domingo, 3 de mayo de 2020

Crónica 54ª. El virus que quería pronosticar el futuro

Lo macroeconómico es fácil de pronosticar. Lo avala la ley de los grandes números. Pronosticar es mirar el futuro y tratar de predecirlo, de modo que cuanto más grande sea ese algo que queremos pronosticar, mejor (ya lo dijo Ronald Reagan, preguntado en cierta ocasión por el déficit de Estos Unidos bajo su mandato: "Es lo suficientemente grande para cuidarse solo"). En economía resulta aún más arriesgado porque, como todo el mundo sabe, su futuro tiene la muy temperamental manía de no gobernarse según leyes científicas. ¿Acaso nunca hemos oído hablar del pánico de los inversores? Cuando en una ciencia se incluyen los elementos emocionales, mal asunto.

Hoy en día, muchas empresas consumen ingentes cantidades de recursos en crear sofisticados algoritmos que permitan atinar acerca de lo que sucederá dentro de cinco o diez o veinte años. Por supuesto, siempre yerran. Pero no importa: es mucho peor tener que soportar el remordimiento de no hacer algo al respecto. Total, los calculadores de futuros no ven mermado su prestigio por la simple nimiedad de que sus pronósticos nunca se cumplan. Los pocos que acertaron a comprender lo que se avecinaba cuando la crisis económica de 2008 (si aún no ha visto "La gran apuesta", hágalo sin remisión) , se hicieron de oro por convicción gástrica a la hora de intuir en los mismos datos aquello todos los demás fueron incapaces de observar: nada peor que la inercia, esa fuerza que se empeña en perpetuar el futuro de forma constante.

Ahora que el coronavirus parece doblegado (interesante -y comprensible- que, cuando por fin se atisba la esperanza, se multiplique la indignación del sector sanitario, como atajar si la causa de las muertes y contagios que han sufrido y sufren no dependiese de la correcta implantación por parte del Gobierno de los protocolos para enfermedades contagiosas, sino de los enfermos), ahora que está doblegado el virus, decía, las incertidumbres económicas se multiplican. Al fin y al cabo, las cifras que el Gobierno ha remitido a la Unión Europea son tan descorazonadoras como esperables.La cuestión no es, por tanto, cómo de profundo es el hoyo en que nos hemos caído por la tardía reacción de un gobierno que, tres días después de firmar un informe alertando de la que se avecinaba con el coronavirus, avaló la infectación de miles de ciudadanos. La cuestión relevante, en lo macro, es cómo vamos a salir de la sima.

No sé cuánto dinero habrá, ni por cuánto tiempo, en las arcas públicas para pagar pensiones, paro, ERTEs y demás gasto corriente. Pero si algo hemos aprendido de la crisis de crédito del 2008 es que nuestro país es grande y sistémico y no se le puede dejar caer como a Grecia porque arrastraría a todo ese norte tan rico y luterano que mucho se congratula de haberse conocido, y entonces dejarían de sonreír. Luego necesitaremos ser rescatados. Si no por misericordia, por interés.

En 2011, la sociedad española le concedió mayoría absoluta a un sujeto que, en cooperación con la vicesujeta que en todos los fregados se metía, acabó dándole al inepto de ahora las llaves de la Moncloa. Aquel sujeto, tan gallego y recalcitrante, al menos tenía experiencia en gestionar la cosa pública, no obstante había sido ministro y vicepresidente en tiempos pretéritos. Lo que no tenía era gana ninguna de aprovechar al máximo el mandato del pueblo, que le concedió el mayor poder de toda la democracia, por lo que perdimos una oportunidad única de embridar el gasto público, la elefantiasis del Estado y las relaciones con las Autonomías. El tipo de ahora, el mismo que se atreve a chantajear a los ciudadanos, aún mantiene la ensoñación de que, desde Europa, le van a conceder una cantidad ingente de dinero para arreglar el desaguisado sin pedirle nada a cambio. 

El pronóstico es, en este caso, relativamente sencillo de redactar: nos van a ayudar a salir adelante, pero a cambio la aplicación de una agenda económica de obligada sensatez. Y si es así, que será, ¿cómo encaja esa acción de gobierno con los planteamientos filobolivarianos de los socios comunistas del presidente, por no mencionar al resto de aliados separatistas? Simplemente no encaja. Como tampoco encaja que el partido mayoritario de la oposición le entregue la salvaguarda de permitir que siga en su puesto nuestro mendaz, inepto, plagiador y aventurero presidente. Y cuando nada encaja, suelen llegar las elecciones. 


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