viernes, 24 de abril de 2020

Crónica 41ª. El virus que enloqueció a todo un gobierno

Puigdemont ha dejado de ser noticia. Desde Cataluña algunas veces llega algún disparate, como lo de que con la independencia hubiese muerto menos gente, pero nadie les hace caso, ni siquiera los suyos: por lo demás, tranquilos. Ahora las calles son del coronavirus y eso se nota. Están casi desiertas y no hay incidentes más allá de las multas iniciales a quienes salían a correr o a los paseadores de perros que exceden lo que los agentes de la ley consideran normal. Han aumentado las denuncias por violencia domestica, pero no se han producido asesinatos. Apenas se cometen delitos. Al contrario de lo que ha sucedido en el sur de Italia, aquí no se han producido asaltos a supermercados en busca de alimentos. Tampoco se ha advertido fugas masivas de capitales, tal vez porque los únicos lugares a salvo de las actuales calamitosas expectativas económicas se encuentran fuera del planeta, y hasta allí los ricos aún no han llegado (ya llegarán).

Los empresarios han cerrado sus centros de trabajo, al igual que los comerciantes han cerrado todos los negocios que el Gobierno ha considerado no esenciales. Los trabajadores se han quedado en casa y los autónomos han aceptado con resignación la ruina que se avecina. Y mientras el conjunto de la sociedad ha obedecido lo que les han ordenado, estuviese de acuerdo o no, dando ejemplo de tranquilidad y unión, el Gobierno no deja de dar una lamentable imagen de improvisación, mala gestión, confusión, impericia y desbarres cuasiontológicos. Los partidos de la oposición tratan de meter ruido, pero ya le han concedido por cuatro veces al Gobierno la concesión de poderes extraordinarios que ha solicitado, pese a que actúa con un totalitarismo digno de desconfianza.

Las estadísticas oficiales son un fracaso que aún hoy se mantiene, semblanza inequívoca de la ineficiencia del Estado. Y sin un conocimiento preciso de la situación actual, se anuncia la tan cacareada desescalada sin informar sobre su (supuesta) planificación (seguramente no exista). Seguimos a oscuras, pese a que nunca jamás hubo tantos análisis y estudios, organizacionales y privados. El coronavirus ha hecho emerger a la superficie las muy profundas deficiencias del sistema de gestión pública.

Nos comanda un Gobierno diseñado para su propia mercadotecnia, sin capacidad alguna de gestión, asunto en el que ha fracasado estrepitosamente, acumulando errores de principiante y exhibiendo un autoritarismo y una falta de respeto absoluta hacia los representantes del pueblo (el Congreso) como al resto de instituciones del Estado. Pedro Sánchez se ha creído que el Estado es él. En los libros de Historia se denomina absolutismo, y fue erradicado en el siglo XX.

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