martes, 12 de mayo de 2020

Crónica 64ª. El virus que mentía más que hablaba

Desde lo de "los españoles necesitamos un Gobierno que no nos mienta", dicho alto y claro por Pérez Rubalcaba cuando lo del 11M, de tan infausto recuerdo para todos y de ignominia eterna para el último gabinete de Aznar, las mentiras han sido recurrentes en todos los gobiernos. Mintió Zapatero al negar la crisis, mintió Rajoy con todo el asunto de su tesorero, y miente Sánchez como un bellaco cada vez que abre la boca para hablar del coronavirus.

No importa que CNN le haya sacado los colores por Twitter: “Spanish Prime Minister Pedro Sánchez said ranking by Johns Hopkins University showed Spain was fifth in the world in testing rates. But those international rankings appear not to exit”. Digo que no importa porque lo de hacer el ridículo a nivel internacional es algo que al protagonista puede traerle sin cuidado por más vergüenza ajena que nos dé a todos los demás. Lo que realmente importa es la sensación de que estamos ante un andoba que cuanto dice o hace es espantosamente falso.  De aquello de "convocaré elecciones inmediatamente", pasando por "no pactaré con Podemos ni con los independentistas" a lo de "cambiaré el Código Penal para perseguir el delito de referéndum"). 

Vale, eran mentiras políticas, y ya se sabe que en política solo se dicen mentiras para decir lo que los demás quieren oír y hacer después lo que a uno le venga en gana. Si al tipo lo auparon hasta la Moncloa una serie de diputados, ¿por qué iba a echar a perder el sueño convertido en realidad de dormir todo el tiempo en la Moncloa si la ley atribuye solo al presidente la potestad de convocar elecciones? Las convoca cuando mejor le interese y punto, que es lo que han hecho todos.Y si lo de repugnar a Podemos y a los catalanes daba votos, ¿por qué no iba a decir que ver a Pablete en el Gobierno le quitaba el sueño si con ello conseguía más voto útil? En fin, que a los únicos a quienes debería espantar ese tipo de mentiras es a los suyos y sus votantes, pero está claro que no les espanta.

Otra cuestión son otro tipo de mentiras, por ejemplo las de su doctorado, conseguido con una porquería de tesis que ni siquiera escribió (nunca escribe nada de lo que se le atribuye), para lucir un título de doctor concedido por una universidad de mierda y mediante un tribunal de amiguetes. Pero uno, que es doctor y a mucha honra, conseguido con trabajo constante y dedicación intensa, y con buenas publicaciones en las mejores revistas internacionales, ha visto muchas tesis que no valen nada y a sus autores colmados con un título que los iguala a mí. Luego al final es cuestión de lo que cada cual haga para demostrar que lo de ser doctor no es por accidente. En puridad, lo de Sánchez ni tan siquiera es accidental: simplemente vio que su expediente académico era una pura bazofia y quiso enmendar la cosa con títulos de tres al cuarto. Otros, en la oposición, lo tienen igual de pésimo y consiguieron el título de un máster que no hicieron. Lo que hace sentir vergüenza de lo poco que vale uno, oiga... Mucho presidente, pero más vacío que una litrona en plenos sanfermines.

Y por último están las mentiras que sí afectan a la sociedad. Como Zapatero ante la crisis, Sánchez negó el riesgo de la pandemia, mantuvo las manifestaciones, permitió la llegada normal de aviones procedentes de países que ya estaban en cuarentena, y tuvo la desvergüenza de declarar que apenas se iban a producir contagios en España pese a la información de la OMS que se hallaba encima de su mesa a finales de enero. 

Y si esto no le pareció suficiente o relevante, siguió mintiendo con lo de que España era el país que primero había hecho frente a la pandemia, atribuyéndose el liderazgo de las medidas en España cuando algunas Comunidades como la de Madrid ya habían cerrado colegios y residencias mucho antes de que él moviese un solo dedo. 

Como mintió al asegurar que nadie le había advertido de los riesgos que entrañaba autorizar las manifestaciones del 8M, sabiendo que nuevamente la Comunidad de Madrid lo hizo y por escrito(en el juzgado está la prueba). 

Como siguió mintiendo, esta vez a la OMS, nada menos, con datos falsos sobre el número de test realizados, provocando que la propia organización ONUesca le leyera la cartilla corrigiendo los datos que el Gobierno le había enviado como si fueran por ciertos. Y quiero pensar que sabía perfectamente que no lo eran, porque lo contrario significaría que todos, absolutamente todos, son unos incompetentes de cuidado.

Y siguió mintiendo, esta vez de nuevo a los ciudadanos, afirmando en su homilía sabatina que el impacto del virus en España era similar al que estaba teniendo en EEUU, Italia, Reino Unido y Francia, y todo ello para ocultar la verdad, para no tener que decir que somos el primer país en cuanto a muertos por cien mil habitantes (con permiso de Bélgica, que cuenta a todos los muertos, no solo a los clínicos). 

Y como estuvo y está mintiendo repetidamente al presumir de proteger al personal sanitario, cuando a estas alturas todo el mundo sabe que en eso también lideramos todas las listas mundiales con más de un 20% de sanitarios infectados (y la OMS alarmándose de que en algunos países los contagios al personal de los hospitales es superior al 10%), porque, de hecho, casi todos los nuevos contagios que se publicitan en las estadísticas provienen precisamente de los sanitarios. 

Y como no sabe ni quiere dejar de mentir, el presidente aludió en una de sus insoportables homilías que las ayudas económicas y laborales debido al estado de emergencia tendrían que ser derogadas si este no era prorrogado por el Congreso. Y digo que mintió porque un presidente que no sepa que están reguladas en leyes ordinarias y que se ponen en marcha o se mantienen en función del contexto económico, no merece ser presidente ni un minuto más. La mentira al servicio del objetivo, tan repugnante como cuando propone “sinceramente” alcanzar un acuerdo con todas las fuerzas políticas para la "reconstrucción" de España y, poco después, coloca al frente de la Comisión al segundo mayor inepto del Reino de España (el primero es él) y como vicepresidente de la susodicha comisión a un leninista convencido. Menudos acuerdos a los que llega el andoba...

Este ejercicio continuado y patológico de la mentira, de la propaganda, podría ser oprobio para quien profesa tal aborrecimiento hacia la verdad, pero lo cierto es que han costado muchas más de las 26.000 vidas (oficiales son esas) y la ruina de todo el país. Porque a la mentira hay que añadir la incompetencia, la improvisación, el sectarismo... ¿Y este es el individuo al que el Congreso ha seguido concediendo el mayor poder de la democracia?

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