viernes, 29 de mayo de 2020

Crónica 76ª. El virus que vivía domesticado

Los militantes y votantes constantes de cualquier gobierno, y por ende de este Gobierno, defienden su ideología y voto con una firmeza rayana en lo ilusorio. Inasequibles al desaliento de los hechos, pese a la dificultad que cuesta establecerlos, porque sabido es que cualquier gobierno acaba siendo un pozo sin fondo de secretismos, medias verdades y mentiras (acaso la única vergüenza que hemos de arrastrar en perpetuidad los ciudadanos sea esa: que nadie nunca se plantea decir las cosas como son), cualquier consigna o justificación exhibida por un gobierno ante hechos controvertidos es defendida con la misma firmeza que se deplora la opinión ajena. 

La ideología no deja de ser como una religión, el contenido de una verdad revelada, social que no mística. Los principios fundacionales son muy claros y precisos, pero su praxis, conforme pasa el tiempo, se convierte en un batiburrillo de ajustes y discrepancias resueltas de una manera cada vez más alejada de ellos (cuando no, contraria). Casi siempre, lo que el líder propone deviene doctrina y sus desviaciones del dogma, también doctrina. Sobre bases políticas claras se construyen edificios cargados de dictadura (cuando no, tiranía). Es la manera de acallar las intromisiones endógenas. Las bases sociales (los afiliados y votantes constantes) solo tienen una función, que no es la de vigilar al líder: lo es defenderlo de cualquier intromisión exógena. 

Una de los argumentos más recurrentes en esta crisis sanitaria y política, y también de los más estúpidos que uno se puede echar a la cara, es la de la imposibilidad de haber actuado en ella de forma distinta a como el actual Gobierno ha actuado. Ni antes, ni durante, ni después. Las críticas son contempladas como acusaciones de que el Gobierno es el responsable de haber creado la Covid-19, y los errores la consecuencia inevitable de la presión a la que se halla sometido porque no ha gozado de una adhesión sin fisuras a su labor por parte de todos. Qué mal sientan los contrapesos del poder cuando estos son ejercidos por los ciudadanos. Y qué poco se perpetúan los hechos en la memoria, que basta 70 días para olvidarlos por completo. Es como si las hemerotecas hubiesen dejado de existir de golpe y porrazo. Todo tiene el mismo periodo de vigencia que las demostraciones escóticas en Instagram de las miles de jovencitas que viven entregadas para recibir aplausos y un seguidor más. El poder entendido como un erotismo fugaz y vacío. 

Para quienes piensan que solo se pueden hacer las cosas de una única manera, porque así es como debe de venir escrito en los libros de la tradición aúlica, les recomendaría leer en los periódicos los mensajes que los distintos líderes políticos ofrecieron a sus ciudadanos al comienzo de la crisis sanitaria. Con esos, de momento vale. Uno de los rasgos diferenciadores de la información transmitida por nuestro Gobierno, y rápidamente convertida en propaganda, ha sido el intento de ocultación permanente de la muerte que se podía ocultar. Evidentemente, la que sucedía en los hospitales no podía sino registrarse, pero la que ha sucedido en los domicilios y residencias permanece aún como una incógnita que ni siquiera sabemos si se va a desvelar. ¿Por qué ese empeño en actuar como si morirse fuese una ignominia para ellos? ¿Por qué los continuos cambios de criterio? ¿Qué objetivo puede existir en no querer hacer un recuento más preciso de la infausta realidad que nos ha tocado transitar? Los medios existen. Existe el Servicio de Monitorización de la Mortalidad diaria, el tristemente célebre MoMo, cuyo registro a lo largo de la pandemia no puede ser más desolador, como se muestra en el gráfico adjunto.
Mortalidad por todas las causas observada y esperada.
España, diciembre 2019 hasta 26 de mayo de 2020

Iba a aventurar la hipótesis del inmenso remordimiento que les produce admitir que fueron sus constantes errores, ocultamientos y mentiras hasta el 9M las que hicieron empeorarlo todo de una manera tan trágica. Nadie (sensato) les culpa de la existencia de la Covid-19, repito. Solo de sus mentiras y que nos hayan hecho a los propios ciudadanos el objetivo a batir. La propaganda no transmite la verdad ni la esencia democrática de una nación. Solo la oculta, vistiéndola de lo que quiere el apelador que luzca.

Yo, personalmente, no solo me siento maniatado, también me siento mentido e insultado. Esto es lo que votantes constantes y afiliados al partido (partidos, que son dos) que gobierna no aceptan ni admiten. No se reprochan las dudas ni las equivocaciones. Ni siquiera que quisieran transferir la responsabilidad a la "ciencia", porque quienes piensen que la ciencia es de ideas precisas e inmutables y fáciles de convertir en leyes, no tienen la menor idea de la forma en que trabaja la ciencia (con continuos enfrentamientos intelectuales y debates). Incluso hubiésemos admitido encantados la querencia en centralizarlo todo  después de haberse pasado décadas descentralizando todo. Pero es intolerable que con la excusa de un virus nos hayan tomado a todos por idiotas mansos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario