domingo, 19 de abril de 2020

Crónica 35ª. El virus que duraba demasiado

La demografía de los países del primer mundo contiene una característica de bastante reciente aparición. En la historia de la humanidad nunca hubo tantas personas ancianas, enfermas o discapacitadas. Desde este punto de vista, no resulta extraño que una de las soluciones de habitabilidad consista en hacinarlos de forma industrial: lo llamamos residencias. Somos una sociedad que defiende la idea de permitir extender la vida tanto como se desee o se pueda (somos hipocondríacos con ilusiones de inmortalidad), al mismo tiempo que no le preocupa si esa longevidad se produce por una reducción importante de la calidad de esa misma vida. 

Disponemos de una fe ciega en la la tecnología médica y la farmacología, las consideramos capaces de hacernos vencer a la muerte. De hecho, los avances tecnológicos han llevado al sobrediagnóstico y a que consideremos como beneficiosas las continuas barridas de análisis en busca de cualquier parámetro de afección. Los novedosos superescáner de última generación, como los que Amancio Ortega donó recientemente a la sanidad gallega, permiten detectar un tumor de dos milímetros en el tiroides. Una persona asintomática, con una vida normal, de repente se convierte en un enfermo de cáncer, con su círculo vicioso de revisiones, sin mencionar el miedo o la ansiedad que ello ocasiona. A esta persona, un tratamiento de quimioterapia o una intervención quirúrgica desatará una auténtica tragedia en el organismo, que no desató el cáncer, sino su diagnóstico. La detección precoz es uno de los problemas más graves existentes para la salud. Solo por se convierte en un problema grave para tu salud. La medicina se ha centrado más en los beneficios de la industria que en los problemas reales de los pacientes. Solo en Estados Unidos, la yatrogenia se lleva al año entre 40.000 y 100.000 vidas humanas (más que elcoronavirus), lo que supone de 17 y 29 mil millones de dólares anuales. Léase el libro de Antoni Sitges "Si puede no vaya al médico" para mejor esclarecimiento de este asunto.

Estábamos hablando de este otro asunto solamente para explicar que la relación que el ser humano tiene con la enfermedad y la muerte ha sufrido una enorme variación en muy poco tiempo debido a la estrategia tecnoutópica que ha impuesto la industria sanitaria y farmacológica. Esta estrategia ha destruido la ancestral relación natural que el ser humano siempre ha mantenido con la muerte. Un enfermo de 85 años que pasa una semana en la UCI tiene un 70% de posibilidades de morirse en el hospital, y otro 30% de morirse durante el año siguiente. Por descontado, no se trata de propugnar una forma de selección innatural darwiniana ni de despreciar los padecimientos que soporta un sector de población que tiene derecho a lo más plena que pueda. Se trata de volver a convencernos de que la vida tiene un límite y que todos acabaremos falleciendo. Se emplea mucho la frase "la vida es breve", pero solo como eslogan, o tal vez como acicate para que otros descubran la manera de que vivamos cientos de años. A Emilio Botín, que vivía obsesionado con sufrir un ataque al corazón en cualquier parte, su médico personal le tomaba la tensión diariamente y le realizaba análisis de sangre de forma semanal, e incluso viajaba siempre acompañado de un desfibrilador. Le dio igual. Murió de un ataque al corazón mientras dormía.

En este coronavirus, una gran parte de las personas fallecidas tenían una esperanza de vida escasa y muchas posibilidades de que por una u otra causa (una caída, una infección) sufrieran un deterioro grave de su salud o, incluso, su deceso. Hay que entender que esta población es muy vulnerable y, nuevamente, conviene aceptar que muchas muertes no son evitables, que no se puede prolongar la vida de manera indefinida. Y digo esto con todas las salvaguardas, porque recomendar la abstención terapéutica (triaje o cribado) es algo muy controvertido. Pero la realidad es que los cuidados intensivos en pacientes frágiles no salvan vidas. Llegado el momento, hay que permitir morir en paz. 

En el siguiente gráfico se observa la letalidad distribuida por edades en España:



La tasa de letalidad más alta se da en los mayores de 90 años (26,2%), especialmente en hombres (29,1%) que en mujeres (22,3%). Es en este colectivo donde, además, la mortalidad ha aumentado en las últimas semanas. Les siguen los pacientes de edades comprendidas entre los 80 y 89 años, con una letalidad global del 24,2%, de nuevo mayor en hombres (29,6%) que en mujeres (19,1%); y para quienes tiene un edad comprendida entre 70 y 79 es del 14%, con un 17.1% para hombres y un 9,8% para mujeres.

Echemos nuevamente un vistazo a los ingresos hospitalarios,los pacientes de UCI y los fallecidos (en todos los casos, los hombres van en azul, a la izquierda, y las mujeres a la derecha en gris):

Ingresos hospitalarios

Ingresos en UCI

Fallecidos


El impacto de la Covid-19 en personas mayores de 70-80 años es importante. Las personas con más de 80 años son las de mayor riesgo. En Wuhan este segmento alcanzó un 14,8% de mortalidad frente al 0%-1,3 % en el tramo de 0 a 59 años, 3,6% en 60 a 69 años, y del 8% en el tramo de 70 a 79 años. Esta afectación selectiva a pacientes ancianos establece una diferencia muy relevante respecto a la pandemia gripal de 1957 que afectó sobre todo a niños, adolescentes y adultos jóvenes. Aquella gripe causó 1.000.000 de muertos a nivel mundial y unos 10.000 en España. Se la denominó la gripe asiática e insólitamente está siendo olvidada por los medios, que han centrado las comparativas con la de 1918, una pandemia que se cebó con la población mundial en una época sin vacunas ni antibióticos. Nunca viene de más resaltar la fuerte dependencia de la mortalidad de esta enfermedad con la edad, y con ello no pretendemos señalar que tales muertes no importen: ni mucho menos. Es trágico que la mejor generación que ha tenido este país se vea azotada por este mal y aún más deshonroso que, como país, hayamos permitido que mueran solos o hacinados en las residencias.

Una numerosa población anciana, debilitada y con patologías crónicas explica el alto número de fallecimientos en España. Para justificarlo, acudamos a los datos reflejados en "Actualización n.º 80 de la Enfermedad por el Covid-19", de 19 de abril (fecha de hoy mismo, cuando redacto esta crónica), editada por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, con datos consolidados a las 21 horas del 18 de abril. Más del 80% de los fallecidos tienen más de 70 años. La tasa de letalidad varía del 1,9% de más de 50 años al 14,8% para 70-80 años, del 24,1% para 80-90 años y del 25,1% a partir de esa edad. Aunque el informe no indica cuántos casos graves se han producido en individuos con patologías previas, estudios anteriores señalan que el 42% de las mismas se han agravado como consecuencia del coronavirus. El 33% de los contagiados sintomáticos clínicos tiene más de 65 años de edad; el 18%, más de 75 años, y el 32% son enfermos graves, principalmente con neumonitis.

Una vez más, no conviene olvidar que a estas edades son habituales las enfermedades crónicas y debilitantes. La diferencia entre China y España bien puede explicarse en que las pluripatologías de los ancianos asiáticos son menores que en nuestro país: tenemos un sistema sanitario muy efectivos a la hora de añadir años de vida, pero no de proporcionar calidad de vida a esos años. Lo dijimos antes y lo repetimos un vez más.

Ayer el presidente del Gobierno anunció que se va a prolongar el estado de excepción (porque no es de alarma), si bien se permitirá a los niños salir a pasear y jugar, con restricciones. Para mayor vergüenza ajena, se dio amplia publicidad a la carta dirigida por un niño al presidente. Hemos entrado en el terreno de lo casposo. 

Es difícil criticar las decisiones de confinamiento en medio del presente régimen de autoritarismo informativo que solo sabe hablar de curvas y rostros más o menos conocidos que acaban de fallecer a consecuencia del coronavirus, incluso amplificando la relevancia de los fallecidos en una edad joven, como manifestación inequívoca de que este virus se va a llevar a todos por delante y, de ahí, la necesidad de permanecer arrestados en nuestras casas y con el tejido empresarial sometido a una destrucción implacable. 

El caso de los contagios en el personal sanitario es noticia un día sí y otro también. Suele emplearse como forma de demostrar que el Gobierno ha abandonado a quienes trabajan en los hospitales. Los médicos y ATS se contagian principalmente de pacientes con síntomas respiratorios, porque los datos apuntan a que los infectados por SARS-CoV-2 sin tos ni síntomas catarrales, no contagian demasiado. Una cosa es la posibilidad teórica de contagio y otra que un infectado sea una fuente real de contagio. El informe n.º 12 publicado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de 20 de marzo, a partir de datos procesados por el Centro Nacional de Epidemiología (CNE) y el Centro Nacional de Microbiología (CNM) a través del Sistema de Vigilancia de España (SiViEs), especifica que en un 21% de los casos analizados (el 18% del total) la fuente de contagio ha sido el contacto con una persona con síntomas respiratorios agudos; en un 30%, la convivencia estrecha con otro afectado probable o confirmado; en un 23%, el personal sanitario; en un 7%, la visita a un centro sanitario; y en un 1%,  un viaje a Hubei. Los demás casos (17%), se desconocen. No parece que haya riesgo de contagio en pasear manteniendo un metro o dos de distancia con otra persona. 

Es, por tanto, preciso evitar medidas muy perjudiciales que apenas aportan beneficios demostrados. Estamos viendo cómo la famosa curva desciende despacio y eso confunde a mucha gente, pero los modelos SIR producen curvas leptocúrticas, es decir, de descenso lento debido a que van apareciendo gradualmente "nuevos brotes" una vez que ha aparecido el primero (pero con condiciones iniciales distintas, porque el número de pacientes susceptibles es menor cada vez).

La Covid-19 es una enfermedad con una letalidad aparentemente superior a la de la gripe estacional, pero aunque haya una masiva adhesión a esta afirmación, de momento no podemos determinar con exactitud si es así o no es así: desconocemos el número real de infectados. Las pruebas diagnósticas se han realizado a personas con síntomas moderados o graves. Los cálculos de letalidad actuales (entre un 1% y un 9%) están sobreestimados. Hay que determinar cuántas personas tienen el virus, cuántas están contagiadas y son asintomáticas, cuántas lo tienen pero son muy leves, etc. Se habla de que un 80% de las personas se infectarán por el virus de manera asintomática, pero ese dato tampoco es  fiable.

Una conclusión más o menos inmediata de todo lo anterior es que ignoramos si nos encontramos ante un apocalipsis o ante una enfermedad con consecuencias importantes, pero no excepcionales. Ni podemos caracterizar aún la severidad de la enfermedad, ni tampoco saber cuál es su impacto en la mortalidad global, si bien es cierto que, de momento, mes a mes, en España ha aumentado, pero no así en el resto de países. 

Muchos culpan a la falta de medidas drásticas iniciales el alto ritmo de contagios y muertes que hemos vivido. Países asiáticos como Singapur, Taiwan o Corea del Sur han logrado muy buenos resultados al contener la difusión del virus con la denominada "estrategia coreana". Dale Fisher, especialista en enfermedades infecciosas y docente en la Universidad Nacional de Singapur lo explica en "Why Singapore’s coronavirus response worked – and what we can all learn". El uso combinado de big-data, nuevas tecnologías y políticas proactivas de análisis son la clave del éxito. Este enfoque de realizar muchos test entre la población está basado en un uso intensivo de los datos para señalar a los contagiados con síntomas, aunque sean leves, y a las personas con las que habrían entrado en contacto. En Corea del Sur, cada una de las casi 9.000 personas que dieron positivo en los test fue investigada con geolocalización. Se buscó a las personas a las que podrían haber transmitido el virus y se las aisló en sus casas o en los hospitales, según sus condiciones de salud y el resultado del test. Quienes coincidieron en lugares por donde habían pasado los infectados, podían someterse voluntariamente al test. El costo económico y social en Corea del Sur para contener el virus ha sido muy razonable. En España aún seguimos dándole vueltas a los tests...

Un confinamiento es de carácter arbitrario e impide realizar actividades sin riesgo. Pagan justos por pecadores y sus costos son inmensos. Los límites de las cuarentenas vienen señalados en publicaciones médicas de todo el planeta. Además, produce un aumento generalizado del estrés, algo que puede tener graves consecuencias en términos patológicos, como también lo tiene el sedentarismo y la falta de ejercicio. La gente en sus casas cada vez se entretiene más con los juegos online, se observa en los supermercados un aumento de la ingesta calórica y alcohólica y, además, no resulta lo mismo vivir arrestado en un chalet con jardín que en un piso pequeño de interior. No necesitamos acudir al deterioro económico que va a provocar para disponer de argumentos convincentes. 

Cuando acabe el confinamiento el virus seguirá estando ahí por lo que no pueden descartarse nuevos brotes. Sin vacuna o sin inmunidad de grupo, no hay seguridad de no contraer la enfermedad o que retorne el colapso hospitalario. En los centros de salud se han mezclado a personas contagiadas con personas que no lo estaban, de manera que han sido los hospitales un foco de empeoramiento del cuadro epidémico. Para reducir la difusión de la epidemia hubiera bastado con la restricción voluntaria de contactos y la prohibición de reuniones de todo tipo. Impedir la salida del domicilio es un arresto domiciliario en toda regla que nos devuelve a una visión autoritaria de la política y de la sociedad. Además, es de locos: va a tener un coste/beneficio pésimo y va a generar graves efectos en la población. 


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