lunes, 26 de junio de 2023

Post Crónica 21: El futuro del Covid-19

¿Desaparecerá algún día el coronavirus? ¿Irá a peor? ¿Se desvanecerá al fondo de nuestras vidas? ¿Se volverá estacional, como la gripe? Aunque parezca un sueño, que no lo es, todas estas preguntas ya apenas nadie se las plantea.

He aquí lo que se conoce del Covid-19: la variante ómicron del virus fue más contagiosa y resistente a las vacunas que la cepa original aparecida por primera vez en Wuhan, China. No hay ninguna razón, al menos biológica, por la que el virus no vaya a seguir evolucionando. Las variantes del coronavirus que han surgido hasta ahora solo representan una fracción del espacio genético que con más probabilidad se preste a la exploración evolutiva.


Solo hubo mutaciones en dos de esos aminoácidos con la variante delta. Las mutaciones no fueron suficientes para que las vacunas perdieran su efectividad. Con la ómicron, hubo mutaciones en 15 de los 201 aminoácidos que eran objetivo de las vacunas. Las mutaciones ayudaron a la ómicron a evadir el sistema inmunitario e infectar a las personas vacunadas o infectadas con anterioridad.

Sin embargo, el virus puede mutar mucho más allá de los pocos cambios vistos con la ómicron. Cada aminoácido puede mutar de 19 maneras distintas. Los científicos ya han documentado otras más de 400 mutaciones en los aminoácidos que son objetivo de las vacunas. Los 201 aminoácidos mencionados podrían mutar de aproximadamente 2000 maneras distintas sin perder su capacidad de adherirse a las células humanas.


Un virus como el SARS-CoV-2 se enfrenta a una presión principal: mejorar su propagación. Los virus que causen más infecciones serán más exitosos. El virus puede hacer esto volviéndose más contagioso y esquivando el sistema inmunitario. Este coronavirus ha experimentado varias adaptaciones que mejoran su capacidad de propagación entre los seres humanos.

Sin embargo, aunque muchos científicos esperaban que el SARS-CoV-2 se viera sometido a una presión evolutiva para transmitirse mejor, ha sido llamativo lo bien que ha respondido el virus a dicha presión. Las variantes recientes como la ómicron y la delta son varias veces más transmisibles que la cepa propagada por todo el mundo a principios de 2020. Es un aumento enorme, y hace que el SARS-CoV-2 sea más contagioso que muchos otros virus respiratorios humanos. Estos grandes saltos en su contagiosidad han sido un factor impulsor importante de la pandemia hasta ahora.


Cuánto más puede aumentar la transmisibilidad del SARS-CoV-2 es una pregunta sin respuesta, pero hay ciertos límites. Incluso la evolución está constreñida: un guepardo no puede evolucionar para ser infinitamente rápido, y el SARS-CoV-2 no se volverá infinitamente transmisible.

Otros virus han llegado al estancamiento en su capacidad de propagación. Algunos virus respiratorios, como el del sarampión, son más contagiosos que el actual SARS-CoV-2. Otros, como el de la gripe, por lo general no son tan contagiosos como el SARS-CoV-2. No sabemos el momento en el que este virus alcanzará un estancamiento en su transmisibilidad, pero acabará haciéndolo.

Los virus como este también se pueden propagar mejor “escapando” de la inmunidad a unas variantes anteriores. Al principio de la pandemia, pocas personas tenían inmunidad ante el SARS-CoV-2, pero ahora gran parte del mundo posee anticuerpos debido a la vacunación o a un contagio previo. Como estos anticuerpos pueden impedir la infección, las variantes con mutaciones que los evitan gozan de una creciente ventaja.

La importancia del escape inmunitario se ha puesto de manifiesto con la ómicron. Otras variantes anteriores, como la delta, solo eran modestamente capaces de eludir los anticuerpos, pero la ómicron tiene muchas mutaciones que reducen la capacidad de los anticuerpos para reconocerla. Esto, unido a la alta contagiosidad de la ómicron, le ha permitido causar una enorme ola de infecciones.

Que el virus haya desarrollado la capacidad de infectar a personas vacunadas o que hayan sufrido contagios previos no debería haber sido una sorpresa, pero el modo en que ocurrió esto con la ómicron ciertamente lo fue. La evolución suele proceder de forma escalonada, donde las nuevas variantes exitosas descienden de las últimas que lo hayan sido. Por eso hace seis meses muchos científicos pensaban que la siguiente variante descendería de la delta, que entonces era la dominante. Pero la evolución desafió nuestras expectativas y surgió la ómicron, que tiene un inmenso número de mutaciones y no desciende de la delta. No se sabe con exactitud cómo fue que el virus dio el gran salto evolutivo que condujo a la ómicron, aunque muchos científicos sospechan que la variante pudo provenir de alguien que no pudo combatir bien el virus, lo que le dio tiempo para mutar. Es imposible saber si las futuras variantes darán más saltos grandes como lo hizo ómicron, o si experimentarán cambios más típicos, escalonados, pero estamos seguros de que el SARS-CoV-2 seguirá evolucionando para eludir la inmunidad.

Si bien la transmisibilidad de los virus se estanca en un determinado momento, otros virus humanos que escapan a la inmunidad no dejan de hacerlo. La vacuna antigripal se actualiza cada año desde hace décadas para perseguir la evolución viral, y algunos virus de la gripe no presentan señales de ralentización. El proceso de eludir la inmunidad es una carrera armamentista evolutiva interminable, porque el sistema inmunitario siempre puede fabricar nuevos anticuerpos, y el virus puede reaccionar explorando el vasto conjunto de mutaciones que tiene a su disposición. Por ejemplo, la ómicron solo tiene un diminuto porcentaje de las muchas mutaciones que se han observado en el SARS-CoV-2 y otros virus relacionados portados por murciélagos, que a su vez son solo un pequeño porcentaje de las que, según indican los experimentos de laboratorio, podría explorar el virus.

Tomado todo esto en conjunto, prevemos que el SARS-CoV-2 seguirá causando nuevas epidemias, pero cada vez más impulsadas por la capacidad de esquivar el sistema inmunitario. En este sentido, en el futuro podría parecerse a algo como la gripe estacional, donde las nuevas variantes provocan olas de casos cada año. Si esto pasa, como seguramente pasará, quizá haya que actualizar con frecuencia las vacunas, como se hace con las de la gripe, a menos que desarrollemos vacunas más amplias a prueba de variantes.

Y, por supuesto, la importancia que tenga todo esto para la salud pública depende del grado de enfermedad que nos provoque el virus. Esa es la predicción más difícil de hacer, porque la evolución selecciona los virus que se propagan bien, y que eso haga crecer o disminuir la gravedad de la enfermedad es, en su mayor parte, una cuestión de suerte. Sin embargo, sí sabemos que la inmunidad reduce la gravedad de la enfermedad, aunque no impida del todo las infecciones y la propagación, y la inmunidad adquirida con la vacunación y los contagios previos ha ayudado a mitigar el impacto de la ola de la ómicron en muchos países. Las vacunas actualizadas o mejoradas y otras medidas que ralentizan la transmisión siguen siendo nuestras mejores estrategias para lidiar con un futuro evolutivo incierto.



miércoles, 1 de febrero de 2023

Post Crónica 20: Post Covid-19


¿Seguro?

Post Crónica 19: las nefastas políticas de "Casi Cero Covid" que nadie recuerda

Ejemplo. CHINA

Durante el XX Congreso de representantes nacionales del Partido Comunista Chino, del pasado 16 de octubre, Xi Ping reafirmó su inquebrantable fe en su política "Cero Covid". La misma que, hace un par de semanas, ha relajado ante el peligro de subversión de una parte importante de la población y el desastre económico que origina en todo el entramado político y social chino. Insistió en que se había priorizado a las personas y sus vidas por encima de todo (sin especificar qué contiene ese "por encima de todo"). Tres años después del inicio de la pandemia en Wuhan, aún no conocemos fehacientemente cuál fue el origen del virus responsable de la pandemia.

China es única empecinándose en batallas ciudadanas. La del hijo único impuesta de 1979 o la del Gran Salto Adelante (1958-1961) de Mao que aniquiló a más de 30 millones de chinos por hambre, son dos claros ejemplos. Más recientemente se sitúan la obligatoriedad para los agricultores chinos de desviar sus recursos a la labranza de productos básicos (arroz y trigo) en lugar bambú y flores, más rentables. Si desde la década de los 70 el crecimiento chino anual rondaba el 9%, en 2021 descendió al 8,1% y para 2022 se habrá situado en el 2,8%: un desastre sin paliativos al que hay que unir un desempleo juvenil del 20%. Todo por una política utópica de cero casos Covid cero, cuando la cruda realidad es que han contabilizado recientemente 1.459 casos (aunque vaya usted a saber cuántos hay realmente). El gobierno chino es único en contar cuentos.

Es esperable que, con el alivio de las medidas anticovid, Chine registre ahora un aluvión de infectados (Nature estima 1,6 millones de muertos y una demanda UCI de más de 15 veces su capacidad). Sean ciertas o no estas previsiones, que seguramente no lo serán, el origen se halla en la baja tasa de inmunidad actualmente observada en el gigante asiático. La población desconfía mucho de las vacunas. No son pocos los médicos que las desaconsejan a sus pacientes. Todas estas circunstancias cuestionan la exactitud de los datos sobre el nivel de vacunación alcanzado. Y existe una total ignorancia acerca de la capacidad del sistema sanitario chino para hacer frente a pandemias.

Con todo, China lleva tres años en un interminable estado de emergencia. La población soporta cuarentenas que separan a las familias y confinamientos masivos que duran meses. Las severas restricciones a los viajes internacionales impiden el reflote de su industria y mercado. Y las exigencias de PCR podrían suponer unos cien mil millones de dólares anuales si "solo" 900 millones de chinos se sometieran a la prueba cada tres días, como reza el protocolo. De momento, los hisopados semanales se realizan en cabinas de control en las calles de las ciudades más pobladas, a cargo de voluntarios. La amenaza de confinamiento lleva a muchos ciudadanos a falsificar los resultados. Y no hablamos de la estricta vigilancia policial... En un artículo del Diario del Pueblo (insignia del PCC) se glorifica el combate contra la epidemia como «lucha material y espiritual». Los tests masivos no han llevado a la relajación de las medidas, sino a confinar más y más ciudades. 

Contraejemplo. SUECIA

Para el gobierno chino, la convivencia con el coronavirus es un ejemplo de incompetencia occidental. Suecia es el país que más libertad permitió a los ciudadanos en respuesta a la pandemia. También es uno de los que mejor les ha ido. 

Las medidas que adoptó Suecia en un primer momento fueron la prohibición de eventos multitudinarios por encima de 500 personas (posteriormente rebajado a 50), normas de funcionamiento de bares y restaurantes (sólo se permitía el servicio en mesas, con una distancia mínima entre sillas), prohibición de entrada de extranjeros procedentes de áreas con alto nivel de contagio, y cierre de museos, instalaciones deportivas, institutos y universidades. El resto de las medidas fueron sólo recomendaciones de la Agencia de Salud Pública. Por ejemplo, que los mayores de 70 años redujeran todo lo posible sus interacciones y limitar cuanto se pudiera los viajes, fomentar el teletrabajo, evitar el transporte público, etc. Respecto a esto último, en efecto el transporte en autobuses descendió, pero el tráfico rodado apenas se resintió. La sociedad supo adaptarse. En aquellos mismos días en que la movilidad sueca se adaptaba a las circunstancias, en España se detenía por completo a resultas de la prohibición generalizada del Gobierno de salir de casa (refrendada e incluso ampliada por muchas CCAA). 


Las críticas al modelo sueco fueron generalizadas. La legislación en España, como no podía ser de otro modo, aprobó obligaciones y prohibiciones de manera generalizada, dirigida a grandes sectores sociales. Las vicisitudes de los pequeños pueblos rurales, por ejemplo, no se atendieron. Las prohibiciones arrasaron con todo sin observar ninguna circunstancia particular. En lugar de permitir adaptar el comportamiento, se impuso un cierto tipo de "nueva realidad". Muchos, los más, lo celebraron. Los demás tuvimos que fastidiarnos. No hubo espacio para la decisión personal. La libertad se canceló.

Según un informe de la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido, el exceso de mortalidad en Suecia y Noruega entre enero de 2020 y junio de 2022 en comparación con la media de 2015 a 2019, fue del 2,7%. En Dinamarca, del 5,2%; en Finlandia, el 7,1%; en España, 10,8%; Portugal, un 11,2%; Grecia, un 13,5%. Sin embargo, los gobiernos que fracasaron en el empeño con sus medidas draconicanas, celebran sus cifras jubilosos y aún siguen sosteniendo que salvaron muchas vidas. 


Suecia se convirtió en un insólito pararrayos ideológico. Muchos científicos responsabilizaron a las autoridades del país por el repunte de fallecimientos. Durante una audiencia en el Senado en Washington, Anthony Fauci, principal especialista en enfermedades infecciosas de Estados Unidos, y el senador republicano por Kentucky, Rand Paul, tuvieron una fuerte confrontación relacionada con Suecia. El gobierno sueco ha reconocido haber cometido errores, sobre todo en los asilos de ancianos, donde la cifra de decesos fue abrumadora. Con una población de 10,1 millones de personas, Suecia tuvo en promedio un poco más de 200 casos al día durante varias semanas. Al cabo de unos meses, los dirigentes políticos europeos, deseosos de evitar confinamientos impopulares y desastrosos en términos económicos, confiaron en las medidas de distanciamiento físico al tiempo que intentaron conservar cierto grado de normalidad manteniendo escuelas, tiendas, restaurantes e incluso bares abiertos. Tal es el ejemplo de la Comunidad de Madrid bajo la presidencia de Ayuso.

Todos los países europeos siguieron, en mayor o menor medida, el modelo sueco, pero ninguno lo quiso reconocer. Caricaturizaron la estrategia sueca, la calificaron de inhumana, pero la asumieron como la mejor. Hay que reconocer que los suecos se confinaron solos, los políticos suecos confiaron en su pueblo para que aplicara por sí mismo las medidas de distanciamiento sin tener que castigarlo de manera tan injusta como antidemocrática. 

viernes, 22 de abril de 2022

Post Crónica 18: Covid-19 y las lecciones aprendidas a futuro


En la guerra desatada en Ucrania diferenciamos tres tipos de acciones militares: la carnicería inevitable (que sería el resultado de los daños colaterales por hostilidades difusas); la carnicería evitable, y que se suele corresponder con el ensañamiento y crueldad de los soldados hacia la población civil indefensa; y la precisión de los "ataques quirúrgicos", metódicamente dirigidos a objetivos planificados. Este último, cuando se ejecuta bien, cos que no siempre sucede, minimiza los recursos y las consecuencias no deseadas por igual.

Mientras hemos estado luchando contra la pandemia del coronavirus, porque de un tiempo a esta parte nos hemos olvidado de ella ("gripalización", lo han denominado eufemísticamente), los jefes de los distintos gobiernos terrestres se han venido pronunciando en términos bélicos, lo mismo que si hubieran declarado la guerra abierta al virus, personificando en este organismo la metodología y sistematización de un bien pertrechado ejército ofensivo. Con la memoria vívida y fresca de todos los sucesos bélicos que se vienen desarrollando en Ucrania, podemos enjuiciar hasta qué punto la guerra abierta ha sido eficiente en detrimento de una aproximación más quirúrgica a la erradicación del virus.

Conviene advertir que los brotes víricos tienden a ser aislados cuando los patógenos se mueven a través del agua o de los alimentos, y de mayor alcance cuando viajan por vectores generalizados tales como las pulgas, los mosquitos o el propio aire. Al igual que ha sucedido con la pandemia de coronavirus, la infame pandemia de gripe de 1918 fue causada por partículas virales transmitidas al toser y estornudar. Las pandemias ocurren cuando toda una población es vulnerable, es decir, no inmune, a un patógeno determinado capaz de propagarse de manera eficiente.

La inmunidad ocurre cuando nuestro sistema inmunitario ha desarrollado anticuerpos contra un germen, ya sea de forma natural o como resultado de una vacuna, y está completamente preparado en caso de que la exposición se repita. La respuesta del sistema inmunológico es tan robusta que el germen invasor es erradicado antes de que se desarrolle la enfermedad sintomática. Es importante destacar que esa respuesta inmune robusta también previene la transmisión. Si un germen no puede asegurar su control sobre su cuerpo, su cuerpo ya no sirve como vector para enviarlo al próximo huésped potencial. Esto es cierto incluso si la próxima persona aún no es inmune. Cuando suficientes de nosotros representamos "callejones sin salida" para la transmisión viral, la propagación a través de la población se mitiga y finalmente se termina. A esto se llama inmunidad colectiva o de grupo.

Los datos iniciales provenientes de Corea del Sur, donde el seguimiento del coronavirus fue, con mucho, el mejor en el arranque de la pandemia, indicaban que hasta el 99% de los casos activos en la población general eran "leves" y no requerían tratamiento médico específico. El pequeño porcentaje de casos que sí requerían de dichos servicios se concentraba en gran medida entre los mayores de 60 años, y más aún entre las personas mayores. En igualdad de condiciones, los mayores de 70 años tenían tres veces más riesgo de mortalidad que los de 60 a 69 años, y los mayores de 80 años casi el doble de riesgo de mortalidad que los de 70 a 79 años.

Estas conclusiones fueron corroborados por los datos de Wuhan, China, con una tasa de mortalidad más alta, pero una distribución casi idéntica. La tasa de mortalidad más alta en China puede ser real, pero quizás sea el resultado de pruebas menos generalizadas. Corea del Sur, de manera rápida y única, comenzó a evaluar a la población aparentemente sana en general, y encontró casos leves y asintomáticos de Covid-19 que otros países, en aquel momento, pasaban por alto. La experiencia del crucero Diamond Princess, que albergó a una población anciana contenida, demostró este punto. 

El coronavirus se ha diferenciado de otros flagelos infecciosos, como la gripe o influenza, que igualmente afecta con dureza a ancianos y enfermos crónicos, pero también mata a los niños. Tratar de crear inmunidad de grupo entre quienes tienen más probabilidades de recuperarse de la infección y al mismo tiempo aislar a los jóvenes y los viejos ha resultado desalentador. 

El agrupamiento de complicaciones y muertes por Covid-19 entre ancianos y enfermos crónicos o con patologías de riesgo, pero no entre los niños (solo ha habido muertes muy raras en niños), sugirió en un principio que se podría alcanzar los objetivos más importantes derivados del distanciamiento físico: salvar vidas y no abrumar los sistema médicos, protegiendo preferentemente de la exposición a los médicamente frágiles y a los mayores de 60 años, y en particular a los mayores de 70 y 80 años. Sin embargo, nada de todo eso sucedió en la práctica.

Que fuese una guerra abierta desde el principio tuvo, y sigue teniendo, profundas consecuencias sociales, económicas y de salud pública debidas al colapso casi total de la vida normal. Han sido duraderas y calamitosas hasta el punto de alterar gravemente el orden económico mundial. Podría decirse que, por combatir la Covid-19, hemos pagado un peaje directo mucho mayor al del propio virus. 

Todos los esfuerzos realizados han servido poco o nada para contener el virus. Los sistemas de salud pública, muy fragmentados y con fondos insuficientes, tuvieron que distribuir sus recursos tan limitados de manera tan amplia, superficial y desordenada que pronto la fórmula devino fracaso. En todos los momentos de la pandemia, el sistema médico se vio abrumado dos veces: una, cuando las personas se apresuraban a hacerse la prueba del coronavirus; y dos, cuando las personas especialmente vulnerables sucumbieron a una infección grave y requerían camas de hospital.

Tan difusa forma de guerra, cuyo objetivo era (merece la pena recordar) "aplanar la curva epidémica" en lugar de proteger a los especialmente vulnerables, hizo que se combatiese el contagio de manera ineficaz incluso cuando se estaba provocando el colapso económico. Y hubo otra responsabilidad que se ha pasado por alto en este enfoque. No se logró frenar la propagación del coronavirus hasta que irrumpieron las vacunas (en su mayoría de ARN mensajero, con sus muchas variantes), pero la discontinuidad de las medidas antivirus no se adoptó jamás en base a criterios claros de seguridad pública. 

La pregunta ahora es: ¿hemos aprendido algo? ¿Estamos seguros de que, ante la próxima (y será inminente) pandemia centraremos nuestros recursos en testear y proteger, de todas las formas posibles, a todas aquellas personas que sean especialmente vulnerables a una infección grave (ancianos, personas con enfermedades crónicas y personas inmunológicamente comprometidas)? ¿Aquellos que den positivo serán los primeros en recibir los primeros antivirales aprobados? Hemos conocido historias conmovedoras y desgarradoras de infecciones graves y muertes por Covid-19 en personas jóvenes o sanas por razones que aún se desconocen, porque todo el estudio genético aún está por hacer. Descubrir a tiempo qué tipo de personas son especialmente vulnerables al virus, permitiría expandir la categoría de riesgo y extender las protecciones. Ya se ha identificado a muchos de los especialmente vulnerables. Pero el sistema médico se ha visto abrumado y comprometido por personas del grupo de menor riesgo que buscaban presas del pánico sus recursos, lo que ha limitado la capacidad de dirigirlos a quienes más los necesitaban. Además, los profesionales de la salud se han visto agobiados no solo por las demandas laborales, sino también por las demandas familiares y sociales. 

El camino seguido ha conducido a un contagio viral descontrolado en las sucesivas oleadas, y un daño colateral monumental a toda la sociedad y toda la economía. Un enfoque más quirúrgico es lo que necesitamos en el futuro. Yo, personalmente, dudo que ningún mandamás haya entendido esto.

viernes, 1 de abril de 2022

Post Crónica 17: por qué las nuevas oleadas de Covid-19 son un problema en algunos países y en otros no lo son

Justo cuando parece que los casos de COVID empiezan a decaer tras los picos altos de enero, las infecciones aumentan una vez más en todo el mundo. El principal impulsor es el sublinaje BA.2 de la muy infecciosa variante Omicron.

En ciertos países, como el Reino Unido, el aumento de la vida social de los ciudadanos y la disminución en eficacia de las vacunas, incluso en quienes recibieron dosis de refuerzo, están contribuyendo a este aumento. Pero también se está observando grandes picos en áreas que anteriormente se habían mantenido libres de COVID: Nueva Zelanda, Hong Kong y Corea del Sur, por ejemplo. Las tasas de casos en estos lugares superan actualmente a las observadas en Europa cuando estaba en su peor momento, a pesar de que estos países tienden a seguir políticas rigurosas de cero COVID, con controles fronterizos estrictos y medidas internas rigurosas. La nueva variante, altamente infecciosa, parece tener un mayor efecto en aquellos lugares donde las restricciones son más estrictas.

Mucho antes de la COVID-19, se sabía que las medidas de control no farmacéuticas rara vez detienen la propagación de una pandemia. Por lo general, los bloqueos y cuarentenas solo retrasan la propagación de una enfermedad. Sin embargo, esto puede ser suficiente para aplanar la curva de infecciones y aliviar la presión sobre los servicios de salud, o para reducir la enfermedad y la muerte al retrasar la mayoría de las infecciones hasta que los tratamientos mejoren o las vacunas estén disponibles. 

En realidad, el factor de control de enfermedades más influyente es la inmunidad, que puede generarse por infección o por vacunación. Ambos son importantes. El final de la pandemia, en cualquier lugar del mundo, muy probablemente dependerá de la proporción de personas que hayan sido infectadas por COVID, no solo de la proporción de población vacunada.

Las infecciones en quienes están vacunados situarán la inmunidad en un nivel más alto. En cambio, a quienes contraigan la enfermedad sin estar vacunados, el nivel de protección será simplemente mayor, que no es poco. La inmunidad tras la infección brinda una protección mejor que la inmunidad adquirida con vacuna de refuerzo, especialmente pasados 90 días.

Esto ayuda a explicar por qué algunos países ahora están manejando los brotes mejor que otros. En Europa, a pesar de la excelente cobertura de vacunación, la mayoría de las personas también han contraído COVID, y muchas personas incluso más de una vez. Sin duda, los casos son altos, pero las tasas de muerte y enfermedad grave se mantienen en un nivel relativamente bajo.

En comparación, los países que han seguido una estrategia de cero COVID están observando un mayor aumento de infecciones y de muertes, incluso si tienen una alta cobertura de vacunas. Su falta de infecciones previas significa que la inmunidad en toda la población es más baja.

A pesar de que tanto Hong Kong como Nueva Zelanda han sufrido grandes aumentos en la transmisión viral, el impacto en sus sistemas de salud pública ha sido dramáticamente diferente. Nueva Zelanda, con una alta cobertura de vacunación y un programa de refuerzo reciente, está capeando la mayor incidencia con muchas menos muertes que Hong Kong, con una tasa de mortalidad por millón de personas (en marzo de 2022) 38 veces mayor que la de Nueva Zelanda.

La diferencia se debe a las campañas de vacunación promovidas en ambos lugares. En Hong Kong, al menos hasta finales de febrero, la aceptación de la vacuna de refuerzo fue mucho menor que en Nueva Zelanda, y fue particularmente baja en los grupos de edad más mayores y más vulnerables. Incluso la cobertura de la segunda dosis fue baja en estos grupos, lo que significa que muchos tenían un alto riesgo de enfermedad grave y muerte. Las autoridades de Hong Kong han acabado admitiendo que no se esforzaron suficientemente para promover la vacunación en los ancianos.

Europa ha decidido levantar las restricciones restantes desde principios de este año, a pesar de que los casos aún eran altos cuando se relajaron los controles y siguen siendo altos ahora. No hay una respuesta a la pregunta de si esta decisión es o no correcta, pero dado que las medidas de control no farmacéuticas solo retrasan las infecciones en lugar de prevenirlas, las medidas restrictivas solo deberían continuar si los beneficios de retrasar las infecciones superan los daños que conlleva la restricción de las libertades de las personas. Dados los altos niveles de inmunidad en la población europea, resultado de los altos niveles de contagio y la buena cobertura de vacunas, tiene todo el sentido levantar los controles.

Retrasar las infecciones puede provocar que las personas contraigan COVID más adelante, cuando sean más susceptibles a enfermar gravemente. La imposición de restricciones en diciembre de 2021 habría reducido las muertes por COVID en enero de 2022 a costa de un aumento de las muertes en marzo.

Aunque levantar los controles tenga sentido, hoy en día Europa tiene una importante parte de población de personas mayores o vulnerables que aún no han contraído el virus y cuya inmunidad a la vacuna está disminuyendo. El sistema de salud debería centrarse en evitar que estas personas desarrollen una enfermedad grave mediante más refuerzos o el uso de antivirales. Es mucho más efectivo que intentar reducir la transmisión en la población general.



jueves, 24 de marzo de 2022

Post Crónica 16: la Covid-19 no ha hecho más que empezar

La lección más importante que está dejando la pandemia de COVID-19 es que lo único constante es el cambio. Las variantes se propagan, los casos aumentan y disminuyen, los tratamientos cambian y los conocimientos aumentan. Esto significa que todos —sociedad civil, funcionarios, salud pública— debemos aprender de manera constante y adaptarnos con rapidez, bajo el entendimiento de que es poco probable que dure mucho la eficacia de cualquier respuesta política.

Es momento de poner en práctica esa flexibilidad. Los casos al alza en Europa, los estragos que está causando la variante ómicron, sobre todo entre las personas mayores no vacunadas, en Hong Kong y la desaceleración de las campañas de vacunación son advertencias de que otra ola de infecciones podría estar a punto de desatarse.

Aunque se desconocen los motivos exactos detrás del aumento veloz de casos en Europa, es casi una certeza que se debe a una combinación de la subvariante BA.2 de ómicron —que es altamente contagiosa—, el cambio de comportamiento de la población y la inmunidad que declina. La BA.2 representa una proporción cada vez mayor de casos nuevos y está prolongando la ola de ómicron. Al mismo tiempo, los países europeos están anulando las restricciones relacionadas con el coronavirus, incluyendo el uso obligatorio de mascarillas y los límites de capacidad en interiores, además de que se está debilitando la inmunidad a las infecciones brindada por las vacunas y tal vez por contagios previos también. Por suerte, si bien las vacunas solo brindan una protección pasajera contra las infecciones generales, la protección que ofrecen contra las infecciones graves y la muerte es más duradera.

También hemos aprendido más acerca de la naturaleza de la amenaza. Se ha intentado resolver la pregunta de si ómicron es una variante mucho menos grave del coronavirus que las cepas anteriores, o si ha causado enfermedades mucho menos graves, porque se topó contra un muro de inmunidad otorgada por la vacunación e infecciones previas en países con altos índices de vacunación. El brote mortal en Hong Kong responde esa pregunta: la COVID-19 sigue siendo despiadada y la variante ómicron es letal en una población ingenua a nivel inmunitario, sobre todo entre personas mayores no vacunadas. Esto ha provocado una ola devastadora de muertes allí y ayuda a explicar por qué en Estados Unidos se sigue reportando alrededor de 1.000 muertes diarias, la gran mayoría entre personas que no cuentan con el esquema completo de vacunación.

En países con ralentizaciones en la inmunidad, la BA.2 se propaga con una velocidad cada vez mayor y es probable que pronto represente la mayoría de los casos nuevos. Esto no significa que la BA.2 cause un repunte mortal, pero sí significa que los casos podrían aumentar pronto y que las personas mayores que no están vacunadas o no cuentan con las dosis necesarias de la vacuna, así como las vulnerables por motivos médicos, podrían enfrentar una amenaza letal.

Las olas reiteradas de COVID-19 han puesto de manifiesto las debilidades y la escasez crónica de financiamiento de nuestros sistemas de salud pública y atención médica primaria. Las enfermedades infecciosas surgen cuando la sociedad fracasa. La falta de confianza limita la capacidad de los gobiernos de proteger a su gente. Los sistemas frágiles de salud pública hacen que las nuevas amenazas se detecten cuando ya es demasiado tarde para tomar medidas. El financiamiento sostenido podría ayudar a garantizar la protección contra amenazas pandémicas futuras, pues permitiría la existencia de exenciones permanentes a los límites presupuestarios para funciones esenciales de defensa de la salud, en vez de tener que depender del financiamiento suplementario temporal para cada emergencia sanitaria. Los diagnósticos, los tratamientos y la vacunación contra la COVID-19 y otras amenazas seguirán siendo insuficientes hasta que los sistemas de atención médica primaria se vuelvan más robustos; mientras tanto, la COVID-19 continuará propagándose entre poblaciones que son mucho menos resistentes de lo que serían si recibieran cuidados preventivos adecuados.

Haz caso a la ciencia” es un mantra, pero la ciencia puede ser sumamente lenta y es inevitable que deban tomarse decisiones antes de que los datos perfectos estén disponibles. Aún no sabemos qué provoca el surgimiento de las variantes ni qué deparan las futuras mutaciones. Tampoco conocemos los plazos óptimos de vacunación para los distintos grupos de personas, si será necesaria una cuarta dosis y, de ser así, cuándo deberá aplicarse y a quiénes. Además, no sabemos si los tratamientos de alta eficacia que se han descubierto pueden ofrecerse a suficientes personas como para reducir las hospitalizaciones y las muertes. Aun así, hay que intentarlo. La salud pública, como la política, es el arte de lo posible. La epidemiología rigurosa, la gestión meticulosa de respuestas y la ciencia bien comunicada deben ser las bases de las medidas de salud pública. Aumentar la vacunación, incluyendo las dosis de refuerzo, entre las personas mayores y vulnerables es un reto de vida o muerte. Ampliar la vinculación de las pruebas y los tratamientos puede reducir las hospitalizaciones y las muertes de manera significativa y proteger los sistemas de atención médica. El monitoreo de la COVID-19 en aguas residuales, como se hace con la polio y otras enfermedades, podría identificar la propagación de la enfermedad antes de que muchas personas enfermen. Si los profesionales de salud pública descubren brotes justo cuando comienzan, los líderes podrían limitar la propagación.




miércoles, 9 de marzo de 2022

Post Crónica 15: Algunos humanos jamás son contagiados por el Covid

Dos personas salen a cenar y toman lo mismo; una acaba en la sala de urgencias con intoxicación alimentaria, la otra no. El Covid-19 afecta a toda una familia, excepto a una persona, que se mantiene sana. La imprevisibilidad del coronavirus evidencia lo mucho que no sabemos. Así, la variante ómicron se ha propagado en las ciudades con una tasa de contagio mucho más alta que antes, y sin embargo algunas personas siguieron dando negativo, incluso cuando convivían con una persona que había dado positivo.

Se sospecha desde hace tiempo que la genética puede ser un factor que explique por qué hay personas que reaccionan de forma distinta a una misma enfermedad. No es tan extraño. Dos niños mellizos (con la misma mutación genética) pueden presentar grados muy distintos de distrofia muscular. Y así sucede con muchas otras enfermedades. Tal vez haya genes que protegen a las personas de una enfermedad y sus síntomas, pero no es posible que una única mutación genética pueda afectar a la reacción al coronavirus. Si se busca en combinaciones de genes, se comprueba que algunas variaciones genéticas entre personas contagiadas y sus parejas asintomáticas influyen en la actividad de las células asesinas naturales, un componente fundamental del sistema inmunitario. Las personas sin síntomas de contagio son más propensas a que sus células asesinas naturales reaccionen con firmeza, lo que puede ayudar a fortalecer la defensa ante la infección. Esto no significa que evitar la enfermedad sea posible solo gracias a los genes, pero estos proporcionaron una pieza de un rompecabezas apasionante.

En muestras de sangre de 100 personas mayores de 90 años, entre ellas 15 centenarias, de las cuales una se conserva con una extraordinaria salud a sus 114 años, todos ellos salieron relativamente indemnes del contagio o tuvieron contacto con el virus, pero sin presentar síntomas. Centrarse en esta población, que normalmente se consideraría de alto riesgo por su edad avanzada, puede ayudar a aislar un factor genético que explique las consecuencias de la COVID-19. 

Ir a la caza de marcadores genéticos de resistencia a la COVID-19 es uno de los experimentos más útiles y que más pueden contribuir al entendimiento de cómo es posible que personas sanas puedan desarrollar una enfermedad que amenace su vida? Hasta la fecha, se han identificado un pequeño porcentaje de pacientes graves de COVID-19 con mutaciones en genes relacionados con los interferones, lo que produce una falla en la capacidad del cuerpo para defenderse de la infección. Todas estas personas estaban sanas antes de contagiarse del coronavirus. Además, se ha descubierto que el 15 por ciento de las personas tiene anticuerpos que atacan por error a los interferones, mermando su funcionamiento en la respuesta inmunitaria. Una sorpresa en toda regla.

La genética es complicada. Suele haber mucho ruido, sobre todo durante la evolución de una pandemia. Para empezar, entender por qué una persona podría no contraer la COVID-19 se vuelve más difícil ahora, cuando hay factores —como las vacunas, las dosis de refuerzo y los contagios previos— que pueden influir en cómo se las arregla la gente contra el virus. Incluso la pregunta de si algo tan simple como el grupo sanguíneo se relaciona con las consecuencias de la COVID-19 —a lo que se prestó mucha atención al principio de la pandemia— está plagada de ciencia en conflicto y no es algo que a los médicos les parezca trascendente. Para dificultar las cosas, la conducta y el entorno de las personas pueden afectar al funcionamiento de sus genes.

Pero ni siquiera el conocimiento más profundo de la genética de una enfermedad garantiza que los científicos puedan desarrollar un medicamento que funcione. Para complicar las cosas, las mutaciones pueden tener efectos positivos y negativos de forma simultánea: la misma variación genética que puede generar resistencia al VIH también puede aumentar la susceptibilidad al virus del Nilo Occidental.

Si hubo alguna vez un momento idóneo para avanzar en un campo mediante la colaboración mundial y con decenas de miles de personas dispuestas a ofrecer su información genética para ayudar a impulsar la investigación, es este. Del mismo modo que se desarrolló una vacuna contra la COVID-19 en unos plazos que a muchos les parecían imposibles, también la investigación genética de la enfermedad podría progresar a pasos agigantados que en tiempos de normalidad parecerían implausibles.



Post Crónica 14: El azote de la Humanidad

Ómicron se originó en Sudáfrica. Delta en la India. Y así seguirá sucediendo, que el virus mutará, evadirá nuestras defensas y se hará más contagioso (o menos). Mientras eso sucede, nosotros seguiremos haciendo cola en el centro de salud para inocularnos la enésima vacuna ARNm.

Las pandemias han sido, son y seguirán siendo un azote para la humanidad. La peste bubónica diezmó el mundo conocido varias veces, desde los tiempos de Justiniano hasta la Edad Media. La viruela es producida por un virus mucho más contagioso y letal que el SARS-COV-19. La polio se transmite por niños asintomáticos causando parálisis y muerte. Hay epidemias de sida, de ébola, de gripes aviares y porcinas, y los olvidados coronavirus SARS y MERS, mucho más letales que el actual, pero no tan contagiosos, siguen causando estragos. La ultima gran pandemia (la mal llamada gripe española) mató a más de 50 millones de personas en 1918 1919. 

Nuestras condiciones higiénicas, médicas y farmacológicas contemporáneas no han sido suficientes para detener la pandemia del Covid. Esto es debido a varios factores, fáciles de entender. Primero, el enorme incremento de la población en el planeta hace que los virus (cualquier virus) se transmitan más rápidamente allá donde hay una alta densidad de victimas, que es casi cualquier parte. Segundo, los virus de ahora viajan en vuelos transatlánticos diarios, no en tediosas caravanas de camellos. Y por ultimo, aunque los virus suelen infectar de manera específica a una determinada especie, el asalto de los humanos al medio ambiente donde viven los animales ha incrementado enormemente la probabilidad zoonótica. Como es bastante improbable que un 90% de la humanidad decida sacrificarse (o sea exterminada por el otro 10%), la expansión demográfica obligará a seguir asaltando los ecosistemas animales con ferocidad. Y si a ello unimos que al avión nadie va a renunciar, concluiremos que el ser humano va a ser, y por mucho tiempo, presa fácil de todo tipo de pandemias.

Los virus cuyo material genético es ARN replican con peor fidelidad al original que los virus ADN y, además, no disponen de capacidad de corrección de las copias erróneas del material genético. Por eso sus mutaciones permiten con mayor facilidad los saltos zoonóticos y suelen disponer de mayor capacidad de contagio (el célebre R0). Hay que mencionar que los virus con potencial pandémico suelen transmitirse por vía respiratoria. Virus devastadores como el ébola se transmiten por los fluidos corporales, de modo que su capacidad de contagio es sensiblemente inferior. menor que los respiratorios. 

Aunque la pandemia de Covid los ha vuelto celebérrimos, los coronavirus fueron descubiertos en los años 60 y han sido durante muchas décadas unos perfectos desconocidos salvo para los virólogos. Los coronavirus humanos suelen producir resfriados. De hecho, cuatro coronavirus son los causantes del resfriado común: OC43, 229E, NL63 y HKU1. La gran mayoría de los niños tienen anticuerpos contra ellos. Han causado pandemias de manera regular. A finales de 2002 estalló la epidemia de SARS-CoV-1, que afectó a unas 8.000 personas y ocasionó 800 muertes (el 10%, quédense con este dato). La alta mortalidad facilitó el aislamiento de los contagiados. y el nada desdeñable hecho de que este coronavirus se replica principalmente en el fondo de los pulmones, y no en la nariz o la garganta como el Covid, consiguieron que que no se propagase con facilidad. Fue el primer aviso del peligro potencial de los coronavirus. En 2012 surge la segunda pandemia coronavírica, la del MERS-CoV, que ha infectado a unas dos mil personas con una mortalidad de alrededor del 35%. Sin embargo, su transmisión entre humanos es muy rara y ocurre solo en casos de estrecho contacto con pacientes (caso de los ambulatorios donde hay escasas medidas de protección). Por este motivo la mayoría de los casos se produjeron en Arabia Saudí, por contacto humano con dromedarios infectados.



Post Crónica 13: El mundo futuro

Los casos de ómicron, las hospitalizaciones y las muertes han disminuido de manera significativa mes en todo el planeta. Las autoridades están anulando restricciones como el uso obligatorio de mascarillas  en exteriores y, en ciertos casos, los pasaportes de vacunación. ¿Se trata de un punto de inflexión (otro más) en la pandemia o es la calma que antecede la tormenta (una nueva variante peligrosa)? En realidad, las preguntas a responder, y las más interesantes, son: si los brotes de COVID-19 seguirán ocurriendo; si se producirán varias veces al año, una vez al año o al cabo de varios años; si serán letales o se volverán un malestar como el catarro.

Algunos virus respiratorios, como la gripe estacional o el virus sincitial respiratorio (VSR) son abundantes en invierno. Se estima que entre 300.000 y 500.000 personas mueren de gripe cada año en el planeta. Otros, como el rinovirus, circulan todo el año a niveles bajos y sin alterar significativamente la salud humana. El problema es que todavía no sabemos nada del patrón que dará respuesta al SARS-CoV-2, ni si su enfermedad COVID-19 se volverá endémica? El patrón endémico de cualquier enfermedad se entiende mejor en retrospectiva y el coronavirus ha estado con nosotros tan solo un par de años. 

Un escenario optimista definiría un SARS-CoV-2 adaptado a un patrón poco disruptivo, similar a la gripe, que produce brotes invernales con tasas de hospitalización y letalidad más bajas de las habidas en 2020 y 2021. Un escenario pesimista propone que el virus continúa generando variantes que evadan la inmunidad y sean capaces de infectar a una gran cantidad de la población. La frecuencia y la gravedad de los brotes serán los dos factores que delineen la alteración que cause el coronavirus de aquí en adelante.

La frecuencia futura de los brotes del coronavirus está muy relacionada con la inmunidad de la población y con cómo mute o cambie el virus. La resistencia de una población frente a las variantes en circulación depende del historial de infección, vacunación y refuerzo de las personas. Una variante con cambios significativos —como la ómicron— podría infectar a muchas personas al evadir la inmunidad: este pasado invierno, muchas personas con buena protección contra la variante delta, fueron infectadas y enfermadas de ómicron.

Si el virus tiene la capacidad de esquivar el sistema inmunitario (como las variantes delta y ómicron), entonces los brotes podrían ocurrir varias veces al año y este patrón endémico podría mantenerse durante unos años más o tal vez de forma indefinida. Por otro lado, si se agota la capacidad de generar variantes con capacidad de evadir la inmunidad, las versiones futuras del virus podrían ser menos agresivas y producir menos brotes, tal vez solo una vez al año durante el invierno, de manera muy parecida a la gripe.

La gravedad de los brotes dependerá de una serie de factores, entre ellos la capacidad de las variantes para enfermar a la gente. Hasta ahora, no todas las variantes del SARS-CoV-2 han producido niveles idénticos de enfermedad. Por ejemplo, la ómicron ha producido padecimientos menos graves.



viernes, 3 de diciembre de 2021

Post Crónica 12: La variante Xi

A este hijastro del coronavirus lo han venido a llamar Ómicron en lugar de Xi (decimocuarta letra del alfabeto griego), pasando con ello de la variante Un (decimotercera letra del alfabeto griego) a esta otra, por aquello de no enfadar a un chino que vive sin tribulaciones. Para mí es la variante Xi, qué quiere que les diga. Total, esta gripe (pues no otra cosa es el Covid-19, salvo para los 7.500 restantes millones de personas, que piensan que la gripe es algo que curan las abuelas) surgió en el país de la milenaria cultura tiempo ha fenecida.







sábado, 27 de noviembre de 2021

Post Crónica 11: Covidiotas y hechos probados

Real Academia Española. Diccionario histórico de la lengua española. Covidiota: persona que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la covid.

Yo pienso que un covidiota es otra cosa, pero a mí no me han preguntado. 

Veamos lo que dicen algunos expertos en respaldo del concepto:

  • Pier Luigi Lopalco (epidemiólogo italiano): "Que esta Navidad no se invite a familiares y amigos no vacunados". Pero el año pasado sí tuvimos trato con quienes no estaban vacunados porque, sencillamente, no había vacunas. ¿Por qué este año hay riesgo y el año pasado no lo había si se tomaban las precauciones debidas? 
  • Luis Enjuanes (virólogo español): "Que la Seguridad Social no atienda a los no vacunados". Tampoco debería atender la Seguridad Social a los pacientes de cáncer de pulmón por haber fumado y quienes tengan esguinces por haber jugado al tenis.
  • Miguel Sebastián (ex ministro y economista español): "El que está vacunado también puede transmitir el covid. Eso es correcto. Pero (con el pasaporte Covid) se trata de hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar". Luego se admite que los vacunados pueden seguir contagiando y se concluye que el peligro son los no vacunados. Curioso. Y si la finalidad de las vacunas no es impedir el contagio sino en atenuar los síntomas, ¿de dónde viene el miedo a ser contagiados? ¿No habrían de ser los no vacunados quienes más activamente adoptasen precauciones? 

Si atendemos a lo que han publicado algunas instituciones científicas al respecto de todo lo anterior, parece incuestionable que los vacunados no habrían de constituirse en representantes del miedo:

  • The New England Journal of Medicine publicó el 11 de febrero de 2021 un minucioso estudio cuyas conclusiones consistieron en que "la presencia de anticuerpos IgG está asociada a una reducción notable de reinfecciones por SARS-CoV-2 al menos durante seis meses" y "las reinfecciones de SARS-CoV-2 han sido muy pocas, la mayoría de ellas tras una primera infección asintomática o leve, lo que sugiere que pasar la enfermedad provee inmunidad contra la reinfección en la mayoría de las personas".
  • Cold Spring Harbor Laboratory publicó el 11 de octubre de 2021 un estudio que concluye que "los datos sugieren que la inmunidad antiviral específica, especialmente las células de memoria B en personas que hayan padecido la covid-19, es muy duradera y de alta intensidad durante al menos de seis a ocho meses".
  • The Lancet ha publicado el 8 de noviembre un artículo compendiador de numerosos estudios biológicos, epidemiológicos y clínicos que evidencian que quienes han pasado la enfermedad tienen bajos índices de reinfección, reduciéndose entre un 80,5 y un 100% el riesgo de contraer nuevamente la enfermedad.  
  • La Cleveland Clinic ha demostrado que la incidencia covid en quienes no han pasado la enfermedad era de 4,3 personas por cada cien, mientras que quienes habían contraído el covid dicho índice caía al 0%. 
  • Una investigación austríaca ha evidenciado que la frecuencia de hospitalización por una segunda infección es de cinco personas por cada 14.840, es decir, un 0,03%. Y la de fallecimientos, de uno por cada 14.840, un 0,01%.

Mucho me temo que hay muchos más idiotas en este asunto del covid y que no solo hay que apuntar a quienes profesan determinadas creencias extremas (porque creencias extremas las hay en ambos lados del río).




viernes, 26 de noviembre de 2021

Post Crónica 10: La guerra que estalló del virus

Cementerios vacíos de público por la covid, no de cadáveres que son sepultados prácticamente en soledad (aunque no les importa ya, es solo dolor para los que siguen con sus vidas). Tanatorios colapsados. Residencias geriátricas convertidas en cementerios. Durante unos meses la muerte, una de las primeras manifestaciones de cualquier enfermedad vírica desconocida hasta ese momento por la humanidad, asoló implacable el planeta, pero especialmente algunos países: el nuestro el primero.

Año y medio más tarde, el plan de rescate a las economías europeas se destina, sin pudor alguno, a engordar la red clientelar del Estado, no a remediar los destrozos de la pandemia. Año y medio más tarde, el director general de la OMS sigue culpando a "la falsa sensación de seguridad de los europeos" el aumento de los contagios tras cada ola. 

Alguien pensó, ilusamente, que derrotaríamos a este virus. En realidad, infinidad de álguienes lo pensaron. La propaganda resultaba útil para reforzar la descalabrada seguridad de una población enclenque e inculta, incapaz de soportar que la gente muera de enfermedad o los volcanes erupcionen. La gripe que hasta no hace tanto tiempo causaba trescientos mil muertos al año en nuestro país, es evolución de aquella gripe española de primeros del siglo XX que se llevó por delante a cuarenta millones de personas en todo el mundo, veinte veces más que este coronavirus. Pero los refuerzos racionales no se escuchan porque vivimos sentimentalizados hasta la náusea. A mí no me apena que muera un octogenario, mucho menos un nonagenario (mi padre se quedó en septuagenario y mi madre apenas pervivió un par de años tras ser octogenaria). Me apena el dolor de sus familiares en caso de conocerlos, pero de manera limitada porque la vida es muerte y la muerte ha sido antes vida. Quien quiera drogarse con el libelo de la vida perpetua y que uno es joven hasta cuando tiene cien años porque la juventud se encuentra en el espíritu, es libre de hacerlo. Hay muchas maneras de ser estúpido en la vida, no solo en los negocios. No es estupidez pensar que las vacunas son efectivas el ciento por ciento y para siempre. Es solo incultura y se soluciona leyendo y dejando de ver a los salvados y a los que miran cómo cantan y a los cocineros máster. 

Otra evidencia más de cómo la maldad humana causa estragos en tiempos revueltos, como este, lo encontramos en las despiadadas campañas contra quienes entienden que nos están engañando a todos como a no-chinos, y en esta categoría hay muchas clases, desde el que piensa que todo es un timo, al que encuentra ilógico lo que unos proclaman y luego realizan, pasando por quien sospecha que detrás de todo se encuentra Spectra. Pero como chivo expiatorio son inexcusables y sirven tontamente al objetivo artero de los gobiernos y grupos de presión para que nadie cuestione las decisiones que toman, sean buenas o malas. 

Y mientras tanto, la gente sufre por una economía que se viene abajo, apuntalada tan solo por los bancos centrales. Eso sí, las sedes sindicales, los separatismos y vaya usted a saber quién más, se verán regados con los fondos europeos diseñados para paliar los desastres de una guerra que antes ha servido de excusa que de lamento.



martes, 23 de noviembre de 2021

Post Crónica 9: pandemia y cambio climático, unidos en la paranoia

Uno de los fenómenos más llamativos de esta pandemia ha sido el mayoritario apoyo de la población a las medidas adoptadas por los gobiernos. Donde se aplicaron estrictos confinamientos, prohibiciones y recortes de derechos y libertades el respaldo popular fue masivo. Sin embargo, en países como Suecia, con medidas muy suaves, prácticamente recomendaciones, las encuestas también mostraron una aprobación similar. Entonces, ¿la masa aclama cualquier estrategia frente a la pandemia, sin importar cuál sea, sin capacidad de crítica? .

Una explicación advierte que la intensidad de las restricciones constituye la referencia básica que utiliza la mayoría de las personas para evaluar el peligro que entraña una enfermedad. En los países donde las medidas son extremas, la gente sobreestima el riesgo personal y muchos acaban desarrollando comportamientos paranoicos: evitan salir de casa o acercarse a nadie, desinfectan de manera compulsiva o utilizan permanentemente mascarilla incluso cuando la inmensa mayoría está vacunada. Por el contrario, donde las medidas son más laxas y focalizadas en los grupos vulnerables, la población percibe un riesgo mucho más moderado sin mostrar paranoias. Al final, en unos y otros países la mortalidad ha acabado siendo similar, pero el imaginario de la población es muy distinto y se encuentra anclado a la reacción de cada gobierno.

El confinamiento tiende a narcotizar el pensamiento racional, fomentando una extremada obsesión a eliminar los contagios a cualquier precio, aunque sean leves o asintomáticos, como si el aumento de la mortalidad en otras enfermedades, el deterioro de la salud mental, el menoscabo de la socialización, la pobreza o la pérdida de empleo fuesen problemas propios de un universo paralelo. La población apoya las medidas draconianas porque juzga la enfermedad extraordinariamente peligrosa pero, al mismo tiempo, esta percepción de riesgo extremo proviene de la radicalidad de las medidas adoptadas. Es un círculo vicioso que convierte las restricciones en la profecía que se cumple a sí misma.   

Se da la circunstancia de que, quienes así piensan, manifiestan una excesiva desmedida en sus gobernantes y una alarmante carencia de criterio propio. Si supieran que los gobiernos no se han distinguido por tomar decisiones con un criterio firme y que para afrontar esta pandemia se limitaron a copiar unos a otros lo que se les ocurría a cada momento, seguramente buscarían mejores puntos de referencia para valorar el riesgo.



El miedo al Covid es de una asimetría abismal: se dispara con rapidez y se apacigua con extrema lentitud al levantarse las prohibiciones (en física este fenómeno es conocido como histéresis o persistencia). Como no hay interruptor que apague instantáneamente el pánico, la retirada de las restricciones tiende a ser muy lenta y gradual, largamente diferida en el tiempo, en parte por la reticencia del propio público, y es habitual que se produzcan marchas atrás que vuelven a avivar el miedo y a prolongar todavía más la percepción de excepcionalidad. Así, aunque la pandemia sanitaria finalice, la sensación pandémica resulta interminable.  

Todos estos mecanismos perversos operan también en las políticas para combatir el cambio climático. Cuanto más radicales, costosas y perjudiciales son dichas políticas, cuanto más onerosos los acuerdos internacionales, más monstruosas parecen las consecuencias del calentamiento en la fantasía del público. Y más unidimensional se vuelve su percepción. La crisis energética, las tarifas eléctricas desmedidas o el estancamiento económico parecen pertenecer, de nuevo, a otro universo distinto, desconectado, completamente eclipsado por la amenaza del apocalipsis climático, una profecía que también posee su propia pasarela de santos y videntes.

Ni la pandemia ni el cambio climático han sido afrontados de manera racional sino impulsiva. Ha predominado una visión parcial y dogmática que solo acepta un único camino, desdeñando los daños colaterales que las medidas pudieran causar. Esta fijación obsesiva de los gobiernos en un único propósito, ya sea la eliminación de los contagios a cualquier precio o la cancelación absoluta de las emisiones de carbono, impide abrir la mente a otras alternativas que podrían ser más adecuadas para la sociedad. Y lo cierto es que la realidad siempre permite siempre varias opciones y escuchar varios puntos de vista favorece la vía racional. Así, la decisión de confinar a la población basándose en los consejos de famosos epidemiólogos ha acarreado consecuencias sociales devastadoras en prácticamente todo el planeta, porque las restricciones rebasan ampliamente los conocimientos de tales expertos. Los epidemiólogos quizá comprendieran la dinámica de los contagios, pero desconocían la magnitud de los daños y sufrimientos que causan los confinamientos que aconsejaban: incremento de otras mortalidades, aumento de los trastornos mentales, deficiente aprendizaje de los niños, retroceso de las libertades, deterioro de la convivencia, incremento de la pobreza y del desempleo. El británico Neil Ferguson emprendió una campaña activa a favor del encierro ejemplificando que “a quien solo tiene un martillo… todo le parecen clavos”. Parece obvio señalar que un experto solo en contagios no está capacitado para decidir alegremente sobre la paralización de toda la sociedad. Pero es lo que ha sucedido.   

Este mismo planteamiento se aplica al cambio climático. Con unos postulados más propios de una religión laica que de la ciencia, donde todos los postulados han de estar sometidos a una falsabilidad constante, las medidas solo contemplan una vía para la salvación: cambiar no solo las fuentes de energía sino también la conducta ciudadana, dirigiendo la sociedad hacia un nuevo puritanismo donde no caben viajes aéreos o consumo de carne, todo ello con el objetivo único de eliminar la emisión de carbono a marchas forzadas, sin considerar que los enormes recursos utilizados podrían aportar mayor bienestar si se dedicaran a paliar las posibles consecuencias del cambio de temperatura. Es necesario abrir la mente a opciones alternativas y compararlas rigurosamente entre sí. Porque un experto solo en clima no puede decidir alegremente el rumbo que debe tomar la humanidad, por muy apocalípticas que sean las predicciones de sus modelos matemáticos.  

La conclusión es que existe un fuerte obstáculo para el triunfo del enfoque racional: esta pandemia ha mostrado lo fácil que resulta manipular las emociones. Los políticos han descubierto que no es necesaria la discusión o el debate (de hecho, alegremente han paralizado o minimizado sus responsabilidades parlamentarias). 

Post Crónica 8: La solución se encuentra en el hemisferio sur

(Adaptación de un artículo aparecido en el Independent el pasado 19 de noviembre de 2021)

En un concurrido mercado de un barrio pobre a las afueras de Harare, cientos de personas sin mascarilla se empujan para comprar y vender frutas y verduras. En Zimbabwe el coronavirus está siendo relegado rápidamente al pasado: ya han regresado los mítines políticos, los conciertos y las reuniones en el hogar. Declara una paseante: "El COVID-19 se ha ido. ¿Cuándo escuchó por última vez de alguien que haya muerto de COVID-19? La mascarilla es para proteger mi bolsillo porque la policía exige sobornos si no me muevo con una". 

A principios de la semana 46 de 2021, Zimbabue registró solo 33 nuevos casos de COVID-19 y cero muertes, en línea con una caída reciente de la enfermedad en todo el continente, donde los datos de la Organización Mundial de la Salud muestran que las infecciones han disminuido desde julio.

Cuando apareció el coronavirus por primera vez el año pasado, los funcionarios de salud temían que la pandemia se extendiera por África y matara a millones de personas. Aunque todavía no está claro cuál será el costo final de la COVID-19, ese escenario catastrófico aún no se ha materializado ni en Zimbabwe ni en gran parte del continente africano. Los científicos enfatizan que obtener datos precisos del coronavirus, particularmente en países africanos donde la vigilancia irregular, resulta extremadamente difícil, y advierten que las tendencias decrecientes del coronavirus podrían revertirse fácilmente.


Pero hay algo misterioso que está sucediendo en África y es justamente lo que desconcierta a los científicos. Según Wafaa El-Sadr, presidente de salud global en la Universidad de Columbia, "África no tiene vacunas ni recursos para combatir el COVID-19, a diferencia de Europa y Estados Unidos, pero le está yendo mejor".

Menos del 6% de las personas en África están vacunadas. Durante meses, la OMS ha descrito a África como "una de las regiones menos afectadas del mundo" en sus informes semanales sobre pandemias. Algunos investigadores dicen que la población más joven del continente (la edad promedio es de 20 años frente a los 43 años en Europa occidental) y sus tasas más bajas de urbanización, así como la tendencia a pasar gran parte del tiempo al aire libre, puede haber evitado a África los efectos más letales del virus. Varios estudios están investigando si podría haber otras explicaciones, incluidas razones genéticas o exposición a otras enfermedades. Christian Happi, director del Centro Africano de Excelencia para la Genómica de Enfermedades Infecciosas de la Universidad Redeemer en Nigeria, afirma que las autoridades están acostumbradas a frenar los brotes incluso sin vacunas y existen extensas redes de trabajadores comunitarios para la salud. "No siempre se trata de la cantidad de dinero que tenga o de lo sofisticados que sean sus hospitales".

Devi Sridhar, presidente de salud pública global de la Universidad de Edimburgo, afirma que los líderes africanos no han recibido el crédito que merecen por actuar con rapidez, citando la decisión de Mali de cerrar sus fronteras antes de que llegara el COVID-19. "Creo que hay un enfoque cultural diferente en África, donde estos países se han acercado a COVID con un sentido de humildad porque han experimentado plagas como el ébola, la poliomielitis y la malaria".

En los últimos meses, el coronavirus ha golpeado a Sudáfrica y se estima que ha matado a más de 89.000 personas, con mucho la mayor cantidad de muertes en todo el continente. Pero por ahora, las autoridades africanas, si bien reconocen que podría haber brechas, no informan de un gran número de muertes inesperadas que podrían estar relacionadas con COVID. Los datos de la OMS muestran que las muertes en África representan solo el 3% del total mundial. En comparación, las muertes en las Américas y Europa representan el 46% y el 29%.

En Nigeria, el país más poblado de África, el gobierno ha registrado casi 3.000 muertes hasta ahora entre sus 200 millones de habitantes. Estados Unidos registra muchas muertes cada dos o tres días. Estos bajos números hacen que nigerianos como Opemipo Are, 23 años, de Abuja, se sientan aliviados. "Dijeron que habría cadáveres en las calles y todo eso, pero no pasó nada de eso". Oyewale Tomori, un virólogo nigeriano que forma parte de varios grupos asesores de la OMS, sugirió que África tal vez ni siquiera necesite tantas vacunas como Occidente. Es una idea que, aunque controvertida, se está discutiendo seriamente entre los científicos africanos, y recuerda la propuesta que hicieron los funcionarios británicos en marzo pasado de permitir que COVID-19 infecte libremente a la población para desarrollar inmunidad.

lunes, 2 de agosto de 2021

Post Crónica 7: el Covid y la estrategia del miedo

La humanidad ha sufrido muchas pandemias; pero ninguna como la presente. Y no por la gravedad, sino por la singular manera de afrontarla. Desde la desaparición del telón de acero, Europa no había contemplado semejantes trabas a la circulación, incluso dentro de un mismo país. Ni el mundo tal supresión de derechos y libertades. En algunos lugares, como Australia, han llegado a amenazar con penas de cárcel a los ciudadanos que deseaban regresar a su propio país.

El presente desatino comenzó de forma improvisada con la aplicación de unas ideas novedosas, insólitas, impulsadas por grupos de expertos que señalaron la eliminación del virus como objetivo primordial. Al precio que fuera. Si antaño preocupaban los enfermos, hogaño el foco se desplazó al número de positivos (contagios), asintomáticos o no, algo desconcertante pues el riesgo de muerte por Covid de una persona de edad avanzada es mil veces superior al de una persona joven y sana. Pero la mística del PCR condujo a sumar ambos casos por igual, sin un tratamiento diferencial.

Librarnos definitivamente del virus parece un plan muy atractivo. Pero en la práctica desemboca en una perpetua búsqueda de un ilusorio El Dorado, una coartada para mantener indefinidamente las restricciones ante cualquier atisbo de un indicador que se descontrole. El virus ha venido para quedarse. Mucho más eficiente es adaptarse a él, vacunar a la población, crear suficiente inmunidad para que la enfermedad constituya un riesgo limitado. La perspectiva de eliminar los virus de la faz de la Tierra produce furor en ciertos colectivos.

Los intentos de erradicar gérmenes y causantes de enfermedades comenzaron en los años 50 del siglo XX, resultando todos infructuosos. Pero en 1980 tuvo lugar un éxito inesperado, el único hasta hoy: la erradicación del virus de la viruela. El director de la campaña, Donald Henderson, explicó que el virus reunía todas las condiciones favorables: no poseía reservorios animales, la enfermedad cursa siempre con síntomas perfectamente identificables, sin necesidad de pruebas, y existía una vacuna transportable sin refrigeración al lugar más recóndito, que garantizaba una inmunidad al 100% de por vida (obsérvese que el SAR-COV-2 no posee ninguna de estas cualidades).

Henderson declaró que no veía en el horizonte ningún otro germen susceptible de erradicación, que consideraba más razonable minimizar los daños de las enfermedades pues cualquier estrategia demasiado agresiva podría “comprometer los derechos humanos”. Había dado en el clavo: no es razonable intentar eliminar un virus si los daños causados a la sociedad van a ser superiores a los beneficios; mucho menos si la probabilidad de éxito es casi nula. También advirtió que aceptar acríticamente modelos matemáticos que no consideran los efectos adversos de las intervenciones públicas, “podría transformar una epidemia perfectamente manejable en un desastre nacional”. Henderson falleció en 2016 sin poder comprobar que sus temores estaban muy bien fundados. Mientras tanto, el éxito de la viruela había desencadenado una fiebre del oro, un hervidero de expertos buscando su propia mina, proponiendo a la OMS un sinfín de gérmenes como objetivo. Eliminar microorganismos se convirtió en una obsesión, sin considerar los costes económicos, sociales o políticos que podría generar cada intento. Quizá el atractivo de pasar a la historia como salvador de la humanidad se había tornado irresistible.

La gran mentira de esta pandemia ha sido pregonar que los confinamientos, las exageradas restricciones y el objetivo de suprimir el virus eran todas ellas medidas avaladas por la ciencia. Esto es absurdo: la ciencia no señala cuáles son las mejores políticas, ni establece fines, ni mucho menos sustituye a los ciudadanos en la toma de decisiones. Aunque algunos expertos esgrimieron la autoridad de la ciencia, sus propuestas no eran otra cosa que su opinión personal. Resultó fácil convencer a ciertos colectivos y vender esta idea a una sociedad infantilizada, sin principios sólidos, que detesta cualquier riesgo, busca la seguridad antes que la libertad y acepta difícilmente la existencia de la enfermedad y la muerte. Un recurso clave fue la difusión del miedo, pero también la construcción de un relato coherente con el imaginario del mundo actual, que conectase con las carencias de la gente y encajase en los mitos predominantes. Detrás de la fachada científica, los apóstoles del “Covid cero” predicaron sutilmente un relato del Apocalipsis cuya principal clave no era tanto el cataclismo, la penitencia, como “el día después”, el luminoso amanecer de la “nueva normalidad” donde “saldremos más fuertes”, aun con menos pertenencias, en un mundo más sostenible, más ordenado.

Muchas de las medidas adoptadas, y gran parte de las reacciones de la masa, son incoherentes, contradictorias. La percepción del riesgo ha acabado adquiriendo un fuerte componente moral. Escandaliza ver jóvenes celebrando en las calles, víctimas de una cepa muy contagiosa aunque poco mortífera. Muy pocos se rasgan las vestiduras por ayudar a una anciana vecina a subir la pesada compra, aunque este acto implique un riesgo infinitamente superior. El virus se contagia exactamente igual a cualquier hora, pero las actividades nocturnas escandalizan mucho más, quizá por considerarse más lúdicas y pecaminosas. De ahí los toques de queda que desesperadamente solicitan muchos prebostes.

Hay que desoír y rechazar con energía los cantos de sirena de quienes, por motivos diversos, van pregonando el Armagedón para mantener indefinidamente las medidas restrictivas. Una vez vacunados prácticamente todos los vulnerables, tal como ocurre en Europa, EEUU y otros países, la letalidad decae drásticamente hasta equipararse a la de otros gérmenes que conviven cotidianamente con nosotros. Si antes ya eran exageradas, las restricciones Covid constituyen ahora un sinsentido. Las mejores precauciones corresponden a la acción voluntaria y responsable de los ciudadanos.

Si algo ha demostrado este cataclismo es que la libertad y los derechos fundamentales no están garantizados en Occidente. Las convenciones que sostenían nuestros derechos y libertades han saltado por los aires a la primera arremetida del pánico. Aprovechando el temor de la población, las autoridades han rebasado ampliamente los límites que el sistema democrático establece para evitar que el poder se ejerza de manera tiránica o despótica. Se ha creado un gravísimo precedente.



sábado, 13 de marzo de 2021

Post Crónica 6: posiblemente esto se vaya acabando

Si usted observa el siguiente gráfico de incidencia del virus en varios países (señalados a la derecha), seguramente quede desconcertado:


Vayamos por partes. Hace un mes se alcanzó en Europa el pico de lo que se ha dado en llamar tercera ola de la pandemia. En la mayor parte de los países europeos se distinguen a la perfección tres picos: el primero entre marzo y abril de 2020, el segundo entre septiembre y octubre de 2020 y el tercero entre diciembre 2020 y enero 2021. Desde mediados de enero en todos los países de Europa los contagios empiezan a caer y las muertes, que van desacopladas con una semana de retraso, inician su descenso una semana más tarde.


Como se observa, en España, Francia o Reino Unido se han dibujado tres olas con similar cadencia. Alemania solo ha sentido dos olas, siendo un caso un tanto especial. 

Otro caso especial es Suecia, donde directamente decidieron elegir la inmunidad de grupo en lugar de los confinamientos masivos. En este país la segunda ola ha sido más prolongada y repuntó tras las navidades, pero sus cifras son mejores que en otros países sometidos a enclaustramientos e inmovilidad severos.

En países de menor tamaño se observa una primera ola suave, apenas perceptible, una segunda más fuerte y, en ciertos casos, como en Portugal, una tercera devastadora.


Grecia es caso aparte. No sufrió primera ola apenas, y la segunda y tercera son de mucha menor importancia que en países más ricos de su entorno.


En Irlanda la tercera ola ha sido muy dura, mientras que la primera y la segunda fueron suaves. 


En Italia más que de tres olas se puede hablar de dos. La segunda arrancó a mediados de octubre, tocó techo en noviembre y, desde ese momento, ha ido cediendo con ciertos leves repuntes.


En Estados Unidos la tercera ola ha sido mucho más duradera, pero igualmente el descenso de incidencias está siendo muy acusado.

Canadá, su país vecino al norte, observa el mismo comportamiento pero con números mucho más bajos.

Vayamos con Asia. Con los dos grandes y el surcoreano. India no tiene motivos para vivir bajo el estrés que impera en Occidente.

Corea del Sur lo tiene todo bien controlado.

En China, donde todo comenzó, la gráfica lineal comparativa apenas aporta información.

Sus buenos datos, de creérnoslos, porque ya sabemos cómo se las gasta el gigante asiático con la información, solo son perceptibles en la escala logarítmica.

Y en Latinoamérica miren lo que sucede:



Por decir algo, diríase que viven en una primera ola iniciada tras el verano septentrional que todavía perdura, pero con cifras que ya quisiéramos por estos pagos. 


La tasa de fallecimientos ha pasado de ser insostenible entre abril y noviembre de 2020, a una "comodidad" inferior al 2% en la mayoría de países (excepción hecha de México).

Si diseccionamos el mundo por continentes, veremos con claridad cómo Europa y América se han llevado la peor parte. Los países pobres de Asia y África apenas han tenido motivos para creer que una pandemia demoníaca estaba empeñada en diezmar a la población humana.


Todas las tendencias que se observan en marzo de 2021 invitan a pensar que la maldición que nos asola está tocando a su fin. Desde la última semana de enero es posible observar que tanto los contagios como los fallecimientos están cayendo de manera significativa en todo el mundo. No estamos ante un diente de sierra, sino ante una caída sostenida. En contagios diarios se ha pasado de los 844.000 del 7 de enero a los 289.000 de hace una semana, lo que supone una reducción del 65% en mes y medio. Si de aquí a la segunda semana de abril este ritmo se mantiene, se habrá bajado a unos 100.000 nuevos casos diarios en todo el mundo, lo cual son cifras de hace diez meses.

Algo con ello ha de ver que la seroprevalencia sea cada vez mayor en el mundo, que es lo que tiene que suceder con las pandemias conforme pasa el tiempo. En España ronda el 10% aunque es posible que sea más alta. Encontrarse con gente que ha pasado la Covid es cada vez más habitual, especialmente en ciudades muy castigadas como Madrid, Milán o Londres. En Madrid, un estudio de seroprevalencia a mediados de diciembre la situó en el 18,5%. No es arriesgado conjeturar que una cuarta parte de los madrileños ya han padecido la enfermedad. El virus va perdiendo huéspedes en los que reproducirse y seguir contagiando.

Ya veremos qué pasa con las vacunaciones.