domingo, 24 de mayo de 2020

Crónica 74ª. El virus que se pintaba de naranja

No fue hace tanto. Un año y poco más. Parece un milenio, pero desde que el partido del gobierno más el partido naranja sumaron, juntos, por sí mismos, mayoría absoluta en el Congreso, la Tierra solo ha podido concluir una vuelta alrededor del Sol. Es cierto que las distancias sidéreas son colosales, siderales más bien, valga la tautología, pero no es menos cierto que la Tierra se mueve por el espacio a una velocidad de vértigo: como nos encontramos en ella y, por tanto, nos movemos solidariamente con ella, no nos damos cuenta y no vomitamos del mareo. 

Todo el anterior circunloquio para explicar que el coronavirus pudo manifestarse en diciembre, pero mucho antes ya se había manifestado en suelo patrio la idiocia de los políticos. Por aquel entonces, un petimetre que apuntaba maneras, y qué lástima que solo las apuntase, decidió que el mentiroso mayor del reino y tahúr irredento de los gambitos de dama (por aquello de que nunca la parece indecoroso ofrecer cualquier peón), no era un aliado ni fiable ni responsable. Lo cual es verídicamente cierto, como cierto es también que las consecuencias de tal obviedad (y en política lo obvio nunca es materia de negociación) las estamos pagando todos ahora: nosotros, porque tenemos encumbrado en el palacio monclovita al más inútil y peligroso presidente que haya parido madre (y mira que ya era difícil superar a Zapatero) que, además, nos gestiona con procedimientos dictatoriales por una crisis que no conocieron los tiempos de las generaciones presentes; y ellos, porque lo del partido naranja es un suicidio por fases (fase 0, fase 1, fase 2 y fase 3) mientras el resto del país se pudre en el lodazal en que el mendaz loco está convirtiendo el país, para alegría de los garrapos que se sienten encantados de remozarse en él. Lo curioso es que lo de esa formación, alumbrada a la nadería bajo el mando de una mujer que, siendo como fue, alguna cosa en Cataluña, aquí no tiene más remedio que ponerse debajo de cualquier foco que ilumine,  lo de esa formación tiene delito porque al inepto embustidor no le hace ninguna falta su connivencia para lograr aquello que se proponga, pues es experto en dar a quien sea cuanto le pida y desdecirse de inmediato, cuando ha aferrado la compra con el puño. 

¿Alguien piensa, seriamente, que el monclovita va a cumplir con lo acordado? Ni los pretarras lo creen: ellos solo necesitan un papel donde fuesen estampadas unas firmas cuasi representativas, porque ninguna de ellas correspondía a los primeros espadas que, de haberse querido respetar el texto, debieron haber signado el documento. Cuando la vicepresidenta que se encarga de clamar en el desierto, es decir, de los asuntos económicos que no decide, afirma que es contraproducente y absurdo que se derogue la reforma laboral, en realidad está diciendo lo absurdo y contraproducente que es para ella permanecer un minuto más en el gobierno.

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