados porque, sencillamente, no había vacunas. ¿Por qué este año hay riesgo y el año pasado no lo había si se tomaban las precauciones debidas? 
  • Luis Enjuanes (virólogo español): "Que la Seguridad Social no atienda a los no vacunados". Tampoco debería atender la Seguridad Social a los pacientes de cáncer de pulmón por haber fumado y quienes tengan esguinces por haber jugado al tenis.
  • Miguel Sebastián (ex ministro y economista español): "El que está vacunado también puede transmitir el covid. Eso es correcto. Pero (con el pasaporte Covid) se trata de hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar". Luego se admite que los vacunados pueden seguir contagiando y se concluye que el peligro son los no vacunados. Curioso. Y si la finalidad de las vacunas no es impedir el contagio sino en atenuar los síntomas, ¿de dónde viene el miedo a ser contagiados? ¿No habrían de ser los no vacunados quienes más activamente adoptasen precauciones? 

Si atendemos a lo que han publicado algunas instituciones científicas al respecto de todo lo anterior, parece incuestionable que los vacunados no habrían de constituirse en representantes del miedo:

  • The New England Journal of Medicine publicó el 11 de febrero de 2021 un minucioso estudio cuyas conclusiones consistieron en que "la presencia de anticuerpos IgG está asociada a una reducción notable de reinfecciones por SARS-CoV-2 al menos durante seis meses" y "las reinfecciones de SARS-CoV-2 han sido muy pocas, la mayoría de ellas tras una primera infección asintomática o leve, lo que sugiere que pasar la enfermedad provee inmunidad contra la reinfección en la mayoría de las personas".
  • Cold Spring Harbor Laboratory publicó el 11 de octubre de 2021 un estudio que concluye que "los datos sugieren que la inmunidad antiviral específica, especialmente las células de memoria B en personas que hayan padecido la covid-19, es muy duradera y de alta intensidad durante al menos de seis a ocho meses".
  • The Lancet ha publicado el 8 de noviembre un artículo compendiador de numerosos estudios biológicos, epidemiológicos y clínicos que evidencian que quienes han pasado la enfermedad tienen bajos índices de reinfección, reduciéndose entre un 80,5 y un 100% el riesgo de contraer nuevamente la enfermedad.  
  • La Cleveland Clinic ha demostrado que la incidencia covid en quienes no han pasado la enfermedad era de 4,3 personas por cada cien, mientras que quienes habían contraído el covid dicho índice caía al 0%. 
  • Una investigación austríaca ha evidenciado que la frecuencia de hospitalización por una segunda infección es de cinco personas por cada 14.840, es decir, un 0,03%. Y la de fallecimientos, de uno por cada 14.840, un 0,01%.

Mucho me temo que hay muchos más idiotas en este asunto del covid y que no solo hay que apuntar a quienes profesan determinadas creencias extremas (porque creencias extremas las hay en ambos lados del río).




viernes, 26 de noviembre de 2021

Post Crónica 10: La guerra que estalló del virus

Cementerios vacíos de público por la covid, no de cadáveres que son sepultados prácticamente en soledad (aunque no les importa ya, es solo dolor para los que siguen con sus vidas). Tanatorios colapsados. Residencias geriátricas convertidas en cementerios. Durante unos meses la muerte, una de las primeras manifestaciones de cualquier enfermedad vírica desconocida hasta ese momento por la humanidad, asoló implacable el planeta, pero especialmente algunos países: el nuestro el primero.

Año y medio más tarde, el plan de rescate a las economías europeas se destina, sin pudor alguno, a engordar la red clientelar del Estado, no a remediar los destrozos de la pandemia. Año y medio más tarde, el director general de la OMS sigue culpando a "la falsa sensación de seguridad de los europeos" el aumento de los contagios tras cada ola. 

Alguien pensó, ilusamente, que derrotaríamos a este virus. En realidad, infinidad de álguienes lo pensaron. La propaganda resultaba útil para reforzar la descalabrada seguridad de una población enclenque e inculta, incapaz de soportar que la gente muera de enfermedad o los volcanes erupcionen. La gripe que hasta no hace tanto tiempo causaba trescientos mil muertos al año en nuestro país, es evolución de aquella gripe española de primeros del siglo XX que se llevó por delante a cuarenta millones de personas en todo el mundo, veinte veces más que este coronavirus. Pero los refuerzos racionales no se escuchan porque vivimos sentimentalizados hasta la náusea. A mí no me apena que muera un octogenario, mucho menos un nonagenario (mi padre se quedó en septuagenario y mi madre apenas pervivió un par de años tras ser octogenaria). Me apena el dolor de sus familiares en caso de conocerlos, pero de manera limitada porque la vida es muerte y la muerte ha sido antes vida. Quien quiera drogarse con el libelo de la vida perpetua y que uno es joven hasta cuando tiene cien años porque la juventud se encuentra en el espíritu, es libre de hacerlo. Hay muchas maneras de ser estúpido en la vida, no solo en los negocios. No es estupidez pensar que las vacunas son efectivas el ciento por ciento y para siempre. Es solo incultura y se soluciona leyendo y dejando de ver a los salvados y a los que miran cómo cantan y a los cocineros máster. 

Otra evidencia más de cómo la maldad humana causa estragos en tiempos revueltos, como este, lo encontramos en las despiadadas campañas contra quienes entienden que nos están engañando a todos como a no-chinos, y en esta categoría hay muchas clases, desde el que piensa que todo es un timo, al que encuentra ilógico lo que unos proclaman y luego realizan, pasando por quien sospecha que detrás de todo se encuentra Spectra. Pero como chivo expiatorio son inexcusables y sirven tontamente al objetivo artero de los gobiernos y grupos de presión para que nadie cuestione las decisiones que toman, sean buenas o malas. 

Y mientras tanto, la gente sufre por una economía que se viene abajo, apuntalada tan solo por los bancos centrales. Eso sí, las sedes sindicales, los separatismos y vaya usted a saber quién más, se verán regados con los fondos europeos diseñados para paliar los desastres de una guerra que antes ha servido de excusa que de lamento.



martes, 23 de noviembre de 2021

Post Crónica 9: pandemia y cambio climático, unidos en la paranoia

Uno de los fenómenos más llamativos de esta pandemia ha sido el mayoritario apoyo de la población a las medidas adoptadas por los gobiernos. Donde se aplicaron estrictos confinamientos, prohibiciones y recortes de derechos y libertades el respaldo popular fue masivo. Sin embargo, en países como Suecia, con medidas muy suaves, prácticamente recomendaciones, las encuestas también mostraron una aprobación similar. Entonces, ¿la masa aclama cualquier estrategia frente a la pandemia, sin importar cuál sea, sin capacidad de crítica? .

Una explicación advierte que la intensidad de las restricciones constituye la referencia básica que utiliza la mayoría de las personas para evaluar el peligro que entraña una enfermedad. En los países donde las medidas son extremas, la gente sobreestima el riesgo personal y muchos acaban desarrollando comportamientos paranoicos: evitan salir de casa o acercarse a nadie, desinfectan de manera compulsiva o utilizan permanentemente mascarilla incluso cuando la inmensa mayoría está vacunada. Por el contrario, donde las medidas son más laxas y focalizadas en los grupos vulnerables, la población percibe un riesgo mucho más moderado sin mostrar paranoias. Al final, en unos y otros países la mortalidad ha acabado siendo similar, pero el imaginario de la población es muy distinto y se encuentra anclado a la reacción de cada gobierno.

El confinamiento tiende a narcotizar el pensamiento racional, fomentando una extremada obsesión a eliminar los contagios a cualquier precio, aunque sean leves o asintomáticos, como si el aumento de la mortalidad en otras enfermedades, el deterioro de la salud mental, el menoscabo de la socialización, la pobreza o la pérdida de empleo fuesen problemas propios de un universo paralelo. La población apoya las medidas draconianas porque juzga la enfermedad extraordinariamente peligrosa pero, al mismo tiempo, esta percepción de riesgo extremo proviene de la radicalidad de las medidas adoptadas. Es un círculo vicioso que convierte las restricciones en la profecía que se cumple a sí misma.   

Se da la circunstancia de que, quienes así piensan, manifiestan una excesiva desmedida en sus gobernantes y una alarmante carencia de criterio propio. Si supieran que los gobiernos no se han distinguido por tomar decisiones con un criterio firme y que para afrontar esta pandemia se limitaron a copiar unos a otros lo que se les ocurría a cada momento, seguramente buscarían mejores puntos de referencia para valorar el riesgo.



El miedo al Covid es de una asimetría abismal: se dispara con rapidez y se apacigua con extrema lentitud al levantarse las prohibiciones (en física este fenómeno es conocido como histéresis o persistencia). Como no hay interruptor que apague instantáneamente el pánico, la retirada de las restricciones tiende a ser muy lenta y gradual, largamente diferida en el tiempo, en parte por la reticencia del propio público, y es habitual que se produzcan marchas atrás que vuelven a avivar el miedo y a prolongar todavía más la percepción de excepcionalidad. Así, aunque la pandemia sanitaria finalice, la sensación pandémica resulta interminable.  

Todos estos mecanismos perversos operan también en las políticas para combatir el cambio climático. Cuanto más radicales, costosas y perjudiciales son dichas políticas, cuanto más onerosos los acuerdos internacionales, más monstruosas parecen las consecuencias del calentamiento en la fantasía del público. Y más unidimensional se vuelve su percepción. La crisis energética, las tarifas eléctricas desmedidas o el estancamiento económico parecen pertenecer, de nuevo, a otro universo distinto, desconectado, completamente eclipsado por la amenaza del apocalipsis climático, una profecía que también posee su propia pasarela de santos y videntes.

Ni la pandemia ni el cambio climático han sido afrontados de manera racional sino impulsiva. Ha predominado una visión parcial y dogmática que solo acepta un único camino, desdeñando los daños colaterales que las medidas pudieran causar. Esta fijación obsesiva de los gobiernos en un único propósito, ya sea la eliminación de los contagios a cualquier precio o la cancelación absoluta de las emisiones de carbono, impide abrir la mente a otras alternativas que podrían ser más adecuadas para la sociedad. Y lo cierto es que la realidad siempre permite siempre varias opciones y escuchar varios puntos de vista favorece la vía racional. Así, la decisión de confinar a la población basándose en los consejos de famosos epidemiólogos ha acarreado consecuencias sociales devastadoras en prácticamente todo el planeta, porque las restricciones rebasan ampliamente los conocimientos de tales expertos. Los epidemiólogos quizá comprendieran la dinámica de los contagios, pero desconocían la magnitud de los daños y sufrimientos que causan los confinamientos que aconsejaban: incremento de otras mortalidades, aumento de los trastornos mentales, deficiente aprendizaje de los niños, retroceso de las libertades, deterioro de la convivencia, incremento de la pobreza y del desempleo. El británico Neil Ferguson emprendió una campaña activa a favor del encierro ejemplificando que “a quien solo tiene un martillo… todo le parecen clavos”. Parece obvio señalar que un experto solo en contagios no está capacitado para decidir alegremente sobre la paralización de toda la sociedad. Pero es lo que ha sucedido.   

Este mismo planteamiento se aplica al cambio climático. Con unos postulados más propios de una religión laica que de la ciencia, donde todos los postulados han de estar sometidos a una falsabilidad constante, las medidas solo contemplan una vía para la salvación: cambiar no solo las fuentes de energía sino también la conducta ciudadana, dirigiendo la sociedad hacia un nuevo puritanismo donde no caben viajes aéreos o consumo de carne, todo ello con el objetivo único de eliminar la emisión de carbono a marchas forzadas, sin considerar que los enormes recursos utilizados podrían aportar mayor bienestar si se dedicaran a paliar las posibles consecuencias del cambio de temperatura. Es necesario abrir la mente a opciones alternativas y compararlas rigurosamente entre sí. Porque un experto solo en clima no puede decidir alegremente el rumbo que debe tomar la humanidad, por muy apocalípticas que sean las predicciones de sus modelos matemáticos.  

La conclusión es que existe un fuerte obstáculo para el triunfo del enfoque racional: esta pandemia ha mostrado lo fácil que resulta manipular las emociones. Los políticos han descubierto que no es necesaria la discusión o el debate (de hecho, alegremente han paralizado o minimizado sus responsabilidades parlamentarias). 

Post Crónica 8: La solución se encuentra en el hemisferio sur

(Adaptación de un artículo aparecido en el Independent el pasado 19 de noviembre de 2021)

En un concurrido mercado de un barrio pobre a las afueras de Harare, cientos de personas sin mascarilla se empujan para comprar y vender frutas y verduras. En Zimbabwe el coronavirus está siendo relegado rápidamente al pasado: ya han regresado los mítines políticos, los conciertos y las reuniones en el hogar. Declara una paseante: "El COVID-19 se ha ido. ¿Cuándo escuchó por última vez de alguien que haya muerto de COVID-19? La mascarilla es para proteger mi bolsillo porque la policía exige sobornos si no me muevo con una". 

A principios de la semana 46 de 2021, Zimbabue registró solo 33 nuevos casos de COVID-19 y cero muertes, en línea con una caída reciente de la enfermedad en todo el continente, donde los datos de la Organización Mundial de la Salud muestran que las infecciones han disminuido desde julio.

Cuando apareció el coronavirus por primera vez el año pasado, los funcionarios de salud temían que la pandemia se extendiera por África y matara a millones de personas. Aunque todavía no está claro cuál será el costo final de la COVID-19, ese escenario catastrófico aún no se ha materializado ni en Zimbabwe ni en gran parte del continente africano. Los científicos enfatizan que obtener datos precisos del coronavirus, particularmente en países africanos donde la vigilancia irregular, resulta extremadamente difícil, y advierten que las tendencias decrecientes del coronavirus podrían revertirse fácilmente.


Pero hay algo misterioso que está sucediendo en África y es justamente lo que desconcierta a los científicos. Según Wafaa El-Sadr, presidente de salud global en la Universidad de Columbia, "África no tiene vacunas ni recursos para combatir el COVID-19, a diferencia de Europa y Estados Unidos, pero le está yendo mejor".

Menos del 6% de las personas en África están vacunadas. Durante meses, la OMS ha descrito a África como "una de las regiones menos afectadas del mundo" en sus informes semanales sobre pandemias. Algunos investigadores dicen que la población más joven del continente (la edad promedio es de 20 años frente a los 43 años en Europa occidental) y sus tasas más bajas de urbanización, así como la tendencia a pasar gran parte del tiempo al aire libre, puede haber evitado a África los efectos más letales del virus. Varios estudios están investigando si podría haber otras explicaciones, incluidas razones genéticas o exposición a otras enfermedades. Christian Happi, director del Centro Africano de Excelencia para la Genómica de Enfermedades Infecciosas de la Universidad Redeemer en Nigeria, afirma que las autoridades están acostumbradas a frenar los brotes incluso sin vacunas y existen extensas redes de trabajadores comunitarios para la salud. "No siempre se trata de la cantidad de dinero que tenga o de lo sofisticados que sean sus hospitales".

Devi Sridhar, presidente de salud pública global de la Universidad de Edimburgo, afirma que los líderes africanos no han recibido el crédito que merecen por actuar con rapidez, citando la decisión de Mali de cerrar sus fronteras antes de que llegara el COVID-19. "Creo que hay un enfoque cultural diferente en África, donde estos países se han acercado a COVID con un sentido de humildad porque han experimentado plagas como el ébola, la poliomielitis y la malaria".

En los últimos meses, el coronavirus ha golpeado a Sudáfrica y se estima que ha matado a más de 89.000 personas, con mucho la mayor cantidad de muertes en todo el continente. Pero por ahora, las autoridades africanas, si bien reconocen que podría haber brechas, no informan de un gran número de muertes inesperadas que podrían estar relacionadas con COVID. Los datos de la OMS muestran que las muertes en África representan solo el 3% del total mundial. En comparación, las muertes en las Américas y Europa representan el 46% y el 29%.

En Nigeria, el país más poblado de África, el gobierno ha registrado casi 3.000 muertes hasta ahora entre sus 200 millones de habitantes. Estados Unidos registra muchas muertes cada dos o tres días. Estos bajos números hacen que nigerianos como Opemipo Are, 23 años, de Abuja, se sientan aliviados. "Dijeron que habría cadáveres en las calles y todo eso, pero no pasó nada de eso". Oyewale Tomori, un virólogo nigeriano que forma parte de varios grupos asesores de la OMS, sugirió que África tal vez ni siquiera necesite tantas vacunas como Occidente. Es una idea que, aunque controvertida, se está discutiendo seriamente entre los científicos africanos, y recuerda la propuesta que hicieron los funcionarios británicos en marzo pasado de permitir que COVID-19 infecte libremente a la población para desarrollar inmunidad.

lunes, 2 de agosto de 2021

Post Crónica 7: el Covid y la estrategia del miedo

La humanidad ha sufrido muchas pandemias; pero ninguna como la presente. Y no por la gravedad, sino por la singular manera de afrontarla. Desde la desaparición del telón de acero, Europa no había contemplado semejantes trabas a la circulación, incluso dentro de un mismo país. Ni el mundo tal supresión de derechos y libertades. En algunos lugares, como Australia, han llegado a amenazar con penas de cárcel a los ciudadanos que deseaban regresar a su propio país.

El presente desatino comenzó de forma improvisada con la aplicación de unas ideas novedosas, insólitas, impulsadas por grupos de expertos que señalaron la eliminación del virus como objetivo primordial. Al precio que fuera. Si antaño preocupaban los enfermos, hogaño el foco se desplazó al número de positivos (contagios), asintomáticos o no, algo desconcertante pues el riesgo de muerte por Covid de una persona de edad avanzada es mil veces superior al de una persona joven y sana. Pero la mística del PCR condujo a sumar ambos casos por igual, sin un tratamiento diferencial.

Librarnos definitivamente del virus parece un plan muy atractivo. Pero en la práctica desemboca en una perpetua búsqueda de un ilusorio El Dorado, una coartada para mantener indefinidamente las restricciones ante cualquier atisbo de un indicador que se descontrole. El virus ha venido para quedarse. Mucho más eficiente es adaptarse a él, vacunar a la población, crear suficiente inmunidad para que la enfermedad constituya un riesgo limitado. La perspectiva de eliminar los virus de la faz de la Tierra produce furor en ciertos colectivos.

Los intentos de erradicar gérmenes y causantes de enfermedades comenzaron en los años 50 del siglo XX, resultando todos infructuosos. Pero en 1980 tuvo lugar un éxito inesperado, el único hasta hoy: la erradicación del virus de la viruela. El director de la campaña, Donald Henderson, explicó que el virus reunía todas las condiciones favorables: no poseía reservorios animales, la enfermedad cursa siempre con síntomas perfectamente identificables, sin necesidad de pruebas, y existía una vacuna transportable sin refrigeración al lugar más recóndito, que garantizaba una inmunidad al 100% de por vida (obsérvese que el SAR-COV-2 no posee ninguna de estas cualidades).

Henderson declaró que no veía en el horizonte ningún otro germen susceptible de erradicación, que consideraba más razonable minimizar los daños de las enfermedades pues cualquier estrategia demasiado agresiva podría “comprometer los derechos humanos”. Había dado en el clavo: no es razonable intentar eliminar un virus si los daños causados a la sociedad van a ser superiores a los beneficios; mucho menos si la probabilidad de éxito es casi nula. También advirtió que aceptar acríticamente modelos matemáticos que no consideran los efectos adversos de las intervenciones públicas, “podría transformar una epidemia perfectamente manejable en un desastre nacional”. Henderson falleció en 2016 sin poder comprobar que sus temores estaban muy bien fundados. Mientras tanto, el éxito de la viruela había desencadenado una fiebre del oro, un hervidero de expertos buscando su propia mina, proponiendo a la OMS un sinfín de gérmenes como objetivo. Eliminar microorganismos se convirtió en una obsesión, sin considerar los costes económicos, sociales o políticos que podría generar cada intento. Quizá el atractivo de pasar a la historia como salvador de la humanidad se había tornado irresistible.

La gran mentira de esta pandemia ha sido pregonar que los confinamientos, las exageradas restricciones y el objetivo de suprimir el virus eran todas ellas medidas avaladas por la ciencia. Esto es absurdo: la ciencia no señala cuáles son las mejores políticas, ni establece fines, ni mucho menos sustituye a los ciudadanos en la toma de decisiones. Aunque algunos expertos esgrimieron la autoridad de la ciencia, sus propuestas no eran otra cosa que su opinión personal. Resultó fácil convencer a ciertos colectivos y vender esta idea a una sociedad infantilizada, sin principios sólidos, que detesta cualquier riesgo, busca la seguridad antes que la libertad y acepta difícilmente la existencia de la enfermedad y la muerte. Un recurso clave fue la difusión del miedo, pero también la construcción de un relato coherente con el imaginario del mundo actual, que conectase con las carencias de la gente y encajase en los mitos predominantes. Detrás de la fachada científica, los apóstoles del “Covid cero” predicaron sutilmente un relato del Apocalipsis cuya principal clave no era tanto el cataclismo, la penitencia, como “el día después”, el luminoso amanecer de la “nueva normalidad” donde “saldremos más fuertes”, aun con menos pertenencias, en un mundo más sostenible, más ordenado.

Muchas de las medidas adoptadas, y gran parte de las reacciones de la masa, son incoherentes, contradictorias. La percepción del riesgo ha acabado adquiriendo un fuerte componente moral. Escandaliza ver jóvenes celebrando en las calles, víctimas de una cepa muy contagiosa aunque poco mortífera. Muy pocos se rasgan las vestiduras por ayudar a una anciana vecina a subir la pesada compra, aunque este acto implique un riesgo infinitamente superior. El virus se contagia exactamente igual a cualquier hora, pero las actividades nocturnas escandalizan mucho más, quizá por considerarse más lúdicas y pecaminosas. De ahí los toques de queda que desesperadamente solicitan muchos prebostes.

Hay que desoír y rechazar con energía los cantos de sirena de quienes, por motivos diversos, van pregonando el Armagedón para mantener indefinidamente las medidas restrictivas. Una vez vacunados prácticamente todos los vulnerables, tal como ocurre en Europa, EEUU y otros países, la letalidad decae drásticamente hasta equipararse a la de otros gérmenes que conviven cotidianamente con nosotros. Si antes ya eran exageradas, las restricciones Covid constituyen ahora un sinsentido. Las mejores precauciones corresponden a la acción voluntaria y responsable de los ciudadanos.

Si algo ha demostrado este cataclismo es que la libertad y los derechos fundamentales no están garantizados en Occidente. Las convenciones que sostenían nuestros derechos y libertades han saltado por los aires a la primera arremetida del pánico. Aprovechando el temor de la población, las autoridades han rebasado ampliamente los límites que el sistema democrático establece para evitar que el poder se ejerza de manera tiránica o despótica. Se ha creado un gravísimo precedente.



sábado, 13 de marzo de 2021

Post Crónica 6: posiblemente esto se vaya acabando

Si usted observa el siguiente gráfico de incidencia del virus en varios países (señalados a la derecha), seguramente quede desconcertado:


Vayamos por partes. Hace un mes se alcanzó en Europa el pico de lo que se ha dado en llamar tercera ola de la pandemia. En la mayor parte de los países europeos se distinguen a la perfección tres picos: el primero entre marzo y abril de 2020, el segundo entre septiembre y octubre de 2020 y el tercero entre diciembre 2020 y enero 2021. Desde mediados de enero en todos los países de Europa los contagios empiezan a caer y las muertes, que van desacopladas con una semana de retraso, inician su descenso una semana más tarde.


Como se observa, en España, Francia o Reino Unido se han dibujado tres olas con similar cadencia. Alemania solo ha sentido dos olas, siendo un caso un tanto especial. 

Otro caso especial es Suecia, donde directamente decidieron elegir la inmunidad de grupo en lugar de los confinamientos masivos. En este país la segunda ola ha sido más prolongada y repuntó tras las navidades, pero sus cifras son mejores que en otros países sometidos a enclaustramientos e inmovilidad severos.

En países de menor tamaño se observa una primera ola suave, apenas perceptible, una segunda más fuerte y, en ciertos casos, como en Portugal, una tercera devastadora.


Grecia es caso aparte. No sufrió primera ola apenas, y la segunda y tercera son de mucha menor importancia que en países más ricos de su entorno.


En Irlanda la tercera ola ha sido muy dura, mientras que la primera y la segunda fueron suaves. 


En Italia más que de tres olas se puede hablar de dos. La segunda arrancó a mediados de octubre, tocó techo en noviembre y, desde ese momento, ha ido cediendo con ciertos leves repuntes.


En Estados Unidos la tercera ola ha sido mucho más duradera, pero igualmente el descenso de incidencias está siendo muy acusado.

Canadá, su país vecino al norte, observa el mismo comportamiento pero con números mucho más bajos.

Vayamos con Asia. Con los dos grandes y el surcoreano. India no tiene motivos para vivir bajo el estrés que impera en Occidente.

Corea del Sur lo tiene todo bien controlado.

En China, donde todo comenzó, la gráfica lineal comparativa apenas aporta información.

Sus buenos datos, de creérnoslos, porque ya sabemos cómo se las gasta el gigante asiático con la información, solo son perceptibles en la escala logarítmica.

Y en Latinoamérica miren lo que sucede:



Por decir algo, diríase que viven en una primera ola iniciada tras el verano septentrional que todavía perdura, pero con cifras que ya quisiéramos por estos pagos. 


La tasa de fallecimientos ha pasado de ser insostenible entre abril y noviembre de 2020, a una "comodidad" inferior al 2% en la mayoría de países (excepción hecha de México).

Si diseccionamos el mundo por continentes, veremos con claridad cómo Europa y América se han llevado la peor parte. Los países pobres de Asia y África apenas han tenido motivos para creer que una pandemia demoníaca estaba empeñada en diezmar a la población humana.


Todas las tendencias que se observan en marzo de 2021 invitan a pensar que la maldición que nos asola está tocando a su fin. Desde la última semana de enero es posible observar que tanto los contagios como los fallecimientos están cayendo de manera significativa en todo el mundo. No estamos ante un diente de sierra, sino ante una caída sostenida. En contagios diarios se ha pasado de los 844.000 del 7 de enero a los 289.000 de hace una semana, lo que supone una reducción del 65% en mes y medio. Si de aquí a la segunda semana de abril este ritmo se mantiene, se habrá bajado a unos 100.000 nuevos casos diarios en todo el mundo, lo cual son cifras de hace diez meses.

Algo con ello ha de ver que la seroprevalencia sea cada vez mayor en el mundo, que es lo que tiene que suceder con las pandemias conforme pasa el tiempo. En España ronda el 10% aunque es posible que sea más alta. Encontrarse con gente que ha pasado la Covid es cada vez más habitual, especialmente en ciudades muy castigadas como Madrid, Milán o Londres. En Madrid, un estudio de seroprevalencia a mediados de diciembre la situó en el 18,5%. No es arriesgado conjeturar que una cuarta parte de los madrileños ya han padecido la enfermedad. El virus va perdiendo huéspedes en los que reproducirse y seguir contagiando.

Ya veremos qué pasa con las vacunaciones.


Post Crónica 5: razones genéticas tras la Covid-19


La COVID Human Genetic Effort ha dado a conocer los resultados de un estudio donde se trata de explicar el desconcertante problema de por qué la COVID-19 a las personas de manera muy diferente. Aunque no suele ser asunto habitual en los comentarios, es sabido que algunas personas se recuperan rápidamente del virus, otras ni siquiera saben que lo tienen, y algunas enferman gravemente e incluso fallecen. 

Al parecer, una de las razones por las que algunas personas por lo demás sanas se enferman gravemente es la presencia de puntos problemáticos desconocidos en el sistema inmunológico que obstaculizan su capacidad para combatir el virus. Según los resultados hallados en cientos de personas de distintas razas infectados con COVID-19 potencialmente mortal, un pequeño porcentaje de quienes sufren los síntomas más graves portan mutaciones raras en genes que alteran sus defensas antivirales. Otro 10% con COVID-19 grave produce "autoanticuerpos" que deshabilitan erróneamente una parte del sistema inmunológico en lugar de atacar al virus.

En todos los casos, el resultado es el mismo: el cuerpo tiene problemas para defenderse del SARS-CoV-2, el coronavirus que causa el COVID-19. La razón biológica es que no hay suficiente variedad de proteínas de señalización, los interferones de tipo I, cruciales para detectar virus peligrosos y hacer sonar la alarma para prevenir enfermedades graves.

Esta investigación ha sido dirigida desde el Instituto Médico Howard Hughes y la Universidad Rockefeller de Nueva York. El equipo de trabajo comenzó a estudiar a personas infectadas con COVID-19, particularmente adultos jóvenes, para determinar si las debilidades inherentes de su sistema inmunológico podían explicar su vulnerabilidad al virus a pesar de ser jóvenes y saludables. Con referencia a hallazgos anteriores en otras enfermedades infecciosas, el equipo científico estaba especialmente interesado ​​en un conjunto de 13 genes involucrados en la inmunidad impulsada por interferón.

En su primer estudio, publicado en la revista Science, los investigadores compararon este conjunto de genes en 659 pacientes con COVID-19 potencialmente mortal con los mismos genes en 534 personas con COVID-19 leve o asintomático. Resultó que 23 de ellos, el 3,5% de las personas con COVID-19 grave, portaban mutaciones raras en genes implicados en la producción de interferones antivirales. Esas aberraciones inusuales nunca aparecieron en personas con enfermedades más leves. Los investigadores continuaron demostrando en estudios de laboratorio que esos errores genéticos dejan a las células humanas más vulnerables a la infección por SARS-CoV-2.

El descubrimiento resultó intrigante, pero dada la rareza de las mutaciones víricas, no explicaba la mayoría de los casos de COVID-19 severo. Por ese motivo, otra de las ideas manejadas por los científicos fue determinar si resultaba cierta la hipótesis de que quizás ciertos pacientes de COVID-19 grave también carecen de interferones por diferentes razones. 

En un segundo estudio, publicado también en Science, los investigadores encontraron que 101 de 987 pacientes (más del 10%) de todo el mundo con COVID-19 potencialmente mortal producían anticuerpos rebeldes que paralizaban sus propias defensas antivirales. En el torrente sanguíneo de estos individuos se detectaron autoanticuerpos contra una variedad de proteínas de interferón. Esos anticuerpos, que bloquean la actividad antiviral de los interferones, no se encontraron en personas con casos más leves de COVID-19.

Curiosamente, la gran mayoría de los pacientes con esos anticuerpos dañinos eran hombres. Los hallazgos podrían ayudar a explicar la observación de que los hombres tienen un mayor riesgo que las mujeres de desarrollar COVID-19 grave. Los pacientes con autoanticuerpos también eran un poco mayores, con aproximadamente la mitad mayores de 65 años.

Quedan aún muchas preguntas abiertas. Por ejemplo, todavía no está claro qué impulsa la producción de esos autoanticuerpos debilitantes. ¿Puede haber más mutaciones en genes relacionados con la defensa antiviral que los investigadores aún no han descubierto? ¿Es posible que el tratamiento con interferón pueda ayudar a algunas personas con COVID-19 grave? Dicho tratamiento puede resultar difícil en pacientes con autoanticuerpos, aunque ya se están realizando algunos ensayos clínicos para explorar esta posibilidad.

Los hallazgos, si se confirman, tienen algunas implicaciones potencialmente inmediatas. Es posible que la detección de la presencia de autoanticuerpos dañinos en los pacientes ayude a identificar a los que tienen un mayor riesgo de progresar a una enfermedad grave. Los tratamientos para eliminar esos anticuerpos del torrente sanguíneo o para estimular las defensas antivirales de otras formas también pueden ayudar. Idealmente, sería una buena idea asegurarse de que el plasma convaleciente donado que ahora se está probando en ensayos clínicos como tratamiento para el COVID-19 grave no contenga esos autoanticuerpos disruptivos.