martes, 23 de noviembre de 2021

Post Crónica 9: pandemia y cambio climático, unidos en la paranoia

Uno de los fenómenos más llamativos de esta pandemia ha sido el mayoritario apoyo de la población a las medidas adoptadas por los gobiernos. Donde se aplicaron estrictos confinamientos, prohibiciones y recortes de derechos y libertades el respaldo popular fue masivo. Sin embargo, en países como Suecia, con medidas muy suaves, prácticamente recomendaciones, las encuestas también mostraron una aprobación similar. Entonces, ¿la masa aclama cualquier estrategia frente a la pandemia, sin importar cuál sea, sin capacidad de crítica? .

Una explicación advierte que la intensidad de las restricciones constituye la referencia básica que utiliza la mayoría de las personas para evaluar el peligro que entraña una enfermedad. En los países donde las medidas son extremas, la gente sobreestima el riesgo personal y muchos acaban desarrollando comportamientos paranoicos: evitan salir de casa o acercarse a nadie, desinfectan de manera compulsiva o utilizan permanentemente mascarilla incluso cuando la inmensa mayoría está vacunada. Por el contrario, donde las medidas son más laxas y focalizadas en los grupos vulnerables, la población percibe un riesgo mucho más moderado sin mostrar paranoias. Al final, en unos y otros países la mortalidad ha acabado siendo similar, pero el imaginario de la población es muy distinto y se encuentra anclado a la reacción de cada gobierno.

El confinamiento tiende a narcotizar el pensamiento racional, fomentando una extremada obsesión a eliminar los contagios a cualquier precio, aunque sean leves o asintomáticos, como si el aumento de la mortalidad en otras enfermedades, el deterioro de la salud mental, el menoscabo de la socialización, la pobreza o la pérdida de empleo fuesen problemas propios de un universo paralelo. La población apoya las medidas draconianas porque juzga la enfermedad extraordinariamente peligrosa pero, al mismo tiempo, esta percepción de riesgo extremo proviene de la radicalidad de las medidas adoptadas. Es un círculo vicioso que convierte las restricciones en la profecía que se cumple a sí misma.   

Se da la circunstancia de que, quienes así piensan, manifiestan una excesiva desmedida en sus gobernantes y una alarmante carencia de criterio propio. Si supieran que los gobiernos no se han distinguido por tomar decisiones con un criterio firme y que para afrontar esta pandemia se limitaron a copiar unos a otros lo que se les ocurría a cada momento, seguramente buscarían mejores puntos de referencia para valorar el riesgo.



El miedo al Covid es de una asimetría abismal: se dispara con rapidez y se apacigua con extrema lentitud al levantarse las prohibiciones (en física este fenómeno es conocido como histéresis o persistencia). Como no hay interruptor que apague instantáneamente el pánico, la retirada de las restricciones tiende a ser muy lenta y gradual, largamente diferida en el tiempo, en parte por la reticencia del propio público, y es habitual que se produzcan marchas atrás que vuelven a avivar el miedo y a prolongar todavía más la percepción de excepcionalidad. Así, aunque la pandemia sanitaria finalice, la sensación pandémica resulta interminable.  

Todos estos mecanismos perversos operan también en las políticas para combatir el cambio climático. Cuanto más radicales, costosas y perjudiciales son dichas políticas, cuanto más onerosos los acuerdos internacionales, más monstruosas parecen las consecuencias del calentamiento en la fantasía del público. Y más unidimensional se vuelve su percepción. La crisis energética, las tarifas eléctricas desmedidas o el estancamiento económico parecen pertenecer, de nuevo, a otro universo distinto, desconectado, completamente eclipsado por la amenaza del apocalipsis climático, una profecía que también posee su propia pasarela de santos y videntes.

Ni la pandemia ni el cambio climático han sido afrontados de manera racional sino impulsiva. Ha predominado una visión parcial y dogmática que solo acepta un único camino, desdeñando los daños colaterales que las medidas pudieran causar. Esta fijación obsesiva de los gobiernos en un único propósito, ya sea la eliminación de los contagios a cualquier precio o la cancelación absoluta de las emisiones de carbono, impide abrir la mente a otras alternativas que podrían ser más adecuadas para la sociedad. Y lo cierto es que la realidad siempre permite siempre varias opciones y escuchar varios puntos de vista favorece la vía racional. Así, la decisión de confinar a la población basándose en los consejos de famosos epidemiólogos ha acarreado consecuencias sociales devastadoras en prácticamente todo el planeta, porque las restricciones rebasan ampliamente los conocimientos de tales expertos. Los epidemiólogos quizá comprendieran la dinámica de los contagios, pero desconocían la magnitud de los daños y sufrimientos que causan los confinamientos que aconsejaban: incremento de otras mortalidades, aumento de los trastornos mentales, deficiente aprendizaje de los niños, retroceso de las libertades, deterioro de la convivencia, incremento de la pobreza y del desempleo. El británico Neil Ferguson emprendió una campaña activa a favor del encierro ejemplificando que “a quien solo tiene un martillo… todo le parecen clavos”. Parece obvio señalar que un experto solo en contagios no está capacitado para decidir alegremente sobre la paralización de toda la sociedad. Pero es lo que ha sucedido.   

Este mismo planteamiento se aplica al cambio climático. Con unos postulados más propios de una religión laica que de la ciencia, donde todos los postulados han de estar sometidos a una falsabilidad constante, las medidas solo contemplan una vía para la salvación: cambiar no solo las fuentes de energía sino también la conducta ciudadana, dirigiendo la sociedad hacia un nuevo puritanismo donde no caben viajes aéreos o consumo de carne, todo ello con el objetivo único de eliminar la emisión de carbono a marchas forzadas, sin considerar que los enormes recursos utilizados podrían aportar mayor bienestar si se dedicaran a paliar las posibles consecuencias del cambio de temperatura. Es necesario abrir la mente a opciones alternativas y compararlas rigurosamente entre sí. Porque un experto solo en clima no puede decidir alegremente el rumbo que debe tomar la humanidad, por muy apocalípticas que sean las predicciones de sus modelos matemáticos.  

La conclusión es que existe un fuerte obstáculo para el triunfo del enfoque racional: esta pandemia ha mostrado lo fácil que resulta manipular las emociones. Los políticos han descubierto que no es necesaria la discusión o el debate (de hecho, alegremente han paralizado o minimizado sus responsabilidades parlamentarias). 

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