jueves, 24 de marzo de 2022

Post Crónica 16: la Covid-19 no ha hecho más que empezar

La lección más importante que está dejando la pandemia de COVID-19 es que lo único constante es el cambio. Las variantes se propagan, los casos aumentan y disminuyen, los tratamientos cambian y los conocimientos aumentan. Esto significa que todos —sociedad civil, funcionarios, salud pública— debemos aprender de manera constante y adaptarnos con rapidez, bajo el entendimiento de que es poco probable que dure mucho la eficacia de cualquier respuesta política.

Es momento de poner en práctica esa flexibilidad. Los casos al alza en Europa, los estragos que está causando la variante ómicron, sobre todo entre las personas mayores no vacunadas, en Hong Kong y la desaceleración de las campañas de vacunación son advertencias de que otra ola de infecciones podría estar a punto de desatarse.

Aunque se desconocen los motivos exactos detrás del aumento veloz de casos en Europa, es casi una certeza que se debe a una combinación de la subvariante BA.2 de ómicron —que es altamente contagiosa—, el cambio de comportamiento de la población y la inmunidad que declina. La BA.2 representa una proporción cada vez mayor de casos nuevos y está prolongando la ola de ómicron. Al mismo tiempo, los países europeos están anulando las restricciones relacionadas con el coronavirus, incluyendo el uso obligatorio de mascarillas y los límites de capacidad en interiores, además de que se está debilitando la inmunidad a las infecciones brindada por las vacunas y tal vez por contagios previos también. Por suerte, si bien las vacunas solo brindan una protección pasajera contra las infecciones generales, la protección que ofrecen contra las infecciones graves y la muerte es más duradera.

También hemos aprendido más acerca de la naturaleza de la amenaza. Se ha intentado resolver la pregunta de si ómicron es una variante mucho menos grave del coronavirus que las cepas anteriores, o si ha causado enfermedades mucho menos graves, porque se topó contra un muro de inmunidad otorgada por la vacunación e infecciones previas en países con altos índices de vacunación. El brote mortal en Hong Kong responde esa pregunta: la COVID-19 sigue siendo despiadada y la variante ómicron es letal en una población ingenua a nivel inmunitario, sobre todo entre personas mayores no vacunadas. Esto ha provocado una ola devastadora de muertes allí y ayuda a explicar por qué en Estados Unidos se sigue reportando alrededor de 1.000 muertes diarias, la gran mayoría entre personas que no cuentan con el esquema completo de vacunación.

En países con ralentizaciones en la inmunidad, la BA.2 se propaga con una velocidad cada vez mayor y es probable que pronto represente la mayoría de los casos nuevos. Esto no significa que la BA.2 cause un repunte mortal, pero sí significa que los casos podrían aumentar pronto y que las personas mayores que no están vacunadas o no cuentan con las dosis necesarias de la vacuna, así como las vulnerables por motivos médicos, podrían enfrentar una amenaza letal.

Las olas reiteradas de COVID-19 han puesto de manifiesto las debilidades y la escasez crónica de financiamiento de nuestros sistemas de salud pública y atención médica primaria. Las enfermedades infecciosas surgen cuando la sociedad fracasa. La falta de confianza limita la capacidad de los gobiernos de proteger a su gente. Los sistemas frágiles de salud pública hacen que las nuevas amenazas se detecten cuando ya es demasiado tarde para tomar medidas. El financiamiento sostenido podría ayudar a garantizar la protección contra amenazas pandémicas futuras, pues permitiría la existencia de exenciones permanentes a los límites presupuestarios para funciones esenciales de defensa de la salud, en vez de tener que depender del financiamiento suplementario temporal para cada emergencia sanitaria. Los diagnósticos, los tratamientos y la vacunación contra la COVID-19 y otras amenazas seguirán siendo insuficientes hasta que los sistemas de atención médica primaria se vuelvan más robustos; mientras tanto, la COVID-19 continuará propagándose entre poblaciones que son mucho menos resistentes de lo que serían si recibieran cuidados preventivos adecuados.

Haz caso a la ciencia” es un mantra, pero la ciencia puede ser sumamente lenta y es inevitable que deban tomarse decisiones antes de que los datos perfectos estén disponibles. Aún no sabemos qué provoca el surgimiento de las variantes ni qué deparan las futuras mutaciones. Tampoco conocemos los plazos óptimos de vacunación para los distintos grupos de personas, si será necesaria una cuarta dosis y, de ser así, cuándo deberá aplicarse y a quiénes. Además, no sabemos si los tratamientos de alta eficacia que se han descubierto pueden ofrecerse a suficientes personas como para reducir las hospitalizaciones y las muertes. Aun así, hay que intentarlo. La salud pública, como la política, es el arte de lo posible. La epidemiología rigurosa, la gestión meticulosa de respuestas y la ciencia bien comunicada deben ser las bases de las medidas de salud pública. Aumentar la vacunación, incluyendo las dosis de refuerzo, entre las personas mayores y vulnerables es un reto de vida o muerte. Ampliar la vinculación de las pruebas y los tratamientos puede reducir las hospitalizaciones y las muertes de manera significativa y proteger los sistemas de atención médica. El monitoreo de la COVID-19 en aguas residuales, como se hace con la polio y otras enfermedades, podría identificar la propagación de la enfermedad antes de que muchas personas enfermen. Si los profesionales de salud pública descubren brotes justo cuando comienzan, los líderes podrían limitar la propagación.




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