sábado, 4 de abril de 2020

Crónica 18ª. El virus que leyó la Bilblia

A causa de su desobediencia, Jonás debió emprender un viaje infernal. “Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra”. Pero Dios le ordenó: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré”. Jonás fue a Nínive, ciudad grande en extremo, de tres días de camino, donde anduvo todo un día predicando que “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida”. Jonás debió causar sensación. No solamente por predicar acerca del infierno, sino porque había pasado por el infierno en vida. Nínive, la capital del despiadado reino asirio, se arrepintió y dio un vuelco, sintiendo pesar por sus acciones y dándole la razón a Dios, quien tuvo compasión por la ciudad “donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda”.

Mientras los telediarios y toda la prensa hablan sin cesar sobre el coronavirus, en Idlib se bombardean los hospitales. Idlib: la antigua ciudad de Ebla, una importante ciudad-estado que existió alrededor del 3000 a. C., famosa por los archivos con más de 20 000 tablillas cuneiformes en sumerio; la ciudad donde se ataca a mujeres y a niños, donde hay cientos de miles de civiles atrapados en un Srebrenica multiplicado por mil; donde no hay chalecos amarillos.

Este virus ha silenciado las desgracias ajenas en el Primer Mundo porque, de repente, el Primer Mundo ha comprobado en su epidermis lo que significa padecer. Y ante este padecimiento, todo lo demás palidece. Es posible que, de nuevo, venga un Jonás a recordarnos lo que es el infierno y las consecuencias de nuestro egoísmo.


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