domingo, 31 de mayo de 2020

Crónica 77ª. El virus que contagiaba mucho

Una vez que los contagios y fallecimientos por la Covid-19 están remitiendo en Europa, los pacientes asintomáticos pueden convertirse en los próximos protagonistas de la pandemia. 

Hoy en día, a causa del coronavirus, muchos conocen la historia de la desdichada Mary Mallon, una inmigrante irlandesa que llegó a Estados Unidos en 1883, siendo adolescente, para trabajar como cocinera y trabajadora doméstica en Nueva Yrk y Long Island. Entre 1900 y 1907, Mary Mallon contagió el tifus a decenas de personas sin padecer síntoma alguno. En 1907 ya había 30 casos de contagios de fiebre tifoidea sin aparente explicación. 

George Soper, un funcionario del Departamento de Salubridad de Nueva York, comenzó a sospechar de Mary tras la aparición de nuevos casos en Park Avenue, Manhattan, en 1907. Detectó que Mary había trabajado con aquella familia y logró establecer que anteriores brotes también se habían producido en domicilios donde Mary había igualmente trabajado. Una vez que Soper pudo practicar un examen a Mallon, detectó en sus desechos la presencia de la bacteria Salmonella que transmite la fiebre tifoidea. 

Mary Mallon se negó a cooperar: no entendía por qué le impedían ir a trabajar si ella se encontraba perfectamente. Finalmente, fue confinada (ella sí) en el hospital Riverside hasta 1910. Los medios la llamaron Mary la Tifoidea. Ese año se le permitió abandonar la institución bajo promesa de no volver a trabajar de cocinera. Sin embargo, en 1915, 25 personas enfermaron de tifus en el Sloan Maternity Hospital de Manhattan. Nuevamente fue una investigación de Soper quién descubrió que Mary Brown, una de las cocineras de la institución, era en realidad Mary Mallon. Pese a que en los archivos del centro médico aparecía un nombre y una firma diferente, el funcionario reconoció el tipo de letra de Mallon. La pobre mujer había estado trabajando en diferentes lugares como cocinera empleando dos nombres distintos. Fue devuelta a Riverside. En 1932, sufrió un accidente cerebrovascular que derivó en una parálisis. Murió seis años después a los 69 años. Aún se discute si hubo o no autopsia y, más importante, si la bacteria seguía o no en sus restos. 

Mary Mallon fue una de las mujeres más vilipendiadas en Estados Unidos a principios de siglo XX. Su trágica vida se convirtió en un paradigma de portador asintomático, personas que transmiten los virus o bacterias de una enfermedad sin mostrar ningún síntoma.

El caso de la pobre Mary es uno de los primeros y más célebres casos de supercontagiadores, individuos que transmiten a muchas personas enfermedades que otros infectados apenas contagian. El fenómeno se ha descrito en epidemias como las del ébola, el VIH o el SARS. Esta última, provocada por otro coronavirus, fue identificada en 2002. Un análisis del brote en Singapur descubrió que el 80% de los enfermos no habían contagiado a nadie, pero que cinco individuos infectaron a 10 o más de sus contactos. Investigadores de la Universidad de Hong Kong calcularon que alrededor del 70% de las infecciones de SARS se debían a fenómenos de supercontagio. 

Un trabajo reciente de un equipo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres estima que el 80% de los casos de Covid-19 proceden de tan solo un 10% de los infectados. Con el SARS-CoV-2 se estima que, demedia, sin medidas de distanciamiento social o higiene, cada contagiado pasa el patógeno a tres personas. Sin embargo, lo normal es que la mayoría contagien poco o nada y que unos pocos contagien a muchos. En España, un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y el hospital universitario de la ciudad gallega (SERGAS), sugiere que los supercontagiadores podrían estar detrás de la mitad de todos los casos hallados.

A partir de una muestra de 5.000 genomas del virus, se ha logrado reconstruir el comportamiento del patógeno desde su origen. Una de las conclusiones es que el virus es estable, lo que es idóneo para el desarrollo de una vacuna. Otro de los hallazgos es la existencia de cuellos de botella a partir de los cuales el virus se transmite a un gran número de personas. De ahí la suposición de los supercontagiadores, unas pocas docenas de individuos que contagian a 20 o 30 de sus contactos.

Dada la experiencia con el SARS, la conclusión es plausible, si bien no pueden descartarse fenómenos distintos. El interés se encontraría en identificar a los supercontagiadores y analizar sus características, tanto biológicas como de comportamiento social. Por ahora no hay estudios amplios que puedan identificar cómo son o en qué circunstancias se manifiestan. Podrían ser personas cuyo sistema inmunitario tuviese una carga viral elevada, pero sin mostrar síntomas. También puede suceder que la combinación con otras enfermedades incremente la capacidad de transmisión del SARS-CoV-2, algo que se ha detectado en personas que además de VIH tenían herpes, lo que elevaba los niveles de material genético del virus en el semen.



En España entraron las primeras cepas del virus que afectaron a casi toda Europa, pero, además, llegó una cepa asiática que apenas afectó a ningún otro país europeo a través de un supercontagiador perteneciente al linaje B3a. España pudo exportar esta cepa a Sudamérica ya que allí se han encontrado huellas de la circulación de la misma.


viernes, 29 de mayo de 2020

Crónica 76ª. El virus que vivía domesticado

Los militantes y votantes constantes de cualquier gobierno, y por ende de este Gobierno, defienden su ideología y voto con una firmeza rayana en lo ilusorio. Inasequibles al desaliento de los hechos, pese a la dificultad que cuesta establecerlos, porque sabido es que cualquier gobierno acaba siendo un pozo sin fondo de secretismos, medias verdades y mentiras (acaso la única vergüenza que hemos de arrastrar en perpetuidad los ciudadanos sea esa: que nadie nunca se plantea decir las cosas como son), cualquier consigna o justificación exhibida por un gobierno ante hechos controvertidos es defendida con la misma firmeza que se deplora la opinión ajena. 

La ideología no deja de ser como una religión, el contenido de una verdad revelada, social que no mística. Los principios fundacionales son muy claros y precisos, pero su praxis, conforme pasa el tiempo, se convierte en un batiburrillo de ajustes y discrepancias resueltas de una manera cada vez más alejada de ellos (cuando no, contraria). Casi siempre, lo que el líder propone deviene doctrina y sus desviaciones del dogma, también doctrina. Sobre bases políticas claras se construyen edificios cargados de dictadura (cuando no, tiranía). Es la manera de acallar las intromisiones endógenas. Las bases sociales (los afiliados y votantes constantes) solo tienen una función, que no es la de vigilar al líder: lo es defenderlo de cualquier intromisión exógena. 

Una de los argumentos más recurrentes en esta crisis sanitaria y política, y también de los más estúpidos que uno se puede echar a la cara, es la de la imposibilidad de haber actuado en ella de forma distinta a como el actual Gobierno ha actuado. Ni antes, ni durante, ni después. Las críticas son contempladas como acusaciones de que el Gobierno es el responsable de haber creado la Covid-19, y los errores la consecuencia inevitable de la presión a la que se halla sometido porque no ha gozado de una adhesión sin fisuras a su labor por parte de todos. Qué mal sientan los contrapesos del poder cuando estos son ejercidos por los ciudadanos. Y qué poco se perpetúan los hechos en la memoria, que basta 70 días para olvidarlos por completo. Es como si las hemerotecas hubiesen dejado de existir de golpe y porrazo. Todo tiene el mismo periodo de vigencia que las demostraciones escóticas en Instagram de las miles de jovencitas que viven entregadas para recibir aplausos y un seguidor más. El poder entendido como un erotismo fugaz y vacío. 

Para quienes piensan que solo se pueden hacer las cosas de una única manera, porque así es como debe de venir escrito en los libros de la tradición aúlica, les recomendaría leer en los periódicos los mensajes que los distintos líderes políticos ofrecieron a sus ciudadanos al comienzo de la crisis sanitaria. Con esos, de momento vale. Uno de los rasgos diferenciadores de la información transmitida por nuestro Gobierno, y rápidamente convertida en propaganda, ha sido el intento de ocultación permanente de la muerte que se podía ocultar. Evidentemente, la que sucedía en los hospitales no podía sino registrarse, pero la que ha sucedido en los domicilios y residencias permanece aún como una incógnita que ni siquiera sabemos si se va a desvelar. ¿Por qué ese empeño en actuar como si morirse fuese una ignominia para ellos? ¿Por qué los continuos cambios de criterio? ¿Qué objetivo puede existir en no querer hacer un recuento más preciso de la infausta realidad que nos ha tocado transitar? Los medios existen. Existe el Servicio de Monitorización de la Mortalidad diaria, el tristemente célebre MoMo, cuyo registro a lo largo de la pandemia no puede ser más desolador, como se muestra en el gráfico adjunto.
Mortalidad por todas las causas observada y esperada.
España, diciembre 2019 hasta 26 de mayo de 2020

Iba a aventurar la hipótesis del inmenso remordimiento que les produce admitir que fueron sus constantes errores, ocultamientos y mentiras hasta el 9M las que hicieron empeorarlo todo de una manera tan trágica. Nadie (sensato) les culpa de la existencia de la Covid-19, repito. Solo de sus mentiras y que nos hayan hecho a los propios ciudadanos el objetivo a batir. La propaganda no transmite la verdad ni la esencia democrática de una nación. Solo la oculta, vistiéndola de lo que quiere el apelador que luzca.

Yo, personalmente, no solo me siento maniatado, también me siento mentido e insultado. Esto es lo que votantes constantes y afiliados al partido (partidos, que son dos) que gobierna no aceptan ni admiten. No se reprochan las dudas ni las equivocaciones. Ni siquiera que quisieran transferir la responsabilidad a la "ciencia", porque quienes piensen que la ciencia es de ideas precisas e inmutables y fáciles de convertir en leyes, no tienen la menor idea de la forma en que trabaja la ciencia (con continuos enfrentamientos intelectuales y debates). Incluso hubiésemos admitido encantados la querencia en centralizarlo todo  después de haberse pasado décadas descentralizando todo. Pero es intolerable que con la excusa de un virus nos hayan tomado a todos por idiotas mansos. 

martes, 26 de mayo de 2020

Crónica 75ª. El virus que quiso ser juez

26.834 fallecidos (con muertos de ida y vuelta, y seguramente con una cifra próxima a los 50.000, algo que nunca porque jamás les va a dar la real gana hacer bien las cuentas).
240.000 enfermos.
650.000 trabajadores en paro.
4,1 millones de trabajadores en ERTE (700.000 sin cobrar su salario aún).

Estas son algunas de las cifras que demuestran, inequívocamente, que estamos más fuertes que nunca. Sin mencionar el derrumbamiento de nuestro sistema de salud (¿el mejor del mundo?), el fracaso estrepitoso del sistema de alertas sanitarias, ni a los trabajadores del sistema sanitario que han fallecido o se han contagiado por carencia de medios, y ni mencionar el clima político, donde Bildu ha pasado a convertirse en una "fuerza progresista", según palabras del presidente, a cambio de cinco valiosísimas abstenciones.

Y el Gobierno, sus medios afines y adláteres, en estrategia de cierre frente a cualquiera que  ponga en duda una sola de las decisiones tomadas: los errores dejan de serlo para convertirse en un mal común repartido por todas las fronteras del planeta, los expertos y científicos son defendidos a ultranza (han sido el argumento que siempre ha empleado el Gobierno), y el presidente poco menos que ha de ser considerado un líder iluminado que nos lleva a todos por la senda de la normalidad nueva que acaba de nacer, una senda en la que el Estado se erige en protector de los débiles, convencedor de los poderosos para que arrimen el hombro y la cartera, y regador de ayudas y subvenciones para todos, impedidor de despidos, conseguidor de cualquier cosa en Europa y, cómo no, agente turístico para que las playas españolas este verano se llenen de extranjeros y disfruten de las empresas que no aportan valor añadido y mucha estacionalidad al panorama económico patrio.

La culpa de todo, de existir, la tenemos los demás, por no hacer lo que él quiere, por no aplaudirle, o por no votarle. O, mejor dicho, casi todos, porque no se ha visto aún que eche cargo alguno contra Esquerra Republicana, quien votó en contra de la última prórroga del estado de alarma. Creo que a esta estrategia de confrontación y dadivosidad por un voto es lo que se ha dado en llamar "Nuevos Pactos de la Moncloa". 

Pero, sí, salimos más fuertes de la pandemia, tanto, que en un solo día han resucitado 2.000 muertos. Fíjense si estamos fuertes. Y unidos. Que se lo digan al coronel Diego Pérez de los Cobos, destituido por no querer entregar al chulo que ocupa el Ministerio del Interior (encima es juez, vaya tela) un informe judicial que le había sido encomendado. Cese fulminante. Luego hablan de respetar las sentencias (y las instrucciones). El presidente, y sus adláteres del banquillo azul y alguno que fue puesto casi ahí mismo, como el ínclito don Simón, perdón, don Fernando, van a defenderse sin miramientos del aluvión de denuncias que se vienen encima. Descuiden: no los veremos en mal trance. Con un poco de suerte, lo que no veremos será al engreído del Marlaska lucir de nuevo una toga de juez tras sus monitorizaciones y ceses (lleva ya unos cuantos cesados).


domingo, 24 de mayo de 2020

Crónica 74ª. El virus que se pintaba de naranja

No fue hace tanto. Un año y poco más. Parece un milenio, pero desde que el partido del gobierno más el partido naranja sumaron, juntos, por sí mismos, mayoría absoluta en el Congreso, la Tierra solo ha podido concluir una vuelta alrededor del Sol. Es cierto que las distancias sidéreas son colosales, siderales más bien, valga la tautología, pero no es menos cierto que la Tierra se mueve por el espacio a una velocidad de vértigo: como nos encontramos en ella y, por tanto, nos movemos solidariamente con ella, no nos damos cuenta y no vomitamos del mareo. 

Todo el anterior circunloquio para explicar que el coronavirus pudo manifestarse en diciembre, pero mucho antes ya se había manifestado en suelo patrio la idiocia de los políticos. Por aquel entonces, un petimetre que apuntaba maneras, y qué lástima que solo las apuntase, decidió que el mentiroso mayor del reino y tahúr irredento de los gambitos de dama (por aquello de que nunca la parece indecoroso ofrecer cualquier peón), no era un aliado ni fiable ni responsable. Lo cual es verídicamente cierto, como cierto es también que las consecuencias de tal obviedad (y en política lo obvio nunca es materia de negociación) las estamos pagando todos ahora: nosotros, porque tenemos encumbrado en el palacio monclovita al más inútil y peligroso presidente que haya parido madre (y mira que ya era difícil superar a Zapatero) que, además, nos gestiona con procedimientos dictatoriales por una crisis que no conocieron los tiempos de las generaciones presentes; y ellos, porque lo del partido naranja es un suicidio por fases (fase 0, fase 1, fase 2 y fase 3) mientras el resto del país se pudre en el lodazal en que el mendaz loco está convirtiendo el país, para alegría de los garrapos que se sienten encantados de remozarse en él. Lo curioso es que lo de esa formación, alumbrada a la nadería bajo el mando de una mujer que, siendo como fue, alguna cosa en Cataluña, aquí no tiene más remedio que ponerse debajo de cualquier foco que ilumine,  lo de esa formación tiene delito porque al inepto embustidor no le hace ninguna falta su connivencia para lograr aquello que se proponga, pues es experto en dar a quien sea cuanto le pida y desdecirse de inmediato, cuando ha aferrado la compra con el puño. 

¿Alguien piensa, seriamente, que el monclovita va a cumplir con lo acordado? Ni los pretarras lo creen: ellos solo necesitan un papel donde fuesen estampadas unas firmas cuasi representativas, porque ninguna de ellas correspondía a los primeros espadas que, de haberse querido respetar el texto, debieron haber signado el documento. Cuando la vicepresidenta que se encarga de clamar en el desierto, es decir, de los asuntos económicos que no decide, afirma que es contraproducente y absurdo que se derogue la reforma laboral, en realidad está diciendo lo absurdo y contraproducente que es para ella permanecer un minuto más en el gobierno.

viernes, 22 de mayo de 2020

Crónica 73ª. El virus que trabajaba en falso

Cuando uno estampa su firma de segundón en un acuerdo que, por lo pronto, ha de pasar por un Consejo de Ministros, lo único que tiene que tener por seguro es que quienes sí cortan el bacalao en los asuntos suscritos pueden llamarte al orden, cuando no hacerlo trizas directamente. Dicen que la política es el juego de los engaños, pero también lo es de las oportunidades. Un mindundi, ensoberbecido por su situación parlamentaria en un escaño perdido en alguna parte del patio congresual, pero escaño al fin y al cabo, puede creer estar llevando a cabo política de altos vuelos y alegar principios y acuerdos y conversaciones con el gerifalte mayor del reino para poder meter las pezuñas en un plato que no le corresponde. No por ello deja de ser un mindundi, por muy famoso que se crea, y el gerifalte, un irresponsable o simplemente un loco o tal vez ambas cosas. Como el que nos aturde cada día desde la Moncloa.

En el reciente acuerdo sobre la derogación de la ley laboral no estaban presentes ni la ministra de Economía, ni los sindicatos, ni la CEOE, ni tampoco la inefable y bastante vulgar ministra de Trabajo. Sin los actores principales, ¿qué demonio de cambios laborales se pueden promover? Pues no tienen historia y papeles detrás las reformas laborales en nuestro país, y en cualquiera. Por eso estoy en la seguridad de que se trató de la enésima tomadura de pelo, esta vez al mundo abertzale euskaldún, del tahúr que nos gobierna a todos desde la torre de Mordor erigida en el palacio monclovita. Si vivimos en un mundo de tinieblas constantes, de mentiras y falsedades a todas horas, de inepcia e idiocia por doquier, de enfrentamiento progresivo de las dos Españas (una que protesta y la otra que llama fascista a todo el que no es como ellos, porque ser izquierdista es la religión verdadera y cualquiera con carnet de sociata o comunista es su profeta, y todos los demás unos impíos y herejes que merecen la muerte tanto como los escraches), si estamos en un terreno donde no parece que se esté viviendo una lucha desenfrenada contra un virus, sino una guerra campal entre un modo de concebir la vida y todos los restantes, ¿por qué íbamos a creer que un acuerdo, por más lúgubres que sean sus acordantes, forma parte del dogma de fe de un Gobierno cuyo único dogma conocido es que cualquier cosa vale únicamente para el minuto presente y actual?

Por eso nadie lo entiende. Por eso unos creen que es simbólico (aun sin precisar cuál es la exacta simbología subyacente) y otros que se trata de una grave y simple metedura de pata. Por eso algunos hablan de que el susodicho acuerdo ha de dañar la imagen presidencial, pero no veo cómo: tiene el sansirolé que nos gobierna, cubriéndole las espaldas, a un experto en esparcir mugre y mierda para tapar los campos verdes más lozanos. Todos están de acuerdo en que no se va a cumplir. En lo que nadie concuerda es en por qué el esfuerzo de introducir nuevas variables en la ecuación irresoluble de la gobernanza, sin darse cuenta de que, precisamente por ser irresoluble, y necesitar de una aproximación tras otra (ora los naranjas, ora los peneuvistas, ora el turolense...), el ínclito mendaz de la Moncloa juega el juego de engordar el cebón con todo lo que dé tiempo a meterle dentro, para que cuando explote, no haya cristiano o musulmán que sepa descifrarlo. Y, mientras tanto, aprovechando que el marrano engorda, Bildu y PNV buscan ganar posiciones de cara a las elecciones vascas, el del coletero se postula como único progresista del Gobierno, los naranjas a ser engañados por todos, el PP a encontrar una pírrica victoria del andoba macilento que tiene al frente, y los ultramontanos refugiándose en una calle que está más que harta y a la que solo le faltaban los niñatos de la extrema izquierda en tromba a la caza de fascistas (pobres imbéciles, no saben que los fascistas son ellos).

jueves, 21 de mayo de 2020

Crónica 72ª. El virus que usaba mascarilla ahora sí, ahora no

Tiene este Gobierno una cualidad que, en otras circunstancias, sería hilarante. Recomienda hoy lo que mañana desaconseja o prohíbe. No son vaivenes. Es no tener ni idea o tener una idea muy frágil de las cosas. 

Fernando Simón, el mismo que hace unas semanas recomendaba no llevar mascarilla porque no servía para evitar contagios, ahora insiste en que sea obligatorio. Incluso reconoce que nos ha mentido porque, dice, hizo aquella recomendación porque sabía que el Ministerio era incapaz de comprarlas. Será que el coronavirus contagia menos que la mentira, de la cual el presidente, jefe último de don Simón, perdón, don Fernando, es aventajado experto. No sé si hay que ser muy chulo o muy indigno para semejante afrenta.  

Con esto de la política nos estamos olvidando de los comités científicos repletos de epidemiólogos y sabios, de esos que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Total, no hay apenas decisiones científicas, sino intuitivas, en este barullo de la pandemia. Lo que sí hay son decisiones políticas y, como en el caso Sánchez, desacertadas casi todas. De los datos y análisis de los científicos se puede desprender tanto un pan como unas tortas, como en España, o una estrategia óptima de freno del virus, caso de Suecia. 

Qué lástima todo. El doctor Noesno parecía medio tonto, pero ha resultado medio listo. Convence a la otrora intrépida e irreductible Inés Arrimadas para otros quince días de dictadura bajo el órdago de solicitar treinta o cuarenta, cuanto más mejor. Claro que no son pocos quienes aplauden a la dirigente naranja por su centrismo y predicar con el ejemplo de la tolerancia su propia depuración. Ahora resulta que ser de centro es pactar con el que está en la bancada azul cualquier cosa que este proponga, sin importar su contenido. Por eso decía lo de medio listo, porque de golpe y porrazo, el presidente ha encontrado un partido de diez diputados con el que diluir su propia responsabilidad sobre todo lo que ha sucedido. El apoyo de los vascos o del turolense o de la canaria están muy bien, pero esas van con concesiones. La de los naranjas no tienen ninguna y, de tenerla, es papel mojado. Los naranjas solo querían salir en la foto antes de su muerte clínica en la creencia de que podrían salvarse algo.  


Crónica 71ª. El virus que sufría de estrés por su futuro

Mucha gente lo está perdiendo todo sin darse cuenta. Lo pierden ellos, sí, pero lo están perdiendo también sus hijos y nietos antes de que lo hayan tenido. El presente está perdido y el futuro lo tenemos embargado hasta nueva orden o se produzca un vuelco vertiginoso a la situación. Y no va a suceder, no en España, al menos. 

Nos han despojado -sin pestañear siquiera- de nuestros derechos y libertades: qué importa, en sede parlamentaria afirman que no es cierto, que todos ellos siguen ahí, incólumes, tal cual, que muy pronto volverán en esa nueva normalidad que, cuanto más llega, menos normal parece. Y, no contentos con eso, alardean de cumplir el objetivo de impedir que hubiese en España 300.000 muertos y que, felizmentesolo ha habido 30.000. 

Sin reclusión, todo es muerte. Será que el virus no mata porque sea un patógeno difícil de combatir. Será que el virus mata, o mata mejor, si te encuentra en la calle, borracha y yendo sola a casa, o saliendo a buscar pan, o en una terraza con los amigos obstinados en estornudarse unos a otros. Por tanto, hay que recluir. Y recluir mucho, seguir recluyendo, cuanto más mejor, mejor hasta septiembre que hasta junio. No sabemos bien si nuestros gobernantes profesan esta cuestión de fe por su propia incompetencia (tan pertinaz como el propio coronavirus) o porque han descubierto el goce orgiástico que supone gobernar sin rendir cuentas a nada ni bajo la lupa de nadie. Nos han salido dictadorzuelos los andobas estos del Gobierno. Y encima se cuelgan medallas y se ponen un notable alto en su labor de desbroce. Tanto placer les causa haber recluido a todo el país que no toleran la más mínima manifestación de protesta. La soportan, por supuesto, y les revienta las tripas, pero con gusto cortarían de cuajo la lengua de quienes profieren la inmensa injusticia de no considerarles almas salvíficas de la especie humana, en particular de la española. 

Dirá usted: "¿Y qué otra cosa se puede hacer?" Y yo le respondo: lea usted la prensa internacional o las agencias periodísticas si quiere informarse sobre lo que todos los demás están haciendo en este mismo momento, porque ni mucho menos están todos tomando las mismas decisiones.

Y nuevamente usted replicará: "¿Y si se equivocan y vuelve el virus y nos mata a todos?" Y yo zanjaré la cuestión: el virus va a regresar también por España, porque nadie está esparciendo desinfectando desde las nubes, de modo que métase en casa, con sus miedos y atavismos, no sea que la próxima mutación del coronavirus decida dejar en paz a nuestros ancianos y la emprenda con los idiotas. Claro que, entonces, pocos quedaban en el Congreso...

En quienes más pienso estos días es en los jóvenes (50% de paro) y en nuestros hijos menores. No sé qué les va a deparar la vida, no estamos sabiendo construir una lo suficientemente digna. Entre crisis económicas y sanitarias, la vamos poblando de trampas y minas. Ni siquiera pensamos en ellos cuando las cosas nos han ido mejor y podíamos disponer de algún recurso para dejarles un mañana mejor. Es la puñetera manía de los políticos de solo pensar en su culo dentro de cuatro años, cuando no en las vanaglorias de pensar que lo que ellos manejan es el estado y, a fin de cuentas, el dinero es ilimitado e incontingente. Decía de los jóvenes porque sus estudios valen menos que los pagarés de
Nueva Rumasa. 

Aquí solo ganan los políticos, especialmente los que pillan banco azul. Pueden realizar todos los desmadres que les dé la gana (miren, por ejemplo, al ministro del Interior, el señor Marlaska, súbitamente devenido cuervo en un campo de cadáveres) que ellos sí saldrán ganando. Pueden hundir el país y enviar a la miseria a millones de españoles, que cuando dejen el banquillo no será el de los acusados (el único que con justicia merecen) y se retirarán con pensión vitalicia, infame recompensa a sus esfuerzos por imponer su dictadura de ignorancia e ineptitud.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Crónica 70ª. El virus que quiso durar una década

Ensoberbecido, quiso prorrogar el estado de alarma nada menos que 45 días. Es decir, poderes excepcionales al margen del Congreso hasta el mes de septiembre. Supongo que a estas horas le habrán concedido 15 días más, que incluso me parecen injustificados. Máxime si atendemos a las palabras del gobernador del Banco de España de hace 48 horas, primera autoridad pública que pone negro sobre blanco, sin tapujos, aunque en ese estilo críptico y ampuloso que tanto gusta a los economistas, la auténtica dimensión de la hecatombe económica que se nos está viniendo encima.

Habló de un desplome esperado de la riqueza nacional en el entorno del 10% y un 25% de paro (del 50% para los jóvenes). Como hay muchos gastos y menos ingresos, se disparan el déficit y la deuda pública (que ya estaba bien disparada, por cierto, con eso de los viernes sociales). Estos números suponen la realización de sacrificios económicos durante una década, o más. E incluso puede ser peor. Eso habló.

Lo curioso es que, allá en las esferas políticas, nadie se ha echado a temblar. Prosiguen con el sainete de la unidad y la batalla contra el virus como si tal cosa. Al Gobierno no se le ha escuchado decir esta boca es mía: como si no fuese la cosa con ellos. Y a la oposición tampoco. No veo claro que el estulto Sánchez vaya a hacer nada de lo que ya tuvo que hacer su colega Zapatero o su antagonista Rajoy. De hecho, de hacer algo, tendrá que ser mucho peor. Y a quienes esperan frotándose las manos de ver pasar el tullido cadáver político del presidente, les recomendaría que abriesen los ojos porque lo que van a heredar no es un país sino un erial.

Dicen que Hernández de Cos, el gobernador del BdE, dijo en voz alta lo que todos saben. Ahora solo queda que vaya alguien a hablar de las opciones que se presentan por delante, si es que hay alguna, que tras dos meses de desastres anunciados sin interrupción uno ya no sabe si lo que resta es morirse ya y dejar el mundo a las bacterias. Pero me temo que seguiremos mareando la perdiz con Junqueras, el nuevo chantaje del PNV o si los naranjas serán hechos zumo o gajos.


martes, 19 de mayo de 2020

Crónica 69ª. El virus que no sabía dimitir

Sale el presidente por la tele y anuncia que desea mantenernos recluidos en casa otro mes más. Así, con total pasmosa normalidad, no sé si nueva o vieja todo lo contrario. Llevamos nueve semanas así, viendo pasar por el telediario los muertos, los contagios, los hospitales de campaña y los anuncios de la miseria que está en ciernes. Los muertos dejan de morir en masa y uno diría que se mueren normalmente, si no es de virus de cualquier otra cosa. Los contagiados van disminuyendo y los hospitales de campaña tiempo ha que se desmantelaron. Diríase que aquello que nos arrestó ya no está, y sin urgencia sanitaria que lo justifique, escarbar en informes de ida y vuelta, primero escritos por la mano de la ciencia, luego de técnicos sanitarios, finalmente de funcionarios de segunda o tercera fila, solo son ganas de tocarnos las narices. 

No discuto que haya quienes piensen que debemos permanecer encerrados hasta dentro de una década, o más, hasta que el virus se muera de asco si no logramos dar con una vacuna efectiva. Pero no deja de ser una total falta de respeto a los ciudadanos por parte de seres que juegan a ser mucho peores que un virus. Buscan demostrar, por activa y por pasiva, que esta situación es lo que está sucediendo en el mundo, en todaspartes, y que en todas partes, en todo el mundo, se piensa igual. Pareciera que se sienten muy cómodos en la emergencia, que esta situación, no por episódica y excepcional, es justo aquello que todo gobernante necesita para florecer y situar su efigie en al atrio de la Historia. Sin control judicial, sin control constitucional, sin nada ni nadie que verifiquen sus decisiones, se han acostumbrado de tal manera a sojuzgar nuestros derechos fundamentales y libertades públicas que no conciben que la mayoría pensemos que se han convertido en dictadores. Dictadores democráticamente elegidos por el menor apoyo electoral que haya tenido gobierno alguno hasta la fecha, porque nuestro presidente es campeón en perder votos y solo le beneficia los muchos más que pierde el resto. Un presidente que ni ante un escenario de calamidad pública, con decenas de miles de muertos, es capaz de mostrar altura de miras. Aunque, quién se sorprende, es el peor preparado y el más lamentable que ha pasado nunca por el Congreso.

Se creerá, él y su séquito, que no nos angustian las muertes, la ruina, el dolor, la incertidumbre. Se creerá el presidente, y con él todos sus ministros, que todo lo anterior justifica que seamos un país sin ley ni derechos. Sin democracia. Sin tribunales de justicia. Sin parlamento (los cuatro gatos que a él acuden no constituyen una Cámara Baja). Sin libertad de movimiento. Casi sin libertad de expresión, porque intentan que no la haya. Ni siquiera puede llamarse a esto un despotismo ilustrado, sino la conjura de los más necios que haya alguna vez habido. Necios y sectarios. Buena combinación. Si al menos dimitiera en junio...




Crónica 68ª. El virus que gustaba dar golpes a una cacerola

Ya sé que hay aplicaciones de móvil que reproducen el sonido del golpeteo de un cucharón contra una cacerola. Lo acabo de saber. Pero me pregunto si puede competir en volumen con el aporreo de una olla de acero inoxidable. Aunque siempre es bueno actualizarse.

Muchos piensan que lo de las caceroladas es un espectáculo casposo de gente bajando a la calle armando ruido con lo que tienen en la cocina. Toda esa gente que grita contra el Gobierno con la insolencia de saltarse la norma de confinamiento más la norma de distancia social más la norma de obligado apoyo más la norma de créete mis mentiras, son obviamente (con la definición de obviedad provista por el aparato gubernamental) unos fascistas adinerados, rentistas de mucho cuidado, explotadores ellos o sus ancestros del proletariado sufridor, cedistas y cuasi epígonos de lo más casposo y desagradable que ha parido madre en este terruño. Votantes de Vox, católicos de misa los domingos (cuando no diaria, ahora que ya se puede) y ellas, además, muñequitas rubias de insolente belleza.  

Aquí hay que ser como hay que ser. Asalariado y por cuenta ajena, y si autónomo se admite fontanero sin Mercedes o rentador de un quiosco de pipas y chuches. Por descontado, seguidor acérrimo de los programas televisivos esos de islas donde los famosos no desaparecen ni a tiros, futbolero de equipo y envidias ajenas, hipotecado por la honra de tus hijos y despreciador incólume del facherío arriba descrito, cuando lo de los epígonos y la CEDA.

A este individuo o individua, o transindividuo o transindividua, que lo del sexo es un concepto de brillo trasnochado ante el rutilante esplendor de lo genérico, también le parece que el Gobierno se encuentra superado, superadísimo, por una gestión política de la crisis horrible y nefasta. Pero no piensa en escracharles, aunque les venga bien empleado: ¡son los suyos! Son los que han venido al mundo con el objetivo de salvar a los asalariados de la miseria opresora del capitalismo, a poner igualdad en las riquezas de entre quienes la tienen en abundancia y quienes no (y trazar el ras -por favor- siempre bien abajo). A estos entes salvíficos, elegidos en urnas con toda legitimidad y legítimamente constituidos en Gobierno, hay que aceptarles los errores y aciertos, los muertos y los vivos, y por descontado ayudar a frenar su caída libre en las encuestas. 

Lo del control parlamentario, lugar donde según la constitución reside la representación popular, es cosa de credenciales democráticas. Nada mejor ni más cómodo que creerse elegido dios del cielo: la propia verdad se torna escritura sacra. Los partidos de la oposición son seres sospechosos, por definición, antipatriotas contumaces si criticones u oportunistas de tres al cuarto. Salvo los aliados: esos, de tofo fiar.

¿Caceroladas? Cómo osan. Cómo se atreven. España no puede volver a caer en manos de fascistas, de rebeldes, de golpistas, de la derechona, de las rubias o de los gualdos. Venzamos el miedo, camaradas, vayamos juntos francamente, y usted el primero, por la senda de la autocracia y la dictadura de los elegidos para la gloria.

lunes, 18 de mayo de 2020

Crónica 67ª. El virus que no se acordaba de otras enfermedades

Se han suspendido muchas actividades por el coronavirus. De entre todas, una destaca en silencio: se ha reducido drásticamente la atención médica que nada tiene que ver con la Covid-19. No hablamos de aplazar los análisis o chequeos, sino también la extracción de tumores, pruebas de diabetes, visitas prenatales, trasplantes de riñón, vacunas, incluso atención de emergencia tras sufrir un ataque cardíaco. Desde principios de marzo las visitas al médico han disminuido en aproximadamente un 60%. Las pruebas de detección de cáncer han disminuido entre un 80% y un 95%. Y hasta hace relativamente poco, algunos hospitales rechazaban a todos los pacientes excepto a aquellos con Covid-19.

Los epidemiólogos aseguran que esta pausa en la atención médica no Covid-19 representa una parte aún no conocida de los miles de "exceso de muertes" que se han registrado en los últimos meses. Esto es un peligro en cualquier epidemia. Durante el brote de ébola en África occidental en 2014-16, el aumento de las muertes por sarampión, malaria, SIDA y tuberculosis finalmente superó las muertes por ébola.

En la situación actual, es poco probable que la mortalidad indirecta supere a las muertes causadas por Covid-19, pero la pausa en la medicina es un desafío urgente de salud pública por derecho propio. La asistencia online o telefónica ha ayudado a llenar el vacío para muchos pacientes que necesitaban consejos, evaluaciones y recetas antes que atención práctica, pero por sí misma no puede hacer mucho. de hecho, ya existía en el tiempo anterior al coronavirus, solo que su uso no era tan extendido. Resolver esta necesidad en los tiempos que han de venir requerirá esfuerzos combinados por parte de médicos, aseguradoras, hospitales y gobiernos estatal y autonómicos. El objetivo debe ser reanudar la atención médica con cuidado y de forma gradual para evitar que el brote de Covid-19 empeore o exponga a las personas con afecciones existentes a un virus que les sea especialmente amenazante, como es este.


domingo, 17 de mayo de 2020

Crónica 66ª. El virus que disfrutaba de las peleas

Allá arriba en Lombardía, se encuentra Bérgamo, la hermosa ciudad que, con los Alpes a sus espaldas, contiene uno de los conjuntos medievales mejor preservados y más sorprendentes de toda la región. Celta antes que romana, aplastada sin contemplaciones por Atila, renació para formar parte de la República de Venecia y conventirse en una brillante urbe medieval tanto dentro como por fuera de sus murallas. Napoleón la conquistó, los austriacos la anexionaron y Garibaldi la recuperó. Para acceder ella, nada como ir a pie (o a caballo, según los tiempos) por alguna de las grandes puertas que se abren en sus murallas. Para los menos afectos al esfuerzo, hay funicular. 

Bérgamo fue la zona cero del virus en Europa, la ciudad más asolada por la enfermedad Covid-19 y, a día de hoy, un canto de esperanza. De sus hospitales a las oraciones del Papa en Roma, es Italia y no España el símbolo de la epidemia en Europa. España es símbolo de muerte y devastación y mala política.

Sánchez no fue el único en ignorar los avisos. También sucedió en la Fracia de Macron y el Reino Unido de Johnsson. Permitió que, con más de 500 casos confirmados, 120.000 personas salieran a las calles a manifestarse contra el virus del machismo y, cuando quiso imponer el bloqueo nacional, a mediados de marzo, por detrás de las decisiones dela Comunidad de Madrid, a la que detesta porque detesta a su presidenta, nada pudo hacer por quienes ya habían sido infectados. Alardear políticamente del sistema de salud, como siempre se ha alardeado en este país que pasó del sueño del mayor Imperio del mundo a la pesadilla del más cruento conflicto que una sola nación haya vivido, tiene sus consecuencias. El infausto jefe del Centro de Coordinación del Ministerio de Salud para Alertas de Salud y Emergencias, Fernando Simón, dijo al comienzo de la crisis sanitaria que España tenía 4.400 camas de cuidados intensivos para atender una población de casi 47 millones. Alemania, con una población de 84 millones, inició la crisis con 28.000 camas en las UCIs. Sumen la escasez de suministros y llegarán, más pronto que tarde, los triajes.

La clase política ha visto en la crisis del coronavirus una oportunidad, no una emergencia. España, federalista, con sus políticas diseminadas en una serie de autonomías irreconciliablemente separadas, no puede articular ese mando único con el que el presidente disfraza la autocracia. ¿Por qué es tan difícil que a un residente en Madrid, estando en Andalucía, le den una medicina en una farmacia? Si los datos personales no son de la Administración ni de ninguna empresa, sino de la sociedad entera, nada impide que un contagio en cualquier rincón del país sea automáticamente conocido por el ayuntamiento, la comunidad autónoma, el Ministerio de Sanidad, la Comisión Europea o la OMS. Pero lejos de querer buscar este tipo de soluciones, los partidos continúan en sus interminables disputas y reyertas. Como decía el otro, si los obligaran a enfundar las navajas, no sabrían qué hacer con las manos.

Lamentablemente, no somos el único escenario de división impenitente. En Estados Unidos (80.000 muertos), los republicanos siguen las recomendaciones de los expertos en mucha menor medida que que los demócratas. Las caceroladas que se están extendiendo de la calle Núñez de Balboa al resto del país son transversales en España y en otros países donde también se están produciendo, como Alemania y Austria. Transversal significa que no reúnen a personas de una única ideología aunque los símbolos que se emplean en su mayoría así lo haga parecer. Cuando la gente parece decidida a no querer escuchar a los expertos, incluso hasta el punto de poner en riesgo su propia salud (botellones, bailes y concentraciones como se están viviendo estos días), cabe preguntarse dos cosas: una es, ¿hablan los expertos a la gente con la seguridad y empaque que una alarma sanitaria como la actual precisa?, porque las continuas improvisaciones y correcciones sobre la marcha producen, precisamente, escepticismo; y dos, ¿hasta qué punto puede imponerse a una sociedad libre el bien común si nada indica que estemos viviendo la extinción de la vida humana?, porque no solamente hay quienes opinan que lo más importante son las vidas humanas, también quienes piensan que por unas cuantas vidas humanas no merece la pena condenar a la Edad Media al resto (suena cruel y tenebroso, pero la vida es un continuo requiebro a la muerte en todas sus manifestaciones).

Un camionero, un trabajador de la construcción, un mecánico, un técnico de la lavadora, un consultor, un cocinero, un camarero, un limpiador de un hotel... ¿Cuántos millones de personas han tenido que aceptar resignadamente que expertos médicos, académicos y tecnócratas decidan que lo mejor es mantener la economía cerrada porque lo más importante no es la economía de la que ellos dependen sino la salud de un 0,09% de la población? Quienes defienden los confinamientos tienen trabajo, mantienen su nivel de vida y, en no pocos casos, viven en este momento una temporada de vacas gordas (¿quién se acordaba de los epidemiólogos antes?). En cada una de sus manifestaciones, los erigidos en adoctrinadores de la población manifiestan sin escrúpulos la sensación de estar realizando una labor crucial, importante, única en la Historia. Y usted, como yo, a callar y asentir, sin trabajo y sin saber cómo va a hacer para sobrevivir cuando se le acaben los ahorros, si es que no se le han acabado ya.


jueves, 14 de mayo de 2020

Crónica 65ª. El virus que perdía su respetabilidad

Cuando la noticia es el repunte, en este caso en Corea y Alemania, uno comienza a pensar en cientos de muertes diarias y miles de infectados, nuevamente. Nuestro Gobierno, bien adiestrado en dar gato por liebre, reprocha los repuntes a los gobiernos que mejor lo han hecho hasta ahora en esto de combatir la pandemia. Uno se pregunta cómo van a detenerse los contagios sin inmunidad, pero esa cuestión escapa a las meninges de nuestros próceres, por muy expertos que sean.

La noticia va acompañada de explicación. 35 nuevos casos en Corea: un desastre sin paliativos. Pero nuestro Gobierno saca pecho: el repunte ajeno les coloca, a ellos, a los responsables de la catástrofe que hemos vivido, en su sitio. El número, en esa misma fecha, de diez veces más nuevos contagios en España les parece salvífico. Cuando también lleguen los repuntes, odiosa palabra, veremos qué les sugiere.

Me parecía, al principio, entrañable el experto don Simón, pero su respetabilidad hace mucho que cayó en un desagüe hediondo y su obstinado pliegue a la propaganda (que no información) gubernamental, le hace poco menos que inútil. Justifica en todo momento la ingente ignorancia y las incontables mentiras del presidente y se siente feliz con ello. Todos los días en la tele. Es, junto al ministro de la cosa sanitaria, un estorbo constante. Ambos estorban hasta la obscenidad. Y, pese a ello, la prensa española que desbarra por su sesgo ideológico, sigue aplaudiendo las peripecias como si de las aclamaciones de las 20 horas se tratase.

martes, 12 de mayo de 2020

Crónica 64ª. El virus que mentía más que hablaba

Desde lo de "los españoles necesitamos un Gobierno que no nos mienta", dicho alto y claro por Pérez Rubalcaba cuando lo del 11M, de tan infausto recuerdo para todos y de ignominia eterna para el último gabinete de Aznar, las mentiras han sido recurrentes en todos los gobiernos. Mintió Zapatero al negar la crisis, mintió Rajoy con todo el asunto de su tesorero, y miente Sánchez como un bellaco cada vez que abre la boca para hablar del coronavirus.

No importa que CNN le haya sacado los colores por Twitter: “Spanish Prime Minister Pedro Sánchez said ranking by Johns Hopkins University showed Spain was fifth in the world in testing rates. But those international rankings appear not to exit”. Digo que no importa porque lo de hacer el ridículo a nivel internacional es algo que al protagonista puede traerle sin cuidado por más vergüenza ajena que nos dé a todos los demás. Lo que realmente importa es la sensación de que estamos ante un andoba que cuanto dice o hace es espantosamente falso.  De aquello de "convocaré elecciones inmediatamente", pasando por "no pactaré con Podemos ni con los independentistas" a lo de "cambiaré el Código Penal para perseguir el delito de referéndum"). 

Vale, eran mentiras políticas, y ya se sabe que en política solo se dicen mentiras para decir lo que los demás quieren oír y hacer después lo que a uno le venga en gana. Si al tipo lo auparon hasta la Moncloa una serie de diputados, ¿por qué iba a echar a perder el sueño convertido en realidad de dormir todo el tiempo en la Moncloa si la ley atribuye solo al presidente la potestad de convocar elecciones? Las convoca cuando mejor le interese y punto, que es lo que han hecho todos.Y si lo de repugnar a Podemos y a los catalanes daba votos, ¿por qué no iba a decir que ver a Pablete en el Gobierno le quitaba el sueño si con ello conseguía más voto útil? En fin, que a los únicos a quienes debería espantar ese tipo de mentiras es a los suyos y sus votantes, pero está claro que no les espanta.

Otra cuestión son otro tipo de mentiras, por ejemplo las de su doctorado, conseguido con una porquería de tesis que ni siquiera escribió (nunca escribe nada de lo que se le atribuye), para lucir un título de doctor concedido por una universidad de mierda y mediante un tribunal de amiguetes. Pero uno, que es doctor y a mucha honra, conseguido con trabajo constante y dedicación intensa, y con buenas publicaciones en las mejores revistas internacionales, ha visto muchas tesis que no valen nada y a sus autores colmados con un título que los iguala a mí. Luego al final es cuestión de lo que cada cual haga para demostrar que lo de ser doctor no es por accidente. En puridad, lo de Sánchez ni tan siquiera es accidental: simplemente vio que su expediente académico era una pura bazofia y quiso enmendar la cosa con títulos de tres al cuarto. Otros, en la oposición, lo tienen igual de pésimo y consiguieron el título de un máster que no hicieron. Lo que hace sentir vergüenza de lo poco que vale uno, oiga... Mucho presidente, pero más vacío que una litrona en plenos sanfermines.

Y por último están las mentiras que sí afectan a la sociedad. Como Zapatero ante la crisis, Sánchez negó el riesgo de la pandemia, mantuvo las manifestaciones, permitió la llegada normal de aviones procedentes de países que ya estaban en cuarentena, y tuvo la desvergüenza de declarar que apenas se iban a producir contagios en España pese a la información de la OMS que se hallaba encima de su mesa a finales de enero. 

Y si esto no le pareció suficiente o relevante, siguió mintiendo con lo de que España era el país que primero había hecho frente a la pandemia, atribuyéndose el liderazgo de las medidas en España cuando algunas Comunidades como la de Madrid ya habían cerrado colegios y residencias mucho antes de que él moviese un solo dedo. 

Como mintió al asegurar que nadie le había advertido de los riesgos que entrañaba autorizar las manifestaciones del 8M, sabiendo que nuevamente la Comunidad de Madrid lo hizo y por escrito(en el juzgado está la prueba). 

Como siguió mintiendo, esta vez a la OMS, nada menos, con datos falsos sobre el número de test realizados, provocando que la propia organización ONUesca le leyera la cartilla corrigiendo los datos que el Gobierno le había enviado como si fueran por ciertos. Y quiero pensar que sabía perfectamente que no lo eran, porque lo contrario significaría que todos, absolutamente todos, son unos incompetentes de cuidado.

Y siguió mintiendo, esta vez de nuevo a los ciudadanos, afirmando en su homilía sabatina que el impacto del virus en España era similar al que estaba teniendo en EEUU, Italia, Reino Unido y Francia, y todo ello para ocultar la verdad, para no tener que decir que somos el primer país en cuanto a muertos por cien mil habitantes (con permiso de Bélgica, que cuenta a todos los muertos, no solo a los clínicos). 

Y como estuvo y está mintiendo repetidamente al presumir de proteger al personal sanitario, cuando a estas alturas todo el mundo sabe que en eso también lideramos todas las listas mundiales con más de un 20% de sanitarios infectados (y la OMS alarmándose de que en algunos países los contagios al personal de los hospitales es superior al 10%), porque, de hecho, casi todos los nuevos contagios que se publicitan en las estadísticas provienen precisamente de los sanitarios. 

Y como no sabe ni quiere dejar de mentir, el presidente aludió en una de sus insoportables homilías que las ayudas económicas y laborales debido al estado de emergencia tendrían que ser derogadas si este no era prorrogado por el Congreso. Y digo que mintió porque un presidente que no sepa que están reguladas en leyes ordinarias y que se ponen en marcha o se mantienen en función del contexto económico, no merece ser presidente ni un minuto más. La mentira al servicio del objetivo, tan repugnante como cuando propone “sinceramente” alcanzar un acuerdo con todas las fuerzas políticas para la "reconstrucción" de España y, poco después, coloca al frente de la Comisión al segundo mayor inepto del Reino de España (el primero es él) y como vicepresidente de la susodicha comisión a un leninista convencido. Menudos acuerdos a los que llega el andoba...

Este ejercicio continuado y patológico de la mentira, de la propaganda, podría ser oprobio para quien profesa tal aborrecimiento hacia la verdad, pero lo cierto es que han costado muchas más de las 26.000 vidas (oficiales son esas) y la ruina de todo el país. Porque a la mentira hay que añadir la incompetencia, la improvisación, el sectarismo... ¿Y este es el individuo al que el Congreso ha seguido concediendo el mayor poder de la democracia?

lunes, 11 de mayo de 2020

Crónica 63ª. El virus que quería ser maduro

Aunque la estadística no nos coloque a los mayores de 50 años en una situación de excesiva alerta frente al coronavirus, desde las órdenes gubernamentales se intenta confinarnos más y mejor en las empresas con actividad. Traer de vuelta al personal laboral de su reclusión en orden inverso de edad, es querer ahondar aún más en las desigualdades inconstitucionales que el Gobierno, en su inmensa sabiduría, nos viene deparando a todos, y directamente una paternalista forma de estigmatizar para mucho tiempo a un sector de la población. Lo mismo que se justifican los triajes por aquello de que el derecho a la vida parece que lo es más conforme menor edad se tenga, ahora van a provocar algo parecido con el derecho al trabajo. 

Las políticas del Estado deberían favorecer la experiencia y la edad. El INE informe de que los trabajadores mayores de 65 años han pasado del 5% al 11% y se proyecta que representarán la mitad del aumento del empleo en los próximos diez años. Esto, que debería constituir un motivo para dar saltos de alegría (supone hacer frente al envejecimiento de la población y una manera directa de reducir los subsidios por jubilación), ahora parece que es motivo de honda preocupación. Detrás vamos los de cincuenta. Arreando. Pese a que siempre lo tenemos todo en contra.




domingo, 10 de mayo de 2020

Crónica 62ª. El virus que comparó su historia con otros virus



Actualización 18 de marzo de 2021: la pelotita del SARS-COV-2 tendría ahora el tamaño aproximado de la Gripe Rusa de finales del XIX.


Actualización 30 de junio de 2022: la pelotita del SARS-COV-2 tendría ahora el tamaño aproximado de la primera epidemia Cocolitztli a principios del siglo XVI (enfermedad portada por los españoles a Nueva España - México).



Crónica 61ª. El virus que quería recuperar la actividad

No sé cuánto tiempo llevamos escuchando o leyendo las terribles descripciones del mundo futuro, no de un futuro lejano sino del que empieza prácticamente mañana. Del consenso generalizado en "estar atravesando la gran catástrofe" se desprende idéntico consenso sobre "nada será lo mismo". No deja de ser paradójico que la tenebrosa dictadura comunista-capitalista china haya sido capaz, finalmente, de doblegar a todas las potencias occidentales que surgieron de la posguerra en los años 50. Viendo los mimbres con que se vienen fabricando las presidencias de Estados Unidos, Francia, Inglaterra o España, a nadie puede sorprender que los aún aliados occidentales hayan caído en la irrelevancia más absoluta. Al menos en lo político. Y no hay nada más terrible que asistir, atónitos, a la creciente pujanza de China mientras la muy complaciente Europa se va fosilizando poco a poco. 

Los 280 mil muertos, por más que supongan el 0,005% de la población mundial (los infectados son el 0,07%), una cifra irrisoria si la comparamos con los 18 millones de fallecimientos anuales por enfermedades cardiovasculares, están produciendo un colapso desproporcionado en todo el planeta. De repente, los gobiernos sucumbieron ante los virus como los marcianos de "La guerra de los mundos" ante las bacterias terrestres. El goteo incesante de fallecidos, causado por la tardanza en reaccionar como se debió haber reaccionado, ha representado una tortura insufrible tanto para los gobiernos como para las sociedades en general. Las escenas dantescas en los hospitales consiguieron colapsar a los países donde se producían. De repente, sanos y enfermos tuvieron que abandonar las calles, los trabajos, todo, porque se hacía prioritario no tanto detener la sangría (¿cómo se puede impedir que suceda algo que va a suceder de todos modos?) como el impacto que causaba la debilidad de nuestros modernos sistemas de salud. Dirá usted que cada muerto cuenta, que cada fallecido es una causa noble por la que luchar. Pero no pensamos lo mismo con ninguna de las restantes causas de muerte que existen en el planeta. ¿Por qué el virus sí y lo demás no, aunque mate más y mejor? No se trataba de un patógeno llamado a exterminar a la especie humana, solo a provocarle una cantidad considerable de daño, pero de forma limitada. Da lo mismo, ahí está el resultado. Todos (o casi) los países bloqueados y una vergonzosa comparación entre quienes venían liderando el mundo y los restantes: en eficiencia de sus medidas preventivas  y en alcance real de la pandemia.

España lleva muchos años, posiblemente desde el primer gobierno Zapatero, sin ser un país moderno y serio. Incapaz de sanear siquiera un poco sus cuentas públicas. Sin saber reformar nada, ni en lo político ni en lo económico. Sin tejido industrial bien desarrollado. Sin investigación, pese a la proliferación de centros tecnológicos y universidades. Sin un proyecto educativo que mire al futuro. Con partidos convertidos en cotos cerrados del jefe de turno, cuyo poder es absoluto, que se transforma en presidente del gobierno por aclamación de unos pocos y una sociedad que profesa veneración religiosa a las siglas. Zapatero, Rajoy, Sánchez. ¿Quién es peor? ¿El necio, el vago o el inepto? Lo peor de lo peor sale siempre victorioso. Para ser presidente solo hay que saber manejar el cotarro mafioso del partido. Es la única experiencia previa que se exige. Y en la oposición solo hay más de lo mismo.

Es desolador contemplar el panorama que está sucediendo. El drástico e interminable arresto domiciliario en que vivimos sometidos, porque sometimiento es lo que sufrimos los españoles frente al más prolongado y severo bloqueo del mundo, ya está produciendo devastación en lo económico. Cifras de paro, caída del PIB, aumento del déficit público y la deuda pública, cierre de empresas... Por llegar tarde, se paralizó la actividad productiva del país y, por ineptitud gestora, la parálisis se va a extender durante casi 10 semanas (la quinta parte del año). Y por miedo. Los gobiernos, en general, y el nuestro, en particular, le tienen un miedo atroz al virus, pero ninguno a incrustarnos a todos en la miseria. ¿Cómo pueden recitar tan campantes, alegres incluso, el máximo histórico de gasto en prestaciones por desempleo, sin realizar una miserable estimación de lo que ocurriría si la reclusión se acabara ahora mismo? ¿Se alegrarán de la misma forma cuando recorten las pensiones, reduzcan el sueldo de los funcionarios o eliminen las bochornosas subvenciones con que riegan los jardines de todos sus amigos y afines?

Nadie ha evaluado el coste beneficio de estas medidas. Nadie tiene claro cuál es el umbral que limite su aplicación, si se desea sobrevivir económicamente al virus. Por eso mismo es muy factible pensar que ese umbral ya lo hemos cruzado. Enfatizar en la necesidad de usar mascarillas o guantes o mamparas puede resultar instructivo, pero no es la razón de ser del Gobierno. Esta se encuentra en procurarse, de una maldita vez, de los elementos necesarios para mantener todo bajo absoluto control. Causa indignación que quienes con torpeza e incuria multiplicaron por cuatro la tasa de mortalidad del virus en España, vayan a ser los mismos que ahora se encarguen de dirigir a la nación hacia su destino incierto.


viernes, 8 de mayo de 2020

Crónica 60ª. El virus que vivía muy feliz en Suecia

Casi todos los países occidentales decidieron, más pronto o más tarde, seguir a rajatabla las medidas adoptadas por China cuando la epidemia de Wuhan quiso hacerse notar. Población en cuarentena, cierre económico, pruebas masivas de PCR... ¿Todos? No, como la aldea de Astérix, unos pocos países optaron por decisiones menos agresivas: optaron por preservar sus economías y la sociedad civil, evitando con ello la cadena interminable de problemas y devastaciones que se derivan de un bloqueo brutal.

En Europa fue Suecia quien, entonces, atrajo toda la atención mediática por su política de no agresividad. Le han llovido fuertes críticas e intensa fascinación a partes iguales. Para quienes entienden que solo la reclusión forzada de los ciudadanos puede librarnos de este virus, la estrategia de Suecia era y es un suicidio en masa. Para quienes estamos en contra de las políticas de bloqueo, y me apunto personalmente a este listado, Suecia es el experimento perfecto. El resultado es que España, Estados Unidos y Reino Unido continúan encabezando las tablas mundiales de muertes por la COVID-19. Los números de la muerte en Suecia son más bajos, en comparación, y ha evitado la pérdida de confianza que aturde a gobiernos como el español, que continúa empujando a la población al límite del estrés social y la tolerancia económica. Baste mirar las últimas cifras de desempleo para darse cuenta de lo que está sucediendo.

Como exponíamos en la primera de estas crónicas, allá por el 17 de marzo (parece que ocurrió hace medio milenio), Suecia no ha aplicado ninguna medida estricta de reclusión poblacional ni de cierre de centros productivos. Tampoco ha cerrado sus fronteras. Las autoridades sanitarias suecas han venido informando de una serie de pautas para favorecer el distanciamiento social, así como otras medidas de sentido común sobre higiene, los viajes, reuniones públicas y la protección de ancianos. Han mantenido abiertas todas las escuelas preescolares, primarias y secundarias, si bien cerraron institutos y universidades, que han debido seguir con su trabajo en modo online. Los bares y restaurantes han permanecido abiertos y los compradores no tienen que seguir el ritual de la línea punteada al guardar cola con 2 metros de separación cuando acuden al supermercado. Según los científicos del país, están en camino de lograr la inmunidad natural (o de rebaño). Debido a que Suecia decidió seguir la ciencia epidemiológica real y seguir una estrategia de inmunidad colectiva basada en el sentido común, no necesitó "aplanar la curva" porque su enfoque estratégico tuvo una difusión más gradual y más amplia. El asesor epidemiológico del gobierno sueco, Anders Tegnell, trató en todo momento de mantener la propagación de la enfermedad lo más baja posible para evitar el colapso de su sistema de salud sin recurrir al bloqueo completo. De hecho, la principal victoria del gobierno sueco ha sido mantener el número de casos lo suficientemente bajo como para no colapsar las unidades de cuidados intensivos (UCIs). Y les ha funcionado.

Causa perplejidad comprobar que, en estos precisos momentos, las naciones que optaron por el bloqueo parecen usar la crisis económica como excusa para no reabrir la economía, junto al temor a un segundo pico de contagios que, en su opinión, causará estragos mucho mayores en la ciudadanía que lo ocurrido hasta ahora. Esta justificación se basa en la creencia de que el coronavirus tiene capacidad de desatarse de forma súbita y repentina en la población. Puede haber una segunda oleada, en efecto, ocurre con otras enfermedades infecciosas, pero ha de tenerse en cuenta que será consecuencia de la decisión de imponer el bloqueo desde un principio y no permitir el contagio paulatino dela población. La terrible conclusión es que, a largo plazo, una vez superada la cresta que hemos vivido, los resultados serán proporcionalmente iguales en cuanto a víctimas humanas.

El epidemiólogo Neil Fergusson, el mismo que no dudó en saltarse la reclusión por él recomendada para visitar a su amante, empleó un modelo informático de tintes apocalípticos para convencer al gobierno tory de la necesidad de cambiar la estrategia inicial (próxima a la sueca), que en estos momentos podemos superponer con la realidad que reflejan los números ya registrados:



Un problema de las estadísticas es que pueden contar aquello que quiera el narrador, especialmente si se trata del gobierno. No hay ningún estudio científico que demuestre que el bloqueo ha salvado un número significativo de vidas. En España, la reclusión y el parón económico no han impedido que encabecemos el lúgubre listado de países con más muertes por población (Bélgica registra una ratio mayor porque ellos sí contabilizan a los muertos sin estado clínico).

A medida que nos movemos hacia el purgatorio económico y social, países como Suecia son objeto de críticas de los expertos en los medios de comunicación. Cuánto hay de ello en el remordimiento de haber respaldado "sin fisuras" el enfoque único de los gobiernos, no lo sabemos. Seguramente mucho, aunque se encuentre aún larvado. Asombra la facilidad con la que una parte importante de las personas invoca el principio TINA (del inglés, There Is No Alternative, no hay alternativa), algo que a lo largo de la historia ha precedido a la mayoría de las calamidades causadas por el hombre, de la Primera Guerra Mundial, pasando por la Guerra de Irak de 2003 y el rescate de los bancos cuando la crisis de 2008.

Algunos medios de comunicación, como el The New York Post, o la propia ONU, han debido reconocer que el éxito de Suecia es incontestable. El Dr. Micheal Ryan, jefe de gestión de emergencias de la OMS, ha declarado: "Lo que Suecia ha hecho de manera diferente es que ha dependido mucho de su relación con su ciudadanía y de la capacidad y voluntad de sus ciudadanos para implementar el distanciamiento y la autorregulación. Creo que si queremos alcanzar una nueva normalidad, Suecia representa un modelo si deseamos volver a una sociedad en la que no tengamos bloqueos". Según la OMS, Suecia es esa nueva normalidad y no las reaccionarias políticas de cuarentena medievales favorecidas por casi todos los estados. 

Más que de otro asunto, en estos momentos el coronavirus habla de la relación existente entre las personas y sus gobiernos. La idea exhibida por el presidente hace solo unos pocos días, vinculando la política de bloqueo con el intercambio de vidas, es una falaz dicotomía y una demostración de ignorancia. Alguien debería recordarle a nuestro Gobierno las palabras de Cecilia Soderberg-Naucler, profesora del Instituto Karolinska de Suecia: "Debemos establecer el control sobre la situación, no podemos dirigirnos hacia un caos completo". 

Este concepto de ciudadanos que se hacen responsables de sus acciones y del bienestar público está consagrado en la Constitución sueca. Implica que el Estado no puede amenazar ni abusar de sus ciudadanos por asuntos como no observar el distanciamiento social o comprar artículos no esenciales cuando salen de compras o se reúnen en grupos pequeños. Los ciudadanos suecos conocen los riesgos y siguen fielmente las pautas gubernamentales. También reconoce el Gobierno sueco que los humanos no son perfectos y que, por ello, no usarán la policía ni los tribunales para castigar a los ciudadanos que no sigan las pautas al pie de la letra, como es el caso de muchos países, empezando por el nuestro.


jueves, 7 de mayo de 2020

Crónica 59ª. El virus que gustaba de ir por delante

A veces tengo la sospecha de ser el único en pensar que la devastación, en términos de muertos, provocada por el coronavirus es mucho menor del apocalipsis que algunos sospechan que se está produciendo. Si existe algún armagedón, ha sido causado por la tardanza con que algunos gobiernos  han actuado. Los virus y las enfermedades que causan matan: vaya que sí. Unos más, otros menos. Pero este covid  no ha diezmado la población mundial, ni mucho menos. Y, a la vista de los números, queda claro que de diezmar algo, ha sido la felicidad de los países ricos. Con todo el respeto hacia quienes han fallecido y sus familias, pero cada vez parece más evidente que la responsabilidad de los decesos vierte sobre los gobiernos antes que sobre el virus.

Nada de todo ello quita que la Covid-19 sea de mucha gravedad. La respuesta tardía y deficiente se contradice con los protocolos internacionales que establecen, como formato de actuación frente a pandemias, rapidez y eficacia. El estupor que a todos nos invade nada tiene que ver con la necesaria crítica a quienes asumieron voluntariamente conducir los destinos de los pueblos. 

El coronavirus ha colocado a la ciencia bajo los focos del primer plano de los informativos. Unas veces como parapetos para los políticos, otras como esperanza milagrosa para el grueso de los la gente común, el desconcierto general de la población (e incluyo a los mandamases) ha exigido y exige a los científicos que trabajen como la ciencia no puede ni debe trabajar. 

El método científico es uno de los mayores avances de la humanidad. Es sistemático, minucioso... y lento. Los descubrimientos, de los más impenetrables a los más útiles, llegan tras avanzar por larguísimos caminos tortuosos. Y en el camino van quedando fracasos y pruebas fallidas o imposibilidades absolutas (casos de la energía de fusión y la cura contra el cáncer). A menudo da la sensación de que aquello que se persigue, escapa al entendimiento humano, que solo arriba a las invenciones maravillosas con fortuna y suerte.

La actual carrera por encontrar una vacuna al coronavirus es una de esas situaciones complejas e injustas que tan imperiosamente demanda la sociedad como condiciona a los científicos. Sus tiempos de desarrollo se miden en años, no en semanas. Los estudios clínicos controlados no son fáciles de realizar y requieren de movilizar recursos financieros impresionantes. La competición que estamos viviendo entre Estados Unidos, China, Corea y otros países por encontrar una vacuna lo antes posible no tiene tanto que ver con la prisa que todos tenemos como con los beneficios ingentes de los laboratorios que optan a dar con ella. Y eso significa escatimar la compartición de conocimiento entre unos y otros.  

El virus, de momento, va ganando la batalla clínica. En alianza con la ineptitud de los gobernantes, siempre va un paso por delante de hospitales y laboratorios farmacológicos. Finalmente será atrapado, por supuesto, cuando muchos más hayan muerto o quizá cuando ni siquiera sea preciso ser cazado porque nuestros cuerpos hayan funcionado correctamente contra el maldito invasor. Doscientos cincuenta mil fallecidos en todo el mundo pueden parecer demasiados, y lo son, pero mucho más lo son los millones de pobres que la impericia de los gobiernos va a dejar tras de sí.


miércoles, 6 de mayo de 2020

Crónica 58ª. El virus que no contagió a un solo paciente cero

Se ha publicado en Reino Unido un nuevo análisis genético del virus que causa la Covid-19, realizado con más de 7.600 secuencias virales de todo el mundo, obtenidas de la base de datos global que los científicos están utilizando a escala mundial para compartir datos.  El estudio muestra que el virus ha estado circulando entre las personas desde finales del 2019 y que, por tanto, debe haberse propagado rápidamente después de la primera infección.

Los investigadores analizaron diversas mutaciones en el virus y encontraron evidencia de su rápida propagación, pero ninguna de que el virus se transmita ahora más fácilmente o sea más probable que cause una enfermedad grave. El virus está cambiando, lo cual mismo no significa que esté empeorando. Si los resultados del estudio se confirman, significará que queda descartado cualquier escenario que suponga que el SARSCoV-2 pudo haber estado en circulación mucho antes de ser identificado. Es una mala noticia porque implica que no ha infectado a grandes proporciones de la población mundial. Algunos médicos esperaban que el virus hubiese circulado durante muchos meses y haber infectado silenciosamente a muchas más personas de las registradas, lo que ofrecería esperanzas de que existe alguna inmunidad ya acumulada en algunas poblaciones. Las estimaciones son que solo el 10% de la población mundial ha sido estado expuesta al virus.

Los virus cometen errores cada vez que se replican, y estas mutaciones se pueden usar como un reloj molecular para rastrear el virus a través del tiempo y la geografía. Los resultados del estudio coinciden con estimaciones anteriores y apuntan hacia a que todas las secuencias comparten un antepasado común fechado a finales de 2019, lo que respalda que fuese entonces cuando el SARS-CoV-2 saltó a un huésped humano. Todas las muestras virales, tomadas de todos los rincones del mundo, muestran múltiples mutaciones similares. 

También han encontrado evidencia genética que respalda las sospechas de que el virus estaba infectando a personas en Europa y otros lugares semanas o incluso meses antes de que se informaran los primeros casos oficiales en enero y febrero. De ser así, la búsqueda del paciente cero deja de tener sentido. 


lunes, 4 de mayo de 2020

Crónica 57ª. El virus al que encantaba ser autoritario

El presidente del Gobierno podría haberse erigido como el líder definitivo de esta crisis si hubiese optado, desde el mismo momento que decretó el estado de excepción, por una política de exquisita y continuada colaboración con la oposición. Cuando los momentos son excepcionales, la política ha de ser excepcional. Ser líder no equivale a devenir dictador. La catástrofe sanitaria es responsabilidad exclusiva del gobierno chino, como apunté en una entrada anterior, y no de este Gobierno ni de ningún otro gobierno, salvo el ya mencionado. Tampoco es responsabilidad del Gobierno que la pandemia, de alcance mundial, haya repercutido con fiereza en la economía planetaria. La responsabilidad del Gobierno se limita a su gestión de la crisis en España.

Por más que se esfuercen en sus comparecencias televisivas, los efectos de la pandemia han supuesto en España una devastación sin paliativos: en número de muertos, en sanitarios infectados, en aumento del desempleo, en caída del PIB, en improvisación política y en barbaridades legislativas. Las  gestiones autoritarias son tan inteligentes como inteligente sea quien las lleva a cabo. La arrogancia y el insufrible narcisismo del presidente del Gobierno, quien solo se rodea de estrategas y lameculos, era un camino trillado para su derrota política. De haber escogido la humildad contenida en el eslogan "Este virus lo derrotamos entre todos", con una praxis muy distinta, de paréntesis en la batalla político para aunar fuerzas, inteligencias, voces y voluntades (mejor si son dispares), le hubiese llevado a congregar y liderar un equipo de crisis tan excepcional como la situación lo requería, abierto a todas las sensibilidades y con capacidad de enfrentar distintas ideas y soluciones.

Pero el autoritarismo es solo uno de los diez pecados (errores) en que ha incurrido el presidente.
  1. Subestimar el impacto del coronavirus, pese a los muchos informes que había sobre la mesa a primeros de marzo (incluidos todos los que determinaban la ferocidad que se había desatado en Lombardía) y la realidad de aquel momento, no tan lejano, en cuanto a contagios y muertes. Durante todo aquel fin de semana de marzo se sucedieron no solo las manifestaciones del 8M, también una gran variedad de eventos de diversa índole. Es significativo que el mismo lunes 9 la Comunidad de Madrid decidiese el cierre de colegios y universidades, tras haber decretado el cierre de las residencias de ancianos tres días antes, el viernes 6, poniendo en marcha con ello toda la maquinaria anticrisis para la que el Gobierno aún necesitó seis días más.
  2. No solo se perdió un tiempo precioso en la toma de decisiones ante la crisis, sino que la manera precipitada de acometerlas fue ejecutada con continua improvisación y desconocimiento de los resortes del Estado. De alguna manera, esta improvisación aún se manifiesta cincuenta días después. La excusa de que el Gobierno acata lo que sus expertos asesores (y científicos) deciden no es sino un burdo trampantojo para hacer creer a la población que no ellos quienes yerran, pese a que toda la responsabilidad es suya. No hay más que echar un vistazo a las licitaciones de mascarillas, hisopos, respiradores y demás material sanitaria que han aparecido publicadas en el BOE. Los pelotazos han sido tan considerables como indignos de un Gobierno pretendidamente social.
  3. La falta de medios para combatir clínicamente al virus ha representado una vergüenza constante para los ciudadanos. Debido a ello, en los hospitales se ha llegado a practicar el cribado de pacientes atendiendo a su esperanza de vida, contraviniendo el derecho fundamental  la vida de los ciudadanos sin importar su edad, sexo, raza o creencias. El problema es que, aún hoy, si de nuevo volviese el colapso a los hospitales, se seguirían produciendo. El Gobierno no ha dejado actuar a las autonomías, centralizando todo el poder, incumpliendo la lógica más elemental de aprovechar la experiencia y recursos de quienes llevan más de veinte años haciéndose cargo de la gestión sanitaria. A consecuencia de ello, el material sanitario llega tarde, defectuoso y de manera negligente.
  4. El punto anterior enlaza con la decisión de centralizar y decretar el mando único ante la crisis., lo que la ha convertido de sanitaria a caótica. La solidaridad entre las autonomías ha brillado por su ausencia y la cooordinación con los distintos representantes del Estado (del que el Gobierno es solo parte) inexistente. Y en el propio seno del Gobierno se han producido todo tipo de divergencias y empujones entre unos ministros y otros. Las rectificaciones e imprecisiones han estado a la orden del día. 
  5. Este Gobierno tan social ha impuesto un discurso terriblemente ideológico en lo económico (asistencia universal del Estado a la población) que, por extraño que parezca, no se ha convertido aún en nada concreto, más allá del anuncio de medidas y los esfuerzos por sacar adelante la gestión de lo ya aprobado. La ausencia de diálogo social, que tampoco ha habido, y la chabacanería de las intervenciones de buen número de ministros, empezando por la de Trabajo, le ha deparado enemigos entre los empresarios de todo tipo. Las proyecciones oficiales remitidas a la Comisión Europea son el anuncio prematuro de la muerte política del presidente, porque no hay quien las aguante.
  6. El desprecio por el Parlamento, sede donde reside la representación popular, que no en el Gobierno (incluso se la atribuía a sí mismo el presidente en sus primeras comparecencias televisivas) ha conllevado su aislamiento político. El problema del cesarismo en la gobernanza es que solo funciona mientras las cosas van bien, y en España han ido mal desde el principio. Conforme ha ido transcurriendo el tiempo se ha puesto más y más en evidencia que en otros países se han puesto en marcha políticas mucho más efectivas y ahora solo queda parapetarse en lo ideológico (caso del chantaje explícito de la última comparecencia) y en la hostilidad hacia el resto de fuerzas.
  7. El presidente se ha dirigido a los ciudadanos de manera tan habitual como interminable, expresándose con un paternalismo insultante, lo mismo que si no pudiésemos comprender la verdad de esta crisis. Si el deseo era hacer pedagogía o evangelización, el empleo de un lenguaje militar terminó de perfilar la indignidad de un Gobierno que no respeta ni en las formas a los ciudadanos.
  8. Pese al paternalismo, la opacidad y confusión del Gobierno en cada ocasión que ha debido manifestarse (escúchese la intervención del presidente para explicar "las cuatro fases que son tres" del indescifrable plan de desconfinamiento) han hecho de la ambigüedad, los desmentidos y las rectificaciones el sustrato básico de su comunicación. 
  9. La crisis vuelve dóciles a los ciudadanos, por tanto el Gobierno solo ha de preocuparse de mantener a raya a la prensa crítica con su poder, una vez asegurada la mansedumbre de la sociedad. Los sucesivos intentos del Gobierno en crear un régimen propagandístico donde los bulos ajenos sean delito y sus mentiras, dogma de fe, junto con las ruedas de prensa dirigidas o las intervenciones de los cuerpos de seguridad en favor de intervenir las redes sociales, responden a una concepción absolutista del Estado.
  10. El estado de excepción no solo ha supuesto excesos en sancionar a los ciudadanos, asumir por decreto competencias transferidas, suspender derechos y libertades constitucionales El estado de excepción se ha convertido la única posibilidad de supervivencia del presidente. 
Elegir la mayor torpeza del Gobierno es complicado. El listado se extiende y no acaba. Lo dramático es que, todas ellas, configuran el escenario de cadáveres en las residencias de ancianos, morgues de campaña, UCIs improvisadas, funerales desangelados y demás calamidades que conforman un auténtico museo del horror. La cuarta vicepresidenta ha proclamado, ante ello, que "España está en la gama alta de éxito". No se puede tener más soberbia. En esta política de continuo desprecio a todos los que no son el Gobierno, los ciudadanos hemos sido simplemente marionetas a las que multar, reconvenir y apabullar. 

Nos apabullan diciendo que, sin estado de excepción, volverían los millones de contagios, las docenas de miles de muertos. Y con esa arma fatídica cuenta el Gobierno: con el miedo, la amenaza, con la ceguera de lo que sucede en nuestro entorno, con la asunción de que -en el fondo- los propios ciudadanos nos creemos unos críos irresponsables, incapaces de actuar en consecuencia, necesitados de mano dura perpetua. Quizá por ello nos mantengan recluidos hasta el final de los tiempos (políticos) (del Gobierno). Pero, a algunos, no nos callarán.


domingo, 3 de mayo de 2020

Crónica 56ª. El virus que mandaba hacer cosas absurdas

Que la manera de afrontar esta crisis sanitaria sea con las mismas prácticas que se utilizaron en la época que se escribió el Decamerón, dice muy poco bueno de la medicina y la ciencia. Es posible que alguien se permita etiquetar la fabricación de mascarillas como de alta tecnología, pero si las están cosiendo unas señoras de Béjar en sus casas, mejor que ese alguien se calle. 

Mientras tanto, no son pocos quienes se indignan y ofenden (cuánto indignado y cuánto ofendido hay por el mundo, por favor) de las apreturas y corrillos que se forman en los parques o las aceras ahora que se han levantado las medidas más extremas de reclusión doméstica. Como decía la canción de Jarcha, "yo solo he visto gente obediente hasta en la cama". Y hablando de camas, resulta que los matrimonios pueden hartarse a besos y folleteo en su cama de tres metros cuadrados, pero si salen en el coche han de colocarse uno delante (el conductor) y el otro detrás, en la diagonal. 

Mucho se habla y discute del derecho o no que pueda tener el Gobierno a geolocalizarnos usando aplicaciones para los móviles. Hasta donde yo sé, el Estado nos tiene geolocalizados por nuestro domicilio habitual, luego la presente situación de reclusión forzada ya es en sí misma una geolocalización, sin necesidad de GPS. Sin mencionar que en Corea del Sur o Taiwan fue lo que permitió que hayan ejercido las mejores y más efectivas fórmulas de contención del virus de todo el planeta.

De hecho, no somos pocos los que desconocemos las razones por las que se nos recluye en casa. Por lo pronto, todos los que no están enfermos ni infectados y que, ahora mismo, podrían estar trabajando con normalidad (de la vieja, no de la nueva) en vez de esperar en sus casas viendo cómo el mundo conocido se va derrumbando día a día. Claro, usted argüirá que resultaba imperioso frenar el ritmo creciente de contagios y muertes, olvidando que si nos hemos visto abocados a la presente situación fue porque el Gobierno desoyó las advertencias de la OMS, un organismo ciertamente proclive a la exageración que tiene por obligación informar a los gobiernos de los riesgos para la salud, lo mismo que los gobiernos tienen la obligación de impedirlo una vez recibida las alertas.

Claro, me replicará, si la situación es la que está siendo, admitido el error histórico del Gobierno, forzoso resultaba encerrar a todo el mundo en casa. ¿Por cuánto tiempo?, pregunto. ¿Indefinidamente y hasta que al listo de turno se le ocurra que ya es suficiente? ¿O más bien acordando el levantamiento de la reclusión por consenso con el resto de organismos del Estado? No solo nos han forzado a renunciar a nuestra libertad de reunión y de movimiento, también a nuestro derecho a trabajar: si hay 217.000 infectados en nuestro país, entonces solo el 0,5% de la población lo está, o lo que es igual, alrededor de 100.000 trabajadores en todo el país: una cifra manejable por cualquier autoridad sanitaria que se precie de eficaz.

Pero la cruda realidad es que son estadísticas, porque ignoramos cuánta gente está infectada y cuánta gente ha muerto por el virus. Si esto no es una demostración sin ambages de que vivimos un fracaso colectivo, no sé qué lo puede ser: ¿descubrir que no teníamos el mejor sistema de salud del mundo?, ¿haber dejado morir a los mayores en las residencias geriátricas? ¿que seamos el país con más muertos por habitante? 

Qué absurdo está resultando todo...


Crónica 55ª. El virus que siempre quiso ser chino

SARS-COV-2 se incubó en Wuhan de mediados de diciembre 2019 a mediados de enero 2020. El estado chino intencionadamente desinformó sobre ello a la población en las fechas previas a la celebración del Año Nuevo Lunar, el 25 de enero. Fue a mediados de diciembre cuando se detectó el brote de una nueva enfermedad parecida a la gripe, localizada en trabajadores y clientes del mercado de Huanan, donde se venden también animales exóticos y salvajes. El 26 de diciembre varios medios de comunicación chinos publicaron los informes anónimos de un técnico de laboratorio, donde se informaba de que la enfermedad, causada por un nuevo tipo de coronavirus, era en un 87% similar al SARS o Síndrome Respiratorio Agudo Severo.

Li Wenliang, oftalmólogo del Hospital Central de Wuhan, hizo saltar la alarma el 30 de diciembre en una línea de chat. Esa misma noche, las autoridades de Wuhan solicitaron información sobre una "neumonía de causa poco clara". El régimen chino encarceló a Li y a otros profesionales médicos que intentaron advertir sobre la aparición del nuevo virus. El 1 de enero, la agencia estatal de noticias Xinhua informó de que "la policía pide a todos los internautas que no fabriquen ni difundan rumores". Cuatro días después de la discusión en el chat donde Li había comentado sobre el coronavirus, la Oficina de Seguridad Pública le obligó a firmar una carta reconociendo que había vertido "comentarios falsos" y que sus revelaciones habían "perturbado gravemente el orden social". Li, que se ha convertido en un héroe popular clandestino en contra del engaño urdido por los funcionarios estatales, finalmente acabaría muriendo a causa de la enfermedad que él mismo alertó. 

China silenció a otros médicos minimizando el peligro para el público incluso cuando las autoridades ya estaban desconcertadas y abrumadas. Los medios estatales suprimieron toda información sobre el virus. Aunque las autoridades cerraron el mercado de Wuhan, epicentro del contagio, no tomaron más medidas para detener el comercio de vida silvestre. El 22 de enero el virus ya se había cobrado la vida de 17 personas e infectado a más de 570. Sin embargo, China reforzó la supresión de información sobre el coronavirus por considerarla "alarmante" y censuró aún más las críticas que se producían por tergiversación intencionada. A medida que aumentaban los casos, los funcionarios seguían declarando con insistencia que había más infecciones.

El 31 de diciembre, la Comisión Municipal de Salud de Wuhan declaró que no había transmisión de la enfermedad de persona a persona, y la describió como una gripe estacional "prevenible y controlable". El 1 de febrero, el New York Times informaba de cómo "el manejo inicial de la epidemia por parte del gobierno permitió que el virus se mantuviera tenaz. En momentos críticos, los funcionarios optaron por anteponer el secreto y el orden antes que enfrentar abiertamente la creciente crisis para evitar la alarma pública y la vergüenza política".

China no compartió con rapidez la información disponible sobre el coronavirus con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Así, esperó hasta el 14 de febrero, casi dos meses después del inicio de la crisis, para desvelar que 1.700 trabajadores sanitarios se encontraban infectados. Dicha información sobre la vulnerabilidad de los trabajadores médicos era esencial para comprender los patrones de transmisión y el diseño de estrategias de contención del virus. Los expertos de la OMS fueron obstaculizados por los funcionarios chinos al tratar de recabar datos sobre la transmisión hospitalaria del coronavirus. El hecho de que China no brindase información abierta y transparente a la OMS supuso más que un simple colapso moral: es el incumplimiento de un deber legal que China debía a otros estados en virtud del derecho internacional, por el cual los estados perjudicados, que en el día de hoy ascienden a 150 naciones, podrían plantear batalla legal.

Desafortunadamente, China repite el mismo patrón autocrático que obstruyó recabar información cuando la crisis del SARS, 18 años antes. En aquel caso China trató de encubrir la epidemia, lo que llevó a los estados miembros de la OMS a adoptar el nuevo Reglamento Sanitario Internacional de 2005. En ambos casos, China y el mundo se habrían salvado de miles de muertes innecesarias si China hubiera actuado abiertamente y en de conformidad con sus obligaciones legales. Aunque el sistema de salud pública de China se ha modernizado, el sistema político ha retrocedido.

Como uno de los 194 estados que formaron parte del Reglamento Sanitario Internacional de 2005, legalmente vinculante, China tiene el deber de recopilar rápidamente información y contribuir a una comprensión común de lo que puede constituir una emergencia de salud pública con posibles implicaciones internacionales. El Reglamento Sanitario Internacional fue adoptado por la Asamblea Mundial de la Salud en 1969 con el objetivo de controlar seis enfermedades infecciosas: cólera, peste, fiebre amarilla, viruela, malaria y tifus. La revisión de 2005 agregó la viruela, poliomielitis debida a poliovirus de tipo salvaje, SARS y ciertos casos de gripe humana.

El artículo 6 del Reglamento Sanitario Internacional requiere que los estados brinden información expedita, oportuna, precisa y suficientemente detallada a la OMS acerca de posibles emergencias de salud pública con el fin de impulsar esfuerzos conjuntos para prevenir pandemias. La OMS también tiene el mandato, en su Artículo 10, de buscar la verificación de los estados con respecto a los informes no oficiales de microorganismos patógenos. Los estados deben proporcionar información oportuna y transparente en 24 horas y participar en evaluaciones colaborativas de los riesgos presentados. Sin embargo, China rechazó en repetidas ocasiones las solicitudes de ayuda de la OMS de finales de enero y de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDCP) de los EE. UU. a principios de febrero- El Washington Post concluyó en un artículo del 26 de febrero que China "no estaba enviando la información que los funcionarios y expertos de la OMS esperan y necesitan". Pese a que, posteriormente, la OMS elogió a China por sus esfuerzos, la conclusión del Instituto O'Neill para el Derecho de la Salud Nacional y Global de Georgetown fue que la colaboración parcial de Beijing "hace que sea políticamente difícil para la OMS contradecir públicamente" a China.

Si bien la conducta intencional de China es ilícita, la pregunta fundamental es si puede considerarse ilegal. De ser así, de acuerdo al Artículo 1 de la Responsabilidad de los Estados de la Comisión de Derecho Internacional, de 2001, los Estados son responsables de sus actos internacionalmente ilegales. La reafirmación de la ley de responsabilidad estatal se desarrolló con el aporte de los estados para reflejar un principio fundamental del derecho internacional, vinculante a todas las naciones. Los “actos ilícitos” son aquellos que son “atribuibles al estado” y que “constituyen una violación de una obligación internacional” (artículo 2). La conducta es atribuible al estado cuando se trata de un acto estatal a través de sus funciones ejecutivas, legislativas o judiciales (artículo 4). Si bien los errores de China comenzaron a nivel local, rápidamente se extendieron por todo el gobierno de China hasta alcanzar a Xi Jinping, el secretario general del Partido Comunista Chino, ridiculizado en estos momentos por los internautas chinos a consecuencia de su inacción. El crítico más destacado, el magnate chino Ren Zhiqiang, criticó a Xi por su mal manejo del coronavirus, llamándolo un "payaso hambriento de poder". Desde febrero nadie conoce el paradero del empresario, aunque se sospecha que se encuentra en una prisión, incomunicado, cerca de Beijing.

Los actos ilícitos son aquellos que constituyen un incumplimiento de una obligación internacional (artículo 11). Una violación es un acto que "no está en conformidad con lo que le exige esa obligación...". El hecho de que China no comparta información de manera expedita y transparente con la OMS de conformidad con el Reglamento Sanitario Internacional constituye un incumplimiento temprano y posteriormente extendido de sus obligaciones legales (Artículo 14). En consecuencia, China tiene la responsabilidad legal de sus actos ilícitos (artículo 28). Las consecuencias incluyen reparaciones completas por la lesión causada. China no creó intencionadamente una pandemia global, pero sin duda fue su malversación la causa de que se produjera. Un modelo epidemiológico en la Universidad de Southampton descubrió que si China hubiera actuado con responsabilidad en las dos o tres semanas siguientes, el número de afectados por el virus se habría reducido entre un 66% y un 95% por ciento. Al no cumplir con sus compromisos legales con el Reglamento Sanitario Internacional, el Partido Comunista Chino ha desatado un contagio global, con crecientes consecuencias materiales.

Los costes del coronavirus crecen diariamente, con incidencia creciente de enfermedad y muerte. Las medidas de mitigación y represión aplicadas por los estados para limitar el daño están arruinando la economía global. De conformidad con el Artículo 31 de los Artículos de Responsabilidad del Estado, los estados deben hacer reparaciones completas por el daño causado por sus actos ilícitos. Las lesiones incluyen daños, ya sean materiales o morales. Los Estados lesionados tienen derecho a una reparación total "en forma de restitución en especie, compensación, satisfacción y garantías y garantías de no repetición" (artículo 34). La restitución en especie significa que el estado lesionado tiene derecho a ser colocado en la misma posición que existía antes de que se cometieran los actos ilícitos (artículo 35). En la medida en que no se realice la restitución, los estados lesionados tienen derecho a una indemnización (artículo 36) y a la satisfacción, en términos de disculpas y disciplina interna, e incluso del enjuiciamiento penal de los funcionarios en China que cometieron los actos ilícitos (artículo 37). Finalmente, los estados lesionados tienen derecho a garantías de no repetición, aunque el Reglamento Sanitario Internacional de 2005 se diseñó para este propósito después del SARS (Artículo 48). A medida que el mundo continúa sufriendo los costes del incumplimiento de las obligaciones legales por parte de China, queda por ver si finalmente pueden ser sanados.

Nadie espera que China cumpla con sus obligaciones o tome las medidas requeridas por la ley de responsabilidad estatal. En ese caso, las consecuencias legales de un hecho internacionalmente ilícito están sujetas a los procedimientos de la Carta de las Naciones Unidas. Su Capítulo XIV reconoce que los estados pueden presentar disputas ante la Corte Internacional de Justicia u otros tribunales internacionales. Sin embargo, el principio de soberanía estatal significa que un estado no puede ser obligado a comparecer ante un tribunal internacional sin su consentimiento. Esto refleja una proposición general en el derecho internacional y su mayor debilidad.No obstante, la ley permite a los estados a tomar contramedidas legales contra China como un medio para inducir a Beijing a cumplir con sus responsabilidades y deudas (artículo 49). Las contramedidas no serán desproporcionadas en relación con el grado de gravedad de los actos ilícitos y los efectos infligidos en los Estados lesionados (artículo 51). La elección de dichas contramedidas que está abierta, con limitaciones mínimas. Por ejemplo, las contramedidas pueden no implicar la amenaza o el uso de la fuerza o menoscabar los derechos humanos de China (artículo 50). Sin embargo, a excepción de estas limitaciones, los Estados Unidos y otros estados lesionados pueden suspender las obligaciones legales existentes o violar deliberadamente otras obligaciones legales que le deben a China como un medio para inducir a Beijing a cumplir con sus responsabilidades y abordar los daños calamitosos que ha infligido al mundo.

El menú de tales contramedidas es tan ilimitado como la medida en que el derecho internacional infringe los asuntos exteriores entre China y el mundo, y tal acción por parte de los estados lesionados puede ser individual y colectiva y no tiene que estar explícitamente relacionada con el tipo de violaciones cometido por China. Por tanto, esta podría incluir la eliminación de China de los puestos de liderazgo y de todas las membresías presididas por China en Naciones Unidas. Los estados podrían revertir la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, suspender los viajes aéreos a China por un período de varios años, o anular el famoso cortafuegos de Internet que China mantiene para aislar el país del resto del mundo. Hay que recordar que las contramedidas autorizan actos que normalmente serían una violación del derecho internacional.