domingo, 12 de abril de 2020

Crónica 25ª. El virus que sabía explicar su propia historia

El 1 de octubre de 2014 se informó del primer caso conocido de ébola en España. Se trataba de una enfermera del Hospital Carlos III de Madrid, María Ramos Romero, quien se ocupaba de atender al misionero Manuel García Jove, repatriado de Sierra Leona e infectado del virus. El Gobierno, por boca de su presidente, comunicó que se trataba de un caso aislado. Pedro Sánchez, desde la tribuna de la Cámara Baja, criticó al Presidente del Gobierno: “Usted es presidente de un desgobierno. España necesita un presidente y gobernar no es sólo hacerse una foto”. Sánchez nunca había gobernado nada por aquel entonces.

Acuciado el Gobierno por las preguntas de la prensa sobre el coronavirus, a finales de enero de 2020 Fernando Simón, designado por el Gobierno como director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, interviene ante la prensa para declarar: "El Gobierno español no se plantea cambios sustanciales en los planes que hasta ahora está llevando a cabo salvo más acciones de comunicación por parte de Sanidad Exterior. (España) viene trabajando en estas actividades desde la primera notificación internacional sobre el coronavirus, el 27 de diciembre. (...) A día de hoy, en España ya cumplimos con todos los requerimientos que hace la OMS en su declaración a los países de fuera de China, (...) relacionadas con la capacidad de preparación, respuesta y contención de la infección a nivel nacional, (...) actividades en las que España viene trabajando desde la primera notificación internacional sobre el coronavirus, el 27 de diciembre". A partir de ese momento, en sucesivas declaraciones se insistirá abundantemente en que el coronavirus apenas va a presentar incidencia alguna en España. El ciudadano de a pie respira aliviado porque un virus con unas tasas de mortalidad del 0,9% en China apenas hará incidencia en la Península Ibérica, según los expertos.

El Gobierno sabe que miente, entre otras razones porque ningún Gobierno cuenta a la sociedad lo que sucede: solo el mensaje que, a partir de lo que está ocurriendo, el Gobierno cree que la sociedad necesita escuchar. El mensaje de la OMS de febrero sugiere que la mejor estrategia es confinar a 46 millones de españoles en sus hogares durante varias semanas, quizá un mes o dos. Pero, dentro del Gobierno, todos convienen que esa decisión supondría una catástrofe formidable para la economía y que aportaría un mensaje indignante, toda vez que en el horizonte se encuentran las manifestaciones feministas del 8 de marzo que el propio Gobierno ha promovido. Es mejor hacer oídos sordos y arriesgarse a lo que sea: posiblemente todo quede en nada, pese a lo que sucede en Italia (China está muy atrás en el tiempo ya). España no es Italia. España tiene el mejor sistema sanitario del mundo (pese a los recortes) y carece del lío político que caracteriza al país transalpino, causa última de los desatinos que allí se padecen.  

Pero los días se suceden uno tras otro y el número de contagios crece, si bien aún no hay tantos muertos como declarar la hecatombe. Los periodistas preguntan y Fernando Simón, el experto convertido en portavoz del Gobierno para el coronavirus, aconseja acudir a la manifestación porque no hay riesgo objetivo.Finalmente, el 8M, se celebran por todo lo alto. Durante la semana siguiente, las noticias son estremecedoras. La mujer del presidente se ha contagiado del coronavirus, al igual que varias ministras. El número de contagios crece exponencialmente. El presidente anuncia que decretará el estado de alarma una vez que la Comunidad de Madrid ha obligado al cierre de colegios y universidades. No precisa cómo, ni cuándo, ni por cuánto tiempo. En realidad, difiere el estado de alarma un día, 24 horas. La gente entra en pánico y gran parte de la población responde del modo más generoso y solidario que sabe: acaparando todo cuanto haya en los supermercados, ande yo caliente. La estupidez y el egoísmo apocalíptico estalla, aunque solo durante un fin de semana, debido a las imprecisiones y chapuzas del Gobierno. Y si tal cosa suede en la calle, qué no ha de estar sucediendo en los organismos públicos más críticos, como son los hospitales...Periodistas y analistas lo ponen a caer de un burro. La chapuza es monumental. Muy propia de un presidente que plagió una tesis y contrató a un negro para que le escribiera un libro.

Desde ese momento, las comunicaciones del Gobierno se dirigen a rebajar una curva y a sofocar los fuegos que surgen por todas partes: ausencia de tests, inhomogeneidad de las cifras oficiales, contagios del personal sanitario, carencia de mascarillas y respiradores... El Presidente adopta a partir de ese momento un tono paternalista y autoritario cuando oficia, los sábados por la noche, en comparecencias televisivas repugnantes, ambos completamente contrarios a la responsabilidad que tiene encomendada por la Constitución. España acaba siendo campeón  mundial en número de víctimas por millón de habitantes. Los medios afines no dejan de propagar que en Estados Unidos hay más muertos y más contagios, olvidando que su extensión es dos veces la de Europa. Se conoce que, durante la crisis, se está regando con dinero público a las televisiones y prensa afines, entre otros dislates, todos provocados por las rotativas del BOE cuando anuncian decretos ley, única forma de gobierno existente porque la Cámara Baja, el Parlamento, ha dejado de existir como representante del pueblo español. 


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