viernes, 22 de abril de 2022

Post Crónica 18: Covid-19 y las lecciones aprendidas a futuro


En la guerra desatada en Ucrania diferenciamos tres tipos de acciones militares: la carnicería inevitable (que sería el resultado de los daños colaterales por hostilidades difusas); la carnicería evitable, y que se suele corresponder con el ensañamiento y crueldad de los soldados hacia la población civil indefensa; y la precisión de los "ataques quirúrgicos", metódicamente dirigidos a objetivos planificados. Este último, cuando se ejecuta bien, cos que no siempre sucede, minimiza los recursos y las consecuencias no deseadas por igual.

Mientras hemos estado luchando contra la pandemia del coronavirus, porque de un tiempo a esta parte nos hemos olvidado de ella ("gripalización", lo han denominado eufemísticamente), los jefes de los distintos gobiernos terrestres se han venido pronunciando en términos bélicos, lo mismo que si hubieran declarado la guerra abierta al virus, personificando en este organismo la metodología y sistematización de un bien pertrechado ejército ofensivo. Con la memoria vívida y fresca de todos los sucesos bélicos que se vienen desarrollando en Ucrania, podemos enjuiciar hasta qué punto la guerra abierta ha sido eficiente en detrimento de una aproximación más quirúrgica a la erradicación del virus.

Conviene advertir que los brotes víricos tienden a ser aislados cuando los patógenos se mueven a través del agua o de los alimentos, y de mayor alcance cuando viajan por vectores generalizados tales como las pulgas, los mosquitos o el propio aire. Al igual que ha sucedido con la pandemia de coronavirus, la infame pandemia de gripe de 1918 fue causada por partículas virales transmitidas al toser y estornudar. Las pandemias ocurren cuando toda una población es vulnerable, es decir, no inmune, a un patógeno determinado capaz de propagarse de manera eficiente.

La inmunidad ocurre cuando nuestro sistema inmunitario ha desarrollado anticuerpos contra un germen, ya sea de forma natural o como resultado de una vacuna, y está completamente preparado en caso de que la exposición se repita. La respuesta del sistema inmunológico es tan robusta que el germen invasor es erradicado antes de que se desarrolle la enfermedad sintomática. Es importante destacar que esa respuesta inmune robusta también previene la transmisión. Si un germen no puede asegurar su control sobre su cuerpo, su cuerpo ya no sirve como vector para enviarlo al próximo huésped potencial. Esto es cierto incluso si la próxima persona aún no es inmune. Cuando suficientes de nosotros representamos "callejones sin salida" para la transmisión viral, la propagación a través de la población se mitiga y finalmente se termina. A esto se llama inmunidad colectiva o de grupo.

Los datos iniciales provenientes de Corea del Sur, donde el seguimiento del coronavirus fue, con mucho, el mejor en el arranque de la pandemia, indicaban que hasta el 99% de los casos activos en la población general eran "leves" y no requerían tratamiento médico específico. El pequeño porcentaje de casos que sí requerían de dichos servicios se concentraba en gran medida entre los mayores de 60 años, y más aún entre las personas mayores. En igualdad de condiciones, los mayores de 70 años tenían tres veces más riesgo de mortalidad que los de 60 a 69 años, y los mayores de 80 años casi el doble de riesgo de mortalidad que los de 70 a 79 años.

Estas conclusiones fueron corroborados por los datos de Wuhan, China, con una tasa de mortalidad más alta, pero una distribución casi idéntica. La tasa de mortalidad más alta en China puede ser real, pero quizás sea el resultado de pruebas menos generalizadas. Corea del Sur, de manera rápida y única, comenzó a evaluar a la población aparentemente sana en general, y encontró casos leves y asintomáticos de Covid-19 que otros países, en aquel momento, pasaban por alto. La experiencia del crucero Diamond Princess, que albergó a una población anciana contenida, demostró este punto. 

El coronavirus se ha diferenciado de otros flagelos infecciosos, como la gripe o influenza, que igualmente afecta con dureza a ancianos y enfermos crónicos, pero también mata a los niños. Tratar de crear inmunidad de grupo entre quienes tienen más probabilidades de recuperarse de la infección y al mismo tiempo aislar a los jóvenes y los viejos ha resultado desalentador. 

El agrupamiento de complicaciones y muertes por Covid-19 entre ancianos y enfermos crónicos o con patologías de riesgo, pero no entre los niños (solo ha habido muertes muy raras en niños), sugirió en un principio que se podría alcanzar los objetivos más importantes derivados del distanciamiento físico: salvar vidas y no abrumar los sistema médicos, protegiendo preferentemente de la exposición a los médicamente frágiles y a los mayores de 60 años, y en particular a los mayores de 70 y 80 años. Sin embargo, nada de todo eso sucedió en la práctica.

Que fuese una guerra abierta desde el principio tuvo, y sigue teniendo, profundas consecuencias sociales, económicas y de salud pública debidas al colapso casi total de la vida normal. Han sido duraderas y calamitosas hasta el punto de alterar gravemente el orden económico mundial. Podría decirse que, por combatir la Covid-19, hemos pagado un peaje directo mucho mayor al del propio virus. 

Todos los esfuerzos realizados han servido poco o nada para contener el virus. Los sistemas de salud pública, muy fragmentados y con fondos insuficientes, tuvieron que distribuir sus recursos tan limitados de manera tan amplia, superficial y desordenada que pronto la fórmula devino fracaso. En todos los momentos de la pandemia, el sistema médico se vio abrumado dos veces: una, cuando las personas se apresuraban a hacerse la prueba del coronavirus; y dos, cuando las personas especialmente vulnerables sucumbieron a una infección grave y requerían camas de hospital.

Tan difusa forma de guerra, cuyo objetivo era (merece la pena recordar) "aplanar la curva epidémica" en lugar de proteger a los especialmente vulnerables, hizo que se combatiese el contagio de manera ineficaz incluso cuando se estaba provocando el colapso económico. Y hubo otra responsabilidad que se ha pasado por alto en este enfoque. No se logró frenar la propagación del coronavirus hasta que irrumpieron las vacunas (en su mayoría de ARN mensajero, con sus muchas variantes), pero la discontinuidad de las medidas antivirus no se adoptó jamás en base a criterios claros de seguridad pública. 

La pregunta ahora es: ¿hemos aprendido algo? ¿Estamos seguros de que, ante la próxima (y será inminente) pandemia centraremos nuestros recursos en testear y proteger, de todas las formas posibles, a todas aquellas personas que sean especialmente vulnerables a una infección grave (ancianos, personas con enfermedades crónicas y personas inmunológicamente comprometidas)? ¿Aquellos que den positivo serán los primeros en recibir los primeros antivirales aprobados? Hemos conocido historias conmovedoras y desgarradoras de infecciones graves y muertes por Covid-19 en personas jóvenes o sanas por razones que aún se desconocen, porque todo el estudio genético aún está por hacer. Descubrir a tiempo qué tipo de personas son especialmente vulnerables al virus, permitiría expandir la categoría de riesgo y extender las protecciones. Ya se ha identificado a muchos de los especialmente vulnerables. Pero el sistema médico se ha visto abrumado y comprometido por personas del grupo de menor riesgo que buscaban presas del pánico sus recursos, lo que ha limitado la capacidad de dirigirlos a quienes más los necesitaban. Además, los profesionales de la salud se han visto agobiados no solo por las demandas laborales, sino también por las demandas familiares y sociales. 

El camino seguido ha conducido a un contagio viral descontrolado en las sucesivas oleadas, y un daño colateral monumental a toda la sociedad y toda la economía. Un enfoque más quirúrgico es lo que necesitamos en el futuro. Yo, personalmente, dudo que ningún mandamás haya entendido esto.

viernes, 1 de abril de 2022

Post Crónica 17: por qué las nuevas oleadas de Covid-19 son un problema en algunos países y en otros no lo son

Justo cuando parece que los casos de COVID empiezan a decaer tras los picos altos de enero, las infecciones aumentan una vez más en todo el mundo. El principal impulsor es el sublinaje BA.2 de la muy infecciosa variante Omicron.

En ciertos países, como el Reino Unido, el aumento de la vida social de los ciudadanos y la disminución en eficacia de las vacunas, incluso en quienes recibieron dosis de refuerzo, están contribuyendo a este aumento. Pero también se está observando grandes picos en áreas que anteriormente se habían mantenido libres de COVID: Nueva Zelanda, Hong Kong y Corea del Sur, por ejemplo. Las tasas de casos en estos lugares superan actualmente a las observadas en Europa cuando estaba en su peor momento, a pesar de que estos países tienden a seguir políticas rigurosas de cero COVID, con controles fronterizos estrictos y medidas internas rigurosas. La nueva variante, altamente infecciosa, parece tener un mayor efecto en aquellos lugares donde las restricciones son más estrictas.

Mucho antes de la COVID-19, se sabía que las medidas de control no farmacéuticas rara vez detienen la propagación de una pandemia. Por lo general, los bloqueos y cuarentenas solo retrasan la propagación de una enfermedad. Sin embargo, esto puede ser suficiente para aplanar la curva de infecciones y aliviar la presión sobre los servicios de salud, o para reducir la enfermedad y la muerte al retrasar la mayoría de las infecciones hasta que los tratamientos mejoren o las vacunas estén disponibles. 

En realidad, el factor de control de enfermedades más influyente es la inmunidad, que puede generarse por infección o por vacunación. Ambos son importantes. El final de la pandemia, en cualquier lugar del mundo, muy probablemente dependerá de la proporción de personas que hayan sido infectadas por COVID, no solo de la proporción de población vacunada.

Las infecciones en quienes están vacunados situarán la inmunidad en un nivel más alto. En cambio, a quienes contraigan la enfermedad sin estar vacunados, el nivel de protección será simplemente mayor, que no es poco. La inmunidad tras la infección brinda una protección mejor que la inmunidad adquirida con vacuna de refuerzo, especialmente pasados 90 días.

Esto ayuda a explicar por qué algunos países ahora están manejando los brotes mejor que otros. En Europa, a pesar de la excelente cobertura de vacunación, la mayoría de las personas también han contraído COVID, y muchas personas incluso más de una vez. Sin duda, los casos son altos, pero las tasas de muerte y enfermedad grave se mantienen en un nivel relativamente bajo.

En comparación, los países que han seguido una estrategia de cero COVID están observando un mayor aumento de infecciones y de muertes, incluso si tienen una alta cobertura de vacunas. Su falta de infecciones previas significa que la inmunidad en toda la población es más baja.

A pesar de que tanto Hong Kong como Nueva Zelanda han sufrido grandes aumentos en la transmisión viral, el impacto en sus sistemas de salud pública ha sido dramáticamente diferente. Nueva Zelanda, con una alta cobertura de vacunación y un programa de refuerzo reciente, está capeando la mayor incidencia con muchas menos muertes que Hong Kong, con una tasa de mortalidad por millón de personas (en marzo de 2022) 38 veces mayor que la de Nueva Zelanda.

La diferencia se debe a las campañas de vacunación promovidas en ambos lugares. En Hong Kong, al menos hasta finales de febrero, la aceptación de la vacuna de refuerzo fue mucho menor que en Nueva Zelanda, y fue particularmente baja en los grupos de edad más mayores y más vulnerables. Incluso la cobertura de la segunda dosis fue baja en estos grupos, lo que significa que muchos tenían un alto riesgo de enfermedad grave y muerte. Las autoridades de Hong Kong han acabado admitiendo que no se esforzaron suficientemente para promover la vacunación en los ancianos.

Europa ha decidido levantar las restricciones restantes desde principios de este año, a pesar de que los casos aún eran altos cuando se relajaron los controles y siguen siendo altos ahora. No hay una respuesta a la pregunta de si esta decisión es o no correcta, pero dado que las medidas de control no farmacéuticas solo retrasan las infecciones en lugar de prevenirlas, las medidas restrictivas solo deberían continuar si los beneficios de retrasar las infecciones superan los daños que conlleva la restricción de las libertades de las personas. Dados los altos niveles de inmunidad en la población europea, resultado de los altos niveles de contagio y la buena cobertura de vacunas, tiene todo el sentido levantar los controles.

Retrasar las infecciones puede provocar que las personas contraigan COVID más adelante, cuando sean más susceptibles a enfermar gravemente. La imposición de restricciones en diciembre de 2021 habría reducido las muertes por COVID en enero de 2022 a costa de un aumento de las muertes en marzo.

Aunque levantar los controles tenga sentido, hoy en día Europa tiene una importante parte de población de personas mayores o vulnerables que aún no han contraído el virus y cuya inmunidad a la vacuna está disminuyendo. El sistema de salud debería centrarse en evitar que estas personas desarrollen una enfermedad grave mediante más refuerzos o el uso de antivirales. Es mucho más efectivo que intentar reducir la transmisión en la población general.



jueves, 24 de marzo de 2022

Post Crónica 16: la Covid-19 no ha hecho más que empezar

La lección más importante que está dejando la pandemia de COVID-19 es que lo único constante es el cambio. Las variantes se propagan, los casos aumentan y disminuyen, los tratamientos cambian y los conocimientos aumentan. Esto significa que todos —sociedad civil, funcionarios, salud pública— debemos aprender de manera constante y adaptarnos con rapidez, bajo el entendimiento de que es poco probable que dure mucho la eficacia de cualquier respuesta política.

Es momento de poner en práctica esa flexibilidad. Los casos al alza en Europa, los estragos que está causando la variante ómicron, sobre todo entre las personas mayores no vacunadas, en Hong Kong y la desaceleración de las campañas de vacunación son advertencias de que otra ola de infecciones podría estar a punto de desatarse.

Aunque se desconocen los motivos exactos detrás del aumento veloz de casos en Europa, es casi una certeza que se debe a una combinación de la subvariante BA.2 de ómicron —que es altamente contagiosa—, el cambio de comportamiento de la población y la inmunidad que declina. La BA.2 representa una proporción cada vez mayor de casos nuevos y está prolongando la ola de ómicron. Al mismo tiempo, los países europeos están anulando las restricciones relacionadas con el coronavirus, incluyendo el uso obligatorio de mascarillas y los límites de capacidad en interiores, además de que se está debilitando la inmunidad a las infecciones brindada por las vacunas y tal vez por contagios previos también. Por suerte, si bien las vacunas solo brindan una protección pasajera contra las infecciones generales, la protección que ofrecen contra las infecciones graves y la muerte es más duradera.

También hemos aprendido más acerca de la naturaleza de la amenaza. Se ha intentado resolver la pregunta de si ómicron es una variante mucho menos grave del coronavirus que las cepas anteriores, o si ha causado enfermedades mucho menos graves, porque se topó contra un muro de inmunidad otorgada por la vacunación e infecciones previas en países con altos índices de vacunación. El brote mortal en Hong Kong responde esa pregunta: la COVID-19 sigue siendo despiadada y la variante ómicron es letal en una población ingenua a nivel inmunitario, sobre todo entre personas mayores no vacunadas. Esto ha provocado una ola devastadora de muertes allí y ayuda a explicar por qué en Estados Unidos se sigue reportando alrededor de 1.000 muertes diarias, la gran mayoría entre personas que no cuentan con el esquema completo de vacunación.

En países con ralentizaciones en la inmunidad, la BA.2 se propaga con una velocidad cada vez mayor y es probable que pronto represente la mayoría de los casos nuevos. Esto no significa que la BA.2 cause un repunte mortal, pero sí significa que los casos podrían aumentar pronto y que las personas mayores que no están vacunadas o no cuentan con las dosis necesarias de la vacuna, así como las vulnerables por motivos médicos, podrían enfrentar una amenaza letal.

Las olas reiteradas de COVID-19 han puesto de manifiesto las debilidades y la escasez crónica de financiamiento de nuestros sistemas de salud pública y atención médica primaria. Las enfermedades infecciosas surgen cuando la sociedad fracasa. La falta de confianza limita la capacidad de los gobiernos de proteger a su gente. Los sistemas frágiles de salud pública hacen que las nuevas amenazas se detecten cuando ya es demasiado tarde para tomar medidas. El financiamiento sostenido podría ayudar a garantizar la protección contra amenazas pandémicas futuras, pues permitiría la existencia de exenciones permanentes a los límites presupuestarios para funciones esenciales de defensa de la salud, en vez de tener que depender del financiamiento suplementario temporal para cada emergencia sanitaria. Los diagnósticos, los tratamientos y la vacunación contra la COVID-19 y otras amenazas seguirán siendo insuficientes hasta que los sistemas de atención médica primaria se vuelvan más robustos; mientras tanto, la COVID-19 continuará propagándose entre poblaciones que son mucho menos resistentes de lo que serían si recibieran cuidados preventivos adecuados.

Haz caso a la ciencia” es un mantra, pero la ciencia puede ser sumamente lenta y es inevitable que deban tomarse decisiones antes de que los datos perfectos estén disponibles. Aún no sabemos qué provoca el surgimiento de las variantes ni qué deparan las futuras mutaciones. Tampoco conocemos los plazos óptimos de vacunación para los distintos grupos de personas, si será necesaria una cuarta dosis y, de ser así, cuándo deberá aplicarse y a quiénes. Además, no sabemos si los tratamientos de alta eficacia que se han descubierto pueden ofrecerse a suficientes personas como para reducir las hospitalizaciones y las muertes. Aun así, hay que intentarlo. La salud pública, como la política, es el arte de lo posible. La epidemiología rigurosa, la gestión meticulosa de respuestas y la ciencia bien comunicada deben ser las bases de las medidas de salud pública. Aumentar la vacunación, incluyendo las dosis de refuerzo, entre las personas mayores y vulnerables es un reto de vida o muerte. Ampliar la vinculación de las pruebas y los tratamientos puede reducir las hospitalizaciones y las muertes de manera significativa y proteger los sistemas de atención médica. El monitoreo de la COVID-19 en aguas residuales, como se hace con la polio y otras enfermedades, podría identificar la propagación de la enfermedad antes de que muchas personas enfermen. Si los profesionales de salud pública descubren brotes justo cuando comienzan, los líderes podrían limitar la propagación.




miércoles, 9 de marzo de 2022

Post Crónica 15: Algunos humanos jamás son contagiados por el Covid

Dos personas salen a cenar y toman lo mismo; una acaba en la sala de urgencias con intoxicación alimentaria, la otra no. El Covid-19 afecta a toda una familia, excepto a una persona, que se mantiene sana. La imprevisibilidad del coronavirus evidencia lo mucho que no sabemos. Así, la variante ómicron se ha propagado en las ciudades con una tasa de contagio mucho más alta que antes, y sin embargo algunas personas siguieron dando negativo, incluso cuando convivían con una persona que había dado positivo.

Se sospecha desde hace tiempo que la genética puede ser un factor que explique por qué hay personas que reaccionan de forma distinta a una misma enfermedad. No es tan extraño. Dos niños mellizos (con la misma mutación genética) pueden presentar grados muy distintos de distrofia muscular. Y así sucede con muchas otras enfermedades. Tal vez haya genes que protegen a las personas de una enfermedad y sus síntomas, pero no es posible que una única mutación genética pueda afectar a la reacción al coronavirus. Si se busca en combinaciones de genes, se comprueba que algunas variaciones genéticas entre personas contagiadas y sus parejas asintomáticas influyen en la actividad de las células asesinas naturales, un componente fundamental del sistema inmunitario. Las personas sin síntomas de contagio son más propensas a que sus células asesinas naturales reaccionen con firmeza, lo que puede ayudar a fortalecer la defensa ante la infección. Esto no significa que evitar la enfermedad sea posible solo gracias a los genes, pero estos proporcionaron una pieza de un rompecabezas apasionante.

En muestras de sangre de 100 personas mayores de 90 años, entre ellas 15 centenarias, de las cuales una se conserva con una extraordinaria salud a sus 114 años, todos ellos salieron relativamente indemnes del contagio o tuvieron contacto con el virus, pero sin presentar síntomas. Centrarse en esta población, que normalmente se consideraría de alto riesgo por su edad avanzada, puede ayudar a aislar un factor genético que explique las consecuencias de la COVID-19. 

Ir a la caza de marcadores genéticos de resistencia a la COVID-19 es uno de los experimentos más útiles y que más pueden contribuir al entendimiento de cómo es posible que personas sanas puedan desarrollar una enfermedad que amenace su vida? Hasta la fecha, se han identificado un pequeño porcentaje de pacientes graves de COVID-19 con mutaciones en genes relacionados con los interferones, lo que produce una falla en la capacidad del cuerpo para defenderse de la infección. Todas estas personas estaban sanas antes de contagiarse del coronavirus. Además, se ha descubierto que el 15 por ciento de las personas tiene anticuerpos que atacan por error a los interferones, mermando su funcionamiento en la respuesta inmunitaria. Una sorpresa en toda regla.

La genética es complicada. Suele haber mucho ruido, sobre todo durante la evolución de una pandemia. Para empezar, entender por qué una persona podría no contraer la COVID-19 se vuelve más difícil ahora, cuando hay factores —como las vacunas, las dosis de refuerzo y los contagios previos— que pueden influir en cómo se las arregla la gente contra el virus. Incluso la pregunta de si algo tan simple como el grupo sanguíneo se relaciona con las consecuencias de la COVID-19 —a lo que se prestó mucha atención al principio de la pandemia— está plagada de ciencia en conflicto y no es algo que a los médicos les parezca trascendente. Para dificultar las cosas, la conducta y el entorno de las personas pueden afectar al funcionamiento de sus genes.

Pero ni siquiera el conocimiento más profundo de la genética de una enfermedad garantiza que los científicos puedan desarrollar un medicamento que funcione. Para complicar las cosas, las mutaciones pueden tener efectos positivos y negativos de forma simultánea: la misma variación genética que puede generar resistencia al VIH también puede aumentar la susceptibilidad al virus del Nilo Occidental.

Si hubo alguna vez un momento idóneo para avanzar en un campo mediante la colaboración mundial y con decenas de miles de personas dispuestas a ofrecer su información genética para ayudar a impulsar la investigación, es este. Del mismo modo que se desarrolló una vacuna contra la COVID-19 en unos plazos que a muchos les parecían imposibles, también la investigación genética de la enfermedad podría progresar a pasos agigantados que en tiempos de normalidad parecerían implausibles.



Post Crónica 14: El azote de la Humanidad

Ómicron se originó en Sudáfrica. Delta en la India. Y así seguirá sucediendo, que el virus mutará, evadirá nuestras defensas y se hará más contagioso (o menos). Mientras eso sucede, nosotros seguiremos haciendo cola en el centro de salud para inocularnos la enésima vacuna ARNm.

Las pandemias han sido, son y seguirán siendo un azote para la humanidad. La peste bubónica diezmó el mundo conocido varias veces, desde los tiempos de Justiniano hasta la Edad Media. La viruela es producida por un virus mucho más contagioso y letal que el SARS-COV-19. La polio se transmite por niños asintomáticos causando parálisis y muerte. Hay epidemias de sida, de ébola, de gripes aviares y porcinas, y los olvidados coronavirus SARS y MERS, mucho más letales que el actual, pero no tan contagiosos, siguen causando estragos. La ultima gran pandemia (la mal llamada gripe española) mató a más de 50 millones de personas en 1918 1919. 

Nuestras condiciones higiénicas, médicas y farmacológicas contemporáneas no han sido suficientes para detener la pandemia del Covid. Esto es debido a varios factores, fáciles de entender. Primero, el enorme incremento de la población en el planeta hace que los virus (cualquier virus) se transmitan más rápidamente allá donde hay una alta densidad de victimas, que es casi cualquier parte. Segundo, los virus de ahora viajan en vuelos transatlánticos diarios, no en tediosas caravanas de camellos. Y por ultimo, aunque los virus suelen infectar de manera específica a una determinada especie, el asalto de los humanos al medio ambiente donde viven los animales ha incrementado enormemente la probabilidad zoonótica. Como es bastante improbable que un 90% de la humanidad decida sacrificarse (o sea exterminada por el otro 10%), la expansión demográfica obligará a seguir asaltando los ecosistemas animales con ferocidad. Y si a ello unimos que al avión nadie va a renunciar, concluiremos que el ser humano va a ser, y por mucho tiempo, presa fácil de todo tipo de pandemias.

Los virus cuyo material genético es ARN replican con peor fidelidad al original que los virus ADN y, además, no disponen de capacidad de corrección de las copias erróneas del material genético. Por eso sus mutaciones permiten con mayor facilidad los saltos zoonóticos y suelen disponer de mayor capacidad de contagio (el célebre R0). Hay que mencionar que los virus con potencial pandémico suelen transmitirse por vía respiratoria. Virus devastadores como el ébola se transmiten por los fluidos corporales, de modo que su capacidad de contagio es sensiblemente inferior. menor que los respiratorios. 

Aunque la pandemia de Covid los ha vuelto celebérrimos, los coronavirus fueron descubiertos en los años 60 y han sido durante muchas décadas unos perfectos desconocidos salvo para los virólogos. Los coronavirus humanos suelen producir resfriados. De hecho, cuatro coronavirus son los causantes del resfriado común: OC43, 229E, NL63 y HKU1. La gran mayoría de los niños tienen anticuerpos contra ellos. Han causado pandemias de manera regular. A finales de 2002 estalló la epidemia de SARS-CoV-1, que afectó a unas 8.000 personas y ocasionó 800 muertes (el 10%, quédense con este dato). La alta mortalidad facilitó el aislamiento de los contagiados. y el nada desdeñable hecho de que este coronavirus se replica principalmente en el fondo de los pulmones, y no en la nariz o la garganta como el Covid, consiguieron que que no se propagase con facilidad. Fue el primer aviso del peligro potencial de los coronavirus. En 2012 surge la segunda pandemia coronavírica, la del MERS-CoV, que ha infectado a unas dos mil personas con una mortalidad de alrededor del 35%. Sin embargo, su transmisión entre humanos es muy rara y ocurre solo en casos de estrecho contacto con pacientes (caso de los ambulatorios donde hay escasas medidas de protección). Por este motivo la mayoría de los casos se produjeron en Arabia Saudí, por contacto humano con dromedarios infectados.



Post Crónica 13: El mundo futuro

Los casos de ómicron, las hospitalizaciones y las muertes han disminuido de manera significativa mes en todo el planeta. Las autoridades están anulando restricciones como el uso obligatorio de mascarillas  en exteriores y, en ciertos casos, los pasaportes de vacunación. ¿Se trata de un punto de inflexión (otro más) en la pandemia o es la calma que antecede la tormenta (una nueva variante peligrosa)? En realidad, las preguntas a responder, y las más interesantes, son: si los brotes de COVID-19 seguirán ocurriendo; si se producirán varias veces al año, una vez al año o al cabo de varios años; si serán letales o se volverán un malestar como el catarro.

Algunos virus respiratorios, como la gripe estacional o el virus sincitial respiratorio (VSR) son abundantes en invierno. Se estima que entre 300.000 y 500.000 personas mueren de gripe cada año en el planeta. Otros, como el rinovirus, circulan todo el año a niveles bajos y sin alterar significativamente la salud humana. El problema es que todavía no sabemos nada del patrón que dará respuesta al SARS-CoV-2, ni si su enfermedad COVID-19 se volverá endémica? El patrón endémico de cualquier enfermedad se entiende mejor en retrospectiva y el coronavirus ha estado con nosotros tan solo un par de años. 

Un escenario optimista definiría un SARS-CoV-2 adaptado a un patrón poco disruptivo, similar a la gripe, que produce brotes invernales con tasas de hospitalización y letalidad más bajas de las habidas en 2020 y 2021. Un escenario pesimista propone que el virus continúa generando variantes que evadan la inmunidad y sean capaces de infectar a una gran cantidad de la población. La frecuencia y la gravedad de los brotes serán los dos factores que delineen la alteración que cause el coronavirus de aquí en adelante.

La frecuencia futura de los brotes del coronavirus está muy relacionada con la inmunidad de la población y con cómo mute o cambie el virus. La resistencia de una población frente a las variantes en circulación depende del historial de infección, vacunación y refuerzo de las personas. Una variante con cambios significativos —como la ómicron— podría infectar a muchas personas al evadir la inmunidad: este pasado invierno, muchas personas con buena protección contra la variante delta, fueron infectadas y enfermadas de ómicron.

Si el virus tiene la capacidad de esquivar el sistema inmunitario (como las variantes delta y ómicron), entonces los brotes podrían ocurrir varias veces al año y este patrón endémico podría mantenerse durante unos años más o tal vez de forma indefinida. Por otro lado, si se agota la capacidad de generar variantes con capacidad de evadir la inmunidad, las versiones futuras del virus podrían ser menos agresivas y producir menos brotes, tal vez solo una vez al año durante el invierno, de manera muy parecida a la gripe.

La gravedad de los brotes dependerá de una serie de factores, entre ellos la capacidad de las variantes para enfermar a la gente. Hasta ahora, no todas las variantes del SARS-CoV-2 han producido niveles idénticos de enfermedad. Por ejemplo, la ómicron ha producido padecimientos menos graves.