martes, 24 de marzo de 2020

Crónica 6ª. El virus que mataba a los ancianos



Por fin alguien en el Ministerio de Sanidad se ha dignado a aportar datos algo más elaborados sobre la incidencia del coronavirus. El goteo incesante de afectados y fallecidos no sirve sino para abrumar a una población que sigue pensando que el COVID-19 es el mismísimo Armagedón sobrevenido.

En el momento de escribir estas líneas, el acumulado de infectados clínicos es de 39.673. En las últimas 24 horas, se han sumado 6.584 casos más. De momento hay 3.794 recuperados, de donde se deduce que el goteo de ciudadanos curados es mucho más lento que el de ciudadanos infectados. Hospitalizados, hay 22.762. Penosamente, 2.696 son los fallecidos. El número que falta es el de enfermos que permanecen en sus domicilios: 10.421.  Sanidad no aporta dato alguno sobre dolencias previas de los pacientes fallecidos, como tampoco de su sexo. En España parece que lo importante es hacer recuento, no extraer conclusiones. 

Hay un gráfico interesante que nadie reproduce. El de cómo evoluciona la curva que cifra los casos activos por número de camas disponibles en las UCIs. Primero, evaluamos China: 


En el peor momento de la crisis, en China el número de pacientes aquejados de coronavirus representaba un 115% del total de camas UCI disponibles.


En España, cuando aún no hemos alcanzado el pico de la curva (por "curva"entendemos el número de casos activos), el número de pacientes aquejados de coronavirus ya supera casi en un 600% el número de camas disponibles en las UCIs. China aplanó la curva a las dos semanas de poner en marcha la cuarentena de todo el país. En España, mes y medio después del primer caso confirmado, y dos semanas después de la paralización casi total de la economía, aún seguimos en fase ascendente. La conclusión es casi obvia, pero nadie la dice: en ese mes y medio, el coronavirus campó a sus anchas por el país y estamos pagando las consecuencias.

Sorprende la machacona insistencia con que el Gobierno repite la frase: "Lo más duro está por llegar". Sorprende el triunfalismo bélico: "vamos a ganar la batalla contra el virus". Sorprende también el cierre de filas de muchos medios de comunicación con el Gobierno y de loar "el mejor sistema sanitario del mundo". Nuestro estupendo sistema de salud no ha podido evitar que 1.800 octogenarios y 550 septuagenarios hayan fallecido (el resto, unos 350, son difuntos de edades inferiores a los 70 años). No son cifras de guerra. Son, más bien, cifras menores. El virus está ahí fuera, infecta y hace enfermar, pero no es el ébola ni es el SARS.  Lo que está fallando no es un sistema sanitario orientado para interactuar con la población y sus dolencias habituales, sino la incapacidad del Gobierno para construir en tiempo récord un sistema temporal alternativo de apoyo a las crisis. Y poder, se puede, si hay organización y las ideas claras. Véase lo que ha pasado con la carencia de mascarillas. si hubiesen permitido su importación a las empresas que negocian todos los días con China, otro gallo cantaría. Pero no, había que confiscar y, con ello, cerrar toda opción a la iniciativa privada, que es la base y sustento de todo el país, por cierto.

Se me antoja crucial conocer el porcentaje de personas sanas fallecidas por coronavirus, es decir, sin patologías previas o tabaquismo o cualesquier causas que impidan al organismo zafarse del dichoso COVID-19. Y deberíamos conocer igualmente la tasa de contagio, que para la OMS oscila entre 1.4 y 2.5, si bien algunos opinan que es de 3 o incluso más. La tasa de contagio es un parámetro que depende, por ejemplo, de la rapidez con la que un país es capaz de aislar a los enfermos. En España seguramente sea alto porque el Gobierno tomó "medidas contundentes" con mes y medio de retraso respecto de los primeros informes y con toda la información sobre lo que estaba pasando en Italia y en China. Tampoco sabemos cuántos enfermos de cualquier otra enfermedad que no sea el coronavirus han podido perder la vida durante estos días. Cuesta mucho atenderles. Si, llegado el momento, descubrimos que la tasa de mortalidad en España es muy superior a la habitual corregida por coronavirus, desembocaremos en la conclusión de que, por habernos centrado exclusivamente en un virus chino, hemos dejado morir a muchos otros enfermos.

La gente habla de guerra, pero no lo es. Durante una guerra, las fábricas se ponen a producir a máximo rendimiento, y aquí las estamos parando todas para cortar los contagios (recordemos: llevamos dos semanas y aún no se ha cortado). En algunas comunidades económicas, sus próceres se han saltado a la torera la jerarquía e, impelidos por una lectura muy particular de la Constitución, se han otorgado rango casi de jefatura del Estado para poder proclamar sus propias batallas regionales contra el virus. Es patético lo que ha hecho Torra y Urkullu, pero también lo del Sr. López de Murcia, quien por cierto es del PP, partido cuyo líder dijo en sede parlamentaria que se ponía a disposición del doctor Sánchez. Tela.


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