sábado, 2 de mayo de 2020

Crónica 52ª. El virus que exigía saber lo que pasaba

Algún día los estudiantes de Historia aprenderán que, en 2020, cuando la Humanidad se planteaba cómo dedicarse colonizar Marte, llegó un virus que obligó a muchos sanitarios a protegerse con bolsas de basura y mascarillas improvisadas porque el Gobierno fue incapaz de gestionar los recursos de que disponía. En realidad, me planteo muy seriamente que nadie en este Gobierno tenga capacidad alguna de gestión, visto lo visto. Lo que sí tienen es un populismo que agárrese usted a un clavo.

No les ha dolido mucho entregar a los profesionales de la sanidad al sacrificio. Hay en el país millones de ciudadanos sin mascarillas, ni guantes, ni alcoholes desinfectantes. Han pasado casi dos meses y seguimos sin recibir sensaciones de que, siquiera a trancas y barrancas, desde el Gobierno se está actuando con agilidad y talento. Un par de semanas de desconcierto las perdonamos cualquiera: a partir de ese momento, el desconcierto se llama ineptitud. 

No debería quejarme del arresto domiciliario al que me han sometido, y lo que ello conlleva en términos de pura economía, porque si echamos la vista alrededor el espectáculo es para temblar de terror: mentiras contadas por el presidente sin ningún rubor, tergiversación en multitud de medios, intentos para alcanzar el control absoluto de la libertad de información, amenazas continuas por parte de los más destacados gilipollas en el Gobierno (y hay unos cuantos),  planes confusos e improvisados... Para qué seguir. Y, de fondo, el mantra de que se tiene que apoyar al Gobierno porque, de lo contrario, nunca saldremos de esta crisis. Pero, en lugar de sentar a todos los que tienen algo que decir en una mesa y articular un pacto de estado escrito y firmado por todos, actúan de modo tal que el pretendido apoyo parece adhesión aun movimiento dictatorial. El Parlamento ha dejado de existir (los señores diputados llevan tocándose el bolo desde el principio de la crisis) y el propio Gobierno arremete contra los jueces y contra el Jefe del Estado (por si alguien no lo sabe, todo el Consejo de Ministros es responsable solidario de las decisiones y actuaciones de cualesquiera de sus miembros).

De momento ya se anuncian medidas porque, desde el Gobierno, se teme el colapso jurídico que supondrán las miles de demandas (ojalá sean cientos de miles) que, contra el Estado (no solo contra ellos), interpondrán las familias que hayan perdido a alguno de sus seres queridos por el camino. Hay demasiados muertos como para dejarles marchar en un silencio culpable y cómplice. La pandemia arrasa con los ancianos y es indigno, se mire como se mire, dejarlos morir como perros abandonados en las residencias o en los triajes que, todo sea dicho, tienen más de homicidio por dejación de asistencia que de eutanasia involuntaria. QUe yo sepa, la edad nunca fue una consideración constitucional al derecho a la vida (aunque les moleste oírlo, tal cosa fue propia del nazismo). 

Cuanto más pasa, y más desciende la dichosa curva hipnotizante, más se aleja el fantasma del miedo y más se acerca el que reclama querer saber lo que ha pasado. 


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