lunes, 4 de mayo de 2020

Crónica 57ª. El virus al que encantaba ser autoritario

El presidente del Gobierno podría haberse erigido como el líder definitivo de esta crisis si hubiese optado, desde el mismo momento que decretó el estado de excepción, por una política de exquisita y continuada colaboración con la oposición. Cuando los momentos son excepcionales, la política ha de ser excepcional. Ser líder no equivale a devenir dictador. La catástrofe sanitaria es responsabilidad exclusiva del gobierno chino, como apunté en una entrada anterior, y no de este Gobierno ni de ningún otro gobierno, salvo el ya mencionado. Tampoco es responsabilidad del Gobierno que la pandemia, de alcance mundial, haya repercutido con fiereza en la economía planetaria. La responsabilidad del Gobierno se limita a su gestión de la crisis en España.

Por más que se esfuercen en sus comparecencias televisivas, los efectos de la pandemia han supuesto en España una devastación sin paliativos: en número de muertos, en sanitarios infectados, en aumento del desempleo, en caída del PIB, en improvisación política y en barbaridades legislativas. Las  gestiones autoritarias son tan inteligentes como inteligente sea quien las lleva a cabo. La arrogancia y el insufrible narcisismo del presidente del Gobierno, quien solo se rodea de estrategas y lameculos, era un camino trillado para su derrota política. De haber escogido la humildad contenida en el eslogan "Este virus lo derrotamos entre todos", con una praxis muy distinta, de paréntesis en la batalla político para aunar fuerzas, inteligencias, voces y voluntades (mejor si son dispares), le hubiese llevado a congregar y liderar un equipo de crisis tan excepcional como la situación lo requería, abierto a todas las sensibilidades y con capacidad de enfrentar distintas ideas y soluciones.

Pero el autoritarismo es solo uno de los diez pecados (errores) en que ha incurrido el presidente.
  1. Subestimar el impacto del coronavirus, pese a los muchos informes que había sobre la mesa a primeros de marzo (incluidos todos los que determinaban la ferocidad que se había desatado en Lombardía) y la realidad de aquel momento, no tan lejano, en cuanto a contagios y muertes. Durante todo aquel fin de semana de marzo se sucedieron no solo las manifestaciones del 8M, también una gran variedad de eventos de diversa índole. Es significativo que el mismo lunes 9 la Comunidad de Madrid decidiese el cierre de colegios y universidades, tras haber decretado el cierre de las residencias de ancianos tres días antes, el viernes 6, poniendo en marcha con ello toda la maquinaria anticrisis para la que el Gobierno aún necesitó seis días más.
  2. No solo se perdió un tiempo precioso en la toma de decisiones ante la crisis, sino que la manera precipitada de acometerlas fue ejecutada con continua improvisación y desconocimiento de los resortes del Estado. De alguna manera, esta improvisación aún se manifiesta cincuenta días después. La excusa de que el Gobierno acata lo que sus expertos asesores (y científicos) deciden no es sino un burdo trampantojo para hacer creer a la población que no ellos quienes yerran, pese a que toda la responsabilidad es suya. No hay más que echar un vistazo a las licitaciones de mascarillas, hisopos, respiradores y demás material sanitaria que han aparecido publicadas en el BOE. Los pelotazos han sido tan considerables como indignos de un Gobierno pretendidamente social.
  3. La falta de medios para combatir clínicamente al virus ha representado una vergüenza constante para los ciudadanos. Debido a ello, en los hospitales se ha llegado a practicar el cribado de pacientes atendiendo a su esperanza de vida, contraviniendo el derecho fundamental  la vida de los ciudadanos sin importar su edad, sexo, raza o creencias. El problema es que, aún hoy, si de nuevo volviese el colapso a los hospitales, se seguirían produciendo. El Gobierno no ha dejado actuar a las autonomías, centralizando todo el poder, incumpliendo la lógica más elemental de aprovechar la experiencia y recursos de quienes llevan más de veinte años haciéndose cargo de la gestión sanitaria. A consecuencia de ello, el material sanitario llega tarde, defectuoso y de manera negligente.
  4. El punto anterior enlaza con la decisión de centralizar y decretar el mando único ante la crisis., lo que la ha convertido de sanitaria a caótica. La solidaridad entre las autonomías ha brillado por su ausencia y la cooordinación con los distintos representantes del Estado (del que el Gobierno es solo parte) inexistente. Y en el propio seno del Gobierno se han producido todo tipo de divergencias y empujones entre unos ministros y otros. Las rectificaciones e imprecisiones han estado a la orden del día. 
  5. Este Gobierno tan social ha impuesto un discurso terriblemente ideológico en lo económico (asistencia universal del Estado a la población) que, por extraño que parezca, no se ha convertido aún en nada concreto, más allá del anuncio de medidas y los esfuerzos por sacar adelante la gestión de lo ya aprobado. La ausencia de diálogo social, que tampoco ha habido, y la chabacanería de las intervenciones de buen número de ministros, empezando por la de Trabajo, le ha deparado enemigos entre los empresarios de todo tipo. Las proyecciones oficiales remitidas a la Comisión Europea son el anuncio prematuro de la muerte política del presidente, porque no hay quien las aguante.
  6. El desprecio por el Parlamento, sede donde reside la representación popular, que no en el Gobierno (incluso se la atribuía a sí mismo el presidente en sus primeras comparecencias televisivas) ha conllevado su aislamiento político. El problema del cesarismo en la gobernanza es que solo funciona mientras las cosas van bien, y en España han ido mal desde el principio. Conforme ha ido transcurriendo el tiempo se ha puesto más y más en evidencia que en otros países se han puesto en marcha políticas mucho más efectivas y ahora solo queda parapetarse en lo ideológico (caso del chantaje explícito de la última comparecencia) y en la hostilidad hacia el resto de fuerzas.
  7. El presidente se ha dirigido a los ciudadanos de manera tan habitual como interminable, expresándose con un paternalismo insultante, lo mismo que si no pudiésemos comprender la verdad de esta crisis. Si el deseo era hacer pedagogía o evangelización, el empleo de un lenguaje militar terminó de perfilar la indignidad de un Gobierno que no respeta ni en las formas a los ciudadanos.
  8. Pese al paternalismo, la opacidad y confusión del Gobierno en cada ocasión que ha debido manifestarse (escúchese la intervención del presidente para explicar "las cuatro fases que son tres" del indescifrable plan de desconfinamiento) han hecho de la ambigüedad, los desmentidos y las rectificaciones el sustrato básico de su comunicación. 
  9. La crisis vuelve dóciles a los ciudadanos, por tanto el Gobierno solo ha de preocuparse de mantener a raya a la prensa crítica con su poder, una vez asegurada la mansedumbre de la sociedad. Los sucesivos intentos del Gobierno en crear un régimen propagandístico donde los bulos ajenos sean delito y sus mentiras, dogma de fe, junto con las ruedas de prensa dirigidas o las intervenciones de los cuerpos de seguridad en favor de intervenir las redes sociales, responden a una concepción absolutista del Estado.
  10. El estado de excepción no solo ha supuesto excesos en sancionar a los ciudadanos, asumir por decreto competencias transferidas, suspender derechos y libertades constitucionales El estado de excepción se ha convertido la única posibilidad de supervivencia del presidente. 
Elegir la mayor torpeza del Gobierno es complicado. El listado se extiende y no acaba. Lo dramático es que, todas ellas, configuran el escenario de cadáveres en las residencias de ancianos, morgues de campaña, UCIs improvisadas, funerales desangelados y demás calamidades que conforman un auténtico museo del horror. La cuarta vicepresidenta ha proclamado, ante ello, que "España está en la gama alta de éxito". No se puede tener más soberbia. En esta política de continuo desprecio a todos los que no son el Gobierno, los ciudadanos hemos sido simplemente marionetas a las que multar, reconvenir y apabullar. 

Nos apabullan diciendo que, sin estado de excepción, volverían los millones de contagios, las docenas de miles de muertos. Y con esa arma fatídica cuenta el Gobierno: con el miedo, la amenaza, con la ceguera de lo que sucede en nuestro entorno, con la asunción de que -en el fondo- los propios ciudadanos nos creemos unos críos irresponsables, incapaces de actuar en consecuencia, necesitados de mano dura perpetua. Quizá por ello nos mantengan recluidos hasta el final de los tiempos (políticos) (del Gobierno). Pero, a algunos, no nos callarán.


No hay comentarios:

Publicar un comentario