viernes, 27 de noviembre de 2020

Post Crónica 3: la larga etapa de reconducción al Gulag

Esto del buen pasar y el vivir bien de las últimas décadas permitía no pensar en otra cosa que la propia satisfacción personal. El mundo globalizado sugiere que las personas somos hormiguitas pertenecientes a un orden mayor, bastante difuso, en el que os gobiernos se ocupan de la salud y la educación, principalmente (y en debates interminables), la Unión Europea de la economía, el déficit y la prima de riesgo, y los yanquis de defendernos. 

Con el apocalipsis coronavírico llegaron el desconcierto y la irritación. Los muchos muertos por habitante y las mascarillas que, primero, escaseaban y, después, menudeaban por doquier, condujo a que el sistema de salud envidiado por todo el mundo y al que ningún virus podría poner en apuros, porque estábamos bien preparados y no había motivo de preocupación (Simón dixit), resultase un suflé despanzurrado.

Los periódicos, aburridos de contar siempre lo mismo, y sus articulistas, descubrieron que se puede recuperar aquella definición de ser vivo como entidad que nace, crece, se desarrolla y muere. Morimos, sí, y no porque la inmensa mole administrativa del Estado no haya servido de casi nada o porque el Gobierno haya manifestado una torpeza e incompetencia infinitas, sino porque somos seres sin asomo de inmortalidad en nuestras células. Como bien sabe el virus. 

Lo del Gobierno ha sido un escándalo porque, sin disponer de instrumentos ni casi conocimientos, pues lo ignoraba casi todo, se dedicó con ahínco a no dejar preguntas sin respuesta. Cuando los necios enseñan, el caos y los disparates tornan inevitables.

Ahora que ha pasado la primera ola (esto de la metáfora marina tiene su aquél), nos encontramos en un escenario en el que tampoco podemos impedir la ineficiencia y el despilfarro. Se habla de cientos de miles de millones de gasto, de inversiones y subsidios, de planes que aún no están ni pensados pero sí convenientemente financiados, y todo ello con la mirada enternecida de la Unión Europea, a quien de repente ya no importan ni la estabilidad ni la convergencia, tan premiosas como eran. Ni siquiera nos avergüenza dedicar 30.000 millones al año (el 40% del gasto en Sanidad) a pagar los intereses generados por la deuda, y mucho menos aún contemplar un futuro donde la deuda se disparará aún más porque lo que se nos viene encima se llama paro y destrucción del sistema productivo. Lo que quede, será esquilmado a impuestos, puesto que eso de ser austeros y gastar con cabeza no entra en las testas de nuestros próceres. Y, entre medias, el control de las noticias, la desmembración del Estado, la ascensión de los destructores de naciones, la política de bloques, la extinción de los controles administrativos.

Bienvenidos sean al Gulag.




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