sábado, 25 de abril de 2020

Crónica 42ª. El virus que sentía vergüenza ajena

Lo peor no es que estemos viviendo una catástrofe: lo peor es ser conscientes de que la verdadera catástrofe está por venir. Y solo dista un paso (tres homilías del ínclito habitador de la Moncloa). Ahora hay enfermos: dentro de nada lo que habrá será pobres "y pobras" (¡Ah!, no, perdón que en tiempos de crisis el lenguaje inclusivo ha quedado aplazado).

Es tanta la mediocridad que se observa en los altos estamentos de un Estado incapaz, que asusta verificar un día sí y otro también, cómo la pandemia avanza sin arredrarse siquiera por lo que ellos, los de arriba, digan. Es tanta la incompetencia, y tan evidente, que los acólitos hace tiempo que exigen un verdadero ejercicio de fe. Como hacía la Iglesia en el Medievo y en otros no tan lejanos. De repente han descubierto lo deliciosa que es una cualidad del fascismo y del autoritarismo, que siempre combatieron y ahora abrazan con pasión: el monopolio de la verdad. Rosa Luxemburgo dejó dicho que "la libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa de manera diferente" poco antes de ser asesinada por los freikorps bajo mandato del presidente socialdemócrata Friedrich Ebert.

La fe en el que manda, porque sí, porque dispone de la misma infabilidad que el Papa, no sirve para cubrir la realidad de los sanitarios y enfermos muertos, ni la frivolidad con que permiten salir a los niños a la calle (no, espero, mejor que no salgan, aunque sí tal vez al supermercado, no, mejor solo a la esquina y que lleven juguetes). Exigen la fe en un Gobierno que estaba diseñado para regir una nación ya construida con todos sus mecanismos funcionando con normalidad. No para un país arrasado por la mutación de un virus que tiene de accidente natural lo mismo que yo de católico (nada). Como es lícito mentir a los votantes, ¿por qué iba a dejar de serlo cuando nos convertimos en infecciosos potenciales o simplemente enfermos? Comisiones científicas bajo secreto de Estado mediante, solo los muy ideologizados pueden tragar tanta mentira e incompetencia junta. Por eso exigen unidad y no crítica: “toca apoyar al Gobierno, por España y la ciudadanía”. ¿Por qué? Porque sí. ¿Para qué? Para sus planes secretos e inconfesables. 

Es lo que tiene vivir recluido en un castillo de hielo. El Rey visitó el hospital de campaña instalado en Ifema, tótem de la lucha contra la pandemia. El presidente Sánchez, con gran heroicidad, acudió a visitar una fábrica de respiradores en Móstoles. Agazapado en su palacio, nos sermonea cada semana son soporíferas e inútiles comparecencias televisivas. Pero está perdido: no tiene plan, ni proyecto, ni ideas. No sabe cuándo se volverá a salir ala calle. No sabe cómo acabará el curso escolar. No sabe qué hacer con el turismo. No sabe cómo reabrir los establecimientos. 

Estamos en manos de un equipo de ineptos e incapaces que por, no saber, ni tan siquiera saben organizar que los niños salgan de paseo, cuando por toda Europa los pequeños salen a los parques a jugar bajo la protección de sus padres. Gestionan mal casi todo, llegan tarde a casi todo. No se puede hacer peor: es como el perfecto manual de libro de lo que no se ha de hacer en caso de emergencia. Sin salida, sin plan y sin Gobierno. La oposición ha entregado por cuarta vez poderes extraordinarios a quien es incapaz de adoptar una sola solución plausible, salvo prorrogar hasta el infinito el actual estado de alarma. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario