viernes, 13 de noviembre de 2020

Post Crónica 1: el milagro de Madrid

En 1995 las nubes vertieron una impresionante tromba de agua y granizo sobre Madrid. Llovió intensamente hasta pasada la medianoche. El río Manzanares se desbordó. Hubo cientos de accidentes de tráfico. Se inundaron pisos bajos y portales a miles por toda la ciudad. Cientos de personas quedaron atrapadas durante horas en el Parque de Atracciones. Una mujer joven fue arrastrada por la riada y falleció. En 2009, el Canal de Isabel II concluyó las obras del depósito subterráneo localizado en el Club de Campo, uno de los mayores depósitos de tormentas del mundo, unido a una red de más de 60 depósitos similares por toda la región. Recogen las primeras aguas cuando sobre Madrid llueve con fuerza y que suelen arrastrar aceites, excrementos, botellas, hojas, basura general. Evitan el desbordamiento del Manzanares por falta de capacidad y almacenan las primeras aguas fuertemente contaminadas para evitar que las depuradoras de Madrid vean sobrepasada su capacidad operativa.  Los 80 litros por metro cuadrado que cayeron sobre Madrid en junio de 1995 se concentraron en poco más de dos horas. En el minuto máximo de la tromba, la precipitación fue de 15 litros por metro cuadrado. Este minuto fue la causa del colapso de las infraestructuras de transporte y el desbordamiento del Manzanares.

A finales de febrero y principios de marzo de este año 2020, en todos los hospitales de varias regiones españolas, y particularmente en Madrid, se registraron avalanchas de pacientes gravemente enfermos, con cuadros de neumonía bilateral provocada por un nuevo virus, el SARS-CoV-2, del que se habían tenido noticias procedentes de China en enero. De este virus se contaba que estaba provocando un infierno sanitario en Lombardía desde la segunda mitad de febrero. Los pacientes fueron agolpándose en cantidades exponencialmente crecientes, llegando a ingresar varios miles diariamente a finales de marzo. Tal avalancha de enfermos sobrecargó las infraestructuras hospitalarias hasta el punto de que más del 100% de las camas en Madrid estuvieron ocupadas por pacientes con Covid, incluidas el millar de UCIs disponibles.

De igual modo a como sucede con las riadas, el verdadero problema de aquellos días, y lo que llevó al colapso a los hospitales, no fue el número total de enfermos, sino la concentración en el tiempo de sus ingresos, que resultó exponencialmente creciente. La Covid-19 genera cuadros de neumonía que requieren varios días o incluso semanas de hospitalización en los casos leves, periodos más largos (de varios meses) en los casos graves, e incluso en quienes provoca el fallecimiento suelen pasar entre dos y cuatro semanas hasta el fatal desenlace. Los ingresos hospitalarios se producían por decenas, cintos, y miles de pacientes graves diarios sin que se produjesen apenas altas. No daba tiempo a que los enfermos se curasen (o falleciesen). Esta riada de enfermos carecía, por ello, de desagüe. Si el virus hubiese sido mucho más letal, como el SARS, paradójicamente se hubiera producido una situación mucho más llevadera en los hospitales (aunque no en las morgues). Las autoridades debieron habilitar infraestructuras UCI improvisadas en pocos días o semanas.

Aquella riada pasó. Pero entre finales de julio y principios de agosto, tras seis semanas de calma casi absoluta, se empezó a detectar de nuevo un significativo incremento en el número de casos positivos por Covid que se trasladó poco después a cifras de ingresos diarios. El coronavirus atacaba de nuevo. Las autoridades de la Comunidad de Madrid reaccionaron con diversas medidas. El 20 de agosto cerraron el ocio nocturno. El 7 de septiembre limitaron las reuniones en el ámbito público y privado a un máximo de diez personas no convivientes, reduciendo aforos para oficios religiosos, celebraciones, entierros y velatorios, y suspendiendo los espectáculos taurinos. Invirtieron en una campaña de concienciación, se endurecieron las condiciones de distancias mínimas en la hostelería y anunciaron la adquisición de dos millones de test rápidos de antígenos. El 21 de septiembre se redujeron las reuniones en el ámbito público y privado a un máximo de seis personas no convivientes, y se limitaron los horarios de la hostelería para toda la comunidad, restringiendo la movilidad de los ciudadanos de las Zonas Básicas de Salud (ZBS) más afectadas, así como los horarios y aforos de manera especial en dichas zonas. 

Bien como resultado de estas medidas restrictivas, bien porque durante agosto la población de la Comunidad de Madrid es sensiblemente inferior a la habitual, bien porque un importante porcentaje de la población madrileña hubiera pasado la enfermedad durante la riada de marzo y retuviese inmunidad total o parcial, bien por el uso de mascarillas y las medidas de distanciamiento físico, bien por el uso masivo de los test de antígenos para la detección y aislamiento rápidos de los individuos infectados y con ello la interrupción de las cadenas de transmisión de la enfermedad, bien por la combinación de todas esas razones e incluso por otras, la segunda ola en Madrid demuestra dos hechos indiscutibles.

Uno. Los nuevos ingresos hospitalarios diarios aumentan de una forma mucho más suave que en el me de marzo. Esto permite que las altas médicas ayuden a ralentizar el ritmo de ocupación hospitalaria. No solo se evita el colapso sino que no se llegan a alcanzar los preocupantes niveles de tiempo atrás. En el momento de máxima carga, entre finales de septiembre y principios de octubre, han estado ocupadas unas 3.300 camas en planta y 500 en UCI, lo que representa el 20% y el 45% respectivamente de los máximos de capacidad en la Comunidad de Madrid (capacidad prepandémica). Además, el ISabel Zendal, construido en tiempo récord, suple las funciones de "tanque de tormentas" y entre sus funciones se encuentra servir de recurso sanitario de emergencia para nuevas tragedias, ya sean por Covid, por otras enfermedades infecciosas o por cualesquier otras razones.

Dos. El máximo de casos positivos detectados en la segunda ola se alcanzó a mediados de septiembre. Unos pocos días más tarde se alcanzó el máximo de ingresos diarios. La máxima ocupación hospitalaria se produce a finales de septiembre. Desde entonces, y hasta este momento, puede percibirse un retroceso evidente de la Covid, reflejado en una caída superior al 40% en los ingresos diarios en los hospitales, casi un 40% en el total de camas ocupadas en planta y más de un 10% en UCI. Estos datos evidencian el capricho político que supuso imponer un estado de alarma exclusivo para Madrid en un momento (el 9 de octubre) en que la epidemia en esta comunidad se encontraba en descenso y el patetismo intento gubernamental por atribuirse esa mejoría. Desde ese momento, de máximos, han transcurrido más de seis semanas y Madrid ha estado moviéndose en niveles de Incidencia Acumulada a 14 días de alrededor de 350 casos por 100.000 habitantes. Estos datos son a día de hoy la envidia de casi toda Europa y de todo el resto de España, pero en aquel momento se consideraban merecedores de la máxima alerta posible e incompatibles con una vida social mínimamente normal. Conviene advertir que se están consiguiendo con las menores restricciones sociales y económicas que se han impuesto en casi todas las comunidades autónomas españolas (salvo Canarias) y en la mayoría de las grandes urbes europeas. Es así porque, aunque el caudal de pacientes sigue siendo muy alto (más de doscientos enfermos ingresan cada día por Covid en Madrid), el crecimiento del mismo no está siendo exponencial durante esta segunda ola, permitiendo que el flujo de enfermos entrante se vea compensado por las altas hospitalarias.

No existe, por tanto, un "milagro de Madrid". Los pacientes se han infectado paulatinamente, pero no torrencialmente. Las medidas restrictivas adoptadas progresivamente, el uso masivo de test de antígenos para cortar las cadenas de transmisión, el enfoque quirúrgico de las restricciones de la actividad social (restricciones por ZBS) y posiblemente la mayor inmunidad adquirida por la población madrileña tras el azote de la primera ola, han permitido estabilizar e incluso reducir el flujo de enfermos en los hospitales. Este "milagro" demuestra con claridad que son mucho más importantes las tendencias que los valores absolutos de contagios, algo que en este blog venimos repitiendo desde el principio. 

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