miércoles, 25 de marzo de 2020

Crónica 7ª. El virus que el propio ser humano hizo más agresivo

El biólogo evolutivo Paul W. Ewald explica en su libro "Evolution of Infectious Disease" el comportamiento del virus de la gripe de 1918, llamada "gripe española", una de las más mortíferas de la historia, pues acabó con la vida de cerca de 50 millones de personas en todo el mundo, en una época en la que los antibioticos aún no habían hecho acto de presencia. En unos pocos meses, la pandemia de gripe española mató a más gente que cualquier otra patología anteriormente registrada. Azotó rápida e indiscriminadamente. Tanto es así que la esperanza de vida se redujo en 12 años solamente en los EEUU de manera drástica. Los ciudadanos de muchos países, acostumbrados a las restricciones de los tiempos de guerra, soportaron las cuarentenas y demás medidas sanitarias adoptadas por los gobiernos, pero el despliegue masivo de tropas y el incremento de viajes globales que significó la contienda, hizo imposible que ninguna nación pudiera combatir por sí sola a la terrible gripe española.

Paul Ewald afirma que las cepas de patógenos (virus, bacterias) evolucionan por selección darwiniana. Mutan, se transforman aleatoriamente, y surgen diferentes cepas: unas son muy agresivas, otras lo son menos. Compiten entre ellas por el entorno y finalmente acaba dominando aquella que mejor se ha adaptado. En el caso del ser humano, la cepa dominante será aquella cuyos síntomas favorezcan su capacidad de transmisión, por ese motivo, con el tiempo, los virus más agresivos (como el VIH) acaban perdiendo su letalidad: si el sujeto infectado muere, el virus no puede seguir transmitiéndose. La acción humana (profilaxis, prevención) es capaz de modificar el entorno en el que se mueve el virus y, por ende, modificar las características que permiten que una u otra cepa acabe dominando. Es lo que sucede con los coronavirus de la gripe o el resfriado. El enfermo con síntomas más fuertes (fiebre, malestar) se queda en casa, curándose: esto es, aislándose. Los enfermos con síntomas leves acuden a su centro de trabajo y acaban contagiando a sus compañeros, aumentando por tanto la capacidad de transmisión del virus. Por este motivo, las cepas menos agresivas suelen ser las dominantes.

Todo cambió con la Gran Guerra de 1914 a 1918, conflicto que segó la vida de 17 millones de soldados y civiles. Las trincheras donde se hacinaban los ejércitos del frente representaban el entorno de contagio más favorable para cualquier infección. Fue de este modo como docenas de miles de soldados contrajeron una enfermedad de enorme virulencia. Sin embargo, estos soldados infectados se encontraban aislados de la población civil. Aquellos con síntomas más leves, permanecían en el frente, aislados en sus trincheras. Los más graves, eran evacuados a los hospitales de campaña, donde contagiaban al personal sanitario y a los demás pacientes. Y, de ahí, al resto de la población. De esta manera, las cepas más agresivas de la gripe española fueron las que tenían posibilidad de ampliar su esfera de contagio, porque la evacuación de los soldados enfermos les permitía alcanzar al grueso de la población civil.  El Día del Armisticio de la Primera Guerra Mundial, en 1918, el mundo ya estaba combatiendo otra batalla mucho peor.

Las actuales medida de confinamiento por el coronavirus obligan a los ciudadanos a permanecer en sus casas. No se aplican para detener el virus, solo para ralentizar una pandemia que, por la tardanza de las autoridades en reaccionar, quedó fuera de control en sus primeras etapas, como bien estamos comprobando estos días con el incesante goteo de infectados y muertos. De hecho, la orden de confinamiento de la población no se tomó finalmente para detener la epidemia sino para intentar paliar el desbordamiento o colapso del sistema sanitario. A día de hoy, el número de casos activos de COVID-19 representa el 600% del número de camas UCI disponibles en los hospitales españoles. 

Es posible que, desintencionadamente, el confinamiento produzca una modificación en el proceso de evolución del virus. Los enfermos asintomáticos o con síntomas leves permanecen aislados en su casa, con pocas probabilidades de contagiar, y los enfermos más graves son trasladados a los hospitales, permitiendo un mayor número de contagios. Recordemos que el 12% del personal sanitario ya ha sido infectado. No es descabellado pensar que las condiciones actuales favorecen a las cepas más agresivas de coronavirus, un agente patógeno que, a la vista de las estadísticas, selecciona a portadores débiles o con deficiencias en sus sistema inmunológico. 

Al final, es muy posible que los asesores de Boris Johnson tuvieran razón.

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