martes, 14 de abril de 2020

Crónica 28ª. El virus que desprendía odio y esclavizaba

Desescalar. El nuevo palabro. Acuñado en el discurso oficial durante su más reciente homilía pontificia, el propagandístico Presidente que nos gobierna sigue impertérrito en su objetivo de endiñarnos eslóganes publicitarios, uno tras otro. Desde la perogrullada del "virus dinámico" (no, no es el Dúo de Resistiré) hasta la "desescalada de la tensión política”, todo en sus palabras es algo no muy distinguible de la bazofia.

Pero, mucho ojo, ándese el españolito con cuidado porque, aunque se trate de basura lingüística, el mensaje no es tan vacío como aparenta. Tras la desescalada (que, por cierto: sencillísimo resultó coronar la ingente montaña de detritos que se han ido acumulando desde la Transición) se esconde la idea pluscuamperfecta de esparcir la mugre hacia todos lados, menos al suyo. La política es una inmensa península rodeada por el Océano Estupor. Que se lo digan a la inefable Lastra, quien yo creo que va contagiada no del coronavirus, sino de la rabia.

¿Le divierten a usted los memes que circulan por Whatsapp? Marlaska (Kaì sú téknon) anuncia que van a vigilar las redes sociales. ¿Por qué? Porque ímproba ha de ser la lucha contra bulos y noticias falsas. ¿Y si provienen del Gobierno, como ha pasado desde enero? Nada: vivimos bajo un Estado devenido autoritario y observador de las buenas costumbres en el hablar y hasta en el pensar. George Orwel nos lo relató hace tiempo, pero nunca lo tomamos en serio, solo los de la tele para sus inventos de realidades con gentes en casa o islas o en la mismísima Luna (quizá donde debieran estar todos ellos). 

Pero estábamos bajando, o a punto de hacerlo, de la hedionda montaña de odio donde se reúnen los políticos. Han de hacerlo en aras de algo denominado, "Nuevos Pactos de la Moncloa". Los viejos, los de 1977, se instauraron para dejar atrás una dictadura. Estos de ahora parece que se constituyen para llevarnos a una... Total, nuestras libertades apenas existen: no podemos salir a la calle y tampoco podemos criticar al Gobierno, en ambos casos nos abroncan bien desde los balcones (la estupidez humana no conoce fronteras), bien desde Moncloa. Y todos a tragar. Oposición incluida.

Por cierto. ¿He mencionado las libertades? Algunos han tildado el confinamiento obligatorio de "ineficaz, humillante, traumatizante y destructivo". Yo lo secundo, pero como soy bien mandado, cumplo con lo impuesto de un modo poco o nada constitucional (como no soy catedrático de tal Derecho, mi opinión carece de valía). El sábado 14 de marzo, seis días después de la alegría feminista y futbolera y vernal (qué buen sol y calorcito hizo), estábamos todos pensando que el mundo se iba a acabar y que habríamos de perecer por goteo a menos que nos metiéramos en casa y dejásemos de hacer nada, productivo o improductivo. Habían colapsado los hospitales y las UCIs no podían admitir más enfermos graves. Dos semanas más tarde, en el Congreso de los Diputados se aprobó la prórroga. Si tests masivos, es imposible decidir quién está sano y quién no. ¿In dubito pro reo? Y un cuerno. Todo cerrado, todos los "servicios no esenciales" en paro forzoso. Dos meses después de aparecer la infección en España, el Gobierno no podía adoptar la realización masiva de tests para aislar los casos de contagio. Hoy día, casi tres meses después, tampoco puede. No va a poder nunca, no nos llevemos a engaño. El Estado de Alarma de la Constitución devino, por el artículo 33 del "Yo mando" en arresto domiciliario sin juicio ni sentencia... ni límite de tiempo. 

Esta reclusión obligatoria era hace dos semanas asumible. Pero desde entonces se ha tornado abusiva. El cese del estado de alarma no es incompatible con las medidas de seguridad pública y la detección masiva de positivos sintomáticos y asintomáticos. El confinamiento obligatorio ha de ser para quienes estén o estemos infectados, pero no para toda la población de manera indiscriminada. Pídanlo, señores de la oposición, que hacen ustedes lo mismo que el Gobierno: nada.


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