miércoles, 29 de abril de 2020

Crónica 49ª. El virus que buscaba una vacuna en los pobres

Hace una semana, en Oxford, se efectuó un primer ensayo con voluntarios humanos para validar una vacuna contra el coronavirus. Y situaciones similares se están produciendo en otras regiones mundiales: una empres farmacéutica china ha solicitado permiso al gobierno de Pakistán para obtener voluntarios con el mismo objetivo. Existe mucho ingenio e impulso político y económico para obtener una vacuna en mucho menos tiempo del que habitualmente se requiere. Tanto como valor muestran los desinteresados voluntarios que aceptan arriesgar su salud. Lo que rechina es el uso cada vez mayor de naciones más pobres como campo de prueba para ensayar nuevos medicamentos. Lo denominan "globalización de los ensayos clínicos". Si los pobres ya trabajaban fabricando zapatos y camisas para los ricos, ¿por qué no en la fabricación de curas y vacunas?

La India es un país superpoblado con enormes niveles de pobreza, que carga con el 20% de las enfermedades que se suceden en el mundo. Su infraestructura sanitaria es lamentable pese a que cuenta con científicos capacitados y buenos laboratorios. Sin embargo, es el país pobre más elegido por las compañías farmacéuticas para realizar ensayos de medicamentos. Muchas personas pobres han sido reclutadas sin saber que participaban en experimentos. Miles murieron, aunque como no se mantienen registros, se desconoce a cuánto asciende la cifra de muertos. Los datos del gobierno hablan de casi 3000 muertes entre 2005 y 2012, pero es previsiblemente mucho mayor. Los escándalos y las decisiones judiciales conllevaron a endurecer la regulación legislativa, pero las compañías comenzaron a retirarse y el gobierno debió volver a aflojar.

India es un país donde la tuberculosis mata anualmente a 440.000 personas. Compárese esta cifra con los 220.000 fallecidos hasta la fecha por coronavirus en todo el mundo. Pese a ello, solo 0,7% de los ensayos clínicos efectuados en India están orientados a probar tratamientos contra la tuberculosis. En los niños, laa principal causa de mortandad es la diarrea, pero menos del 1% de los ensayos se refieren a infecciones gastrointestinales. Más del 12% de las pruebas farmacológicas efectuadas en la India están diseñadas para encontrar curas contra el cáncer, la mitad del número total de ensayos dirigidos a enfermedades infecciosas. Aun así, en India se investiga más los problemas de la piel y el desarrollo de cosméticos que las enfermedades infecciosas. Combatir la tuberculosis o la diarrea entrega pocos beneficios económicos a las empresas farmacéuticas, pero mucha recompensa económica en curas para el cáncer o conseguir mejores cosméticos. Por ese motivo los cuerpos de los pobres se explotan para aliviar las dolencias de los ricos.

Se espera que este año o el próximo haya una vacuna para la Covid-19. Cuando la pandemia llegue a su fin, millones de personas seguirán muriendo por falta de medicamentos básicos. Si no nos hemos tomado sus vidas en serio anteriormente, por qué íbamos a hacerlo una vez que desaparezca la devastación muy menor del coronavirus. Sucederá, con toda probabilidad, que seguiremos ignorando a los pobres y permitiendo que el beneficio empresarial tenga prioridad sobre las personas.


Crónica 48ª. El virus que no quiso pactar

De repente, el pacto dejó de existir. Fue suscrito en una reunión y permaneció vivo una semana. El pacto feneció con el anuncio del plan para desmontar las medidas adoptadas frente al coronavirus. Quizá no haya muerto, solo esté en hibernación, lo cual equivale a decir que cuando despierte será dentro de mucho tiempo: todo lo que quiera durar este invierno perpetuo que vivimos.

Reclamado por la gran mayoría de los ciudadanos, su nombre monclovita original fue rebautizado para mejor ajustarse a la reconstrucción por venir y al parlamentario nido cuya propiedad requería. Bien cortas han sido las patas de se anuncio: ayer mismo, martes 28 de abril, mientras el presidente desgranaba con (afectado) artificio y (soporífera) extensión su (confuso) plan de desescalada, no aludió ni una sola vez al pacto en el que deberían estar ya todos trabajando. Hubo un periodista que sí lo mencionó en el turno de preguntas, pero la respuesta no pudo ser más impertinente.

El Congreso solo sirve para aprobar, uno tras otro, los sucesivos estados de alarma. La oposición parlamentaria no opone resistencia y, pese a las críticas, vota a favor, por lo que hemos de colegir que están de acuerdo en el fondo aunque discrepen en las formas. Y ello pese al ninguneo que supone no haber consensuado ni una sola línea el texto del mencionado plan con el resto de fuerzas parlamentarias o ni tan siquiera con las autonomías. Eso sí, el susodicho plan va a necesitar de cuatro prórrogas más que deberán ser votadas en el Congreso. Al parecer, el Gobierno da por descontado que ningún grupo va a tener las agallas de votar en contra: sería visto por la sociedad en su conjunto como irresponsable.

Nada tan peligroso como vivir un bucle eterno de miedo. El 14 de marzo había razones justificadas para solicitar el estado de excepción (ya veremos qué pasa con la vulneración de derechos y libertades en un estado decretado de alarma). Pero mes y medio más tarde no nos encontramos en la misma situación. Entiendo las razones por las que los expertos sanitarios aconsejan continuar confinados, por supuesto, pero el ejercicio del poder es un delicado equilibrio entre muchas opiniones y una de ellas es que la crisis es grave, pero no un "global killer", no tan grave como para destruir todo el tejido social y económico lo mismo que si nos enfrentásemos a una extinción masiva. Tras mes y medio de parón, ha llegado el momento de discutir dónde nos encontramos. El tiempo del apoyo sin condiciones al Gobierno ya periclitó: duró lo que pudo durar el miedo al virus. Ahora es tiempo otra vez para la política y las negociaciones. En definitiva, es el momento preciso para que funcione ese pacto que dijeron acordar.

lunes, 27 de abril de 2020

Crónica 47ª. El virus que provocaba fatiga en el comportamiento de las personas

Padres y hijos viven juntos en casa y juntos pasan el confinamiento. Por esta razón, que no deban salir juntos a pasear el padre y la madre, juntos, con los niños que son sus hijos, es una demostración más de la idiotez que, por el barullo del virus que no saben controlar, se ha instaurado en las meninges de los pocos expertos que asesoran al Gobierno. Abundan los testimonios de policías de paisano amonestando o advirtiendo o multando a las familias que salen, todas juntas, a la calle a pasear o a dejar que los críos vayan en bicicleta o en patinete. Al igual que el dedo acusador de las redes, ese lugar tan poco sacro donde se exhiben inmundicias tales como la envidia colectiva o el fanatismo colectivo. No tardaron ni diez minutos en aparecer también las admoniciones en vídeo de sanitarios indignados por la estampida de los críos, temerosos de que se eche por tierra su esfuerzo, un esfuerzo que lleva más de cuarenta días ensalzado por la sociedad en su conjunto hasta las alturas empíreas porque, al parecer, la satisfacción por el cumplimiento de la propia obligación no es suficiente. Me parece loable que los balcones y ventanas les aplaudan cada día a la hora señalada, pero no deja de ser un homenaje simbólico, no una concesión de autoridad.

Por descontado que a un agente de policía no se le exige adecuación (a la situación) a la hora de interpretar las órdenes: solo incondicional cumplimiento de las mismas. Prevalece la homogeneidad. En un mundo ideal, las fuerzas policiales, dependientes del poder ejecutivo del Estado, sabrían sortear con inteligencia las siempre embarazosas aplicaciones de las órdenes escritas, por cuanto lo escrito no constituye nunca un sistema autosuficiente sino limitado (limitaciones son el talento de quien escribe, la extensión de lo escrito y la claridad y tino del mensaje). No es lo mismo que discurra una familia por una plaza sin distancia física entre sus integrantes (al fin y al cabo, en su casa no la hay) que dos o tres familias, cada una de las cuales es en sí misma un foco de contagio para las restantes. Parece de cajón. Pero, por lo visto, no lo es. Hay muchas cuestiones extrañas en esto del confinamiento y todas tienen su origen en las continuas vacilaciones del Gobierno, que es quien escribe las órdenes con escasa claridad, menos talento y, en demasiadas ocasiones, insufrible gramática.

Por descontado que las escenas de gentío en los paseos costeros de las ciudades o formando corrillos en los parques son impropias. Pero no por ello los adultos que las protagonizan son irresponsables. Primero, se les puede exigir responsabilidad. Y segundo, es absurdo pensar que a estas alturas de la crisis coronavírica un adulto no esté suficientemente bien informado de lo que sucede como para no haber meditado bien las consecuencias de lo que sucede si forma un corrillo. Nuevamente sobran las admoniciones: qué afición tienen muchos por impartir doctrina y proclamar lo impío de las decisiones humanas. La gente no es irresponsable: está cansada, fatigada. El hartazgo conduce a cometer errores.

Muchos siguen viendo a la Covid-19 como la enfermedad que ha de acabar con la especie humana a la mínima ocasión que desfallezcamos y se rompa la solidez de nuestras cuarentenas. Debe de ser que, cuando se habla de la poca información médica contrastada (segura) que se conoce, el resultado invariable es que todo lo oculto esconde una realidad muchísimo peor de la que estamos viviendo. Sin importar lo que las estadísticas reflejen (parece que, total, como las metodologías de toma de datos viven en constante vaivén, todos los análisis están mal y ninguno cuenta las cosas). Pero la gente atiende a las noticias, a las homilías presidenciales y hasta a las nefastas ruedas de prensa de un médico muy inteligente y capaz y de relumbroso expediente llamado Fernando Simón (qué nefasto es dedicarse hacer algo para lo que uno no se encuentra preparado).

La ciencia del comportamiento analiza cómo toman decisiones las personas en el mundo real. Una de sus tesis es el impacto que produce la forma de presentar opciones o alternativas. La estrategia de inmunidad colectiva como respuesta a la Covid-19 trata de retrasar el riesgo de fatiga conductual con el confinamiento. Las restricciones solo se pueden implantar por un corto plazo de tiempo y desde este punto de vista es preferible el distanciamiento social. Sin embargo, la evidencia empírica sobre intervenciones conductuales en una crisis como la presente es aún muy limitada. La ciencia del comportamiento en lo que respecta a las pandemias solo se refiere de manera leve a la evidencia de que extender el bloqueo conlleva un aumento gradual del incumplimiento. Pero es suficiente: aunque la fatiga conductual sea un concepto nebuloso, las nubes del hartazgo existen y son las que hemos comprobado el primer día que se ha permitido salir a los niños.


Crónica 46ª. El virus que deseaba un mundo mas cooperativo

Sucedió en China, pero hubiera podido ocurrir en cualquier parte. De repente, como siempre suceden las eventualidades microscópicas que a nuestro entendimiento macroscópico escapan, un virus surge sin previsión. Para ser una situación capaz de producir el apocalipsis según muchos expertos, tan cierto como que todos los estados le dedican unas cuantas líneas en sus políticas y planes de emergencia, la reacción es lenta, tardía e insuficiente. No conviene olvidar que quienes han de reaccionar a estas circunstancias extraordinarias no son los ciudadanos, que disponen de una inercia intensa contra todo aquello que venga a modificar el status quo. Han de reaccionar los expertos independientes que configuran los equipos de emergencia y que informan a los gobiernos para que tomen decisiones. Hablamos de un virus (tampoco hay mucho más ahí fuera), pero es algo análogo a las amenazas terroristas o climáticas. Los gobiernos implementan soluciones con independencia del malestar que puedan originar en la ciudadanía, siempre en aras del bien común. Uno de los problemas más graves es el de la sobrerreacción, capaz de originar tanto desastres como escepticismos: una circunstancia con la que la OMS se encuentra muy familiarizada porque acostumbra a reaccionar ante cada una nueva modalidad de gripe alertando de los millones de personas que pueden fallecer en el planeta. Algo así (millones de muertos) sucedió en 1918 y en 1957, no ha vuelto a suceder nunca más, ni en el caso de la gripe A, ni tampoco en este más grave de la Covid-19.

La cuestión es que, en lugar de identificar rápidamente el patógeno, cerrar las fronteras, lanzar una campaña intensiva para erradicar el virus y asegurarse de que los infectados no abandonen el país, China respondió tibiamente y con el acostumbrado cierre ideológico, persiguiendo a los médicos que alertaban de lo que estaba sucediendo (que es su obligación) y mostrando más inquietud por la imagen que pudieran transmitir que por contener al patógeno. La humanidad se hubiese salvado si China hubiese actuado correctamente. Es un país donde viven 1.400 millones de personas y que cuenta con comunicación continua con el resto del planeta. Casi todos los escenarios de riesgo epidémico definidos por la OMS y otros organismos pasan por el gigante asiático. Si hay un lugar donde los protocolos de emergencia sanitaria han de ser tan precisos como una sala blanca de microtecnología, ese lugar es China. Los países circundantes, como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong o Singapur, por su proximidad con Pekín, están obligados a disponer de similares medidas de contención patógena y ser capaces de identificar rápidamente a las personas infectadas, rastrear a las personas potencialmente infectadas por contacto con los primeros, comprobar cada uno de los casos y confinar a los portadores del virus hasta detener por completo su propagación. Análisis, rastreo, aislamiento: la clave de la salvación.

La realidad es que el SARS-COV-2 escapó no solo de las intervenciones de la salud pública del gobierno chino, sino también de la red de la información veraz y precisa debido a la maldita obstinación de los políticos por minimizar todo aquello negativo que pase dentro de sus fronteras. Por todo ello se extendió hacia todo el planeta. Mientras el resto de gobiernos buscaban respuestas, o tal vez preguntas para decidir a favor o en contra de una situación de emergencia que, por la información proveniente de China, no acababa de parecer alarmante, el virus avanzó silenciosamente por la población mundial, infectando, hospitalizando y matando a la gente. El virus es peligroso porque se propaga como un resfriado o una gripe, incluso a través de personas asintomáticas, y obliga a hospitalizar a una proporción no despreciable de los infectados (en torno al 5%). De entre los hospitalizados, el 30% acabará en cuidados intensivos y alrededor del 1% morirá, especialmente los mayores de 65 años. Se desconoce el porcentaje de población que ha estado expuesta al virus debido a la ausencia de pruebas confiables de anticuerpos.

Si nos encontramos ante una amenaza planetaria, lo lógico y razonable es que los gobiernos de todo el mundo fuesen capaces de acordar, juntos, un plan de erradicación del virus. Pensar globalmente, actuar localmente. Sin embargo, lo que se está observando son muchas reticencias por parte de los países a cooperar entre sí y nos encontramos en un estadio muy avanzado de la situación como para pensar que ahora mismo proceda ese tipo de colaboración.

Con toda la maquinaria médica y farmacológica trabajando a destajo en encontrar un tratamiento adecuado y una vacuna que provea de la tan deseada inmunidad de grupo, es factible pensar que lo países impondrán durante todo 2020, y una parte de 2021, medidas especiales para ralentizar la propagación del virus. La primera oleada ha pillado a muchas naciones sin capacidad sanitaria suficiente para tratar a los infectados. Ahora mismo es una incógnita determinar cuántas muertes hubieran podido evitarse en caso de disponer de algo mejor que las escleróticas capacidades sanitarias de España, Italia o Bélgica. El hecho de que en estos países el número de muertos por millón de habitantes sea mucho mayor que en el resto, prueba en gran medida que llevan muchas décadas sacando pecho por nada. Por descontado, las medidas especiales antes aludidas pasan por el confinamiento de la población bajo ciertas condiciones, algo que supone enormes costos económicos y sociales. Desempleo masivo, aumento de la pobreza y descontento generalizado son solo algunas de las consecuencias. En muchos países las personas morirán por las consecuencias del bloqueo y no por el virus.

Algo en lo que todos los países parecen estar de acuerdo es en la necesidad de efectuar pruebas masivas para identificar a los portadores del virus y rastrear a los posibles contagiados. Sin embargo, en ausencia de colaboración eficaz a nivel planetario, dada la enormidad de recursos que involucra, esta planificación a gran escala no parece efectiva. Y en este sentido, casi resulta más lógico trabajar en arreglar la situación actual y, al mismo tiempo, progresar en la prevención de la Covid-19. Algunos desbarres de protagonistas tan lenguaraces como el inefable Donald Trump y su recomendación de ingerir desinfectantes, muy en el fondo van por ahí: lo de beber lejía es una demostración del popular dicho "oyen campanas repicar y no saben dónde".

El equilibrio entre salud pública, economía y sociedad es frágil. Nunca más que ahora los gobiernos son tan dependientes entre sí y, sin embargo, abundan las rencillas, insolidaridades y suspicacias , como las protagonizadas por los Estados de la Unión Europea, que en teoría disponen de suficiente burocracia e infraestructura para trabajar unidos. Una de las batallas (ahora que gusta tanto equiparar al virus como a un enemigo bélico) está en desarrollar con rapidez las herramientas farmacológicas necesarias para tratar el virus (vacunas, antivirales, diagnósticos) y fabricarlas en dosis suficientes. Esta es una cuestión estrictamente técnica, primero, y de fabricación y comercialización, después, para la que el mundo se encuentra suficientemente capaz, aunque se tarde más de lo deseado. La segunda batalla es local, en sentido estricto, y la dirimen o dirimirán los gobiernos ante sus ciudadanos, muy cómodos los primeros a la hora de actuar como dictadores durante la emergencia, por cuanto sería indeseable un retroceso en lo concerniente a garantías, libertades y derechos de los segundos. La última batalla es la económica, y de nuevo va a requerir que se alcancen acuerdos a nivel planetario. Ahora mismo todas las voces son negativas, lo que demuestra el agrado que sienten los economistas y expertos monetarios en pronosticar el apocalipsis, no en urdir estrategias para librarnos de él.

domingo, 26 de abril de 2020

Crónica 45ª. El virus que se tomó un descanso para atacar al Estado desde dentro

En medio dela gran crisis sanitaria, el vicepresidente segundo de este Gobierno ha tenido a bien opinar respecto de la sentencia dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en la que condena a una diputada de la Asamblea Regional de Madrid como autora de un delito de atentado, otro de daños y una falta de lesiones.

Recordemos por un momento lo que ha quedado probado según sentencia, entre otras cosas. La mencionada diputada de la Asamblea de Madrid prodigó los siguientes insultos a una agente de policía: "puta, hija de puta, zorra, cocainómana, que os folláis a los policías, si tuvieras un hijo con una pistola tendría que pegarte un tiro en la cabeza". Es admirable lo bien que se expresan algunos diputados de la Asamblea de Madrid. Qué dominio de la finura dialéctica, de la expresión sutil y contenida; qué gracejo al momento de describir a quienes protagonizan una situación; qué comedimiento en las formas y qué admirable demostración de autocontrol. 

La literalidad de la opinión vertida por el vicepresidente segundo en Twitter, lugar maravilloso donde uno encuentra el conocimiento y la sabiduría en la boca de los demás, es la siguiente: "Las sentencias se acatan (y en este caso se recurren) pero me invade una enorme sensación de injusticia. En España mucha gente siente que corruptos muy poderosos quedan impunes gracias a sus privilegios y contactos, mientras se condena a quien protestó por un desahucio vergonzoso". No podía ser menos, muchos han aplaudido estas palabras, tanto los acólitos del opinador como los defensores de la diputada quien, por si alguien no se ha percatado aún, no tuvo un juicio al uso al disponer del privilegio procesal del fuero. 

La Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha respondido con una declaración en la que rechaza estas manifestaciones y la sospecha respecto del proceder judicial que en ella se adivinan. Ninguno de los ministros del Gobierno que son jueces de profesión y, en su momento, miembros del CGPJ ha alzado la voz en queja por la actitud del vicepresidente segundo.

Se puede criticar las resoluciones judiciales. Todos deberíamos hacerlo. Es algo innato a la libertad de expresión. Otra cosa es que resulte procedente hacerlo desde uno de los poderes del Estado y tergiversando el contenido de la resolución, cosa que parece también improcedente. El vicepresidente da a entender en su mensaje que la diputada ha sido condenada por tratar de impedir un desahucio. Y no es así. Ha sido condenada por dos delitos y una falta. Pero remitirse a la realidad no interesa, no interesa nada. Especialmente para los correligionarios y seguidores del partido político del vicepresidente segundo, todos ellos expertos en escraches e impedir hablar en las universidades a quienes no son como ellos. 

Ignoro si el desahucio al que se refiere el vicepresidente segundo es vergonzoso o no, pero desde luego que sí lo es insultar a la policía cuando ejecuta una orden judicial, evento en el que hubo no solamente insultos: también dos heridos. La sentencia se puede recurrir, pero no se puede recurrir el agravio, el insulto ni el tuit.



Crónica 44ª. El virus que desconfiaba de las personas

Deberíamos estar prestando mucha atención a Suecia. El viernes registró 821 nuevos casos de coronavirus y 131 muertes más, hasta un total de 17.500 casos positivos y 2.150 muertes. ese mismo viernes, el epidemiólogo Anders Tegnell, quien se sitúa al frente de la acción del Gobierno nórdico frente al coronavirus, en una entrevista con BBC Radio 4 se mantuvo firme en su estrategia de no inducir al país a un confinamiento y parálisis severas como en España, Italia, Francia y muchos otros países en Europa. Por descontado, ha recibido muchas críticas por ello. En Inglaterra, los respetados epidemiólogos  Chris Witty y Patrick Vallance, asesores de Boris Johnson, hubieron de dar marcha atrás a la aplicación de una táctica similar. En España tenemos a don Simón...

Según Tegnell, un confinamiento más severo no salva vidas. En Suecia, la mitad de los fallecimientos por coronavirus se producen en residencias de ancianos y en los hogares. Desde el Gobierno sueco se justifica el aumento de casos a que se están realizando más pruebas a médicos y pacientes. 

Mientras tanto, en nuestro país seguimos discutiendo cómo se va a gestionar que los niños salgan a la calle desde hoy, domingo 26, o la gente a pasear y hacer ejercicio a primeros de mayo. Los planes para la desescalada son tan inexistentes como seguramente sean improvisados. Para un país como el nuestro, cuya economía depende en un 30% del turismo y los servicios, el cierre mantenido de la hostelería supondrá un perjuicio difícil de reconducir. Y en esas lides anda el debate, sin avanzar por la incompetencia del Gobierno, principalmente. En Suecia este debate no hace falta, las medidas de contención por la pandemia son tan laxas que no es necesario. Están prohibidas las reuniones de más de 50 personas, pero colegios, restaurantes o gimnasios siguen abiertos y sin obligación de cumplir con esa norma. Sí están prohibidas las visitas a las residencias de ancianos.  

La diferencia estriba en que el Gobierno sueco apela y confía en la responsabilidad de los ciudadanos. El nuestro, en cambio, con su política amedrentadora de informar sobre multas y denuncias por no respetar el confinamiento, se da por hecha la irresponsabilidad de los ciudadanos en cuanto se conceda algo de margen. Exactamente el mismo tipo de pensamiento que albergaba el gobierno franquista de la dictadura o cualquier otro tipo de gobierno autoritario. 


sábado, 25 de abril de 2020

Crónica 43ª. El virus que en sí mismo resultaba injustificable

Es imposible garantizar la inmortalidad, a no ser que hablemos del alma. Ni la medicina, ni la farmacia, ni mucho menos el Estado con sus leyes, pueden garantizar que la gente muera.

Hay quienes sostienen la opinión de que la actual situación de confinamiento ha de perdurar hasta que no se produzcan ni más muertes ni más contagios. Eso significa permanecer arrestados en casa hasta bien entrado el 2021. El estado de excepción (no es de alarma por mucho que lo denominen así) en que vivimos no tiene por objetivo reducir las muertes sino evitar el colapso sanitario. Hay cierta correlación, porque muchas muertes se han producido por la incapacidad de los hospitales de atender convenientemente a los enfermos. Pero, una vez descongestionados los hospitales, con la capacidad restablecida para atender rebrotes de la Covid-19 sin perjuicio de las muchas otras enfermedades existentes, no hay razón para mantener el estado de excepción.

Según el Instituto Nacional de Estadística, durante 2018 en España se produjeron casi 428.000 fallecimientos, En los 44 días que llevamos de coronavirus murieron en 2018 por otras razones 51.500 personas: entre ellas, 10.200 de neumonía y 1.175 de gripe. En 2020 han fallecido hasta la fecha 22.000 personas por coronavirus (el 80% mayores de 70 años), al margen de los decesos por otras causas. Las cifras pueden ser inferiores, pero en absoluto despreciables. La muerte habitual no nos obliga a declarar estados de alarma ni restricciones a la movilidad. Si el Gobierno quisiera evitar todas las muertes no naturales, debería decretar un permanente estado de alarma.

Debemos convivir con la muerte y asumir que esta puede alcanzarnos incluso por pandemias no esperadas ni intuidas. Las personas importan mucho, desde luego, pero ese sentimiento no es compatible con arrastrarlas a todas ellas a la pobreza y la miseria. No olvidemos que los vaticinios de que la crisis será la peor desde la Guerra Civil significa que, en el esfuerzo por luchar contra el colapso hospitalario, nos hemos dejado atrás 80 años de progreso. Que se dice pronto. Esta condena sin remedio a muchos años de desesperanza y angustia es de una estupidez que solo se puede calificar como planetaria.

Las gravísimas consecuencias del estado de excepción serán mucho peores que las sanitarias que estamos viviendo durante la pandemia. Cada día de más que se prolongue el confinamiento no es solamente un atentado estatal contra la libertad de movimiento, de reunión, de culto, de manifestación o de trabajo. Supondrá también ahondar aún más en el hoyo de depresión económica que los 44 días previos han larvado ya.

Si el Gobierno siente miedo por los muertos, más miedo debería sentir por las condiciones en que los restantes van a quedar con vida. 


Crónica 42ª. El virus que sentía vergüenza ajena

Lo peor no es que estemos viviendo una catástrofe: lo peor es ser conscientes de que la verdadera catástrofe está por venir. Y solo dista un paso (tres homilías del ínclito habitador de la Moncloa). Ahora hay enfermos: dentro de nada lo que habrá será pobres "y pobras" (¡Ah!, no, perdón que en tiempos de crisis el lenguaje inclusivo ha quedado aplazado).

Es tanta la mediocridad que se observa en los altos estamentos de un Estado incapaz, que asusta verificar un día sí y otro también, cómo la pandemia avanza sin arredrarse siquiera por lo que ellos, los de arriba, digan. Es tanta la incompetencia, y tan evidente, que los acólitos hace tiempo que exigen un verdadero ejercicio de fe. Como hacía la Iglesia en el Medievo y en otros no tan lejanos. De repente han descubierto lo deliciosa que es una cualidad del fascismo y del autoritarismo, que siempre combatieron y ahora abrazan con pasión: el monopolio de la verdad. Rosa Luxemburgo dejó dicho que "la libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa de manera diferente" poco antes de ser asesinada por los freikorps bajo mandato del presidente socialdemócrata Friedrich Ebert.

La fe en el que manda, porque sí, porque dispone de la misma infabilidad que el Papa, no sirve para cubrir la realidad de los sanitarios y enfermos muertos, ni la frivolidad con que permiten salir a los niños a la calle (no, espero, mejor que no salgan, aunque sí tal vez al supermercado, no, mejor solo a la esquina y que lleven juguetes). Exigen la fe en un Gobierno que estaba diseñado para regir una nación ya construida con todos sus mecanismos funcionando con normalidad. No para un país arrasado por la mutación de un virus que tiene de accidente natural lo mismo que yo de católico (nada). Como es lícito mentir a los votantes, ¿por qué iba a dejar de serlo cuando nos convertimos en infecciosos potenciales o simplemente enfermos? Comisiones científicas bajo secreto de Estado mediante, solo los muy ideologizados pueden tragar tanta mentira e incompetencia junta. Por eso exigen unidad y no crítica: “toca apoyar al Gobierno, por España y la ciudadanía”. ¿Por qué? Porque sí. ¿Para qué? Para sus planes secretos e inconfesables. 

Es lo que tiene vivir recluido en un castillo de hielo. El Rey visitó el hospital de campaña instalado en Ifema, tótem de la lucha contra la pandemia. El presidente Sánchez, con gran heroicidad, acudió a visitar una fábrica de respiradores en Móstoles. Agazapado en su palacio, nos sermonea cada semana son soporíferas e inútiles comparecencias televisivas. Pero está perdido: no tiene plan, ni proyecto, ni ideas. No sabe cuándo se volverá a salir ala calle. No sabe cómo acabará el curso escolar. No sabe qué hacer con el turismo. No sabe cómo reabrir los establecimientos. 

Estamos en manos de un equipo de ineptos e incapaces que por, no saber, ni tan siquiera saben organizar que los niños salgan de paseo, cuando por toda Europa los pequeños salen a los parques a jugar bajo la protección de sus padres. Gestionan mal casi todo, llegan tarde a casi todo. No se puede hacer peor: es como el perfecto manual de libro de lo que no se ha de hacer en caso de emergencia. Sin salida, sin plan y sin Gobierno. La oposición ha entregado por cuarta vez poderes extraordinarios a quien es incapaz de adoptar una sola solución plausible, salvo prorrogar hasta el infinito el actual estado de alarma. 


viernes, 24 de abril de 2020

Crónica 41ª. El virus que enloqueció a todo un gobierno

Puigdemont ha dejado de ser noticia. Desde Cataluña algunas veces llega algún disparate, como lo de que con la independencia hubiese muerto menos gente, pero nadie les hace caso, ni siquiera los suyos: por lo demás, tranquilos. Ahora las calles son del coronavirus y eso se nota. Están casi desiertas y no hay incidentes más allá de las multas iniciales a quienes salían a correr o a los paseadores de perros que exceden lo que los agentes de la ley consideran normal. Han aumentado las denuncias por violencia domestica, pero no se han producido asesinatos. Apenas se cometen delitos. Al contrario de lo que ha sucedido en el sur de Italia, aquí no se han producido asaltos a supermercados en busca de alimentos. Tampoco se ha advertido fugas masivas de capitales, tal vez porque los únicos lugares a salvo de las actuales calamitosas expectativas económicas se encuentran fuera del planeta, y hasta allí los ricos aún no han llegado (ya llegarán).

Los empresarios han cerrado sus centros de trabajo, al igual que los comerciantes han cerrado todos los negocios que el Gobierno ha considerado no esenciales. Los trabajadores se han quedado en casa y los autónomos han aceptado con resignación la ruina que se avecina. Y mientras el conjunto de la sociedad ha obedecido lo que les han ordenado, estuviese de acuerdo o no, dando ejemplo de tranquilidad y unión, el Gobierno no deja de dar una lamentable imagen de improvisación, mala gestión, confusión, impericia y desbarres cuasiontológicos. Los partidos de la oposición tratan de meter ruido, pero ya le han concedido por cuatro veces al Gobierno la concesión de poderes extraordinarios que ha solicitado, pese a que actúa con un totalitarismo digno de desconfianza.

Las estadísticas oficiales son un fracaso que aún hoy se mantiene, semblanza inequívoca de la ineficiencia del Estado. Y sin un conocimiento preciso de la situación actual, se anuncia la tan cacareada desescalada sin informar sobre su (supuesta) planificación (seguramente no exista). Seguimos a oscuras, pese a que nunca jamás hubo tantos análisis y estudios, organizacionales y privados. El coronavirus ha hecho emerger a la superficie las muy profundas deficiencias del sistema de gestión pública.

Nos comanda un Gobierno diseñado para su propia mercadotecnia, sin capacidad alguna de gestión, asunto en el que ha fracasado estrepitosamente, acumulando errores de principiante y exhibiendo un autoritarismo y una falta de respeto absoluta hacia los representantes del pueblo (el Congreso) como al resto de instituciones del Estado. Pedro Sánchez se ha creído que el Estado es él. En los libros de Historia se denomina absolutismo, y fue erradicado en el siglo XX.

miércoles, 22 de abril de 2020

Crónica 40ª. El virus que no sabía cuánto había infectado

Según el modelo de coronavirus desarrollado por la potente consultora energética Rystad Energy, hasta el 14 de abril cerca de 39 millones de personas en todo el mundo probablemente se han infectado con la Covid-19. En esa fecha, los casos reportados fueron aproximadamente 2 millones, un número que según este análisis representa solo el 5% de los casos verdaderos. Los casos reportados aumentaron respecto a la semana del 7 de abril un 5%, por debajo del 9% de crecimiento observado la semana inmediatamente anterior, y del 13% o 17% de crecimiento observado en las dos semanas también anteriores. Esta es una prueba de que la cuarentena funciona. El crecimiento ya no es exponencial, sino lineal, con 80.000 nuevos casos reportados por día en promedio y con tendencia a la baja. La gráfica muestra el número de casos (estimados y reales) y el número de fallecimientos en las semanas 15 y 16 (semana del 7 de abril y semana del 14 de abril). La semana del 15 no incluye los datos de China.



En la misma fecha, las muertes registradas a nivel mundial fueron de 125.000, un 6% superior respecto la semana del 7 de abril, y menor al crecimiento del 11%, 14% y 19% observado respectivamente en las tres semanas anteriores. Dado que el crecimiento de muertes reportadas cayó significativamente, la tasa de contacto (CR) bajo cuarentena es de 2. El modelo estima que 23 millones de personas estaban infectadas en Europa, 10,2 millones en América del Norte y 6 millones en el resto del mundo. En el escenario que se muestra en la siguiente imagen, y que tiene en cuenta todas las medidas de confinamiento implementadas actualmente, el número de casos verdaderos se aplana hacia el 1 de junio.



En España, Francia e Italia, se confirma el número de personas que necesitan unidades de cuidados intensivos (UCI) por día. La relación entre las camas UCI y la mortalidad diaria ha sido de 6, 8 y 10 para Italia, Francia y España, respectivamente. Actualmente hay 4 muertes por cada 100,000 habitantes por día en Nueva York, lo que resulta en una necesidad de cama en la UCI de 30 a 35 por cada 100.000 habitantes. España y ciertas zonas de Italia superan la capacidad media europea de 10 camas UCI por 100.000 habitantes. 


El siguiente gráfico muestra el número de fallecidos por 100.000 habitantes para cinco países europeos, de los cuales cuatro (Autria,Noruega, República Checa y Alemania) han implementado medidas de distanciamiento social bastante estrictas, mientras que en Suecia han sido más flexibles. El efecto de las medidas es muy visible: las muertes parecen haber alcanzado su punto máximo y la infección estar bajo control en los cuatro países con medidas estrictas. Suecia ha detenido el crecimiento exponencial del virus, pero ha experimentado un mayor nivel de muertes.



Alemania, Suecia, Noruega y la República Checa están planeando aflojar un poco las medidas de distanciamiento social, por ejemplo abriendo jardines de infancia y permitiendo que algunas profesiones necesarias, como los peluqueros, vuelvan al trabajo. Con pruebas exhaustivas y nuevas aplicaciones para teléfonos móviles que ayuden a efectuar seguimiento, estos países esperan seguir conteniendo la propagación del virus. Seguir el desarrollo del virus en Europa constituirá un estudio crucial para otros países que deseen volver a una actividad económica más normal.





Crónica 39ª. El virus al que no le gustaba el petróleo

La imagen global del coronavirus parece una bolsa donde todo se encuentra entremezclado. 

Varios países de Europa han conseguido controlar la pandemia y comienzan a aflojar las medidas de distanciamiento social. En Noruega, los jardines infantiles, las peluquerías y las ópticas pueden reabrir con ciertas condiciones. Planes similares se están avanzando para Austria, la República Checa y Alemania. Se anuncian pruebas combinadas con la implantación de aplicaciones de telefonía móvil para el seguimiento del virus con las medidas de confinamiento aliviadas. El monitoreo del virus en estos países, así como en China y Corea del Sur, podría servir como un estudio de caso temprano, arrojando luz sobre la duración potencial del virus y el profundidad de impacto que puede tener en la economía general.

Por otro lado, la situación en Reino Unido, Rusia y Bangladesh, así como en Nueva York y Nueva Jersey, empeora rápidamente. Lo peor aún está por venir en estos y muchos otros países. En Nueva York, las muertes diarias son ahora del 4 por 100.000, más del doble que los niveles observados en España e Italia.

El tráfico rodado global esta semana estuvo en el nivel más bajo contemplado en muchos años, cayendo un 10% adicional en comparación con la semana anterior. El número de vuelos de pasajeros disminuyó más del 90% en siete países clave y en un 58% en los EE. UU. Esto supone una destrucción de la demanda mundial de petróleo de 27,5 millones de barriles por día (bpd) en el mes de abril. La demanda de combustible para aviones probablemente alcance los 2,3 millones de bpd en mayo frente a las estimaciones previas al coronavirus, que eran de 7,3 millones de bpd.



Se anticipa un cierre masivos de los campos de producción de crudo debido a la rapidez con que se están llenando los almacenamientos. El acuerdo actual de la OPEP + contribuirá a estos cierres, pero los recortes anunciados no son lo suficientemente grandes como para asegurar el equilibrio en el mercado. Serán necesarios más cierres y llenar las reservas estratégicas de petróleo. Los productores de petróleo esperan altos precios del petróleo para 2022, pero parte de la capacidad que se va a cerrar tendrá dificultades para volver a estar en línea rápidamente cuando resurja la demanda. Además, el nivel más bajo de perforación dará como resultado un nivel de producción insuficiente para cuando se vuelvan a abrir los campos, lo que provocará una escasez de petróleo en 2022.


Crónica 38ª. El virus que le vino bien a Aramco

Durante el mes de marzo, Arabia Saudita adoptó la decisión de aumentar la producción de petróleo en respuesta a la ruptura por parte de Rusia de la mesa de negociación de la OPEP, donde se deseaba pactar un recorte de la producción. Arabia puede permitirse convivir con un bajo precio del petróleo (sus costes de producción según Rystad Energy son 9,90 dólares por barril), pero Rusia no. Con el coronavirus en aude por todo el planeta, las previsiones a muy corto plazo presuponían una fuerte caída de la demanda de crudo. Pese a ello, el principal productor de petróleo del mundo optó por inundar el mercado. 

Solo unos pocos meses antes, en septiembre de 2018, el atentado terrorista contra las instalaciones de Aramco obligó a interrumpir la producción del reino Saudí y a tirar de reservas para hacer frente a compromisos. Al mismo tiempo, en plena guerra comercial entre Estados Unidos y China, el presidente Trump trataba de mantener controlado el precio del petróleo controlado. Para ello, la industria del petróleo de esquisto estadounidense bombeaba sin cesar para contrarrestar los recortes de la OPEP y aumentar la oferta, mientras acusaba a su aliado y competidor, Arabia Saudita, de mantener de forma artificial los altos precios del barril de crudo.  

La Casa Blanca había aplicado medidas de reestructuración de deuda en un sector, el del petróleo de esquisto, que solo es rentable por encima de los 50 dólares por barril. Estaban las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina y necesitaba que la economía funcionase perfectamente. Lo que hizo fue hinchar una burbuja que tarde o temprano estallaría.

Y la burbuja ha estallado, pero por donde no se esperaba. El colapso de la demanda tiene su origen en una pandemia mundial imposible de prever y ha pillado a EE.UU. con sus inventarios de petróleo al máximo por el mayor ritmo de bombeo. El hundimiento de la demanda en los Estados Unidos ha provocado que el Brent, de referencia en Europa, se desplomase más del 30%, por debajo de los 20 dólares, y que el lunes los contratos con vencimiento este jueves entrasen por primera vez en la historia en terreno negativo: los traders pagaban hasta 40 dólares por barril para quitarse de encima un petróleo que no saben dónde almacenar.

Con la mayor parte de los países desarrollados encerrados en casa para frenar el avance del coronavirus, no hay demanda de crudo. Además, nadie prevé que los precios de hoy sean más bajos que los de mañana, sino al contrario. La espiral bajista es inevitable. Sin embargo, para Arabia la aparición del coronavirus ha constituido un póquer de ases: no solo dispone de espacio para almacenar crudo, por las consecuencias de atentado, sino que su mercado de referencia, Asia, no ha disminuido tanto su demanda. 

Durante la China no redujo las importaciones y cuenta con capacidad de almacenamiento para comprar petróleo a los precios bajos actuales. Y no solamente China. La India también está manteniendo la demanda de petróleo y tiene planeado aumentar sus reservas. En cambio, para Europa, perro flaco en esta historia, todo son pulgas.




martes, 21 de abril de 2020

Crónica 37ª. El virus que la policía monitorizaba


Europa busca una acción conjunta en todos los países para provocar la famosa "desescalada", o como se quiera llamar al concepto para el que el Gobierno ha elegido una palabra tan horrible que no aparece en la RAE, aunque su cuño sea razonable.

Nuestro ínclito presidente, Pedro Sánchez, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso del jueves pasado, presumió sin aportar un solo dato de que España es uno de los países del mundo donde más análisis de coronavirus se realizan. La misma Universidad de Oxford que hizo presumir al presidente de medidas restrictivas, por ser las más intensas de todo el continente europeo, publica un gráfico con la comparativa de los tests que se efectúan en muchos países, pero España no figura porque nuestras autoridades sanitarias no informan de ello ni a sus ciudadanos ni a nadie en absoluto. De manera que, como Carlos Herrera mencionó en una de sus intervenciones en la radio, en España al inicio de la pandemia mataba más el machismo que el coronavirus y ahora somos campeones mundiales de análisis y arrestos domiciliarios. 

Y, mientras tanto, todo el fin de semana hemos estado muy divertidos con las ocurrencias del CIS de Tezanos. Porque lo que está sucediendo en ese organismo público es tan divertido como repugnante. Fíjense, si no lo creen, qué preguntas realiza:

  • Pregunta 6: ¿Cree que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?
  • Pregunta 13: ¿Cree Ud. que ante casos de pandemia como la del COVID-19 hay que atenerse a lo que digan y propongan los/as expertos/as en cada momento, o que los Gobiernos tienen que ser capaces de tomar decisiones por su cuenta? 
  • Pregunta 14: En circunstancias como las actuales, ¿cree Ud. que los partidos y líderes de la oposición tienen que colaborar y apoyar al Gobierno en todo lo posible, dejando sus críticas o discrepancias para otros momentos, o que deben continuar criticando y oponiéndose al actual Gobierno en todo lo que consideren? 
  • Pregunta 17: Refiriéndonos a la situación económica general de España al margen del COVID-19, ¿cómo la calificaría Ud.?
Lo delos bulos es una ocurrencia de la Moncloa. Obviamente. Al principio de la crisis sanitaria las ruedas de prensa se realizaban sin prensa y, en la actualidad, con prensa y sin respuestas, pasando por la modalidad de preguntas censuradas. La "performance" del poder de este Gobierno se refleja en una obsesión obscena por controlar la comunicación, algo ya anunciado por el presidente durante su investidura.  

La pregunta 17 es de traca. Pero muchos han sido capaces perfectamente de sustraerse a la pandemia, porque a un 55% de los encuestados les parece buena o muy buena. Lo de la peor recesión desde la Guerra Civil debe parecerles un detalle bastante nimio. ERTEs, paro desbocado... Claro, si nos situamos al margen de la Covid-19 nos encontramos en una línea temporal paralela a la que estamos viviendo, donde el coronavirus fue confinado en Wuhan razonablemente bien y nadie en todo el planeta se infectó. 

En otra de las preguntas, la número 10, el 91% de los encuestados afirma estar llevando bien o muy bien el confinamiento. Los únicos que lo llevan de regular a mal deben de ser los propagadores de bulos...

También el jueves pasado, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, compareció en el Congreso para ofrecer la cifra de que hay un total de seis millones de trabajadores con derecho a algún tipo de ayudas para compensar la caída de las rentas, cuatro millones afectados por ERTEs, casi millón y medio de autónomos que van a recibir alguna compensación por cese de actividad, novecientos mil trabajadores con prestación de desempleo...  El aparato administrativo del Estado aún no ha tramitado toda esta ingente cantidad de expedientes,por cierto. Pero se puede, al menos, sumar. El FMI prevé que la deuda pública española alcanzará el 114% del PIB, o lo que es igual, cada uno de los 46,6 millones de españoles tendría que pagar 24.500 euros para quitar toda esa deuda. Pero, por tercer año consecutivo, el Gobierno trabaja con prórrogas de los últimos presupuestos pergeñados por Cristóbal Montoro, de modo que no había ni habrá estrategia política alguna para lidiar con el morlaco. Antes de Pedro Sánchez, un Gobierno sin PGE tenía que dimitir y convocar elecciones. Ahora no: ahora se convocan para intentar corregir lo que las urnas han dictado. 

Pero lo importante son los bulos. Está claro. Y la irresponsabilidad de los españoles que intentan saltarse el anticonstitucional confinamiento a todas horas. No importa que sean cuestiones marginales. Hay muchas maneras de demostrar lo autoritario que es uno. Basta el tono amenazador, punitivo, informar de las investigaciones policiales que se llevan a cabo contra el origen de las informaciones supuestamente falsas (bulos), la intervención de la Fiscalía General en el tema, la geovigilancia de los ciudadanos... Pero nada de eso contienen las homilías del presidente, quien el sábado anunció que habría 15 días más de confinamiento aunque los niños podrán salir a la calle con restricciones, y el desconfinamiento de la población será asimétrico. Claro que el Gobierno continúa soltando globos sondas al sugerir que podrían levantarse las restricciones a la movilidad de la gente mayor o los deportistas. No olvidemos que el Gobierno se ufana de que España sea el país europeo con más severas restricciones a la movilidad ciudadana algo aplaudido por el 91% de la población, según el CIS.

En una comparecencia leída, el Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil habló de "minimizar ese clima de crítica de la gestión de la crisis hecha por el Gobierno". Menudo resbalón. Los cuerpos policiales entrando a saco en la libertad de crítica y cómo minimizar sus efectos. Al general le ha caídola del pulpo, pero no conviene olvidar que esa lumbre estaba siendo ya atizada mucho antes. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, un juez muy respetado,  desde luego por mí, con los ojos cerrados, pero vamos... Marlaska, el mismo que no tiene nada de lo que arrepentirse en esta crisis, ya había señalado hace diez días que había dado instrucciones para monitorizar las redes sociales y poner en conocimiento de la Fiscalía General de Estado, comandada por la jueza Dolores Delgado que le llamó maricón, para que actuase de manera pertinente. 

Por supuesto, las palabras del general de la Guardia Civil han sido desmentidas desde el Gobierno, dejándole a los pies de los caballos, como si fuese suya la culpa y no de alguien del Ministerio del Interior. Pero nadie ha desmentido la siguiente información aparecida en el diario El País: "los expertos de la Oficina de Coordinación Cibernética del Ministerio del Interior han reportado desde la entrada en vigor del estado de alarma 291 eventos de desinformación o ciberbulos de relevancia. Se trata de mensajes falsos difundidos en internet y las redes sociales que van desde teorías conspiratorias hasta narrativas que buscan perjudicar la imagen del Gobierno". Lo que cunden 291 eventos desinformativos. Más que las ruedas de prensa del Gobierno o la confirmación de la Fiscalía de que los bulos en las redes pueden ser perseguidos por siete tipos delictivos. Menos mal que iban a derogar la Ley Mordaza por arbitraria y falta de garantías jurídicas para los derechos de los ciudadanos.


domingo, 19 de abril de 2020

Crónica 36ª. El virus que no tenía fe en los escritores

«La realidad nos ha forzado a situarnos en el terreno hasta ahora muy descuidado de los hechos. Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión, de la diatriba sobre palabras, del descrédito de lo concreto y comprobable, incluso del abierto desdén hacia el conocimiento. El espacio público y compartido de lo real había desaparecido en un torbellino de burbujas privadas, dentro de las cuales cada uno, con la ayuda de una pantalla de móvil, elaboraba su propia realidad a medida, su propio universo cuyo protagonista y cuyo centro era él mismo, ella misma» Antonio Muñoz Molina

Para vivir conforme a una convicción no es preciso efectuar ni un despliegue de hechos ni una confrontación de sus consecuencias. Las opiniones que mantengamos a lo largo de la vida son variables, no una niebla espesa maniatadora donde resulte imposible barruntar algo mínimamente digno y conectado a la realidad. Seguramente el empeño que muestran autores como el aquí citado, quien gusta de aparecer opinando en los medios de comunicación, acarrea, más pronto que tarde, ese torbellino burbujeante del que habla. Es, por tanto, el exceso, cuando no la condición de lego en la materia, una en la que repente todos nos hemos vuelto expertos. De ahí a la construcción de ese universo personal, solo media unos pocos pasos. Para él, como para todos. Es lo que tiene vivir zambullido en la realidad, pero sin dedicar tiempo a observarla desde la distancia. En puridad, el autor refleja cómo la sociedad ha inventado un nuevo conjunto de mitos y supersticiones para explicar el mundo en el que vive: unas veces se denomina ideología, otras simplemente analfabetismo funcional. Por fortuna, los hechos siguen ahí, sucediendo, almacenándose en las hemerotecas y en los libros, para que cualquiera pueda visitar su aparente frialdad y alcanzar con ello deducciones válidas, que son sin lugar a dudas más cálidas. Escritores u opinadores, los hay que vuelven una y otra vez a los hechos para constatar que siguen viviendo donde creían o retornar adonde deben. Pero no son los de más fama, nos tememos. Por tanto, en lo arriba mencionado cabe interpretar arrepentimiento, entremezclado con una más que habitual maestría en el discurso. 



«Soy de naturaleza optimista y tengo la enorme suerte de remontar rápidamente el ánimo, cuando las garras del pesimismo intentan atraparme, pero la nostalgia es un sentimiento resiliente, difícil de neutralizar, porque se acomoda en una tristeza suave que otorga algo de felicidad. A veces la tristeza puede ser bella, incluso agradable. Pero también puede desbocarse, porque todo momento triste tiene su demonio agazapado, preparado para atraparnos, de manera que pongo el freno racional al galope emocional, y lentamente todo vuelve a su punto de equilibrio» Pilar Rahola 

La mención artificiosa de obviedades y trivialidades de todo tipo es buen recurso a la hora de llenar páginas, especialmente en quienes, teniéndose por intelectuales, convierten sus opiniones en una salmodia constante de banalidades e ideología. Eso sí, siempre desde el equilibrio, desde la ataraxia, desde la paz interior de corte budista, tan psicosomática. No son pocos quienes, desde Schopenhauer, observan en Oriente la voz de una sabiduría esencial, no contaminada por el falso progreso de la modernidad europea. Será que poco han viajado a Oriente. El caso es que, tarde o temprano, como viene sucediendo desde hace más de un siglo, la sabiduría oriental transmitida a través de la vedānta o el budismo, hace acto de presencia, lo cual sucede por el profundo desconocimiento del potente pensamiento occidental. Pero en el caso del Buda mítico, los escritores olvidan con frecuencia que este rompe con el mundo cuando descubre el absurdo de la existencia humana y, así, poder hallar un camino absoluto de liberación. No tenemos constancia de que ninguno de los escritores de citas budistas, como el texto de la autora aquí ejemplificada, hayan renunciado jamás a la vida mundana, como se puede comprobar en las autobiografías que ellos mismos redactan en Wikipedia. Y ante tan flagrante incoherencia, no podemos sino inclinarnos a pensar que todo lo arriba escrito por la escritora, en tono ampuloso y grandilocuente, no es sino basura intrascendente con la que rellenar un espacio al que está obligada por contrato.



«Por eso, por esa enloquecedora falta de fiabilidad de los deseos, por su infinita capacidad para herirnos de una manera u otra, es por lo que algunas religiones y filosofías orientales preconizan su rechazo. No desear y así no sufrir. Pero los occidentales pensamos que el deseo es el motor de la vida, y que la paz que puedes alcanzar al prescindir de él se parece demasiado a la tranquilidad de un cementerio. Tal vez el quid de la cuestión consista en desear dentro de nuestro horizonte. Desear lo que podemos razonablemente obtener, lo que podemos abarcar. Disfrutar del hoy y del aquí, de los pequeños gozos (…). O sea, conseguir esa especie de tautología emocional que consiste en aprender a desear lo que uno tiene». Rosa Montero 

He de confesar que al leer lo de la "tautología emocional" casi me caigo del asiento, logrando lo que el "tranquilo cementerio" aún no había conseguido. Partiendo de una afirmación tan incorrecta como desconcertante ("falta de fiabilidad de los deseos": ¿alguien sabe lo que esto significa?), lejana con lo que las simplonas filosofías orientales preconizan, porque en ellas el equilibrio no es la meta sino el punto de partida, la autora plantea una solución admirable al supuesto sufrimiento que arrastramos en nuestro mundo occidental: cuidado con lo que deseas, no labres inabordables expectativas en tus ya atribuladas meninges. El "hoy" y el "aquí" han de ser forzosamente sencillos, porque sí, porque la complejidad impide el desarrollo equilibrado dela persona, y han de contener lo estrictamente limitado. Solo son válidos unos pequeños placeres, esos que tanto gozo produce descubrir porque, para mayor contrariedad, nos hemos olvidado de desearlos. Todos nacemos con los mismos cueros desnudos: ¿en qué momento de la vida equivocamos el camino y nos adentramos en la oscura senda de los deseos supinos?  Es evidente que la escritora, que se define a sí misma como atea, y en cuya existencia acuña posesiones suficientes para no poder ser descrita como sencilla, jamás debió estudiar a Epicuro a la vista de lo que pergeña por escrito, se encuentra muy próxima al monasticismo ortodoxo aun sin saberlo. Qué ganas tienen muchos de iluminarnos a los demás en nuestras vidas...



«Nos desconcierta que la ciencia no sea monolítica. Los no creyentes corremos el riesgo de esperar de la ciencia un sustituto perfecto del Dios de los que sí creen: respuestas únicas, claras y sobre todo infalibles. Sabemos que no es así, pero no nos lo planteamos hasta que nos toca. Y ahora nos toca a todos a la vez y en circunstancias bien dramáticas». Pepa Bueno

Es lugar común pensar que la ciencia es un conjunto de creencias capaces de sustituir a la religión o la fe. Algo me debí perder cuando cursaba la carrera y el doctorado. Ignoro si es producto de la ignorancia, de la incultura o de una visión mítica de los postulados científicos, tan cambiantes y tan sometidos a los hechos (los mismos que el primer autor reseñado en esta entrada concebía como desdeñados). Tal vez sea una mezcla de todo ello. Eso sí, el texto es de una incoherencia atroz, no somos capaces de colegir qué es eso que "nos toca a todos": ¿el momento de regresar a la luz irradiada por la ciencia en ausencia de un Dios salvífico? ¿Tal vez la visión de un inminente apocalipsis que Dios no sabrá o no querrá detener? La boutade de la escritora aquí mencionada no deja de ser una versión presuntuosa del "solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena", pero con ciencia (¿polilítica?) y con Dios. Todo junto. Qué menos.



«Le he intentado explicar a mi hija de quince años, creo que sin suerte, que a veces la vida es una mierda, y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Y que los adultos tampoco podemos entender por qué es así, porque no existe una explicación. Y que el padre de su amiga Alicia puso toda la lucha; y que los médicos auxiliaron con todo su empeño, y que ni así. El coronavirus derrotó a todos». Ángel Fernández Fermoselle 

La resignación es la solución. Eso parece tener claro el escritor aludido (quien acostumbra a firmar omitiendo el apellido paterno, que le debe parecer vulgar). La resignación es algo que a mucha gente parece un valor cristiano o islámico o budista. Claro, que luego va el papa Francisco y suelta que "La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de cristianos encogerse de hombros o bajar la cabeza ante un destino que nos parece inevitable". Luego puede que, en realidad, sea la tierra donde esconder la cabeza. La resignación es un concepto de la Antigua Grecia que se estudiaba en el antigua bachillerato, fuente de nuestra raquítica cultura (cultura es aquello que queda cuando no recordamos ya casi nada de lo aprendido). Resignación implica conformidad o tolerancia ante circunstancias que escapan absolutamente de todo control, y es opuesta a la esperanza y la tenacidad, esto es, a la hypomone de los Padres de la Iglesia, para quienes buscan el nexo con las virtudes cristianas. A diferencia de la acción, la pasión no depende de la voluntad ni de la libre elección del individuo, quedando al margen de toda consideración racional. Y si pasión es un estado afectivo no elegido por el individuo, la única opción viable parece ser la resignación. No son pocos los sistemas éticos que han hecho del control de las pasiones un elemento clave para poder alcanzar la felicidad, aunque lo revistan de budismo o filosofía oriental. Pero no conocemos a nadie que lo practique, salvo algunos sujetos bastante monacales y recoletos a los que tenemos por excéntricos, cuando no por opusdeístas. Sin advertirlo, el escritor arriba mencionado se convierte en aliado involuntario de la escritora inmediatamente antes reseñada, en las antípodas de su ideología.



«Que un dios todo poderoso permita la muerte en masa de, hasta el momento, cerca de 75.000 personas en todo el mundo y el contagio de casi 1,4 millones de personas tiene un encaje muy difícil para la razón. Esa es la esencia de la religión, su antagonismo con la razón, porque cada vez que se da de bruces con ésta, apela a la fe o, lo que es lo mismo, se aferra al salvavidas de la incapacidad de l@s mortales para entender un poder superior, teniendo que resignarse a pies juntillas». David Bollero 

Abundamos en la resignación. Siempre resulta estimulante observar cómo la aritmética, una de las consecuencias de eso que llamamos razón, suscita a muchos opinadores la compasión hacia ese segmento de población que se caracteriza por una pobreza mental llamada religión. Una compasión fingida, porque en realidad su deseo es denostar a quienes viven bajo el yugo del pensamiento mágico y es buena cualquier ocasión que se tenga para hacerlo saber. El problema surge cuando se habla desde el desdén y sin empatía. Ese tipo de ateísmo no es otra cosa que pura ideología. Así, el autor habla de religión y de fe y los expone como términos sinónimos o complementarios, sin diferenciar que la religión es inmanente (nace de la necesidad del ser humano de encontrar a Dios o algo que se le asemeje) y la fe es trascendente (para un creyente es Dios quien se revela al hombre). Por supuesto, la fe es mucho más extremista: lo comprobamos a diarioy no hace falta abundar en ello. Pero no es tan omnipotente como para conseguir que no importen evidencias científicas tales como el aumento de la esperanza de vida en todo el planeta, el descenso del número de enfermedades mortales (con permiso del coronavirus) o los avances en igualdad, educación y acceso a la información. Todos estos temas atañen a la razón, unas veces en su variante científico-natural y otras en la científico-social. La cuestión es que para el autor, ante un riesgo evidente de catástrofe apocalíptica, los creyentes siempre volverán la vista hacia los insondables designios de Dios y le darán la espalda a la ciencia. Los creyentes son u rebaño de borregos impermeabilizados contra el progreso. De ahí a no querer vacunarse solo debe mediar un paso, ha de pensar el autor, si es coherente con lo que dice. ¡Cuántas veces el ateísmo es otra forma, bastante autoritaria, de hacer populismo! La resignación que contempla el escritor en su texto se parece mucho al niño que espera que lleguen los regalos de Papá Noël. En una ocasión, Bertrand Russell afirmó que mantener la esperanza puede ser algo difícil: «Conservar la esperanza en nuestro mundo apela a nuestra inteligencia y a nuestra energía. Con frecuencia, lo que les falta a los que desesperan es la energía».  A muchos lo que les falta es comedimiento.



«¿Tienes un día de tormenta? No te preocupes, que yo te mando chistes estúpidos de esos que no paramos de mandar por WhatsApp, aunque a mí no me hagan gracia, aunque me sienta una cínica tratando de sacarle una sonrisa a otras mientras lo único que quiero hacer es ver Hospital Central. Grabo vídeos con mi compañera Andrea Liba, pienso en gifs chorras para poner en Instagram y me derrumbo después porque no me creo nada. Necesito saber que mi mundo cabe aquí, pero no cabe. (…) Que no tengo nada más que contar más allá de que estoy desesperada, que me cuesta entender tanto buen rollo y tanto optimismo, tanta llamada por Zoom, tanto mensajito, tanto aplauso y tanta mierda. (…) Solo me queda aprender a vivir con esta rabia. Esta rabia que me invade y de la que no sé a quién culpar». Andrea Momoito 

Ay, caramba. De repente, el nihilismo. Maldito Nieztsche... Los hay que no saben despejar la mente y ahondar en las causas de su desánimo. La autora destaca que no tiene nada que contar, nada bueno, se entiende, pero no le cuesta esfuerzo alguno narrar la trivialidad de que vive con angustia y aburrimiento. Dice que le cuesta entender el optimismo de los muchos mensajitos que recibe, pero no se ha detenido a pensar que a los demás nos cuesta aún más comprender el porqué de arrojarnos su pesimismo ontológico a la cara. Será que toda excusa es buena para alimentar una columna de un periódico. Lo de mensajear sin pausa ni comedimiento es solo pecado de quienes prefieren mirar la pantalla de un móvil antes que la ventana de dormitorio. Lo que parece claro es que, en situaciones así, la inmensa mayoría de los comunicadores, profesionales o no, necesitan de cierto frenesí. Han asumido que lo contrario de la soledad no es la compañía: es la hiperconexión y la verbalización continuada y sin descanso de cualquier cosa, especialmente las más insulsas y evidentes. Revientan contra los vídeos con recetas y los memes chistosos, pero no les duelen prendas a la hora de iniciar un "diario del confinamiento" para castigo, y no deleite, de sus lectores. Seguramente creyeron que su mente era lo suficientemente fértil como para encontrar algo sugestivo e interesante todos los días y, con ello, no parecer repetitivo ni mundano. No pensaron que resultan insoportables y cansinos, pergeñando truños repletos de lugares comunes, de pedanterías, de estadísticas mil veces referidas. Algunos han encontrado solución a su aburrimiento no en la narración de sus vivencias (muy limitadas) sino en las vivencias de quienes les escriben a ellos, que todo el mundo tiene derecho a sus 300 caracteres de gloria, como bien sabe Twitter. 



«El aire se siente un tanto extraño, como si viniera de un tiempo que ya asumíamos superado. Un tiempo en el que las vidas de todos, el bienestar y la convivencia eran un poco más frágiles. COVID-19 nos ha devuelto una parte de nuestra humanidad, que es la que viene con esa vulnerabilidad olvidada». Jorge Galindo 

Superado el nihilismo, y con la amenaza aún llamando a la puerta, el drama ha descubierto el sabor de un concepto que parecía olvidado: la vulnerabilidad. Solo nos acordábamos de ella en los accidentes de tráfico.  Pero no es tan solo una palabra de moda. Al parecer, quien la experimenta se siente perdido. La vulnerabilidad es como una niebla oscura con la que se presenta la eterna enemiga innombrable: la muerte. Un virus cargado de miedos vesánicos e histeria mediática recuerda a propios y extraños que la muerte existe y es preciso recuperar el sentido de la vida. ¿Acaso alguna vez la olvidamos? Parece que sí. Y de la vulnerabilidad arribamos al siguiente concepto: el miedo.



«El enemigo contra el que nos vemos combatiendo no es el coronavirus, sino el miedo. Un miedo que percibimos siempre y que sin embargo sale a la luz cuando la realidad desvela nuestra impotencia esencial, un miedo que con frecuencia nos supera y nos hace reaccionar a veces de forma descompuesta, llevándonos a encerrarnos, a abandonar todo contacto con los demás para evitar el contagio». Julián Carrón

Quizá la solución pase por no omitir la pregunta sobre nuestra condición humana. Hay que volver más a Kant. Y a otros. Para algunos, los ciudadanos hemos vivido anestesiados dentro de un sistema, algo parecido a una burbuja que nos mantiene a resguardo de los golpes de la vida. Lo explicaba en una página anterior: ansiamos la inmortalidad, pese a que se trata de un anhelo utópico y ridículo, y tal vez darnos de bruces con una enfermedad que aún no entendemos (ni tampoco ha sido bien explicada) nos conmueve y hace vacilar. El miedo agarrota la razón: algunos pretenden devolvernos ala época en que se descifraban las señales del vuelo de las aves. No son hondas reflexiones, desde luego. La muerte se cierne sobre nuestros seres queridos, a quienes acaso les alcance y no les podamos siquiera despedir honrosamente. El lugar preferido de las teofanías es la tormenta, y el lugar preferido de los escritores es aquel donde se sienten impelidos a responder a las preguntas que Yahvé formuló a Job: ¿Dónde estabas cuando Yo cimentaba la tierra? ¿Quién fijó sus dimensiones, si lo sabes, o quién extendió sobre ella el cordel? ¿Sobre qué se apoyan sus pilares? ¿Quién asentó su piedra angular, cuando cantaban a una las estrellas matutinas y aclamaban todos los ángeles de Dios? En lugar de preguntarse sobre el dolor y la injusticia, porque la muerte del hombre nunca es su extinción biológica, como sí lo es la del resto de animales de sangre caliente o no, adoptan una postura a medio camino entre la hermenéutica y el existencialismo.



«Mientras vivíamos en la calle me hartaba de oír a los que querían desconectar, a los que necesitaban aire puro, a los que se quejaban de la polución, del tráfico, de la rutina, de estar todo el día trabajando… (…) Tenemos este día, este día de hoy, los ojos de tu hija de hoy, los juegos de tu hija de hoy, los besos de tu hija de hoy y esta página en que cada día escribo, como si fuera una plegaria, que aunque de repente se hiciera la noche, y nunca más volviera a salir el sol, hemos vivido la historia de belleza, amor y Gracia más extraordinaria que jamás haya sido contada». Salvador Sostres

Casi sobran las palabras, lo cual no es sino elogio. Del asombro por aquello tan normal que ha devenido extraordinario, a celebrar los gozos en que nunca se reparó, al tenerse por supuestos, solo media un poco de literatura. Nunca la palabra escrita estuvo más cerca del hecho religioso, y ahí es donde tal vez más duela. Nadie se siente capaz de enviar todo a la mierda, han desaparecido los polos, salvo en lo concerniente a juzgar la labor gubernamental. El dolor, el miedo, la vulnerabilidad, el hartazgo, son testimonios universales. El encierro purifica. Afuera es primavera. Dentro, no se sabe muy bien qué estación toca. Son todas la misma, salvo que hay fresas y no quedan mandarinas en la frutería. Y al igual que los niños vencen al miedo con la presencia de la madre o del padre, los adultos han de derrotar sus pavores con experiencias elementales de todo tipo. Por eso encontramos tantos testimonios de ternura hacia la aflicción humana.



«Y líbranos del mal. Siempre fue la mejor frase del padrenuestro, esa oración que se sigue rezando a modo de pegamento universal, incluso entre quienes no creen o creen de aquella manera… El mal ya no es silencioso ni acecha en la esquina, está frente a nosotros. Y queremos creer, sí, creer que la luz vino y se fue. Y vino de nuevo». Joana Bonet

Veinte siglos de vida le confieren a cualquiera mucho conocimiento sobre la naturaleza del ser humano. Elogiosos ante la ingente labor desempeñada por el personal sanitario, contemplamos a esas personas del mismo modo que antaño (y aun hogaño) muchos entienden las misiones de la Iglesia, salvo que la caridad cristina se ha transformado en solidaridad al estilo ONG.  La persuasión de la iglesia cristiana nace en su enorme capacidad de inspirar gestos asombrosos, lejanos a lo que es normal en el siempre egoísta comportamiento humano: el bien para los amigos y el mal para los enemigos, antes fuertes que débiles, mejor ricos que pobres. Los cristianos no solo dicen lo contrario, sino que también hacen lo contrario. Esa conducta proporciona alegría, fuerza, intensidad vital y de repente surge el deseo de hacer lo mismo. 



Conclusión:

El comportamiento del individuo en este confinamiento se sostiene en su capacidad de empatizar y defender a aquellos que, sin filosofías ni teodiceas de por miedo, miden a diario sus miedos y su vulnerabilidad al atender a personas enfermas cuyas vidas dependen de la fuerza que sepan atesorar. Podríamos argüir que viven frente al dolor sin necesidad de dialéctica extraña ni equilibrios budistas, sin amargura ni desesperación. Solo con el convencimiento de que la razón y el humanismo y la bondad es lo que impulsa su esfuerzo diario. De nuevo, Dios no necesita manifestarse en primera o segunda o tercera persona. Su gran victoria.   


Crónica 35ª. El virus que duraba demasiado

La demografía de los países del primer mundo contiene una característica de bastante reciente aparición. En la historia de la humanidad nunca hubo tantas personas ancianas, enfermas o discapacitadas. Desde este punto de vista, no resulta extraño que una de las soluciones de habitabilidad consista en hacinarlos de forma industrial: lo llamamos residencias. Somos una sociedad que defiende la idea de permitir extender la vida tanto como se desee o se pueda (somos hipocondríacos con ilusiones de inmortalidad), al mismo tiempo que no le preocupa si esa longevidad se produce por una reducción importante de la calidad de esa misma vida. 

Disponemos de una fe ciega en la la tecnología médica y la farmacología, las consideramos capaces de hacernos vencer a la muerte. De hecho, los avances tecnológicos han llevado al sobrediagnóstico y a que consideremos como beneficiosas las continuas barridas de análisis en busca de cualquier parámetro de afección. Los novedosos superescáner de última generación, como los que Amancio Ortega donó recientemente a la sanidad gallega, permiten detectar un tumor de dos milímetros en el tiroides. Una persona asintomática, con una vida normal, de repente se convierte en un enfermo de cáncer, con su círculo vicioso de revisiones, sin mencionar el miedo o la ansiedad que ello ocasiona. A esta persona, un tratamiento de quimioterapia o una intervención quirúrgica desatará una auténtica tragedia en el organismo, que no desató el cáncer, sino su diagnóstico. La detección precoz es uno de los problemas más graves existentes para la salud. Solo por se convierte en un problema grave para tu salud. La medicina se ha centrado más en los beneficios de la industria que en los problemas reales de los pacientes. Solo en Estados Unidos, la yatrogenia se lleva al año entre 40.000 y 100.000 vidas humanas (más que elcoronavirus), lo que supone de 17 y 29 mil millones de dólares anuales. Léase el libro de Antoni Sitges "Si puede no vaya al médico" para mejor esclarecimiento de este asunto.

Estábamos hablando de este otro asunto solamente para explicar que la relación que el ser humano tiene con la enfermedad y la muerte ha sufrido una enorme variación en muy poco tiempo debido a la estrategia tecnoutópica que ha impuesto la industria sanitaria y farmacológica. Esta estrategia ha destruido la ancestral relación natural que el ser humano siempre ha mantenido con la muerte. Un enfermo de 85 años que pasa una semana en la UCI tiene un 70% de posibilidades de morirse en el hospital, y otro 30% de morirse durante el año siguiente. Por descontado, no se trata de propugnar una forma de selección innatural darwiniana ni de despreciar los padecimientos que soporta un sector de población que tiene derecho a lo más plena que pueda. Se trata de volver a convencernos de que la vida tiene un límite y que todos acabaremos falleciendo. Se emplea mucho la frase "la vida es breve", pero solo como eslogan, o tal vez como acicate para que otros descubran la manera de que vivamos cientos de años. A Emilio Botín, que vivía obsesionado con sufrir un ataque al corazón en cualquier parte, su médico personal le tomaba la tensión diariamente y le realizaba análisis de sangre de forma semanal, e incluso viajaba siempre acompañado de un desfibrilador. Le dio igual. Murió de un ataque al corazón mientras dormía.

En este coronavirus, una gran parte de las personas fallecidas tenían una esperanza de vida escasa y muchas posibilidades de que por una u otra causa (una caída, una infección) sufrieran un deterioro grave de su salud o, incluso, su deceso. Hay que entender que esta población es muy vulnerable y, nuevamente, conviene aceptar que muchas muertes no son evitables, que no se puede prolongar la vida de manera indefinida. Y digo esto con todas las salvaguardas, porque recomendar la abstención terapéutica (triaje o cribado) es algo muy controvertido. Pero la realidad es que los cuidados intensivos en pacientes frágiles no salvan vidas. Llegado el momento, hay que permitir morir en paz. 

En el siguiente gráfico se observa la letalidad distribuida por edades en España:



La tasa de letalidad más alta se da en los mayores de 90 años (26,2%), especialmente en hombres (29,1%) que en mujeres (22,3%). Es en este colectivo donde, además, la mortalidad ha aumentado en las últimas semanas. Les siguen los pacientes de edades comprendidas entre los 80 y 89 años, con una letalidad global del 24,2%, de nuevo mayor en hombres (29,6%) que en mujeres (19,1%); y para quienes tiene un edad comprendida entre 70 y 79 es del 14%, con un 17.1% para hombres y un 9,8% para mujeres.

Echemos nuevamente un vistazo a los ingresos hospitalarios,los pacientes de UCI y los fallecidos (en todos los casos, los hombres van en azul, a la izquierda, y las mujeres a la derecha en gris):

Ingresos hospitalarios

Ingresos en UCI

Fallecidos


El impacto de la Covid-19 en personas mayores de 70-80 años es importante. Las personas con más de 80 años son las de mayor riesgo. En Wuhan este segmento alcanzó un 14,8% de mortalidad frente al 0%-1,3 % en el tramo de 0 a 59 años, 3,6% en 60 a 69 años, y del 8% en el tramo de 70 a 79 años. Esta afectación selectiva a pacientes ancianos establece una diferencia muy relevante respecto a la pandemia gripal de 1957 que afectó sobre todo a niños, adolescentes y adultos jóvenes. Aquella gripe causó 1.000.000 de muertos a nivel mundial y unos 10.000 en España. Se la denominó la gripe asiática e insólitamente está siendo olvidada por los medios, que han centrado las comparativas con la de 1918, una pandemia que se cebó con la población mundial en una época sin vacunas ni antibióticos. Nunca viene de más resaltar la fuerte dependencia de la mortalidad de esta enfermedad con la edad, y con ello no pretendemos señalar que tales muertes no importen: ni mucho menos. Es trágico que la mejor generación que ha tenido este país se vea azotada por este mal y aún más deshonroso que, como país, hayamos permitido que mueran solos o hacinados en las residencias.

Una numerosa población anciana, debilitada y con patologías crónicas explica el alto número de fallecimientos en España. Para justificarlo, acudamos a los datos reflejados en "Actualización n.º 80 de la Enfermedad por el Covid-19", de 19 de abril (fecha de hoy mismo, cuando redacto esta crónica), editada por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, con datos consolidados a las 21 horas del 18 de abril. Más del 80% de los fallecidos tienen más de 70 años. La tasa de letalidad varía del 1,9% de más de 50 años al 14,8% para 70-80 años, del 24,1% para 80-90 años y del 25,1% a partir de esa edad. Aunque el informe no indica cuántos casos graves se han producido en individuos con patologías previas, estudios anteriores señalan que el 42% de las mismas se han agravado como consecuencia del coronavirus. El 33% de los contagiados sintomáticos clínicos tiene más de 65 años de edad; el 18%, más de 75 años, y el 32% son enfermos graves, principalmente con neumonitis.

Una vez más, no conviene olvidar que a estas edades son habituales las enfermedades crónicas y debilitantes. La diferencia entre China y España bien puede explicarse en que las pluripatologías de los ancianos asiáticos son menores que en nuestro país: tenemos un sistema sanitario muy efectivos a la hora de añadir años de vida, pero no de proporcionar calidad de vida a esos años. Lo dijimos antes y lo repetimos un vez más.

Ayer el presidente del Gobierno anunció que se va a prolongar el estado de excepción (porque no es de alarma), si bien se permitirá a los niños salir a pasear y jugar, con restricciones. Para mayor vergüenza ajena, se dio amplia publicidad a la carta dirigida por un niño al presidente. Hemos entrado en el terreno de lo casposo. 

Es difícil criticar las decisiones de confinamiento en medio del presente régimen de autoritarismo informativo que solo sabe hablar de curvas y rostros más o menos conocidos que acaban de fallecer a consecuencia del coronavirus, incluso amplificando la relevancia de los fallecidos en una edad joven, como manifestación inequívoca de que este virus se va a llevar a todos por delante y, de ahí, la necesidad de permanecer arrestados en nuestras casas y con el tejido empresarial sometido a una destrucción implacable. 

El caso de los contagios en el personal sanitario es noticia un día sí y otro también. Suele emplearse como forma de demostrar que el Gobierno ha abandonado a quienes trabajan en los hospitales. Los médicos y ATS se contagian principalmente de pacientes con síntomas respiratorios, porque los datos apuntan a que los infectados por SARS-CoV-2 sin tos ni síntomas catarrales, no contagian demasiado. Una cosa es la posibilidad teórica de contagio y otra que un infectado sea una fuente real de contagio. El informe n.º 12 publicado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de 20 de marzo, a partir de datos procesados por el Centro Nacional de Epidemiología (CNE) y el Centro Nacional de Microbiología (CNM) a través del Sistema de Vigilancia de España (SiViEs), especifica que en un 21% de los casos analizados (el 18% del total) la fuente de contagio ha sido el contacto con una persona con síntomas respiratorios agudos; en un 30%, la convivencia estrecha con otro afectado probable o confirmado; en un 23%, el personal sanitario; en un 7%, la visita a un centro sanitario; y en un 1%,  un viaje a Hubei. Los demás casos (17%), se desconocen. No parece que haya riesgo de contagio en pasear manteniendo un metro o dos de distancia con otra persona. 

Es, por tanto, preciso evitar medidas muy perjudiciales que apenas aportan beneficios demostrados. Estamos viendo cómo la famosa curva desciende despacio y eso confunde a mucha gente, pero los modelos SIR producen curvas leptocúrticas, es decir, de descenso lento debido a que van apareciendo gradualmente "nuevos brotes" una vez que ha aparecido el primero (pero con condiciones iniciales distintas, porque el número de pacientes susceptibles es menor cada vez).

La Covid-19 es una enfermedad con una letalidad aparentemente superior a la de la gripe estacional, pero aunque haya una masiva adhesión a esta afirmación, de momento no podemos determinar con exactitud si es así o no es así: desconocemos el número real de infectados. Las pruebas diagnósticas se han realizado a personas con síntomas moderados o graves. Los cálculos de letalidad actuales (entre un 1% y un 9%) están sobreestimados. Hay que determinar cuántas personas tienen el virus, cuántas están contagiadas y son asintomáticas, cuántas lo tienen pero son muy leves, etc. Se habla de que un 80% de las personas se infectarán por el virus de manera asintomática, pero ese dato tampoco es  fiable.

Una conclusión más o menos inmediata de todo lo anterior es que ignoramos si nos encontramos ante un apocalipsis o ante una enfermedad con consecuencias importantes, pero no excepcionales. Ni podemos caracterizar aún la severidad de la enfermedad, ni tampoco saber cuál es su impacto en la mortalidad global, si bien es cierto que, de momento, mes a mes, en España ha aumentado, pero no así en el resto de países. 

Muchos culpan a la falta de medidas drásticas iniciales el alto ritmo de contagios y muertes que hemos vivido. Países asiáticos como Singapur, Taiwan o Corea del Sur han logrado muy buenos resultados al contener la difusión del virus con la denominada "estrategia coreana". Dale Fisher, especialista en enfermedades infecciosas y docente en la Universidad Nacional de Singapur lo explica en "Why Singapore’s coronavirus response worked – and what we can all learn". El uso combinado de big-data, nuevas tecnologías y políticas proactivas de análisis son la clave del éxito. Este enfoque de realizar muchos test entre la población está basado en un uso intensivo de los datos para señalar a los contagiados con síntomas, aunque sean leves, y a las personas con las que habrían entrado en contacto. En Corea del Sur, cada una de las casi 9.000 personas que dieron positivo en los test fue investigada con geolocalización. Se buscó a las personas a las que podrían haber transmitido el virus y se las aisló en sus casas o en los hospitales, según sus condiciones de salud y el resultado del test. Quienes coincidieron en lugares por donde habían pasado los infectados, podían someterse voluntariamente al test. El costo económico y social en Corea del Sur para contener el virus ha sido muy razonable. En España aún seguimos dándole vueltas a los tests...

Un confinamiento es de carácter arbitrario e impide realizar actividades sin riesgo. Pagan justos por pecadores y sus costos son inmensos. Los límites de las cuarentenas vienen señalados en publicaciones médicas de todo el planeta. Además, produce un aumento generalizado del estrés, algo que puede tener graves consecuencias en términos patológicos, como también lo tiene el sedentarismo y la falta de ejercicio. La gente en sus casas cada vez se entretiene más con los juegos online, se observa en los supermercados un aumento de la ingesta calórica y alcohólica y, además, no resulta lo mismo vivir arrestado en un chalet con jardín que en un piso pequeño de interior. No necesitamos acudir al deterioro económico que va a provocar para disponer de argumentos convincentes. 

Cuando acabe el confinamiento el virus seguirá estando ahí por lo que no pueden descartarse nuevos brotes. Sin vacuna o sin inmunidad de grupo, no hay seguridad de no contraer la enfermedad o que retorne el colapso hospitalario. En los centros de salud se han mezclado a personas contagiadas con personas que no lo estaban, de manera que han sido los hospitales un foco de empeoramiento del cuadro epidémico. Para reducir la difusión de la epidemia hubiera bastado con la restricción voluntaria de contactos y la prohibición de reuniones de todo tipo. Impedir la salida del domicilio es un arresto domiciliario en toda regla que nos devuelve a una visión autoritaria de la política y de la sociedad. Además, es de locos: va a tener un coste/beneficio pésimo y va a generar graves efectos en la población.