viernes, 8 de mayo de 2020

Crónica 60ª. El virus que vivía muy feliz en Suecia

Casi todos los países occidentales decidieron, más pronto o más tarde, seguir a rajatabla las medidas adoptadas por China cuando la epidemia de Wuhan quiso hacerse notar. Población en cuarentena, cierre económico, pruebas masivas de PCR... ¿Todos? No, como la aldea de Astérix, unos pocos países optaron por decisiones menos agresivas: optaron por preservar sus economías y la sociedad civil, evitando con ello la cadena interminable de problemas y devastaciones que se derivan de un bloqueo brutal.

En Europa fue Suecia quien, entonces, atrajo toda la atención mediática por su política de no agresividad. Le han llovido fuertes críticas e intensa fascinación a partes iguales. Para quienes entienden que solo la reclusión forzada de los ciudadanos puede librarnos de este virus, la estrategia de Suecia era y es un suicidio en masa. Para quienes estamos en contra de las políticas de bloqueo, y me apunto personalmente a este listado, Suecia es el experimento perfecto. El resultado es que España, Estados Unidos y Reino Unido continúan encabezando las tablas mundiales de muertes por la COVID-19. Los números de la muerte en Suecia son más bajos, en comparación, y ha evitado la pérdida de confianza que aturde a gobiernos como el español, que continúa empujando a la población al límite del estrés social y la tolerancia económica. Baste mirar las últimas cifras de desempleo para darse cuenta de lo que está sucediendo.

Como exponíamos en la primera de estas crónicas, allá por el 17 de marzo (parece que ocurrió hace medio milenio), Suecia no ha aplicado ninguna medida estricta de reclusión poblacional ni de cierre de centros productivos. Tampoco ha cerrado sus fronteras. Las autoridades sanitarias suecas han venido informando de una serie de pautas para favorecer el distanciamiento social, así como otras medidas de sentido común sobre higiene, los viajes, reuniones públicas y la protección de ancianos. Han mantenido abiertas todas las escuelas preescolares, primarias y secundarias, si bien cerraron institutos y universidades, que han debido seguir con su trabajo en modo online. Los bares y restaurantes han permanecido abiertos y los compradores no tienen que seguir el ritual de la línea punteada al guardar cola con 2 metros de separación cuando acuden al supermercado. Según los científicos del país, están en camino de lograr la inmunidad natural (o de rebaño). Debido a que Suecia decidió seguir la ciencia epidemiológica real y seguir una estrategia de inmunidad colectiva basada en el sentido común, no necesitó "aplanar la curva" porque su enfoque estratégico tuvo una difusión más gradual y más amplia. El asesor epidemiológico del gobierno sueco, Anders Tegnell, trató en todo momento de mantener la propagación de la enfermedad lo más baja posible para evitar el colapso de su sistema de salud sin recurrir al bloqueo completo. De hecho, la principal victoria del gobierno sueco ha sido mantener el número de casos lo suficientemente bajo como para no colapsar las unidades de cuidados intensivos (UCIs). Y les ha funcionado.

Causa perplejidad comprobar que, en estos precisos momentos, las naciones que optaron por el bloqueo parecen usar la crisis económica como excusa para no reabrir la economía, junto al temor a un segundo pico de contagios que, en su opinión, causará estragos mucho mayores en la ciudadanía que lo ocurrido hasta ahora. Esta justificación se basa en la creencia de que el coronavirus tiene capacidad de desatarse de forma súbita y repentina en la población. Puede haber una segunda oleada, en efecto, ocurre con otras enfermedades infecciosas, pero ha de tenerse en cuenta que será consecuencia de la decisión de imponer el bloqueo desde un principio y no permitir el contagio paulatino dela población. La terrible conclusión es que, a largo plazo, una vez superada la cresta que hemos vivido, los resultados serán proporcionalmente iguales en cuanto a víctimas humanas.

El epidemiólogo Neil Fergusson, el mismo que no dudó en saltarse la reclusión por él recomendada para visitar a su amante, empleó un modelo informático de tintes apocalípticos para convencer al gobierno tory de la necesidad de cambiar la estrategia inicial (próxima a la sueca), que en estos momentos podemos superponer con la realidad que reflejan los números ya registrados:



Un problema de las estadísticas es que pueden contar aquello que quiera el narrador, especialmente si se trata del gobierno. No hay ningún estudio científico que demuestre que el bloqueo ha salvado un número significativo de vidas. En España, la reclusión y el parón económico no han impedido que encabecemos el lúgubre listado de países con más muertes por población (Bélgica registra una ratio mayor porque ellos sí contabilizan a los muertos sin estado clínico).

A medida que nos movemos hacia el purgatorio económico y social, países como Suecia son objeto de críticas de los expertos en los medios de comunicación. Cuánto hay de ello en el remordimiento de haber respaldado "sin fisuras" el enfoque único de los gobiernos, no lo sabemos. Seguramente mucho, aunque se encuentre aún larvado. Asombra la facilidad con la que una parte importante de las personas invoca el principio TINA (del inglés, There Is No Alternative, no hay alternativa), algo que a lo largo de la historia ha precedido a la mayoría de las calamidades causadas por el hombre, de la Primera Guerra Mundial, pasando por la Guerra de Irak de 2003 y el rescate de los bancos cuando la crisis de 2008.

Algunos medios de comunicación, como el The New York Post, o la propia ONU, han debido reconocer que el éxito de Suecia es incontestable. El Dr. Micheal Ryan, jefe de gestión de emergencias de la OMS, ha declarado: "Lo que Suecia ha hecho de manera diferente es que ha dependido mucho de su relación con su ciudadanía y de la capacidad y voluntad de sus ciudadanos para implementar el distanciamiento y la autorregulación. Creo que si queremos alcanzar una nueva normalidad, Suecia representa un modelo si deseamos volver a una sociedad en la que no tengamos bloqueos". Según la OMS, Suecia es esa nueva normalidad y no las reaccionarias políticas de cuarentena medievales favorecidas por casi todos los estados. 

Más que de otro asunto, en estos momentos el coronavirus habla de la relación existente entre las personas y sus gobiernos. La idea exhibida por el presidente hace solo unos pocos días, vinculando la política de bloqueo con el intercambio de vidas, es una falaz dicotomía y una demostración de ignorancia. Alguien debería recordarle a nuestro Gobierno las palabras de Cecilia Soderberg-Naucler, profesora del Instituto Karolinska de Suecia: "Debemos establecer el control sobre la situación, no podemos dirigirnos hacia un caos completo". 

Este concepto de ciudadanos que se hacen responsables de sus acciones y del bienestar público está consagrado en la Constitución sueca. Implica que el Estado no puede amenazar ni abusar de sus ciudadanos por asuntos como no observar el distanciamiento social o comprar artículos no esenciales cuando salen de compras o se reúnen en grupos pequeños. Los ciudadanos suecos conocen los riesgos y siguen fielmente las pautas gubernamentales. También reconoce el Gobierno sueco que los humanos no son perfectos y que, por ello, no usarán la policía ni los tribunales para castigar a los ciudadanos que no sigan las pautas al pie de la letra, como es el caso de muchos países, empezando por el nuestro.


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