lunes, 13 de abril de 2020

Crónica 26ª: el virus que deja hablar a Carlos Alsina

Reproduzco parte del Monólogo de Alsina de 13 de abril de 2020 en Onda Cero (que pueden leer íntegro aquí). ¿La razón? Porque no se puede decir lo mismo mejor y, por tanto, ni lo intento.





Lunes de pascua. Hoy puede ser el cuarto día consecutivo en que sean más las altas hospitalarias que los nuevos diagnosticados por coronavirus en Madrid. Más curados, menos nuevos contagiados. Ayer no murió nadie en Canarias.

Se ha terminado la hibernación de la economía, o el parón de actividad general al que el Gobierno llamó hibernación. Los epidemiólogos habrían preferido que continuara, no hay medida más eficaz contra una epidemia que encerrarse todo el mundo en casa. Más eficaz y, también, más desesperada. Los gobiernos no los forman epidemiólogos, sino políticos obligados a calcular cuánto tiempo puede estar un país hibernado sin que deje de haber país. Cuál es el punto de equilibrio entre evitar el riesgo de contagios y evitar que quiebren las empresas que dan trabajo a los contribuyentes que sostienen, con sus impuestos, el Estado.

Varios miles de trabajadores que se quedaron en casa hace dos lunes vuelven hoy a la actividad. El número real se ignora. Ni se informó de cuántos eran cuando pararon ni se informa ahora que regresan al trabajo. El gobierno ya recomienda el uso de mascarillas. Prometió ayer que se repartirían en las estaciones de autobús, de tren y de metro. Cuándo pasaron de ser las mascarillas una prenda innecesaria a una prevención recomendada. Creo que la respuesta es: cuando por fin entendimos que uno puede estar contagiado sin saberlo porque el test se le ha hecho a una minoría muy minoritaria de personas.

Iván Carabaño es pediatra y ha perdido a su padre por el coronavirus. Cuatro días apagándose. Pudo estar con él tres minutos, para despedirse. Ha escrito un texto que empieza así: "Papá, os hemos fallado. Tu generación no tuvo una vida sencilla. Tu fuiste niño yuntero y te dolieron en la espalda los sacos de cereales y los troncos de las cepas. Conseguisteis que nosotros pudiéramos estudiar, trabajar, viajar, expresarnos en libertad. Ahora os hemos fallado como sociedad civil. No os hemos sabido proteger. Tu tragedia es la misma de miles de mayores como tú. Mis ojos son los ojos de decenas de miles de españoles que se han puesto a llorar con los ojos secos y la desolación de haberos fallado".

Me pareció emocionante la imagen del policía municipal de Zaragoza, arrodillado, la gorra en la mano, bajando la cabeza, frente a una residencia de ancianos mientras el vecindario guarda un minuto de silencio por las personas a las que se ha llevado esta epidemia. Primero informó desde el coche patrulla de lo que iba a hacer. Y luego colocó un ramo de flores en el suelo delante de una residencia. Creo que los aplausos que se escucharon al terminar el acto, tan necesario y tan sencillo, son los que con mayor sentimiento han sonado estos días.




Leo a Marta García Aller, que ha vuelto a hablar con Martin Rees, el astrónomo que fundó en Cambridge un centro para el estudio de los riesgos a que se enfrenta la Humanidad. Uno de esos riesgos que él veía es una pandemia como ésta, acelerada por la globalización. Sostiene que los gobiernos no se preparan para riesgos que resultan poco familiares. Los llama poco familiares porque nunca antes se han producido. Como no hemos pasado por ello, no nos resulta un riesgo cierto. Es la sociedad (o somos la sociedad) quien penaliza al gobernante que invierte por si acaso sucede algo que luego no pasa. Por ejemplo, el acopio de antivirales que hizo Europa cuando la gripe A de 2009. Lo de Tamiflu. Como la gripe no tuvo el efecto devastador que se anunciaba se desató la conspiranoia sobre los laboratorios farmacéuticos, la OMS y los gobiernos. Todos nos habían engañado gastando nuestro dinero en tamiflus que no necesitábamos. O por exceso o por defecto, está claro que nunca escarmentamos.

El gobierno de la comunidad de Madrid informa de que han llegado tres aviones con material sanitario en diez días. Si el tercero llegó ayer, entiendo que el primero lo hizo el jueves, 4 de abril. Un mes después del primer fallecimiento por coronavirus, que en Madrid fue el 5 de marzo.

Al presidente del gobierno hay que agradecerle que ayer abreviara su discurso. Y a quien se lo escribe hay que implorarle que abandone ya el lenguaje bélico. El presidente y quien le escribe están usando la metáfora de la guerra por encima de sus posibilidades. Cuántas veces no lo diría ayer: la guerra, el combate, la lucha, los campos de batalla, la victoria y la posguerra.

No hay guerra, presidente. Hay epidemia. No es un conflicto armado, presidente, es una crisis de salud. No hay enemigo mortal, presidente. Hay un virus. Y como no es una guerra, no se emplean para sobrevivir a ella los instrumentos propios de una guerra. Los EPIs no son armas. Los médicos no son soldados. Ni quieren serlo. Los ciudadanos no estamos en guerra con nadie. Estamos intentando no contagiar ni contagiarnos.

"Es una pandemia, no una guerra"’, dijo el sábado el presidente de Alemania. "No es una guerra porque los países no se enfrentan unos a otros, ni los soldados. Es una prueba de humanidad de la que un país no sale fuerte si sus vecinos no lo están también, fuertes y sanos."

Me gustó que el presidente se comprometiera a cultivar el acuerdo con los demás partidos y a evitar las palabras gruesas y el lenguaje agresivo. No saldrá de sus labios otra palabra que unidad, dijo. A los pactos de la Moncloa ahora los llama Acuerdo para la Reconstrucción. Prefiero lo de los pactos. ‘"Reconstrucción" me hace pensar que hoy estamos destruidos. Di por hecho que como secretario general en jefe que es del PSOE ésta será la instrucción que haya cursado a sus subalternos: ni una palabra que perjudique el entendimiento con los adversarios políticos. Sólo unidad.

Veo que Adriana Lastra, segunda en la jerarquía del partido, retuiteó la información de El Diario sobre el retraso con que llegó Ayuso a la videconferencia de ayer. Estaba en Barajas recibiendo a un avión. No veo yo que los aviones necesiten ser recibidos. Y me parece mal que se llegue tarde por ello a una conferencia de presidentes autonómicos. Retuitea Lastra el comentario de Ignacio Escolar que dice que para Ayuso "la propaganda es lo primero". Escolar es un periodista que puede opinar lo que quiera. Lastra es la segunda de Sánchez, el mismo que predica que hay que desescalar la tensión política. Me pregunto qué necesidad tiene ella de retuitear críticas a un gobierno autonómico del PP, qué consigue al hacerlo. O a qué ayuda.

Un colega me preguntó el viernes qué se supone que debería haber dicho Lastra en el Congreso el jueves pasado, si su tarea es responder a los ataques que la oposición dirige al gobierno. No es ésa, en realidad, su tarea. Es fijar posición del grupo socialista sobre las propuestas del gobierno. Pero respondo a la pregunta. Creo que Lastra debería haber dicho: "Señor Casado, podría rebatir cada una de las críticas injustas que ha hecho usted al gobierno, pero prefiero invitarle, como el presidente, a que se sume a un pacto. Gracias y buenos días". Consumes menos tiempo. Pero ayudas.

Creo que Pablo Casado debería dedicar más tiempo a exponer lo que él entiende que hay que pactar, y cómo, que a sugerir que el gobierno está ocultando muertos. Que el número real de fallecidos sea seguramente superior al que recoge la estadística oficial no significa que se está escondiendo nada. Significa que la estadística sólo se hace con quienes hubieran sido diagnosticados. Y en España no se le ha hecho el test a miles de personas. Vuelvo a la pregunta de antes: por qué ahora sí llevamos mascarilla. Porque no sabemos quiénes estamos contagiados.

Entiendo que haya personas a las que les moleste la pregunta, pero me sigue pareciendo necesaria. Pregunta de país para entender lo que nos ha pasado: ¿por qué tenemos una proporción de fallecidos más alta que los demás países? Qué no hemos hecho bien y debemos aprender por si vuelve a golpearnos un tsunami como éste. Una posible respuesta es que aquí tenemos la mayor esperanza de vida del mundo, qué paradoja, sólo por detrás de Japón. En Japón, uno de cada cuatro habitantes tiene más de 65 años. Su primer contagiado fue a primeros de enero. Llevan tres meses y medio con el virus (más que nosotros). Hay sólo siete mil diagnosticados y 132 fallecidos. Por eso el caso de Japón me intriga. Joaquín Luna escribió en La Vanguardia sobre aquel país. Los hábitos de sus habitantes, dice, parecen pensados para evitar una epidemia. Se saludan ni besos ni abrazos. No se tocan. La distancia es rasgo de cortesía. La higiene es prioritaria. Los lavabos, dice, siempre están impolutos. Inventaron las toallitas calientes en los restaurantes y fueron pioneros en el uso de mascarillas. Los zapatos siempre se dejan en la entrada de la casa. Ah, y son un archipiélago.


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