martes, 19 de mayo de 2020

Crónica 69ª. El virus que no sabía dimitir

Sale el presidente por la tele y anuncia que desea mantenernos recluidos en casa otro mes más. Así, con total pasmosa normalidad, no sé si nueva o vieja todo lo contrario. Llevamos nueve semanas así, viendo pasar por el telediario los muertos, los contagios, los hospitales de campaña y los anuncios de la miseria que está en ciernes. Los muertos dejan de morir en masa y uno diría que se mueren normalmente, si no es de virus de cualquier otra cosa. Los contagiados van disminuyendo y los hospitales de campaña tiempo ha que se desmantelaron. Diríase que aquello que nos arrestó ya no está, y sin urgencia sanitaria que lo justifique, escarbar en informes de ida y vuelta, primero escritos por la mano de la ciencia, luego de técnicos sanitarios, finalmente de funcionarios de segunda o tercera fila, solo son ganas de tocarnos las narices. 

No discuto que haya quienes piensen que debemos permanecer encerrados hasta dentro de una década, o más, hasta que el virus se muera de asco si no logramos dar con una vacuna efectiva. Pero no deja de ser una total falta de respeto a los ciudadanos por parte de seres que juegan a ser mucho peores que un virus. Buscan demostrar, por activa y por pasiva, que esta situación es lo que está sucediendo en el mundo, en todaspartes, y que en todas partes, en todo el mundo, se piensa igual. Pareciera que se sienten muy cómodos en la emergencia, que esta situación, no por episódica y excepcional, es justo aquello que todo gobernante necesita para florecer y situar su efigie en al atrio de la Historia. Sin control judicial, sin control constitucional, sin nada ni nadie que verifiquen sus decisiones, se han acostumbrado de tal manera a sojuzgar nuestros derechos fundamentales y libertades públicas que no conciben que la mayoría pensemos que se han convertido en dictadores. Dictadores democráticamente elegidos por el menor apoyo electoral que haya tenido gobierno alguno hasta la fecha, porque nuestro presidente es campeón en perder votos y solo le beneficia los muchos más que pierde el resto. Un presidente que ni ante un escenario de calamidad pública, con decenas de miles de muertos, es capaz de mostrar altura de miras. Aunque, quién se sorprende, es el peor preparado y el más lamentable que ha pasado nunca por el Congreso.

Se creerá, él y su séquito, que no nos angustian las muertes, la ruina, el dolor, la incertidumbre. Se creerá el presidente, y con él todos sus ministros, que todo lo anterior justifica que seamos un país sin ley ni derechos. Sin democracia. Sin tribunales de justicia. Sin parlamento (los cuatro gatos que a él acuden no constituyen una Cámara Baja). Sin libertad de movimiento. Casi sin libertad de expresión, porque intentan que no la haya. Ni siquiera puede llamarse a esto un despotismo ilustrado, sino la conjura de los más necios que haya alguna vez habido. Necios y sectarios. Buena combinación. Si al menos dimitiera en junio...




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