sábado, 18 de abril de 2020

Crónica 34ª. El virus que odiaba a los países con muchos viejos

El judío sefardí Maimónides, o Moisés ben Maimón, como nos dicta la Enciclopedia, de profesión: médico, filósofo, astrónomo y rabino, alcanzó el conocimiento de Dios una vez completado su conocimiento de la Verdad. Maimónides figura en textos islámicos referentes a ciencia y se convirtió en un referente para filósofos y científicos musulmanes. Hoy, más que nunca, la Verdad es un asunto desagradable porque, cuanto más sabemos o creemos saber, más surge de los abismos la Mentira. Tanto Dios como la Verdad pueden ser inexistentes, pero en caso contrario no pueden ser encontrados a través ni de la Mentira ni del Odio.

En estos tiempos de coronavirus, en los que presumiblemente todos hemos sido engañados audazmente por China de principio a fin (un fin al que aún no hemos arribado), el efecto manada y el efecto bronca describen el 95% del comportamiento humano, lo primero no sé si para bien y lo segundo inequívocamente para mal. Un mal estúpido, ignorante. Como ejemplo del efecto manada está la abundancia en nuestra prensa escrita o videográfica de los diarios del confinamiento. Son insufribles, incluso los formulados por periodistas y escritores a los que, en otros contexto, admiro. Y como ejemplo del efecto bronca abundan los baudelairistas, escribidores que se creen malditos, pero que, al mismo tiempo, persiguen el éxito a ultranza sin dejar de pretender canibalizar nuestras vidas: su propósito es impedir que los demás contemos la historia de lo que sucede otorgando una fisionomía propia a las fechas de la Historia, casi siempre a favor o en contra del Gobierno. No son escribanos de lo que pasa: son encolerizados con pluma.

Los griegos describían la ira de dos maneras: por un lado, se hallaba una cólera benéfica, denominada orgè, secundada por la cólera de Aquiles ("más dulce que la miel") o por la que se refiere Aristóteles en su Ética cuando dice estar provocada por la injusticia: es la indignación, en versión moderna; pero por otro lado, había una cólera mala, denominada thumos, la del Calicles de Platón, la que Crisóstomo explicaba "como una bestia feroz que, de no ser así, nos desgarraría": hoy en día la llamaríamos resentimiento.

Me pregunto cuál reconocería padecer la manada de voceros que imprecan, desde sus balcones, contra los paseantes de perro que se demoran unos minutos de más o contra los sufridos padres de niños autistas, que no entienden de confinamientos, o la manada que escribe desde sus blogs contra la derecha y la izquierda, sin importar otra cosa, porque al fin y al cabo sabido es que las mejores conclusiones son las preconcebidas y los textos meros instrumentos para alcanzarlas.

También me pregunto cuál es el odio que el coronavirus mantiene contra los viejos.

O por qué motivo los Gobiernos nos odian tanto que son incapaces de contarnos la verdad en parte alguna del planeta (o casi).


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